George
Orwell ha sido y es una de las grandes referencias de
la lucha contra todo tipo de totalitarismos, ya fueran
regímenes capitalistas o los mal llamados comunistas.
Sus novelas: Rebelión en la granja o 1984
siguen siendo leídas por millones de personas de todas
las edades. Esta reseña es un pequeño homenaje a una
personalidad única. Orwell nació el 25 de junio de
1903. Fue novelista, ensayista y periodista. El
camino a Wigan Pier es una crónica personal que
hizo en 1936 unos meses antes de marchar a España para
combatir en el frente junto con otros brigadistas de
las columnas del POUM. En El camino a Wigan
Pier Orwell se adentra en el mundo de la clase obrera
del norte de Inglaterra; en las minas, en sus hogares,
en las fábricas y acaba con unas reflexiones sobre lo
que él entiende por socialismo.
Orwell
no era marxista, ni siquiera -creo- era un socialista
racionalista como muchos intelectuales de su época. El
socialismo que defendió a lo largo de toda su vida era
poderosamente crítico, intuitivo, emocional y
profundamente humano. Por lo tanto, no busquemos en
Orwell el rigor del marxismo o el academicismo de un
socialista materialista. Para él, la esencia del
socialismo eran valores que en El camino a Wigan
Pier sintetiza como la Justicia y la Libertad.
Sus conceptos: socialismo, democracia, libertad,
fraternidad e igualdad son muy personales; no están en
los manuales de la época ni en la literatura marxista.
Su preocupación por las condiciones de vida y trabajo
de las clases obreras forma parte de la tradición de
los mejores historiadores ingleses: E. P. Thompson,
Eric Hobsbawm o anteriormente John Lawrence y Bárbara
Hammond (Barbara Bradby).
El
camino hacia el socialismo, dice Orwell, es imposible
sin la rama principal sobre la que se asienta, que es
la democracia. Por eso critica al comunismo (el Estado
soviético) de vivir con los ojos pegados a los datos
económicos, presuponiendo que el hombre no tiene alma
e… instalados en una “utopía materialista”. El
desencanto de Orwell con los socialistas aburguesados
británicos se transforma en un alegato implacable
contra el régimen de Stalin, al que compara con los
fascismos en España e Italia o con el nazismo de
Hitler. De esa intuición, doce años después, nacieron
sus dos grandes novelas: Rebelión en la granja
y 1984 pero también una cantidad importante de
ensayos como ¿Qué es el socialismo? escrito en
1946.
Orwell
tenía una personalidad pragmática pero no concibe el
socialismo como la electrificación con soviets (como
dijo Lenin), y mucho menos ¡sin soviets! (como
impondría Stalin); prescindiendo de la libertad y de
la democracia no se avanza al socialismo, sino a la
dictadura como quedó demostrado a lo largo de todo el
siglo XX.
También
Orwell apunta a una reflexión importante, cuando en El
camino a Wigan Pier señala que el socialismo es
una doctrina nacida de la industrialización y que
necesita un nivel muy alto de mecanización (al menos
similar al de EEUU en esos momentos). Una reflexión
muy actual, a tenor de la crisis climática que estamos
viviendo en el siglo XXI. De ahí no solo la
responsabilidad de EEUU, Gran Bretaña, Alemania,
Japón, etc., sino también de los países que se dijeron
“socialistas”, como la URSS o China. Esto nos llevaría
a preguntarnos si el centro de la ruptura con el
modelo capitalista es solamente la estructura
económica o, por el contrario, llegar a superar una
civilización material basada en la reproducción social
de todos los valores precedentes.
Esa
búsqueda de Orwell por un socialismo humano (de y para
la humanidad), a la que hoy deberíamos agregarle la
dimensión ecológica y feminista, es poderosamente
auténtica y libre de esquematismos. Es verdad que en
Orwell podemos encontrar errores conceptuales,
desatinos, desconexiones, irreverencias o incluso
groserías (como cuando insiste en el olor insoportable
de todo lo que rodea a la miseria de las clases
obreras del norte de Inglaterra); pero todo su ensayo
(El camino a Wigan Pier) tiene el mérito
impagable de la autenticidad construida por una
vivencia personal. La misma con la que escribió Homenaje
a Catalunya tras los sucesos de mayo de 1937 en
Barcelona.
En esa
autenticidad vivida como sujeto, ya sea en las minas
de Durham o en las trincheras de Teruel, Orwell se
mueve como pez en el agua. Es un narrador excepcional,
realista y en su fría apariencia, resulta más que
convincente: sensible a las pasiones y sufrimientos
humanos. Como cuando describe desde el vapor de un
tren en marcha hasta una joven mujer obrera de tan
solo veinte y cinco años, pero que por sus rasgos
físicos castigados por el trabajo y los abortos
realmente representaría unos cuarenta.
Orwell
nunca engaña al lector. Se considera un inglés de
clase media aceptado más o menos por esos obreros del
norte. No idealiza a la clases trabajadoras, pero no
se sitúa por encima de ellas como la mayoría de los
intelectuales socialistas de su época. Hacia ellos
descarga toda su ironía: “barbudos, bebedores de
zumos”, que utilizan un léxico alejado del lenguaje de
las clases a las que dicen representar. Haciendo gala
de su fina ironía cuenta una anécdota de la Historia
de la Comuna escrita por Lissagaray. Las
autoridades estaban fusilando a los cabecillas, y como
no sabían quienes eran los iban eliminando basándose
en el principio de que los jefes de la revuelta serían
los que pertenecían a las capas más altas o los más
cultos: “A un hombre lo fusilaron porque llevaba un
reloj. A otro porque tenía cara de inteligente. No me
gustaría que me mataran por tener cara de inteligente,
pero sí estoy de acuerdo en que prácticamente en todas
las revueltas los líderes serían aquellos que supieran
pronunciar todas las letras” (El camino a Wigan
Pier).
Mayo 2023