Trasversales
Rolando Astarita

El fraude electoral en Venezuela y la izquierda  burocrático-nacionalista


Revista Trasversales número 67 julio 2023
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Esta obra de Rolando Astarita está bajo una licencia Creative Commons (bienes comunes creativos) Atribución-No Comercial-Compartir Derivadas Igual 3.0 Unported License. Rolando Astarita es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires.


Después de seis horas de cerradas las mesas de votación, y sin que se dieran a conocer las actas del escrutinio, el presidente del Consejo Nacional Electoral, Elvis Amoroso, declaró al presidente Nicolás Maduro vencedor en las elecciones venezolanas realizadas el domingo 28 de julio pasado. Lo hizo incluso cuando todavía faltaba un 20% del escrutinio.

Según el CNE, Maduro ganó con el 51% de los votos contra 44% de González– Machado. A pesar de lo importante del asunto, no presentó prueba alguna de que ese haya sido el resultado. La oposición, por su lado, afirma tener el 73% de las actas que mostrarían una ventaja de González-Machado sobre Maduro de unos 40 puntos porcentuales. Lo cual parece congruente con las encuestas previas y las “boca de urna” realizadas el día de la elección. Maduro dijo que las actas electorales que había registrado su partido, el PSUV, serían publicadas en un sitio web. Pero no hay acceso a tal sitio.

Todo esto en el marco de que, entre otras medidas, antes de las elecciones el régimen inhabilitó y/o puso en prisión a dirigentes políticos opositores; impugnó candidatos (entre ellos a la misma Machado, y también a candidatos de izquierda); restringió la libertad de prensa; e imposibilitó que millones de emigrados pudieran votar. En Argentina solo lo hizo el 1% de los 200.000 venezolanos residentes en el país. Pero además, a poco de iniciado el escrutinio en Venezuela, se suspendió la transmisión de resultados desde los centros de votación; el gobierno denunció un hackeo sin presentar pruebas de que se hubiera producido tal cosa; e interrumpió el servicio de la página de la CNE.

Al escribir estas líneas –martes 30 de julio-, en Caracas y otras ciudades de Venezuela se realizan manifestaciones contra el fraude y exigiendo el respeto al voto. El general chavista Padrino López, al frente de las fuerzas armadas y represivas, denuncia que está en marcha un golpe de fascistas de la derecha extremista, apoyado por Estados Unidos. Es el argumento de toda la vida con que estos regímenes justifican el aplastamiento de los que se rebelan, el silenciamiento de los críticos, las múltiples formas de represión, desde campos de concentración hasta secuestros, desapariciones y torturas. La idea viene a ser “Hay que detener al fascismo, para lo cual aplicamos métodos fascistas de represión”; con lo que se justifican todo tipo de inmundicias. Así, y según fuentes oficiales, en Venezuela, en solo dos días, ya han sido detenidos más de 700 manifestantes. Además, grupos civiles parapoliciales han abierto fuego contra las multitudes. Se contabilizan hasta el momento seis muertos y decenas de heridos. Estas cifras pueden crecer porque se informa que continúa y se extiende la represión.



Lucha por libertades y derechos democático-burgueses

En Venezuela está planteada una lucha contra un régimen represivo bonapartista, o dictatorial bonapartista, por libertades y derechos democrático-burgueses –como lo es el derecho al voto, o a presentarse a elecciones. Es imperioso valorar esta pelea en toda su dimensión. Lo afirmo en crítica a lo que leo en algún periódico de izquierda, que minusvalora esta dimensión democrática al sostener que el programa de los manifestantes es “formal democratizante”. Lo cierto es que la lucha por libertades democráticas, o por la democracia burguesa –en oposición a regímenes de corte fascista, o dictaduras militares, o burocráticas- siempre es una lucha por libertades formales. Y esto no niega su importancia.

Para ser más precisos: la izquierda no debe combatir solo por las libertades y derechos democráticos para la clase obrera (ejemplo, derecho de huelga, a organizarse, libertad sindical), sino por derechos democráticos en general, esto es, que también alcanzan a la pequeña burguesía, o al pueblo bajo. Las diferentes clases sociales, sus facciones, o los ideólogos y representantes de sus intereses, deben poder expresarse y organizarse. Las ideas del socialismo, de la liberación de los explotados y oprimidos, no se pueden imponer en base a fórceps burocrático-estatistas, con represión y torturas, y sobre montañas de cadáveres.

En particular, no hay manera de que el socialismo revolucionario pelee por la independencia de clase si no defiende las libertades democráticas. Al margen de tal o cual táctica, el criterio fundamental es que debemos apoyar todo lo que, de alguna manera, debilite el control burgués (así sea capitalismo de Estado), burocrático o militar (sean las fuerzas armadas y de seguridad, sean los grupos parapoliciales) sobre la población. Una democracia capitalista es capitalista (o sea, se basa en la explotación del trabajo asalariado). Pero es preferible a una dictadura militar, capitalista; o burocrática-capitalista.



Las tradiciones democráticas del socialismo

En una nota anterior reivindicamos la tradición socialista de la lucha por las libertades democráticas. Como señalaba Lenin –en textos escritos bajo el zarismo- Marx y Engels “habían sido demócratas y el sentimiento de odio a la arbitrariedad política estaba profundamente arraigado en ellos. Este sentido político innato, agregado a una profunda comprensión teórica del nexo existente entre la arbitrariedad política y la opresión económica, así como su riquísima experiencia de vida, hicieron que Marx y Engels fueran extraordinariamente sensibles en el aspecto político. Por lo mismo, la heroica lucha sostenida por un puñado de revolucionarios rusos contra el poderoso gobierno zarista halló en el corazón de estos dos revolucionarios probados la más viva simpatía. Y por el contrario, la intención de volver la espalda a la tarea inmediata y más importante de los socialistas rusos –la conquista de la libertad política- en aras de supuestas ventajas económicas, les parecía sospechoso e inclusive una traición a la gran causa de la revolución. La emancipación del proletariado debe ser obra del proletariado mismo, enseñaron siempre Marx y Engels. Y para luchar por su emancipación económica, el proletariado debe conquistar determinados derechos políticos”.


No tenemos nada que ver con la izquierda burocrático-nacionalista

El fraude y la represión de Maduro son defendidos o justificados por gran parte de la izquierda de América Latina. Entre otros, los partidos comunistas; el PT de Brasil; los castristas; y diversas corrientes stalinistas. En diferentes grados han engañado a las masas prometiendo que la reconstrucción del ideario socialista podía realizarse bajo la conducción del “líder del socialismo modelo siglo XXI” (también algunos trotskistas compartieron esta idea). Pero ahí no había socialismo sino un rejunte del lumpen social elevado al poder que llevó a una catástrofe: más de siete millones de exiliados; caída del producto nacional del 80%; pobreza generalizada. Una tragedia de proporciones descomunales. Que, por otra parte, alimenta el discurso de los Mildei sobre que “el socialismo fracasó en todos lados”. ¿Se puede pedir algo más funcional al dominio del capital y a la ultraderecha?

Es imperioso que el marxismo revolucionario rompa de raíz –o sea, política e ideológicamente- con Maduro, los Ortega, los Castro, los Kim, y sus regímenes. No tienen nada de progresivo para la clase obrera. La llevan a la frustración y a la derrota, incluso a la descomposición social, al extremo de postración (¿Qué voz independiente tiene, por ejemplo, la clase obrera de Corea del Norte, o de Nicaragua, por no mencionar de nuevo a Venezuela?)

Ahora, ante la debacle, no vacilan en mentir para defender el fraude, la represión y los asesinatos a mansalva. No tengo nada que ver con esta gente. No hay síntesis posible con ellos. El socialismo será obra de los trabajadores mismos, o no será más que la reproducción de toda la podredumbre de la actual civilización burguesa. Como lo demuestra la tragedia de Venezuela.