Vincent Bevins, el autor del excelente libro El método Yakarta.
La cruzada anticomunista y los asesinatos masivos que moldearon
nuestro mundo [Capitán Swing,
2020], ha publicado, dos años después, un nuevo libro de
gran calidad, cuyo estilo y profundidad son apreciables.
Bevins trabajó como periodista para Los Angeles Times, Financial
Times y el Washington Post, por lo que pasó muchos años en
Indonesia y en América Latina. Sus artículos se centran en las
relaciones internacionales, la economía global y la cultura.
Bevins nació en California y estudió en Berkeley. Como periodista
debutó en Berlín. Publicó textos sobre la esclavitud moderna en
Amazon, los pozos de carbón en Brasil y la destrucción de los
bosques en las regiones indígenas. De 2012 a 2016 se hizo cargo del
periódico From Brazil, versión on line del mayor periódico
brasileño Folha de S. Paulo. En este medio escribió sobre la
ola de protestas de junio de 2013 hasta el campeonato mundial de
fútbol de 2014 en Brasil.
En If we burn, Bevins describe, a partir de las protestas de
la así llamada Primavera árabe, del Jardín de Gezi en Estambul,
del Maidán ucraniano al Chile y Hong Kong, la década del siglo XXI,
como un tiempo de revueltas explosivas. En este periodo las protestas
de masas tuvieron lugar en más de 37 países. Pero pocas tuvieron
éxito. En la mayoría de los casos, las situaciones después de las
protestas resultaron lo contrario a sus intenciones. Este libro es un
trabajo apasionante de la historia global sobre una paradoja de fondo
para la cual el movimiento brasileño de extrema izquierda es un
ejemplo paradigmático, ya que condujo al gobierno de extrema derecha
de Jair Bolsonaro. Durante este periodo de levantamientos hubo mucha
gente que mostró un profundo deseo de cambio y buscaron algo jamás
conseguido.
En 21 capítulos Bevins cuenta cómo estos acontecimientos
escribieron la historia, analizando los levantamientos uno por uno.
La mayor parte está consagrada al desarrollo en Brasil, donde Bevins
acompaña la política del PT (Partido de los Trabajadores) con
simpatía y crítica, del cual afirma haber llevado a cabo uno de los
mayores programas socialdemócratas del Sur. El movimiento social
aparece en 2013 contra el aumento de los precios del transporte
público de Sao Paulo, ampliándose rápidamente en demanda de
mejores escuelas, una mejora de la sanidad, menos corrupción y
violencia policial. Finalmente el resultado fue lo contrario de lo
que se pedía al principio. Pero este ejemplo no es el único. Bevins
lo cita de forma paradigmática para el conjunto de la ola de
protestas que comenzó en Túnez en 2010 y acabó con las batallas en
las calles de Chile y Hong Kong en 2020. El mundo vivió más
movilizaciones de masas que nunca, incluso más que en 1968.
La fuerza del libro consiste en el hecho de que Bevins no identifica
todas, sino que describe las grandes diferencias locales. Una de sus
referencias es Immanuel Wallerstein y su sistema mundo, que implica,
entre otros, que los acontecimientos extraordinarios, como, por
ejemplo, la revolución francesa de 1789 o la revolución de octubre
de 1917 tienen repercusiones sobre otros países.
Dado que las luchas políticas no surgen de la nada -sino justo en
medio- es importante tener en cuenta las decisiones tomadas y sus
consecuencias. Bevins plantea buenos interrogantes: ¿cómo comenzó
esta ola de protestas? ¿cuáles eran sus objetivos? ¿lo lograron?
Si no, ¿por qué no?
La historia que cuenta Bevins comienza con el vendedor de verduras
Sidi Bouzid que se prendió fuego y terminó con un virus, que afectó
a nivel internacional: el Covid. Los movimientos analizados tuvieron
lugar fuera de los países ricos del primer mundo. Bevins juzga a los
movimientos por sus propios objetivos y describe una dinámica
vertiginosa.
Los levantamientos en Túnez, Egipto, Turquía y demás países se
describen con su historia y referencias históricas, así como con
sus diferencias, poco percibidas por los países del oeste. Como las
revueltas que tuvieron lugar al mismo tiempo en Libia, Siria y
Bahrein con los movimientos de izquierda más fuertes en la región
del golfo. El movimiento obrero bastante fuerte en Túnez, el rol de
los grupos político-religiosos, como los hermanos musulmanes en
Egipto y su competencia con la izquierda marcan una gran diferencia.
En este contexto Bevins analiza el rol de las redes sociales y las
relativiza en lo que atañe a los levantamientos, sin embargo, las
afirma en lo que concierne a su rápida expansión global y a la
posibilidad de crear alianzas.
Una de las principales tesis del libro es que la Nueva Izquierda haya
enterrado demasiado deprisa a la izquierda tradicional, así como que
una parte de la Nueva Izquierda haya aparecido como huérfanos en la
política y haya creído que el derrocamiento del leninismo sería
suficiente, sin incluir en sus reflexiones la dialéctica y las
tradiciones progresistas de la izquierda tradicional. El rechazo a
las jerarquías y a la homogeneidad de los grupos y las discusiones
está bien, mientras que el rechazo casi automático a la
organización y también al parlamentarismo no ha conducido al éxito
de una política de izquierdas.
Bevins habla de los movimientos de los años 60, sobre todo en
Francia y en los Estados Unidos como precursores. El balance de la
huelga general en Francia no fue una nueva sociedad, sino la
consolidación de la antigua. Al descubrimiento progresista del
individuo y de su rol de fortalecimiento de lo colectivo ha seguido
una exaltación del individualismo a expensas de las acciones
colectivas. La identidad ha comenzado a reemplazar a la
representación de clase. Esta actitud se ha consolidado después de
la caída del muro y el fin del "socialismo real", cuya
disolución ha desacreditado la idea comunista por mucho tiempo. La
globalización capitalista ha renovado la idea de un progreso
automático mediante el liberalismo. Para los países del sur ha
supuesto el fin de un intento de conseguir el nivel del primer mundo.
Durante la guerra fría, la política de la derecha y de los Estados
Unidos fue abiertamente contrarrevolucionaria. Después ensayaron,
junto a intervenciones militares por así decir "humanitarias",
como por ejemplo en Irak, dar forma al mundo mediante injerencias
políticas y financieras. Muchas ONG y Think Tanks se encaminaron
hacia el tercer mundo, donde sostienen tendencias liberales y
reaccionarias contra los gobiernos de izquierdas, como en Brasil.
"Mi única guerra es contra el hambre" (Lula 2003 a
Georges Bush en relación a la guerra de Irak)
Cuando el PT llegó al poder en
Brasil, el país era uno de los países más desiguales de la tierra.
El PT consiguió que diez millones de personas salieran de la
pobreza. No se trató de una revolución socialista, sino de la
política clásica del Sur, de extraer materias primas y exportarlas
a otros países. Al principio, el 83% apoyaron el gobierno de Lula.
En muchos otros países latinoamericanos la población votó por
gobiernos socialistas o socialdemócratas. La siguiente candidata de
Brasil fue una antigua guerrillera marxista, Dilma Roussef, que luchó
contra la dictadura en los años 70 y fue detenida y torturada
salvajemente.
Durante el movimiento contra el
aumento de los precios de los transportes públicos de Sao Paulo
-Fernando Haddad del PT era su alcalde- las instituciones liberales
bien arraigadas utilizaron la protesta con el fin de hacer valer su
agenda. Este viejo método de la derecha data de los años 20 y
consiste en el hecho de alienar los símbolos de la izquierda para su
propia propaganda. Roussef cayó a causa del movimiento por su
destitución, convertido en el mayor movimiento en la historia del
país. La acusación de corrupción contra ella fue tan poco válida
como lo fue contra Lula. Los políticos que votaron a favor eran
mucho más corruptos que ella. El nuevo gobierno de Michel Temer fue
un fiel adepto del mercado. La derecha explotó el movimiento de la
destitución que abrió las puertas a la extrema derecha con Jair
Bolsonaro. Bevins lo ve como el prototipo de una despolitización
general. Un fenómeno que ha aparecido un poco por todas partes
después de la crisis financiera de 2008 y que facilita el voto a los
outsider y les catapulta al poder.
La crisis de representación
A finales de siglo XX un pequeño
número de operaístas italianos (en torno a Antonio Negri)
desarrolló un nueva teoría de clase, más bien un insípido
sustituto: la multitud de los individuos que no necesitan vínculos
orgánicos entre ellos o una forma de representación para cambiar el
mundo. Todos estaban de acuerdo en que el sistema político se había
alejado de los ciudadanos. En el Sur, grupos de interés organizados
y élites económicas jugaron un papel primordial en el combate
contra la política.
A principios del siglo XXI los
movimientos buscan la horizontalidad en lugar de la verticalidad, la
espontaneidad autogestionaria en lugar de la jerarquía. La cuestión
de la representación, de la significación y de la mediación
tecnológica vuelve a plantearse. Algunos se inscriben en la
continuidad de los movimientos anteriores no logrados. Todas estas
protestas no consiguieron cambiar las estructuras políticas de fondo
o provocar una ruptura institucional. El balance de Bevins es que la
situación de la mayoría de los países que hicieron esa experiencia
fue peor que una derrota, pues las circunstancias empeoraron en
relación al estado precedente.
¡Llenar el vacío político!
Bevins constata que no existe el
vacío político. Si haces un agujero en el sistema político
cualquier otro rellena ese vacío tomando el poder. Las protestas de
masas lograron crear agujeros en las estructuras sociales y crearon
un vacío político. En Egipto, fueron los militares los que lo
llenaron, en Baréin, en Arabia Saudí, en Kiev antiguos oligarcas y
nacionalistas. En Turquía, Erdogán se afianzó en el poder, en Hong
Kong, el partido comunista chino. El poder no cayó en las manos de
la izquierda, de la izquierda radical antiautoritaria, como el
movimiento Movimente Passe Livre, que inició la protesta contra el
aumento de los precios del transporte público. La derecha centrista
de Brasil perforó un agujero suplementario y al iniciar la
destitución de Roussef la extrema derecha logró llenarlo.
Durante este periodo, las
explosiones en la calle crearon situaciones revolucionarias, a veces
no intencionadas. Bevins considera que las protestas no reunían las
suficientes herramientas para encarar una situación revolucionaria.
Si queremos crear una sociedad mejor, debemos intentar llenar el
vacío nosotros mismos. Según el autor, un grupo de individuos en la
calle movidos por diferentes motivos, no está en condiciones de
llenar el vacío. Cita a un militante egipcio: "¡Organizaos!
Cread un movimiento organizado. No tengáis miedo a la
representación. (…) Hemos creído que la representación
significaba elitismo, pero no, es la esencia misma de la democracia".
Antes, la izquierda tradicional
podía explicar sus objetivos, pues sus grupos representaban una
acción colectiva que permitía una representación. Las protestas
son acontecimientos comunicativos, dirigidos hacia las élites. Las
protestas de masas, basadas exclusivamente en el número son, según
Bevins, incomprensibles.
La intención del libro es la de
reforzar a la izquierda, a fin de que gane la próxima vez. Durante
el periodo 2010-2020 hemos aprendido que el fracaso es una
posibilidad. Pero más que nunca existe el deseo de cambiar las
estructuras capitalistas a nivel mundial. Para Bevins el factor
subjetivo es crucial. Por esto propugna organizaciones eficaces y
concede importancia a la representación.
El individualismo refuerza las
estructuras del poder y ha hecho grandes avances después de 40 años
de liberalismo como modelo dominante. Necesitamos organizaciones
diversas que interactúen entre ellas. Hay que crear estas
organizaciones antes de las explosiones en las calles para estar
preparados, pues el adversario siempre lo está. O como lo formula
Daniel Bensaïd: "Aunque nosotros ignoremos al poder, él no nos
olvida nunca". La experiencia del siglo XX nos enseña que la
preparación de las rebeliones puede llevarnos a realidades terribles
después de la victoria, pero no debe impedirnos volver a comenzar y
esta vez sí, ganar. Las organizaciones pueden utilizarse tanto para
bien como para mal. Si rechazamos las herramientas nada podrá nacer,
tomar responsabilidades y compartirlas. También hay que pensar en la
retirada. Ganar todo de una vez no pasa más que en las películas.
Existe un gran camino para perderse, un gran camino para esperar y un
camino efectivo para organizarse. Tener un objetivo es tan
importante como construir un movimiento que resista al tiempo y se
mantenga democrático y responsable.
Bevins analiza con ejemplos
concretos porqué las protestas globales no cuestionaron al
capitalismo y cómo surgieron regímenes más reaccionarios que los
anteriores, que supusieron una marcha atrás hacia el antiguo poder.
El autor quiere creer que quizás se trata únicamente de una última
reactivación del viejo poder y no de una derrota a largo plazo de la
izquierda y de las luchas por la emancipación. Sus lecciones de
luchas pasadas son: organizarse, asumir el fracaso y hacerlo mejor la
próxima vez. Se trata de un libro contra la melancolía de
izquierdas, que junto al placer de su lectura presenta un manual para
las revoluciones futuras, sin garantías de éxito.