Como se ve el
concepto de "campo"
significa, ante todo, bloque de Estados. Las
fuerzas sociales y políticas no organizadas en
Estado desempeñan una función subalterna de apoyo.
Cada "campo" está
articulado en torno a su Estado "rector",
tiene su "base"
constituida por dicho Estado "guía",
más los Estados directamente subordinados, y
cuenta con sus apoyos en otras fuerzas políticas y
sociales. Los partidos comunistas exteriores a la
"base" del campo "antiimperialista"
son fuerzas de apoyo a dicho campo.
Fernando
Claudin: La
crisis del movimiento comunista, de la Komintern
al Kominform,
Ruedo Ibérico, París, 1970
Presentación
Ahora que se
cumplen 75 años desde que se diera a conocer la
doctrina Zhdánov. He intentado contrastar lo que
significó en plena guerra fría la teoría de los
campos y cómo sigue vigente en la actualidad. Las
personas de izquierda más jóvenes que no vivieron
aquellos acontecimientos podrán comparar con lo que
ocurre hoy en Ucrania, Irán o Cuba y, por supuesto,
también en los países capitalistas más desarrollados
como Estados Unidos o la Unión Europea. Este pequeño
trabajo no pretende convencer a quienes llevan mucho
tiempo, desde sus puestos de responsabilidad
política, argumentando que la diplomacia y la
realpolitik está por encima de las vidas en Ucrania,
de las mujeres en Irán o de los que sufren la
represión en países que se llaman socialistas como
es el caso de Cuba. Tampoco a quienes desde los
gobiernos -llámese occidentales- utilizan las
guerras para aumentar los gastos militares o
simplemente instrumentalizar de manera
propagandística la carta universal de los Derechos
Humanos. Nosotros estamos en "otro campo". En el de
las sociedades y clases más desfavorecidas.
Compartiendo las ideas de gentes de izquierdas no
sumisas a un Estado o campo geopolítico, como
hicieron -lo más honestamente que pudieron-
escritores como George Orwell, Albert Camus,
Bertrand Russell o E.P. Thompson.
I) 1947-2022
1.- En septiembre
de 1947 Zhdánov, secretario general del Partido
Comunista de la Unión Soviética, recibe de Stalin la
orden de presentar un informe que se conocería más
tarde como la doctrina de los dos campos.
En el mismo, la nomenklatura soviética plantea que
el nuevo mundo de la posguerra está dividido en dos
grandes bloques geopolíticos. Por un lado el bloque
imperialista y antidemocrático que forman
esencialmente Estados Unidos, Inglaterra y Francia;
y por el otro, el bloque antiimperialista y
democrático que forman la URSS y las nuevas
democracias populares de la Europa del Este. Este
esquema básico sería el que regirá todos los
movimientos políticos tácticos y estratégicos tanto
de los Estados Unidos como de la URSS. Sobre esta
base se irán construyendo los edificios políticos de
la guerra fría: la OTAN, el Pacto de Varsovia, el
consejo general de Naciones Unidas, etc.
El período que va
desde 1947 hasta 1989 es la etapa álgida de la
política de bloques políticos y militares, más
conocida como la guerra fría porque, en
medio de un conflicto permanente y guerras
regionales, tanto las administraciones
norteamericanas como la burocracia del Kremlin
mantienen unas líneas de contención que se conocen
como políticas de coexistencia pacífica. En
lo que respecta a Estados Unidos, los primeros años
de este periodo coinciden con una campaña
propagandística contra el comunismo (doctrina
Truman) y una represión hacia las organizaciones y
personalidades de la izquierda (la caza de brujas
que tantas veces ha sido proyectada en las películas
de Hollywood). En cambio, en Europa la situación es
distinta. En Inglaterra gobiernan los laboristas y
en Francia o Italia se construyen los partidos
comunistas y sindicatos como las grandes
organizaciones de masas. Al otro lado del telón de
acero el Estado burocrático se ha consolidado
definitivamente en la URSS. Los países que han
quedado bajo su esfera de influencia están
gobernados por partidos títeres del Kremlin como es
el caso de Checoslovaquia, Hungría, Rumania,
Polonia, Bulgaria o la República Democrática de
Alemania (RDA)
Durante esos
cuarenta y dos años se produjeron acontecimientos
históricos de toda índole: la descolonización de
gran parte de África; las guerras en Oriente Medio;
la revolución popular China en 1949; la revolución
cubana en 1959; la guerra de Vietnam; Mayo del 68 en
Francia; Nicaragua 1979; los golpes militares en
Latinoamérica; la caída de las dictaduras en
Portugal, Grecia y España; etc, etc. Digamos que
todos estos hechos ocurren en el “campo
imperialista”. Se trata de un ascenso revolucionario
donde se combinan demandas democráticas, la
liberación anticolonial y la aspiración a un modelo
social más justo e igualitario como pretendían los
revolucionarios cubanos del movimiento 26 de julio,
el FSLN en Nicaragua o la Unidad Popular en Chile en
1971.
En el otro "campo
político" las burocracias gobernantes también serán
golpeadas por movimientos obreros exigiendo las
libertades democráticas o el fin de la ocupación
soviética. La revolución húngara en 1956, la
Primavera de Praga en 1968 o las huelgas obreras que
dieron lugar al sindicato Solidaridad en Polonia en
1980. En contra de lo que se pudiera pensar en un
primer momento esos movimientos no pedían la
restauración capitalista, sino otro modelo de
socialismo basado en consejos de fábrica y la
autoorganización social; la libertad de formar
sindicatos y partidos o el sufragio universal.
Algunos panfletos o escritos de la época (como la
carta de Kuron y Mozolevski en Polonia) son muy
ilustrativos. Estas demandas, por supuesto, eran
incompatibles con la existencia en el poder de las
castas burocráticas.
El problema
fundamental que tuvieron los movimientos de
emancipación tanto de un lado político como en otro,
es que la existencia de los bloques y la
bipolarización tendía, automáticamente, a la
instrumentalización política o ideológica. En ese
sentido el
campismo tiene un efecto paralizante porque
trata de evitar que las luchas se desarrollen en
su verdadera naturaleza, intenta reconducirlas
hacia un conflicto de Estados, de intereses
geopolíticos al servicio de las élites en el
poder. Esto es lo que estamos
viviendo actualmente en la guerra de Ucrania donde
las vidas de las personas o el derecho a la
autodefensa de un país invadido por una gran
potencia militar está subordinada al hipotético
conflicto nuclear mundial.
2.- Tras la caída
del Muro de Berlín y la implosión de la URSS se abre
una nueva época. A nivel global los Estados Unidos
se sitúan como única potencia militar y triunfan las
doctrinas neoliberales tanto en el "campo
capitalista" como en el "campo socialista". De la guerra fría
pasamos a conflictos regionales de más baja
intensidad. En una época de reacción
generalizada triunfa la doctrina impuesta desde
Washington de la lucha global contra el terrorismo
internacional. La invasión de Irak, Afganistán y
otra vez Irak o la guerra en los Balcanes son los
hechos más relevantes. Es el período más claro de
hegemonía norteamericana y el triunfo del
capitalismo sin concesiones al Estado de bienestar.
También la destrucción del mito -en las izquierdas-
de que la economía estatizada puede escapar a la
lógica de la acumulación y al mercado mundial
capitalista.
3.- A partir de la
segunda década de este siglo vuelve a cambiar
nuevamente el escenario. De un conflicto de muy baja
intensidad se pasa a otro nuevamente de alta
intensidad. Varias son las causas: la irrupción de
China como segunda potencia en el mundo y su acceso
a nuevos mercados. En segundo lugar, el impacto que
la recesión mundial (2007-2008) tiene sobre las
grandes economías capitalistas, por un lado
aumentando las desigualdades sociales de sectores
que formaban parte del contrato social de la
posguerra y, por el otro, auspiciando una crisis de
confianza en la legitimidad de las viejas
instituciones de la democracia liberal. Finalmente,
esa nueva situación da pie al renacimiento de un
nacionalismo autoritario y al crecimiento de las
derechas ultraconservadoras en todo el mundo. El
trumpismo, el Brexit, los llamados populismos de
derechas o izquierdas latinoamericanas o europeas, y
muy particularmente, la irrupción del gran
nacionalismo imperialista ruso que con la segunda
presidencia de Wladimir Putin da un puntapié al
tablero y entra en guerra con occidente.
Ucrania es el punto
de partida de la segunda guerra fría, de
la amenaza de un conflicto nuclear y de la nueva
división del mundo en bloques. Antes la URSS de
Stalin, ahora la Rusia de Putin. Antes el bloque
oriental y los partidos comunistas; ahora Rusia
Unida, Bielorusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua;
algunos populismos de derechas o izquierdas y las
políticas de alianzas con los ayatolás de Irán o
China. Mientras en un bloque el Estado rector es sin
duda Estados Unidos, en el otro Rusia solo aspira a
recuperar una parte del antiguo imperio zarista.
Pero la mirada del mundo está puesta en la China de
Xi Jinping.
II) La izquierda
campista: ni democrática ni socialista
1.- En la primera
guerra fría leíamos y escuchábamos a los dirigentes
de los partidos comunistas hablar del imperialismo,
la democracia y el socialismo. Seguían a pies
juntillas la doctrina Zhdánov y las órdenes de
Dimitrov, Beria, Molotov, Jrushchov, etc. Esa
relación ha cambiado, entre otras cosas porque los
partidos comunistas son organizaciones
insignificantes sin peso en la sociedad. Los nuevos
movimientos subalternos en la izquierda de la
segunda guerra fría son otros. En España Pablo
Iglesias, Juan Carlos Monedero, Arnaldo Otegi,
Manuel Monereo, etc. Un repaso por la hemeroteca en
los últimos dos o tres años es muy ilustrativo.
Desde luego la derecha y ultraderecha de este país
ha sabido explotar la falta de condenas a los
regímenes de Maduro, Raul Castro o Daniel Ortega,
envueltos, una y otra vez, en la represión a
manifestantes que protestan por la carencia de
alimentos, derechos democráticos o la persecución a
colectivos LGTB. El silencio ensordecedor con
respecto al régimen teocrático y criminal de Alí
Jamenei respecto a la brutal represión contra las
mujeres en Irán es, sin duda, de un alcance ético y
moral sin precedentes. Hasta hace unos pocos
días, Podemos, permanecía sin condenar las
cuatrocientas y pico mujeres asesinadas por la
policía moral, las condenas a muerte y las miles y
miles de detenciones.
El asunto de
Ucrania rebosa de hipocresía por todos los poros. En
los comunicados públicos de Bildu o Podemos la
responsabilidad de la invasión era de la OTAN y no
de Putin. Su propuesta "neutral" se ceñía a exigirle
a Estados Unidos y Europa que no envíen armas para
que acabe pronto la guerra y establecer un diálogo
de paz entre ambas partes. ¡Ni siquiera Chamberlain
hubiera podido superar el cínico pacifismo de esta
izquierda! ¿Qué hubieran dicho si en lugar de
invadir Putin a Ucrania es Joe Biden quien invade
Irán? Nos lo podemos imaginar. Existen dos varas de
medir los hechos
2.- Ponerse de lado
de uno de los bloques conduce a posiciones
reaccionarias. Estos dirigentes políticos subordinan
los derechos humanos de las personas y los derechos
democráticos de las sociedades o colectivos, a los
intereses geoestratégicos de Rusia o China . Lo que
prima no es el derecho de la sociedad, de las clases
obreras o populares, de las mujeres o de otros
colectivos; sino el
de
mantener
unido un bloque antiimperialista formado por un
grupo de Estados frente a Estados Unidos y la
OTAN.
El mayor de los absurdos y aberraciones
políticas y éticas es que, además, ese bloque de
Estados con los que se alinea esta izquierda está
conformado por potencias "imperialistas" como Rusia
y regímenes autoritarios como los ya citados
anteriormente; es decir, se trata de un bloque
antiimperialista dirigido por una potencia militar
con ambiciones territoriales fuera de sus fronteras;
y de un bloque democrático donde los regímenes que
lo forman no respetan los derechos humanos, las
libertades democráticas o sindicales, los derechos
de la minorías, de las personas homoxesuales y donde
la mujer, como es el caso de Irán, es tratada como
un ser inferior. Todo ello en aras de fortalecer un
frente antinorteamericano o antioccidental.
2.- La otra gran
incoherencia consiste en reivindicar con una mano el
marxismo y las señas de identidad de la izquierda,
mientras con la otra se está borrando todo análisis
que tenga que ver con el materialismo histórico.
Para Marx no había campos políticos o, si los había,
no eran estructurales ni permanentes, sino
contingentes. El noventa por ciento de los análisis
sobre las sociedades que hizo Marx eran a partir del
modo de producción capitalista y las contradicciones
entre clases sociales que existen en todas las
sociedades avanzadas. Esto que era cierto en el
siglo XIX lo es mucho más en el siglo XXI. Las
sociedades actuales no son menos sino más
capitalistas y las clases sociales no solo existen,
sino que no han dejado de aumentar las desigualdades
por razones económicas, raciales, género o pobreza
energética.
La “izquierda” que
defiende a los burócratas del régimen cubano frente
a la ciudadanía no está defendiendo el socialismo
bajo la sempiterna excusa del bloqueo, lo que está
defendido son los privilegios de una élite corrupta
cuya pretensión es vivir por encima del resto. Nunca la geopolítica
y las relaciones entre Estados pueden sustituir
de manera permanente los análisis de las
relaciones sociales de producción, el conflicto
entre las clases y la perspectiva democrática y
socialista. Así lo entendía Marx cuando por
ejemplo escribió El 18 Brumario de Luis
Bonaparte para analizar los acontecimientos en
Francia.
III) Campismo o
Socialismo
1.- La
consolidación del Estado totalitario en la URSS y la
degeneración del Komintern significaron un corte
histórico en la construcción de la identidad
socialista. Una espesa niebla evitó que viéramos la
verdad objetiva. La verdad y los hechos fueron
subvertidos y la mayoría de sus defensores
aniquilados. Como dijo Orwell el totalitarismo ya
fuera nazi o estalinista es un vaciamiento de la
conciencia individual y colectiva. Las palabras que
antes tenían un significado adquieren otro muy
distinto. El lenguaje forma parte de las formas de
dominación como explica Victor Klemperer en su libro
titulado La lengua del III Reich (Minúscula, Barcelona,
2001).
En un primer
momento se cambió el internacionalismo por el
"socialismo en un solo país" y más tarde por la
"teoría de los campos". El régimen soviético
convirtió las ideas del socialismo en una
ideología nacionalista y chauvinista. La guerra
que libró la Unión Soviética contra Hitler no fue en
nombre del socialismo, sino de la patria. Se ensalzó
el nacionalismo ruso reaccionario (tal cual lo hace
hoy Putin) y el papel de Pedro el Grande en la
historia. Se extirpó la cultura democrática dentro
del movimiento obrero y sindical como se venía
haciendo en corrientes anarquistas, socialistas o
cristianas. El humanismo era señalado como prejuicio
burgués y se hizo creer que el trabajo a destajo y
la productividad eran cualidades del socialismo.
Algunas veces se ha
comparado la brutalidad burocrática soviética con la
dictadura de Cromwell, con los jacobinos a partir de
1793 o con los primeros bolcheviques. Es un debate
complejo. Pero la comparación entre los jacobinos y
los estalinistas no resiste la prueba de los hechos.
Incluso siendo totalmente críticos con el terror en
la revolución francesa y rusa, creo que Trotsky
tiene que ver más con Robespierre. Y Stalin con el
Termidor. Pienso que la revolución no es un fin en
sí mismo sino uno de los posibles medios para
superar el capitalismo y que el socialismo
democrático no se construye al final del camino,
sino mientras lo vamos andando.
Creo que todas
aquellas personas que seguimos reivindicando la
necesidad de alcanzar una sociedad más justa,
democrática e igualitaria (que podemos definir muy
genéricamente como socialista), no debemos
abstraernos de la
contradicción objetiva o, mejor dicho, el
conflicto histórico entre la libertad y la
revolución.
Un conflicto que vivieron los levellers en
Inglaterra, los jacobinos en Francia o los
bolcheviques en Rusia. Las revoluciones son actos de
fuerza y violencia, y cuando esa revolución derriba
el viejo régimen y nace un nuevo poder, este lo hace
con la misma violencia que combatió anteriormente.
No tengo respuesta para esa cuestión ni para otras
tantas más. Sin embargo, entre la revolución
bolchevique y la contrarrevolución estalinista hay
un salto cualitativo inmenso. En términos poéticos
yo diría que si las revoluciones se presentan a los
revolucionarios como un grandioso drama de
Shakespeare, las contrarrevoluciones no tienen el
brillo de la estética ni el drama de la ética. Son
más parecidas al ambiente sórdido de las novelas de
Orwell o Koetsler.