Trasversales
Lois Valsa

Primavera cultural madrileña 2024

Revista Trasversales número 66, julio 2024 web

Otros textos del autor en Trasversales




En relación a las Elecciones Europeas 2024

El centro no resiste (…) Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad

(William Butler Yeats, poeta irlandés)

Seguramente, no deberíamos pensar tanto en quién se ha vuelto fascista, sino en quién ha perdido la fe en el gobierno parlamentario, su sistema de mecanismos de control y equilibrio y sus libertades básicas

(Mark Mazower, reconocido historiador)



Sigue la matanza en Palestina

Gaza es un cambio de paradigma por el alto nivel de destrucción

(Marjana Spoljari, Presidenta del Comité de la Cruz Roja)

Nos encontramos en una situación sin precedentes. Nunca antes tantos habían sido testigos en tiempo real de un exterminio en masa. Sin embargo, la insensibilidad, la cautela y la censura dominantes invalidan y se burlan de nuestra consternación y dolor

(Pankaj Mishra, ensayista)

Hay muchos pueblos árabes que fueron destruidos en 1948 y no figuran en los mapas, pero siguen existiendo en la lengua de mis padres, los sentimos como un miembro fantasma. Nos obligan a vivir en el territorio de lo no escrito

(Adania Shibli, escritora palestina cancelada en la Feria del Libro de Frankfurt)

Por todo ello, nos quedan todavía muchos años de confusión y miseria en una zona del mundo en la que uno de los principales problemas es, sencillamente, el poder de Estados Unidos. Pero, ¿a qué precio, y con qué fin?

(Edward W. Said, Perspectivas imperiales, EL PAÍS, 27/07/2003)

Algunas justas precisiones sobre Palestina del escritor José María Ridao mientras se sigue juzgando (¿Serán galgos o podencos?) si es un GENOCIDIO o no (José María Ridao, Palestina: reconocimiento efectivo o simbólico, EL PAÍS, 7/6/2024)

Sobre el “trágico accidente” que Netenyahu considera que son la muerte de decenas de miles de civiles palestinos, una consecuencia “irrelevante” de las acciones de su ejército, con sus ataques deliberados contra hospitales, escuelas, viviendas, campos de refugiados, depósitos de alimentos, agua y combustible.

Según José María Ridao, esta destrucción no tiene parangón desde la destrucción de Grozni, Coventry o Gernika (¡Lo más curioso y terrible del caso, digo yo también, es que se acusa de antisemitismo a quienes critican esta destrucción!). Entonces Ridao se pregunta: ¿Hasta cuándo va a seguir Israel acusando de antisemitismo al mundo entero? ¿Hasta que el mundo se resigne a guardar silencio ante la guerra total que se libra en Gaza? Precisa también Ridao: El bombardeo de Dresde sigue perturbando la conciencia de los historiadores porque un 20% de la ciudad fue destruida por los aliados aunque no constituía un objetivo militar; en Gaza, por comparación, la destrucción alcanza el 80% de sus infraestructuras civiles y viviendas, de las que no ha quedado piedra sobre piedra. Sigue precisando: Y al igual que Dresde, Hiroshima sigue siendo para los historiadores un dilema ético, un episodio de guerra total semejante al que está librando Israel contra un exiguo territorio con más de un millón de refugiados y otro de habitantes. La potencia destructiva de los misiles arrojados sobre Gaza equivale a la de dos bombas nucleares. Sigue: Con el agravante de que los dos millones de seres humanos atrapados en Gaza lo son a consecuencia de la partición del Mandato Británico sobre Palestina en 1948, en la que el 7% de la población, la mayoría pioneros llegados a palestina para realizar la utopía sionista, recibieron más de la mitad del territorio, mientras que la población nativa debió conformarse con la otra mitad.

Esto explicaría, según el autor, que el reconocimiento del Estado Palestino, superando su carácter supuestamente simbólico, por parte de España, Irlanda y Noruega, y posiblemente también Eslovenia, haya provocado tanta irritación en el Gobierno de Israel. Sería un desmentido, siempre según Ridao, en su, a mi manera de ver, brillante artículo, al vaticinio de Ben Gurion tras la destrucción planificada de las aldeas palestinas en 1948. Así Israel acabaría por consolidar la adquisición de territorios por la fuerza porque, decía Gurion, los viejos expulsados de sus aldeas morirían y los jóvenes acabarían por olvidar. Concluye Ridao: Los viejos han muerto y muchos de los jóvenes también, pero el reconocimiento del Estado palestino por parte de una mayoría de Naciones Unidas, alas que se han sumado España, Irlanda y Noruega, demuestra que las responsabilidades por los excesos presuntamente criminales de Israel contra civiles amparados por las leyes humanitarias y de la guerra no se solventan en términos de olvido o memoria individual, sino de legalidad internacional, que también ampara a los civiles israelíes víctimas de Hamás y que tendrá que determinar si en Gaza se está perpetrando un genocidio. España es uno de los países que ha reclamado un pronunciamiento de la justicia internacional a estos efectos. Al final de su texto, Ridao señala también que el reconocimiento del Estado palestino adquiere una segunda dimensión que vuelve a desbordar la estrictamente simbólica. Por los problemas que suscitó en su día la Resolución 242 aprobada por el Consejo de Seguridad tras la Guerra de los Seis Días que establecía el principio de paz por territorios, en el que se han inspirado las iniciativas de paz desde hace medio siglo, siempre fracasadas. Pese a esos fracasos, algunos gobiernos siguen apelando de nuevo a esa Resolución 242 para sostener que, aunque respaldan la solución de los dos Estados, el palestino debe ser resultado de la negociación con Israel.

Sin embargo, para Ridao, la Resolución 242 presenta al menos tres lagunas esenciales de las que Israel ha extraído desde 1967 cuantas ventajas legítimas e ilegítimas ha sido capaz.

La primera laguna estaba relacionada con las diferencias entre las versiones inglesa y francesa de la Resolución. Para la versión francesa, los territorios que Israel debía devolver a cambio de paz eran todos los ocupados en 1967, mientras que para la otra versión, podían ser solo algunos territorios. Esta es la interpretación que hoy prevalece, violentando el derecho de los palestinos. Yo establecería comparaciones con lo que sucede en Ucrania si se dan negociaciones de paz.

La segunda laguna se refería a los sujetos del intercambio: puesto que Jordania había ocupado Cisjordania y Jerusalén Este desde 1949 a 1967, Israel pretendía entenderse con Jordania, obviando a los palestinos, y lo mismo con Egipto respecto a Gaza.. Se solventó en la Conferencia de Madrid, a partir de una propuesta española poco estudiada, con elecciones en los territorios ocupados para elegir, no un gobierno provisional palestino, sino una delegación palestina democráticamente elegida para abordar la negociación del estatus final de los territorios ocupados. En aquella ocasión, por lo visto fue Yasir Arafat, quién temeroso de perder el liderazgo, cayó en la trampa de aceptar la propuesta envenenada israelí: Israel reconocería a la OLP, no a Palestina, a cambio de que la OLP de Arafat reconociera a Israel. La delegación elegida para negociar el status final de los territorios se vio marginada así, por personalismo y torpeza de Arafat, por una improvisada Autoridad Palestina, un Gobierno sin Estado ni territorio, e instalado en mitad de un laberinto de zonas controladas por el ejército israelí que, además de convertir en un infierno de checkpoints y patrullas militares la vida de los palestinos, descompuso la negociación del estatus final en un inventario infinito de irresolubles detalles de hecho que impidiese alcanzar nunca el núcleo político.

La tercera y última laguna de la Resolución 242, siempre según Ridao, era la más grave, puesto que ha sido sistemáticamente obviada. Al establecer el principio de paz por territorios, la Resolución derogaba uno de los fundamentos esenciales del orden jurídico desde 1945 -la prohibición de adquirir territorios por la fuerza-, estableciendo una excepción implícita para Israel. Pensemos otra vez, digo yo, en la invasión rusa de Ucrania y la ocupación de sus territorios para cuando haya negociaciones de paz. Con la Resolución en la mano, Israel podía adquirir por la fuerza si servían de moneda de cambio en unas eventuales negociaciones de paz. Por esa razón Israel insiste en que los palestinos no quieren negociar, porque de esta manera y a través de la constante colonización de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, sus líderes pueden seguir confiando en que alguna vez se cumpla del vaticinio de Ben Gurion, responsabilizando además a la otra parte. Frente a esta estrategia, mantenida desde 1967 por todos los gobiernos de Israel, sin importar el color, el reconocimiento del Estado palestino es más que un símbolo: es un recordatorio de que ni siquiera la destrucción de Gaza impedirá que Israel se tenga que enfrentar a la pregunta de qué quiere hacer con la población cuyo territorio ocupa ilegalmente, y que sus colonias van anexionando poco a poco.

Libros

- Ana Rodríguez Fisher, Antes De que llegue el olvido, Siruela, Madrid, 2024.

Ana Rodríguez Fisher (Vegadeo, Asturias, 1957) es catedrática de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, donde se doctoró con la tesis “La obra narrativa de Rosa Chacel”. De su atención a la novela española contemporánea nace el ensayo Por qué leemos novelas, y ediciones críticas de obras de José María Guelbenzu, Juan Marsé o Eduardo Mendoza. Ha ejercido la crítica literaria durante décadas en ABC Cultural, Letras Libres o Revista de Libros, y actualmente en el suplemento cultural Babelia de El País. Otra de sus líneas de investigación es la literatura de viajes, con los ensayos Paseantes y curiosos (2010) y Trajinantes de caminos (2018). Como escritora, en 1995 obtuvo el Premio Femenino Lumen por su primera novela, Objetos extraviados, a la que siguieron Batir de alas (1998), Ciudadanos (1998), Pasiones tatuadas (2002), El pulso del azar (2012) y El poeta y el pintor (2014). Su última novela, que ya está, en abril 2024, en su segunda edición, habiendo sido la primera en enero, recibió, por mayoría, el Premio Café Gijón 2023. Lleva en su cubierta una pintura, Invierno (1908), muy a juego con el tema de la obra, de Natalia Goncharova. Ha sido alabada por la crítica: “La radiante eficacia narrativa de Ana Rodríguez Fisher permite conocer las trayectorias de Anna Ajmátova y Marina Tsvietáieva” (J. Ernesto Ayala-Dip, Babelia, El País). Esta novela, su primer trabajo de ficción, es una extensa carta elegíaca que Anna Ajmátova, en sus últimos años de vida, escribe a Marina Tsvietáieva, tras conocer el suicidio de esta. Nos sitúa en una etapa crucial de la historia de Rusia y de Europa, cuando la despiadada represión estalinista trucó los destinos de ambas escritoras y de otros muchos personajes relevantes de la cultura rusa de aquella época.

Con esta carta de Ajmátova a Tsvietáieva, una carta que nunca existió, la autora recrea el ambiente de las vanguardias europeas, la francesa y, sobre todo, la rusa, con una gran verosimilitud, tras enterarse de la muerte, por suicidio, de la segunda en 1941, en Moscú. Quién le comunica la noticia (“Marina Tsvietáieva se ahorcó el pasado 31 de agosto”) a Ajmátova, Lidia Chukóvskaia, tiene también una dura historia y sus libros fueron borrados de todas las bibliotecas de la URSS. Fisher describe el instante que registró en su diario personal la misma Chukóvskaia, fiel testigo de la admiración que unió a las dos poetisas, que, en realidad, solo se vieron en una ocasión. Lo hace a través de referencias a otros textos de otros poetas que se mezclan una y otra vez con los de Ajmátova, pasando continuamente de lo íntimo a lo coral. Pasando de lo privado, de los momentos desdichados o gozosos de Ajmátova en los distintos momentos de su vida, a lo público de la generación de escritores destrozados por la segunda Revolución rusa. Estamos, pues, ante una magnífica recreación de esa época que se hace a través de los años de infancia, de los amigos compartidos, de la pasión ciega por la poesía que ambas sentían y que las unía. Ajmátova, al tiempo, la pone al tanto de la gran cantidad de poetas de la nueva generación que idolatran su obra, y también de la generación de escritores rusos convertidos ya en leyenda. A través de Réquiem, largo poema elegíaco, un auténtico epitafio colectivo, que prefirió no mostrarle a Marina, da testimonio de esos años, en los que muchas madres perdieron a sus hijos, de miseria, terror y muerte. “¿Y usted puede dar cuenta de esto? Yo le dije: Puedo” (página 200).

- Irene Solá, Te di mis ojos y miraste las tinieblas, Anagrama, Barcelona, 2023 (traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera)

Irene Solá Malla, Barcelona, 1980) es la autora de Canto jo i la muntanya balla (Canto yo y la montaña baila (2019) Premio Llibres Anagrama de novela), publicada por Anagrama en catalán y en castellano y traducida al inglés, el francés, el alemán y el italiano, entre más de una treintena de lenguas, y galardonada con el European Union Prize for Literatura, el Nota Bene prize, el Premio Cálamo Otra Mirada, el premio María Ángels Anglada de narrativa y el Punt de Llibre de Núvol. También fue muy alabada por la crítica: “Hay tanta belleza en esta maravillosa novela polifónica que cada página hace que te vuelvas a enamorar de la naturaleza, de la imaginación, de las palabras, de la vida. Atemporal y única”, destacaba Mariana Enríquez. Pero ya su primera novela, Els Dics (Los Diques, 2018) había ganado el Premio Documenta 2017, y también había sido publicada por Anagrama en castellano. Y había sido también muy bien recibida por la crítica: “Hay un montón de buenas razones para disfrutar con estas páginas en parte desbordadas y en parte serenas, dispersas a conciencia, luminosas, maduras”, resaltaba Nadal Suau en El Cultural. También ha escrito poesía y su poemario Bèstia (2012) fue premio de poesía Amadeu Oller. Su editorial, en este caso, fue La Bella Varsovia y lo publicó en edición bilingüe castellano-catalán, siendo traducida al inglés y al italiano. Estamos, pues, como señalaba el crítico José M. Pozuelo Yvancos, en su reseña del ABC Cultural, ante una escritora “potente, original y sobre todo cuidadosa con la función que el lenguaje tiene que cumplir en la creación literaria”. En cuya escritura la memoria y su construcción ha sido siempre un pilar fundamental.

La novela que estoy reseñando, por lo que he comentado antes, ya llegó muy bien avalada. Además de la de Pozuelo Yvancos, antes señalada, otras: “Una bellísima, esplendorosa y concluyente novela del y para el siglo XXI” (Juan Marqués, El Mundo). “Una escritora buenísima, dotada de sentido del ritmo, plasticidad y personalidad al escoger temas y enfoque…Solá trabaja con una sólida base teórica, pero depura su presencia en un resultado final vitalista y seductor” (Nadal Suau, El Cultural). “Intensa, barroca, de rincones oscuros, casi como un fol.k horror en el que el terror no es terror sino algo acogedoramente extraño, algo familiar y misterioso” (Laura Fernández, Babelia). Fue publicada en catalán con el título Y vais donar ulls i vas mirar les tenebres en agosto de 2023 y en noviembre, la edición que estoy utilizando, ya iba por la quinta edición. Esto ya nos indica el éxito que ha tenido también a nivel de público lector. En la novela hay que destacar de entrada la bella ilustración de su portada (“Almas del Purgatorio consoladas por una ofrenda”). Y, al final, la Nota de la autora en la que se puede ver la sólida base bibliográfica de la que ha partido referido al folklore de la región montañesa del Montseny catalán, y de sus antiguas historias de transmisión oral. En relación a esto, hace dos años ya señalaba: “Me interesa investigar qué historias han sobrevivido, cómo han pasado de generación en generación ciertas maneras de imaginar el mundo, qué ha sobrevivido de cómo mirábamos la realidad hace tiempo”. Y contestaba: “Y trato de hacerlo desde muchos puntos de vista y con unas perspectiva temporal muy amplia, de muchas, muchas vidas”. Es decir, a través de cuentos y leyendas, de recetarios de cocina y de artículos. De esta forma, lo mismo nos habla del demonio que del bandolero Serrallonga. Una novela, en definitiva, que se sostiene en el lenguaje más que en su trama aunque no deje cabos sueltos. ¡Para leer en catalán!

- II PREMIO LUMEN DE NOVELA 2024: Luciérnaga, Natalia Litvinova.

El 3 de junio de 2024, en Madrid, un jurado compuesto por las escritoras Ángeles González-Sinde, Luna Miguel y Clara Obligado, la directora de la librería Alberti (Madrid), Lola Larumbe, y la directora literaria de Lumen, María Fasce, otorgó el II Premio Lumen de Novela a Luciérnaga, obra de la escritora bielorrusa Natalia Litvinova. Esta novela fue elegida por unanimidad sobre las cuatro seleccionadas entre las quinientas cuarenta y nueve presentadas. Este premio está dotado con 30.000 euros y la publicación en todo el territorio de habla hispana. El Jurado destacó en primera instancia la gran cantidad de manuscritos recibidos y la calidad de las novelas finalistas. “Una voz deslumbrante y conmovedora, con la difícil cualidad de la sencillez. En la tradición de la mejor literatura rusa, pasa del realismo a lo mítico con naturalidad y sabe recurrir al humor y la ironía para narrar una historia que todavía no habíamos leído. La guerra y la emigración, la vida en Bielorrusia (“el país que se rompe”) como telón de fondo sobre el que se narran los recuerdos de una infancia marcada por el desastre de Chernóbil y la resistencia de las mujeres. Una novela luminosa y radioactiva”, destacaba el Jurado del Premio. En esta edición se han recibido 549 manuscritos procedentes de Argentina (117), Colombia (22), Chile (18), España (326), Estados Unidos (17), Perú (2) y Uruguay (5).

Natalia Litvinova (Bielorrusia, 1986), que vive en Buenos Aires donde llegó a los diez años con sus padres, es poeta (imparte talleres de poesía) y editora. Publicó ya varios libros, entre ellos Todo ajeno (2013), Siguiente vitalidad (2016), Cesto de trenzas (2018), La nostalgia es un sello ardiente (2020) y Sonka, manos de oro (2022). Su obra poética, alabada ya por la crítica, ha sido publicada en Alemania, Francia, España, Chile, Brasil, Colombia y Estados Unidos. Esta es, pues, su primera novela que se publicará en septiembre. En esta opera prima, delicada y contundente, de desarraigo y memoria, recupera el relato oral de las mujeres de su familia en un mundo inhóspito en el que la historia parece estar a punto de acabarse, y aborda la identidad, los lazos familiares y la experiencia privada en un memoir lleno de poesía y sinceridad, que es también un ajuste de cuentas con un pasado marcado por la migración y la necesidad de sobrevivir en un mundo en disolución. Se mueve entre dos culturas y dos sociedades. Una novela con dos partes muy definidas (la primera que se refiere a la infancia y la segunda que se refiere a la mujer adulta) separadas por un corte abrupto. Una obra, dicen, desde el Jurado, llena de lirismo y en un lenguaje sensible no solemne. Según la autora, por videoconferencia, llevaba diez años rondando en su cabeza y, al final, encontró la voz de la narradora en A Coruña, mirando al mar.



Exposiciones

En esta primavera cultural hemos podido ver en Madrid, en la REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO, desde el 22 de marzo al 23 de junio, una importantísima exposición, Goya, el despertar de la conciencia, que nos muestra a “Goya precursor de la modernidad” a través de su evolución artística y personal. Por primera vez en la historia, todo un acontecimiento, se exponen las “series completas” de las “planchas calcográficas de cobre de Goya” recién restauradas. Espero que, también, gracias a esta magna exposición, se haga más visible uno de los espacios más emblemáticos de Madrid. Sobre todo en lo que se refiere a sus salas de la Calcografía Nacional que, por desgracia, suelen pasar muy desapercibidas, a pesar de la grandeza que se encierra en ellas. Esta exposición que nadie debe perderse está dividida en cuatro ejes temáticos que nos muestran un viaje de la mano del pintor, en un periodo histórico saturado de cambios y transformaciones políticas, sociales e ideológicas, germen de una nueva edad en la Historia. En su larga trayectoria artística, “Goya es testigo y protagonista”, experimentando en su propia obra una revolución de la pintura: transforma el lenguaje pictórico, la representación e interpretación, liberándose de modelos y rompiendo con la tradición, dando paso al auge de la “expresión” y la “modernidad”. La muestra está compuesta por veintiocho pinturas, seis dibujos, ciento ochenta láminas de cobre grabadas por Goya y sus correspondientes estampas, que muestran la evolución artística del pintor, sus etapas y los temas que trató, sirviendo de medio para entender a Goya en su tiempo, el continuo intercambio entre el mundo que le rodea y su quehacer artístico.

Aquí podemos ver desde los encargos y ejecuciones más convencionales, pasando por la transformación ideológica propiciado por el trato con intelectuales ilustrados, hasta el Goya más maduro y libre. En su obra se aprecia el “racionalismo crítico” del artista ante la sociedad, la guerra, las normas sociales y artísticas establecidas. Su pintura ya no es clasicista, es decir que se basa en el dibujo sino que expresa. Precisamente, la práctica del grabado es el medio propicio en el que Goya se libera del encorsetamiento de los encargos, pudiendo dar paso al imperio de la expresión. Goya, gracias al grabado, puede salirse del encargo (¡Estoy harto!, exclamaba con frecuencia) y hacer cosas por su cuenta. Así logra convertir el grabado en algo expresivo más allá del dibujo. Logra expresar el sentimiento. Con su sentido crítico proyecta lo que ve alrededor. Con una expresión muy racionalista ya que le preocupa ese mundo irracional que le rodea (mundo de los locos) de la cual va a surgir la pintura contemporánea: Goya es nuestro contemporáneo. Estamos, pues, ante una exposición distinta de Goya tanto por lo que expone como por lo que significa. Una exposición que va a ser complementada con una amplia programación de actividades vinculadas a la muestra que pueden verse en un programa anexo, desde el 4 de abril con un espectáculo de música y danza hasta el 20 de junio con una conferencia, pasando por múltiples actividades. Esta magnífica exposición está comisariada por Victor Nieto Alcaide, académico delegado del museo, calcografía y exposiciones temporales, quién ha realizado una cuidosa selección de obras donde prevalece la voluntad de mostrar el contexto histórico y artístico de Goya, su experiencia, actitud como artista y pensamiento. La Academia, acorde con tan gran acontecimiento, ha editado un precioso catálogo con muy buenos textos.

En CaixaForum Madrid pudo verse hasta el 9 de junio una interesante exposición, Arte y naturaleza. Un siglo de biomorfismo, que propone un recorrido por el arte del siglo XX e inicios del XXI a través de un fructífero diálogo entre distintos lenguajes creativos en torno al arte y la naturaleza. Acoge, pues, un siglo de arte que va del paraíso a la preocupación. Esta exposición, que está concebida de nuevo en alianza con el Centre Pompidou (y la Fundación “la Caixa”), nos permite una nueva aproximación a grandes artistas de la modernidad, como Picasso, Kandinsky, Le Corbusier, Raoul Asuman, Jean Arp, Paul klee, Georgia O'Keeffe o Alvar Aalto, en diálogo con artistas de las últimas décadas que han aportado nuevos puntos de vista comprometidos, como Pamela Rosenkranz, Jeremy Déller o Neri Oxman. Está comisariada por Angela Lampe, conservadora del Centro Pompidou. En la muestra se combina pintura, escultura, fotografía, cine, diseño y arquitectura en una gran celebración de las relaciones de la creación contemporánea con la naturaleza: desde el surrealismo al land art, al arte povera y al arte conceptual, que abren perspectivas críticas a nuestra relación con el entorno. La exposición incluye así más de ochenta piezas distribuidas en cuatro ámbitos: “Metamorfosis”, “Mimetismo”, “Creación” y “Amenaza”. En conjunto hablan de la atracción por las formas orgánicas, el descubrimiento de nuevas formas microscópicas, la creación de elementos naturales y el peligro de un cambio irreversible que termine con la diversidad y la belleza.

La muestra, que ya se estrenó internacionalmente en el CaixaForum Barcelona, pone de manifiesto, como he señalado antes, el diálogo entre el arte y la naturaleza en la creación artística de los siglos XX y XXI como punto de partida para repensar nuestros vínculos actuales con el mundo de los seres vivos, ahora que nuestro mundo se estremece bajo múltiples crisis. Las formas de la naturaleza han fascinado a artistas de todas las épocas, que han reconocido en animales y plantas la belleza y el misterio, la fuerza y armonía de la vida. Durante el primer tercio del siglo XX, esa fascinación adquirió un nuevo sentido gracias al desarrollo de las técnicas de fotografía microscópica, que desvelaron una dimensión de la vida hasta entonces invisible. Así surgió una estética fascinante basada en la biología de los microorganismos. Fotógrafos, artistas, arquitectos y diseñadores elaboraron nuevos modos de observar y mostrar la naturaleza. Una simple hoja de helecho, un salto de agua, un fondo marino..se presentaban en composiciones casi abstractas como formas puras, más próximas a la idea que a la materia. En su trabajo, los artistas toman partido, se comprometen y nos hacen tomar conciencia. En la segunda mitad del siglo XX, plantas, bosques y paisajes empiezan a formar parte de su obra, surgiendo movimientos como el land art estadounidense o el arte povera italiano, que juegan con los elementos naturales. Esta exposición intenta recoger ampliamente ese espectáculo inagotable de la naturaleza expresado por los artistas. La exposición va a estar complementada por un ciclo de actividades (“Artes para vivir en un planeta herido”).

En la Sala Picasso del CÍRCULO DE BELLAS ARTES se puede visitar hasta el 18 de agosto la importantísima exposición, Cristina García Rodero. España oculta (1989), de la ya conocida y reconocida fotógrafa de Magnum. La muestra recoge la serie completa de 152 fotografías que conforman el volumen del mismo nombre que este año vuelve a publicarse y que constituye uno de los libros más importantes en la fotografía española. En paralelo a la exposición, el viernes 17 de mayo se proyectó en el Cine Estudio del Círculo el documental Cristina garcía Rodero. La mirada oculta (Wanda Films), estrenado en 2023, y dirigido por Carlota Nelson, quien acompaña a la fotógrafa a uno de esos destinos preferidos de Rodero: la India. Ese viaje compartido sirve para plasmar su particular forma de trabajar, huyendo del tópico y de lo exótico para buscar detrás de lo evidente. Cristina García Rodero (Puertollano, Ciudad Real, 1949), Premio Nacional de Fotografía en 1996, Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes en 2005, Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo en 2014 y doctora honoris causa por la Universidad de Castilla-La Mancha en 2018, entre otras muchas distinciones, es un referente indiscutible en la fotografía contemporánea. Desde sus inicios ha recorrido miles de kilómetros en una búsqueda apasionada de imágenes que registran de un modo inconfundible la vida, el vínculo que los seres humanos mantienen en la frontera entre lo espiritual y lo terrenal, junto con los ritos y tradiciones que nos han acompañado durante siglos. Un camino que comenzó en 1973, cuando la Fundación Juan March le concedió una beca de creación artística con la que pudo adquirir su primera cámara, una Asahi Pentax, y recorrer los pueblos de España.

Así surgió el proyecto más importante de su vida que se nos muestra en esta exposición del Círculo que recoge la serie de fotografías del libro del mismo título que se publicó en 1989 como catálogo de la exposición celebrada en el antiguo Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. El libro, que obtuvo en el momento de su publicación el Premio al Mejor Libro del Año en el Festival de Fotografía de Arles, se convirtió en una fuente de inspiración para fotógrafos, artistas y amantes de la fotografía, fijó el aspecto y el espíritu de un momento especial de nuestro país y se constituyó en un hito fundamental de la fotografía en España. Aquel libro fue el resultado de su enorme trabajo fotográfico por los pueblos de España durante quince años (1974-1989). Ahora, en relación con la exposición, se reeditará ampliado (unas veinte fotos más) y con nuevo diseño aquel libro de culto, inspirador para generaciones de fotógrafos, publicado hace 35 años por Lunwerg y del que se hicieron trece ediciones. El valor documental y etnológico de su obra es, pues, sobresaliente, pero la calidad estética de su fotografía le convierte en algo más que un simple registro visual. “He intentado fotografiar el alma misteriosa, verdadera y mágica de la España popular en toda su pasión, amor, humor, ternura, rabia, dolor, en toda su verdad; y los momentos más plenos e intensos de la vida de estos personajes, tan sencillos como irresistibles, con toda su fuerza interior, en un desafío personal que me dio fuerza y comprensión y en el que puse todo mi corazón”, ha aclarado García Rodero. Incluso, recientemente, se ha publicado un libro, Ser fotógrafa, un regalo de la vida (JdeJ Editores), en el que cuenta su experiencia en primera persona. Hay que reconocer que el Círculo, transformando incluso sus salas, le ha montado una gran exposición en la primera planta.

Teatro

En el Teatro de la Comedia se ha podido ver hasta el 26 de mayo una comedia mitológica de Calderón de la Barca, El monstruo de los jardines, dirigida por Iñaki Rikarte, e interpretada por la Compañía Nacional de Teatro Clásico y la actual, la 6ª, promoción de su Joven Compañía. Este director ya nos había sorprendido hace poco, en el Teatro María Guerrero, con Forever de la compañía Kulunka. Son dos formas muy diferentes de contar historias: aquella era un teatro de marionetas y ésta que se apoya en la palabra y el verso. También, según confiesa Rikarte, dos procesos diferentes: “Forever fue un trabajo coral desde el inicio y se fue construyendo durante los ensayos; en cambio, en el Monstruo…, ha habido mucho trabajo previo antes de comenzar a ensayar”. Cree que estos dos mundos están “más cerca de lo que pudiera parecer”. Ya había trabajado con la CNTC y su joven compañía en el Desdén con el desdén. Ahora, motivado porque no entendía el final de la obra, estamos ante una nueva mirada sobre esta comedia mitológica, en la que Iñaki Rikarte pretende que descubramos “a un Calderón distinto: tierno, divertido, arriesgado y profundo”. No hay que olvidar que las comedias mitológicas de Calderón representan el culmen del teatro barroco como fusión de las artes, y la maravilla de los versos que encierra este Monstruo de los jardines reclaman que lo situemos entre las obras cumbres de Don Pedro. Concretamente, en esta obra, según el director puro juego, “conviven, en insólita armonía, todos los géneros dramáticos”. Se ha dejado llevar por el “asombro” calderoniano de un ser humano pasmado, un ser humano desnudo, vulnerable, que nos inspira una ternura conmovedora típica del teatro del autor.

Antes de nada, tengo que decir que este Calderón prebélico y cómico, sin dejar de ser trágico, es uno de los acontecimientos de la temporada teatral madrileña. De entrada, Calderón pone el mito al servicio de sus inquietudes filosóficas y convierte a Aquiles en Segismundo. La suerte de ambos está marcada por el miedo de sus progenitores a que se cumplan los malos augurios bajo los que nacieron. En este caso, la obra se inspira en el episodio de Aquiles en Sciros, cuando es escondido por su madre, la Ninfa Tetis, en la corte del rey Nicomedes, disfrazado de mujer para que no se cumpla la profecía de su muerte en Troya. Vemos, así, al héroe en ciernes saliendo de la cueva en la que su madre lo ha tenido encerrado quince años, y lo seguimos en un viaje iniciático, a través de las mieles y las hieles del amor, hasta atisbar el héroe que será en Troya. Calderón retrata a Aquiles como un héroe meláncolico y falto de ánimo (la palabra griega Menis con la que Homero abre la Ilíada, obra fundacional de la literatura europea, significa eso más que cólera que es como normalmente se ha traducido). Aquiles está muy bien interpretado por Pascual Laborda, quién con Ania Hernández, que hace de Deidamia, hija del rey de Sciros, bordan sus personajes. Hay que destacar su primer encuentro y su diálogo que son una maravilla. Sin olvidar el resto del elenco que dicen muy bien el verso bajo la asesoría de Vicente Fuentes. A todo ello, contribuye, además, la magnífica escenografía de Mónica Boromello, la buena iluminación de Felipe Ramos, el diseño de vestuario de Ikerne Jiménez (inspirado en los años 50/60 de siglo pasado y en el universo militar), y la música barroca, que en las comedias mitológicas tiene una importancia capital, de Luis Miguel Cobo. ¡Todo un disfrute con ecos del Tejerazo!



En el Teatro Fernán Gómez hemos podido ver, desde el 9 de mayo hasta el 2 de junio, una nueva versión de la obra de Darío Fo, Clacxon Trombette e pernacci, dirigida de nuevo por Santiago Sánchez, con el título de Descarados. En 1978 se había producido el asesinato de Aldo Moro que había echado a perder enitalia un acuerdo histórico de gobernabilidad entre la democracia cristiana y el partido comunista. El autor italiano había apoyado un acuerdo que el Gobierno italiano negociara la liberación de su expresidente con las Brigadas Rojas, que le tuvieron 55 días secuestrado. Su objetivo era intercambiarlo por presos pero la Democracia Cristiana se había negado. En diversos medios se habló de la presión que había ejercido Estados Unidos para evitar aquel pacto inédito. Entonces Dario Fo escribió la obra citada antes como respuesta a aquella situación: la tesis de Fo, en su farsa, era que si en lugar de un político el secuestrado hubiera sido un financiero, el Estado, sin duda, habría negociado su liberación. El protagonista de su pieza era Gianni Agnelli, el presidente de Fiat en aquel momento. Santiago Sánchez llevó al teatro aquella obra y es la que ahora nos trae de nuevo con el título de Descarados. Tanto en aquella versión como en la actual, el coche de los secuestradores sufre un accidente en el que el secuestrado queda irreconocible. De ahí que se cree la confusión entre él y Antonio, un trabajador que pasaba por el lugar e intentó apagar las llamas con su chaqueta. Pero, al llegar la policía, se fuga por miedo a ser detenido dejando su cartera en la prenda. Esto hace que la policía confunda a las dos personas: el cirujano que reconstruye la cara del herido lo hace a partir de las fotos de su exesposa.

L´ Om Imprebís, la compañía que dirige Santiago Sánchez, que ya lleva cuarenta años en activo, nos presenta ahora en Madrid esta sátira escrita por Fo y Franca Rame, pero en ella el centro de la trama lo ocupa la figura del rey emérito, Juan Carlos I. En esta comedia se trata de llevar a cabo una crítica, con mucho sentido del humor y mucha carcajada, del poder en la situación política actual. La obra está, pues, puesta al día con todos los últimos datos y detalles. Es como si la compañía volviese a sus orígenes ya que su primer espectáculo fue precisamente Muerte accidental de un anarquista, aunque el director ha sido siempre un ferviente admirador de Fo. Sánchez está ligado también al director italiano, no solo en la improvisación sino también “en la idea de teatro cercano, de teatro directo, de teatro fresco, de teatro teatro”, que llegue al gran público. Sus obras como las del italiano necesitan estar en diálogo vivo con la actualidad para no quedarse en piezas de museo. Para ello recurre, para ejercer su sátira, a una de las altísimas personalidades de España, al Emérito, y a otros “descarados” de todos los ámbitos que dan lugar a situaciones muy cómicas que hacen desternillarse de risa al público olvidándose de la crispación que preside el ambiente. Una diversión a todo trapo desde el comienzo hasta el final. La compañía cuenta con un elenco maravilloso. Juan Gea desempeña muy bien el doble papel cómico de obrero y monarca. Pero el la gran dinamizadora de la función es Lola Moltó que durante todo el tiempo nos agita con su maravillosa interpretación en el personaje protector de la exmujer. El resto de la compañía cumple bien sus papeles.

En el Teatro de LA ABADÍA hemos podido ver de nuevo, desde el 30 de mayo hasta el 7 de julio, El traje, una estupenda obra con texto y dirección de Juan Cavestany, una comedia negra que aún sigue gozando del favor y entusiasmo de un público que ha agotado todas las entradas hasta el final. Un texto que, curiosamente, nos devuelve a la frescura de origen de Animalario. En su producción han participado esta vez Producciones Off/Vania/Carallada. En su magnífico reparto siguen unos maravillosos actores como son Luis Bermejo y Javier Gutiérrez, dos grandes ya de la escena. Cuenta Cavestany en el folleto de sala que “cuando decidimos reponer El traje en 2023, quedaba ya un poco lejos la crisis de 2008 y los casos de corrupción más famosos de la época, que nos motivaban entonces. Pero los personajes de la obra de algún modo seguían vivos, querían volver a ese sótano a negociar su salvación con ellos mismos y sus fantasmas. Javier, Luis y yo nos planteamos que si la obra habría de tener una nueva vida debería ser revitaminada, con otra excusa y más alicientes. Para mí, egoístamente, la excusa es ahora ver a estos dos gigantes de la mentira y la verdad llevándonos al trote en plena forma por el túnel del terror y la risa, dos caras de lo mismo”. Si he reproducido las justas palabras de Cavestany es porque nos sitúan muy bien en un nuevo contexto, no porque la corrupción haya desaparecido sino que sigue campando a sus anchas. No es que haya desaparecido el compromiso en la denuncia de la corrupción sino que el compromiso ahora está en reflejar la nueva situación que vivimos cada día a toda velocidad y con escaso tiempo para pensar.

En esta obra muy buena en sí misma aunque el envoltorio sea un puro disparate, el público se ríe cada día, y nos debemos reír también de nosotros mismos, ante este absurdo mundo en el que cada uno trata de sobrevivir contándose las mentiras que hagan falta. Un mundo individualista y agresivo, un mundo consumista y violento, un mundo absurdo repito en el que casi toda la sociedad, deshumanizada, con maravillosas excepciones claro está, solo trata de divertirse al borde del abismo. El autor lleva la obra a un siniestro sótano, a una gris oficina de los empleados seguridad de unos grandes almacenes con un circuito cerrado de televisión (hay que destacar otra vez, la magnífica escenografía de Mónica Boromello), que trata de ser metáfora de la soledad y del terror, en una palabra de la angustia de nuestro tiempo. De la ansiedad de unos seres perdidos tanto en el nivel emocional de sus sentimientos como en el vital de sobrellevar las incertidumbres del día a día. Estamos ante uno de los mayores duelos interpretativos de esta temporada de dos actores superdotados (Luis Bermejo y Javier Gutiérrez) que se entregan hasta el borde de la extenuación. Estamos ante algunas escenas y situaciones memorables que, en algún momento por la atmósfera asfixiante, pueden recordarnos a obras de Harold Pinter. Pero aquí el humor fluye a toda velocidad (incluso algunas veces estos grandes de la escena española se salen de madre) y restalla como un látigo en la cara de los espectadores que se lo pasan muy bien durante toda la función. Sin embargo, la incertidumbre preside todo el tiempo la función y es el auténtico motor de la obra como corresponde a estos tiempos inseguros e inciertos.



Danza

El ocho de junio tuve la oportunidad de ver de nuevo danzar, en el Centro de Cultura Contemporánea CONDE DUQUE, al gran ISRAEL GALVÁN. Hacía ya tiempo que no lo veía bailar y era importante para mí observar cual era el estado actual de su danza. Este espectáculo suyo de 70 minutos era La consagración de la primavera con dirección artística y coreografía suya. Con la música Le Sacre du Printemps de Igor Stravinsky. Estaba acompañado en su danza con el piano de Daria van den Bercken y Gerard Bouwhuis, en una reducción para piano a cuatro manos (Sonata k87, de Domenico Scarlatti, Winnsboro Cotton Mill Blues, de Frederic Rzewski y Sevillana del siglo XVIII. En los últimos años, Galván ha bailado, además de La consagración de la primavera, El amor brujo, las dos piezas clásicas de la danza occidental, dos piezas señaladas por lo grupal, por la colectividad y, por lo tanto, hay muchas situaciones y mucha gente en escena. Pero, Galván, parte, por el contrario, de la singularidad (¡le gusta llevar siempre la contraria!) en su propuesta de de danza flamenca y global. Por eso, después de tantas versiones como se han hecho en las últimas décadas, esta última reinterpretación de 2024 del sevillano es un auténtico reto, un verdadero desafío a lo tradicional y a las convenciones. Con música original de Stravinsky y coreografía de Nijinsky, esta pieza se estrenó en París el 29 de mayo de 1913 y acabó con el público enfrentado y las sillas por el aire. Parece que los bailarines bailaban con los puños cerrados, lo cual unido al sentido tribal y casi abstracto de la pieza, provocó gran escándalo. Se empezaba a producir un cambio de paradigma sólo treinta y seis años después del estreno de El lago de los cisnes. Por otra parte, la fuerte sexualización de la pieza rebatía el idealismo de la danza clásica.

En la propuesta de Galván nos encontramos con un bailaor solo ante la música, lejos del aparato del ballet y la multiplicación de secuencias de la pieza original. Después de sus muchos espectáculos Galván vuelve a Nijinsky como al principio de su carrera en la que también aparecían otras figuras heterodoxas de la danza y la cultura. En su primer montaje, ¡Mira! Los zapatos rojos (1997), le servía de inspiración el misterioso bailarín Félix el Loco, que legó incluso a colaborar en su famosa farruca con el coreógrafo ruso Massine, o el cuerpo del escarabajo de Gregorio Samsa en Las metamorfosis (1998). Hoy Galván es materia de análisis en un magnífico ensayo de George Didi-Huberman sobre el bailaor que compara a Nijinky con Galván por su contundencia en el acto. Galván sigue resultando un “bicho raro” en el tan esteta mundo del flamenco porque es un bailaor que, lejos de cualquier personalismo, se niega a la sublimidad, que intenta que su danza se pierda en el tiempo y en el espacio eterno. Trata de bailar desde el otro (Mallarmé). Sigue bailando desde la provocación, una provocación nada simple sino más bien plena de recovecos, y, sobre todo, de la experiencia de la danza, la experiencia del arte. Para ello, aquí conversa con los pianistas. ¡Qué maravilloso acompañamiento pianístico para disfrute de los espectadores! ¡Qué maravilla ver cómo el bailaor se quita las pantuflas ante el respetable y nos da una auténtica lección de danza! Sin embargo, a la postre, todo resulta quizá demasiado, a pesar de la entrega visceral del gran bailaor, “intelectual” (y a veces repetitivo y cansino), y solo alcanzar una verdadera emoción en alguna escena mágica. Pero Galván es Galván: una excepción y todo un lujo.



Cine

En la cartelera primaveral madrileña hemos podido ver películas interesantes o, incluso, muy interesantes. Una película muy valorada sobre todo por la crítica más exigente ha sido la de Lisandro Otero, Eureka (2023), casi diez años después de Jauja (2014), una “destilación de un wéstern más grande que la vida”. En ella, Viggo Mortensen vuelve a ponerse a su servicio para protagonizar una poética narración que enfrenta las terribles condiciones de los pueblos indígenas y los indígenas americanos de las reservas. En este caso, acompañado por Chiara Mastroianni. Se puede dividir la película, un viaje sensorial a través del tiempo, con diferencias cromáticas según las épocas, en tres episodios: wéstern, thriller y aventura selvática. El final llega a alargarse demasiado, y, a pesar de su belleza, resulta, a mi manera de ver, fallido. En este tríptico, el director trata de abrir tantas ventanas que no puede cerrarlas todas. A pesar de su poder simbólico representado en un ave que sobrevuela todos los espacios y los géneros. El guión del director crea más interrogantes que llega a resolver, e incluso a mí, al tiempo que me seduce, me resulta muy larga y me llega a incomodar. Estamos ante una explícita denuncia de la violencia colonial y las distintas formas de resistencia de las comunidades indígenas de los indios de Latinoamérica y de los nativos norteamericanos que viven en una reserva de Pine Ridge, ubicada en Dakota del Sur. Plantea, pues, las diferencias o contrastes entre ser indio en Norteamérica y serlo en Latinoamérica. Y lo que trata de poner en evidencia es que es mejor estar cerca de la naturaleza y de los sueños con muchos menos supuestos privilegios que en medio de una reserva que ni siquiera brinda protección

Hay que tener en cuenta la frase que el abuelo le dice a su nieta antes de iniciarla en un ritual (“El tiempo es una ficción, inventada por el hombre”) para lograr entender la fe que mueve al director de esta muy bella película. Ese ritual mágico la convertirá en un pájaro, concretamente una cigüeña, que le permite sobrevolar los espacios saltando los tiempos. En su anterior película una adolescente ya se perdía en Patagonia y aparecía en Dinamarca. Incluso se puede ligar, en otro ritual mágico, el soldado de plomo que la niña encuentra y tira a un estanque con el cowboy que interpreta Viggo Mortensen en el primer episodio (una película de televisión) de Eureka en el que busca a una hija en un paisaje del oeste muy desértico. Salto en el tiempo porque esa película antigua la está viendo una policía india en una reserva de Dakota del Norte en la actualidad. Así Lisandro otero salta con facilidad extrema en un viaje de ida y vuelta del tiempo mítico al tiempo humanamente real. Así, como el tiempo es una ficción según el chamán indio, establece una continuidad serial entre distintos momentos temporales y se los salta. Los personajes de la película, como Chiara Mastroinni, incluso cambian sus papeles y pasa de ser la cacique del pueblo en la película de televisión a ser una actriz que investiga sobre la comunidad india. Para ver todo este viaje en el tiempo hace falta ir muy descansado y con mucha paciencia, la que tiene el director, y dejarse seducir a lo largo de una película demasiado larga, en la que el tercer episodio, el peor rematado, se hace repetitivo e interminable. Lisandro Otero ha apostado muy fuerte con esta ambiciosa película rodada en tres continentes, con dos directores de fotografía y en varios idiomas.

Otra interesante película de esta temporada primaveral ha sido la última del director Michel Franco (Ciudad de México, 1979), Memory (2023), una película estrenada en el último Festival de Venecia donde ganó la Copa Volpi. Sigue a sus películas Después de Lucía (2012), Chronic (2015), Nuevo Orden (2020) y la excelente Sundown (2021). Este es su segundo trabajo en inglés tras Chronic. Estamos ante uno de los “enfants terribles” del cine mundial que ha llegado a trabajar con Tim Roth y con Charlotte Gainsborough. Su postulado de “menos es más” lo liga con Antonioni, Bresson o el mismo Dreyer. En general, todas sus películas parten del mismo dolor pero buscando asideros de supervivencia y apego. Construyendo siempre sus guiones a partir de imágenes y no tanto de las palabras ocupadas por silencios. De nuevo todo lo que sucede a la vista del espectador son apenas señales para descifrar un enigma que determina toda esa realidad que nos va presentando. Parece que una fuerza fatal arrastra a sus personajes y, claro está, también nos arrastra a los espectadores con un poder seductor y magnético pero cayendo, a veces, en un tremendismo que lastra sus películas y empaña sus resultados finales. Por eso, la crítica no llega casi nunca, aún reconociendo su oficio, a darle sus parabienes totales mostrando siempre pegas y limitaciones.

En esta película estamos ante dos seres desmemoriados por diferentes motivos muy bien interpretados por Jessica Chastain y por Peter Sarsgaard que consiguen unos momentos íntimos de gran ternura. Indudablemente son los actores adecuados para llevar a cabo esta película. El director hace girar toda la magnética narrativa de la película, que parte de un trauma, alrededor de los recuerdos que hieren y de los recuerdos pueden llegar a curar. Aquí nos presenta una pareja golpeada por los traumas y la enfermedad en la que se abren las heridas del pasado. La trama se nos va revelando conforme avanza una acción sosegada pero hechizante. A base de ocho largos planos fijos y sostenidos con una gran tensión interna que logran acentuar el desamparo de sus protagonistas mediante una tensión dramática que explosiona en el medio familiar cuando sale a la luz lo escondido. Hay una escena de sexo en un único plano que es un trabajo muy duro para los actores. Lo que no vemos tiene más peso que lo mostrado y el cruel pasado dificulta que aflore el presente. Desde que una mujer y un hombre se encuentran en una reunión de antiguos alumnos la memoria y la falta de memoria van reconstruyendo el pasado. Saul, el protagonista, es un personaje lleno de misterio y ambigüedad. El director no sabe el pasado y lo reconstruye con los espectadores a medida que avanza la relación entre los personajes y con su entorno inmediato. La madre, que interpreta muy bien Merrit Wever, va a ser clave en esta misteriosa historia.

Otra interesantísima película de esta primavera es El cielo rojo (2023), la última película del ya conocido director de cine alemán Christian Petzold de la que también es guionista. Una comedia dramática que ganó el Oso de Plata en la Berninale 2023 pero que, no es fácil de explicar, ha tardado mucho por desgracia en estrenarse. Sorprende la tardanza con la que ha aparecido en la cartelera española una de las películas más notables del año. El cineasta alemán ha logrado en esta película llevar a cabo una de sus relecturas genéricas- tomando como base la comedia rohmeriana- pero de una manera más fluida y ligera lo cual es una auténtica novedad en su filmografía. Por escenario, número de personajes y temáticas nos devuelve a las películas de Eric Rohmer. Con esta grandísima película, fuera del mundo y a contracorriente, se ha salido de su filmografía anterior y ha roto el hielo de la teoría y ha entrado en el campo de las emociones. Lo cual no ha debido ser nada fácil para un director como él. Así logra deslumbrarnos con esta precisa y elegantísima película en la que una comedia de partida se transforma al final en una tragedia. Estamos ahora ante una comedia amarga en la que Petzold nos muestra a dos jóvenes y divertidos amigos: un escritor que intenta acabar su segunda novela y el fotógrafo que prepara un portafolio que se encuentran poco a poco, en la casa familiar en la que van a pasar unos días, con otras tres personas. Son una mujer amable e inteligente que tiene la casa completamente patas arriba, un socorrista que tiene relaciones con ella y, más tarde, aparece el editor del escritor.

La sitúa en un pequeño paraíso del norte de Alemania en el que el bosque termina en el mar amenazado por unos incendios (de ahí el título) que va cercando cada vez más a sus protagonistas. El fuego parece consumirlo todo y se convierte en una gran metáfora del mundo de hoy amenazado por el cambio climático. Pero también en una metáfora, en un brillante retrato, a través de las obsesiones enfermizas de sus personajes, de la condición humana. Como el personaje clave de la película, León (magnífica interpretación de Thomas Schubert), personaje infeliz donde los haya, un tipo que solo experimenta el mundo intelectualmente (¿trasunto del director en la visión de sí mismo y su visión del mundo de sus anteriores películas, “Transit” o “Bárbara”?), y que no sabe disfrutar ni de la Naturaleza ni de la compañía ni de la alegría de los demás. A diferencia de sus temporales amigos del verano- el siempre alegre Fred, el fotógrafo al que le cuesta trabajar y, sobre todo Nadja, la empática Paula Beer- no experimenta nunca el placer de lo espontáneo y solo mira el mundo desde la óptica del trabajo. ¡Tengo que trabajar!, exclama continuamente ante las tentaciones de diversión y de placer de sus amistades. Va a tener que producirse un incendio fuera, y también dentro de él claro, para que logre una buena segunda novela. Curiosamente, también, a pesar de su vulnerabilidad, logra salvarse, a diferencia de los otros dos amigos que perecen abrasados y abrazados en el incendio que parece arrasarlo todo. Quizá el director alemán nos esté mostrando sus nuevos principios vitales y cinematográficos.



Música

En el Ciclo de LA FILARMÓNICA hemos podido escuchar, el 25 de mayo pasado, a la importante Orchestre National de France, una orquesta en acción ya desde 1934, dirigida, desde el 1 de septiembre de 2020 por el ya conocido director rumano Cristian Macelaru (Timisoara, 1980). El pianista en esta ocasión fue el ya prestigioso Alexandre Kantorow. Un buen broche de oro de orquesta y pianista para finalizar la temporada de este importante ciclo musical cada vez más asentado. Esta excelente orquesta pertenece a Radio France, igual que la orquesta Filarmónica de Radio France que, junto a la Orquesta de París y la Orquesta Nacional forman el cuarteto de notables orquestas radicadas en la capital francesa. Del pianista hay que decir que fue Primer Premio del concurso Chaikoski en 2019 y el Gilmore Artist Award 2024. En la primera parte tocaron la Pavana en Fa sostenido menor op. 50 (1887) de Gabriel Fauré (1845-1924), una obra concebida originalmente para pequeña orquesta, con vientos y cuerdas. Está impregnada de una amable melancolía y su título hace alusión a una danza popular en la corte española durante el siglo XVI. La Orquesta logró transmitirnos esa dimensión delicadamente melancólica. Luego, tocaron el Concierto para piano y orquesta núm. 2 en fa menor op. 21 (1829-20) de Fréderic Chopin (1810-1849), que ya en el estreno de Chopin en Varsovia había tenido un éxito incuestionable. La orquesta francesa mostró su poderío desde el principio (“Obertura”) hasta el final (“Allegro-Vivace”) pasando por el segundo movimiento (“Larguetto”) en esta pieza en la que el pianista tuvo un papel muy destacado siempre en diálogo respetuoso con el director y la orquesta. Pudimos comprobar el virtuosismo de Kantorow. Tuvo a bien regalarnos una bella propina que el público agradeció también con muchos aplausos.

En la segunda parte, tocaron Romeo y Julieta op 64 (1935) de Serguei Prokófiev (1891-1953). Como nos cuenta muy bien Jacobo Zabala en el Programa de mano, el compositor tuvo muchas dificultades en el proceso de composición del ballet “Romeo y Julieta” ya que la elección de un tema shakespeariano provocó muchas suspicacias. No resultarían más prósperas las negociaciones con el Bolshói: en 1935, ya con la partitura acabada, topó con la negativa de los bailarines que consideraban la música demasiado compleja rítmicamente y se quejaban, además, de que muchos pasajes no eran lo suficientemente audibles. Tuvo que haber muchas negociaciones entre bambalinas. Por último, otro problema que concierne a la trama, es que Prokofiev quiso imponer un final alternativo, es decir un final feliz. Por lo que tuvo que componer varias suites antes de que se produjera el estreno final de su ballet, intentando captar la atención de los responsables teatrales y poder programar así la versión íntegra con más de dos horas de duración. En la actuación de la orquesta de esta noche hay que destacar especialmente el refinamiento tímbrico aunque quizá faltasen contrastes. El público premió con grandes aplausos la actuación de la orquesta y su director. Entonces, como generosa propina, Macelaru y la Orchestre National de France, nos ofrecieron una radiante interpretación del famoso Bolero de Maurice Ravel en la que los músicos de la formación se van retirando hasta quedar el escenario vacío.

En el Ciclo del CÍRCULO DE BELLAS ARTES hemos podido asistir el 2 de junio, en el teatro Fernando de Rojas, a su último concierto del ciclo del Círculo de Cámara. La actuación la llevó a cabo el Cosmos Quartet, una formación musical, creada en 1014 en Barcelona, ya muy reconocida en el formato de cámara español. Esta formación de cuatro miembros se ha consolidado como uno de los cuartetos más atractivos del panorama musical actual. Sus interpretaciones abarcan música desde el siglo XVIII hasta la más actual. Desde la temporada 2021-2022 hasta la 2023—2024 son grupo residente en el Palau de la Música de Barcelona. Con la formación (Helena Satué Cuixart, violín; Bernat Prat Sabater, violín; Lara Fernández Ponce, viola; y Oriol Prat Sabater, violonchelo), que ya ha recibido muchos elogios de la crítica por sus muchas actuaciones, han colaborado músicos y formaciones muy importantes. Sin olvidar que toca instrumentos construidos ex profeso por el prestigioso lutier barcelonés David Bagué. En este concierto colaboraba con el cuarteto la pianista Noelia Rodiles (“uno de los más sólidos valores del pianismo español y del pianismo internacional”, según Justo Romero), que ya ha publico discos y recibido premios. También el contrabajista Joaquín Arrabal, un músico con un currículo brillante y ya muy premiado, que, actualmente, es solista de contrabajos en la Orquestra del Gran Teatre del Liceu, miembro de MusicAEterna y profesor en el conservatorio del Liceu.

En este concierto, una “Schubertiada” en toda regla, según Justo Romero en el programa de mano, tocaron dos de las obras más representativas del compositor vienés Franz Schubert, preludiadas por dos de las recreaciones pianísticas en las que Listz, con gran talento y sensibilidad, llevó al teclado la magia liederística de Schubert. Listz seleccionaba con mucho cuidado los lieder que mejor podían ser llevados al piano En primer lugar, pudimos oír, tocadas con gran virtuosismo y sensibilidad por Noelia Rodiles, la Transcripción de Ständchenn de Franz Schubert S 560 (1828) y la Transcripción de Gretchen am Spinnnrade de Franz Schubert S 558, de Franz Listz (1811-1828).. Luego, el famoso y dramático Cuarteto nº 13 en la menor, op 29 nº 1 “Rosamunda”, con origen en un lied, y una de las obras cumbre del repertorio universal que lleva el nombre de “Rosamunda” por el uso de temas del ballet así titulado. Los músicos salieron airosos de tal prueba en relación a esta pieza, sin duda muy bella, pero que, a veces, se me hace un poco repetitiva. Al final, tocaron el Quinteto para piano en la mayor D. 667 “La trucha” (escrito en 1819), una de las obras más populares del compositor, en la que participó la pianista Noelia Rodiles. En esta pieza, en un formato inusual ya que el segundo violín es sustituido por un contrabajo, participó el estupendo contrabajista Joaquín Arrabal. Su peculiar título le viene a la obra por su cuarto movimiento, de los cinco, construido en forma de variaciones sobre la melodía del lied homónimo, que Shubert había escrito un par de años antes. Ocupó la segunda parte del concierto y fue para mí el disfrute total por su sensibilidad y dinamismo.

Por último, hay que destacar también el magnífico CUCLO DE SCHERZO que ha puesto, en su último concierto de la temporada, un broche de oro que pone el listón muy alto a todo este estupendo ciclo. A pesar de que su seguimiento por parte de los espectadores ha sido en general, con algunas escasas excepciones, muy insuficiente. Una verdadera pena que unos conciertos de primer nivel tengan tan poca repercusión entre los espectadores madrileños. Ya lo he comentado más veces en mis textos y no voy a repetirlo. ¿Qué está pasando? Ha vuelto a pasar en este último concierto de un estupendo pianista como es Paul Lewis, uno de los intérpretes más destacados del repertorio pianístico centroeuropeo. Sus interpretaciones y discos de Beethoven y Schubert han recibido el aplauso universal de la crítica. Incluso fue galardonado con el CBE por sus servicios a la música y la sinceridad y profundidad de su enfoque musical que le han granjeado admiradores en todo el mundo. Esta gran popularidad se ha reflejado en sus colaboraciones con grandes orquestas de talla mundial. Se esperaba, pues, en su concierto de Madrid, una sesión de máximo interés, entre otras cosas porque no es frecuente escuchar de un tirón las tres últimas sonatas de Franz Schubert (1797-1828). Como cuenta muy bien Eva Sandoval en el Programa de mano, el compositor, sabedor de su terrible dolencia, la sífilis, una grave e incurable enfermedad, emprendió una actividad creativa desbordante. Por eso, aquellos postreros años fueron muy fructíferos en lo artístico, y escribió obras tan fundamentales como la Sinfonía nº 9, El viaje de invierno, la sonata Arpeggione, El Canto del cisne, el Cuarteto La muerte y la doncella y el Cuarteto Rosamunda. O sus tres sonatas finales para piano.

Estas composiciones de sus dos últimos años de vida presentan una nueva fase de madurez compositiva: En el manuscrito de sus tres últimas grandes piezas para piano, Schubert indicó: “Viena, 26 de septiembre de 1828”. Sugiere que las gestó en los meses de verano. Falleció 2l 19 de noviembre. Esas tres grandes composiciones son las que nos ha traído el gran pianista Paul Lewis al Auditorio madrileño. Son la Sonata nº 19 en Do menor, D958, que es la más agitada, apasionada e incluso violenta de las tres, la que liga explícitamente con Beethoven. Luego, tocó la Sonata para piano nº 20 en La mayor, D. 959., la más extensa, pero también la de mayor armonía y perfección, la más equilibrada. Y por último, la Sonata para piano nº 21 en Si bemol mayor, D.960., la obra final de la trilogía que se considera el mayor logro de Schubert en el género de la sonata para piano. Estas tres sonatas son todo un ejemplo del virtuosismo del genial compositor. Todo un ejemplo también de gran virtuosismo interpretativo, aunque algunas veces decayese o fuese irregular en algunos tiempos, nos lo dio Paul Lewis. El público esa noche estaba entusiasmado y premió al pianista con grandes aplausos. Por suerte, como era de esperar, no hubo bises.