Aunque no
podía esperarse otra cosa, lo ocurrido el 4M en
Madrid nos consternó. No fue, sin embargo, el fin
del mundo. El voto es importante pero pragmático y
mudable. No condenemos a quienes votaron Ayuso por
temor a quedarse sin empleo o a una reducción de sus
ingresos: sirve de poco y encubre responsabilidades.
Más nos
preocupan las consecuencias de lo ocurrido la noche
de San Isaías, desde las 0 horas del 9 de mayo.
Serán más profundas que las de un voto pasivo en
condiciones excepcionales. Decir, al grito de
"libertad", que una fiesta bien vale el riesgo de
otra oleada de contagios y muertes tiene
consecuencias éticas duraderas, aunque la capacidad
de cambiar forma parte de lo humano.
"Solidaridad
o barbarie" y "Haríamos mal en minusvalorar la
posibilidad de un reforzamiento de proyectos neoliberales con
creciente signo autoritario", decíamos en junio
2020. Es de temer que, salvo en EEUU gracias a la
movilización que precedió a la derrota de Trump, la
respuesta a la pandemia genere más barbarie que
solidaridad. Toca comprometerse con los gérmenes de
solidaridad y aislar los de barbarie. Sin insultos,
convenciendo y con comportamientos.
Es estéril
repetir consideraciones sobre la derechización
madrileña o el tejido social. Hay que pensar la
singularidad del 4M y de San
Isaías a la luz de la pandemia. Lo peculiar del 4M:
- La derecha
social está más radicalizada que en el
postfranquismo: Blas Piñar tenía un escaño en el
Congreso, Vox 52. Ayuso es más reaccionaria que
Fraga.
- Ayuso ha
conectado con buena parte de la juventud indiferente
políticamente y de la clase trabajadora o "pequeña
burguesía" más afectadas económicamente por la
pandemia, a partir de un discurso populista basado
en una sola palabra: "Libertad".
- El enorme
ascenso electoral de Ayuso ha sido compatible con el
crecimiento de Vox.
- Pese a que
hubo 380 mil votos efectivos más que en 2019, "las
izquierdas" pierden 55 mil dado que el PSOE perdió
274 mil. En territorio tan favorable como Puente de
Vallecas solo "crecieron" 800 votos cuando se
emitieron 12.500 votos efectivos más.
Ante los
aciertos de Ayuso (desinhibición, lema sencillo
adaptable a diversos gustos, encubrimento de
contenidos, Sánchez-Iglesias como contricantes) la
alternativa progresista no opuso nada eficaz salvo
el acertado #LoQueDeVerdadImporta de Mónica García,
insuficiente para abrir paso a un gobierno decente
dada la debacle del PSM.
No obstante,
la causa principal de lo ocurrido el 4M no es
errores de campaña, sino el pinchazo de las
esperanzas en que el Gobierno de España, pese al
desgaste previsible en tal situación, actuaría
responsablemente ante la pandemia y daría respaldo
social, lo que empeoró poco antes del 4M con "el
descubrimiento" de propuestas hechas a la UE y no
explicadas a la población.
Menos malo
que la alternativa Casado-Abascal, este gobierno
actúa desde mayo/junio de 2020 como "pollo sin
cabeza" ante dos retos esenciales: la pandemia y el
respaldo social. Recordemos dos hitos: el 2/5/2020
empezó la primera desescalada, el
15/6/2020 se abrió el plazo de solicitud del Ingreso
Mínimo Vital.
La principal
causa del desgaste sufrido por el Gobierno de
coalición es la mala gestión de la pandemia ("hemos
vencido al virus", dijo Sánchez). El crédito que
Illa y Simón ganaron al inicio de la pandemia se fue
agotando hasta hartar a una población que ha visto
cómo la política sanitaria (atención primaria,
rastreos, acceso a mascarillas y cuarentenas en
condiciones adecuadas, etc.) desaparecía y solo se
hablaba de sus obligaciones; cómo la cogobernanza
entre comunidades autónomas y La Moncloa se
convertía en dejación e inacción; cómo las
discusiones con Ayuso eran pantomima, ésta hacía "lo
que le daba la gana" mientras que el Gobierno de
España vetaba o ignoraba propuestas responsables de
otras comunidades; cómo las normas variaban al día y
según territorios hasta que les perdimos la pista; y
cómo una aparente sobreinformación era tan confusa y
cambiante que acentuaba nuestro desconcierto. Los
últimos disparates han sido la gestión de la segunda
dosis de astrazeneca y de la no renovación del
estado de alarma, pese a las advertencias de muchas
comunidades autónomas y de sus socios de
investidura.
En cuanto al
respaldo social, pese a ciertas medidas acertadas
(ERTEs -con problemas de gestión-, subsidio para
algunas trabajadoras domésticas, etc.), la población
más empobrecida y precarizada fue abandonada. La
"medida estrella", el IMV, ha fracasado por
excluyente y ha abierto ancha brecha entre las
familias empobrecidas y el Gobierno de España. La
idea de que más participación en zonas populares
daría la vuelta a los sondeos reflejaba carencia de
vínculo social con esos barrios.
Sumemos al IMV la inquietud en torno al sistema de
pensiones, una vez que el ministro Escrivá,
saltándose el Pacto de Toledo, amenaza con empeorar
el sistema de jubilación anticipada, con ampliar los
años para cálculo de la base reguladora y con
sustituir el "factor de sostenibilidad" por otro
similar. Sumemos la propuesta del Banco de España
para abaratar el despido, la ausencia de la ley de
vivienda y de la reforma laboral prometidas, el
anuncio de despidos en la banca...
"Nadie
quedará atrás" es promesa incumplida. Quizá no fuese
100% cumplible, pero no se ha hecho lo posible, como
una buena ley de IMV, aún a tiempo de modificarse en
tramitación como proyecto de ley, o como recuperar
la iniciativa en la gestión de la pandemia, en lo
que el Gobierno de España reencontraría aliados que
ahora está perdiendo. La ministra Yolanda Díaz
parece haber entendido la situación: "Hay que
reconectarse con la gente que sufre" y "la
legislatura empieza ahora". De su voluntad no
dudamos, pues no es dada a la retórica, pero no
podemos "esperar" a que el Gobierno de España ponga
en marcha la necesaria nueva hoja de ruta social y
sanitaria, aunque eso es lo que debe hacer y lo que
debe exigirle la "izquierda parlamentaria" no
gubernamental, con creciente protagonismo pero poco
aprovechado y poco coordinado.
Si el
Gobierno de España no reacciona y toma una ruta
diferente, y, sobre todo, si no hay movilización
social importante, el peligro de una deriva muy
reaccionaria es real. El tipo de neoliberalismo
trumpiano al que nos enfrentamos no es solo
"económico", es un proyecto autoritario, antisocial
y antiliberal de reorganización del mundo en torno a
las "leyes de los más fuertes", bloqueando el
desarrollo de comunidades humanas con conflictos
sociales pero cohesionadas y con expectativas de
mejora.
Un gobierno
es lo que hace. Pero para que el Gobierno de España
haga, hay que exigírselo desde abajo, para que
"quieran", lo que está por demostrar, y para que si
quieren "puedan", porque la resistencia reaccionaria
va a ser muy fuerte y porque, siendo necesario
recurrir a los fondos de reconstrucción europeos, es
muy complicado el horizonte de sobre-endeudamiento,
adicional al producido en la época de Rajoy, y de
exigencias que antes o después van a poner sobre la
mesa las élites del privilegio españolas y europeas.
Somos lo que
hacemos, no lo que decimos o queremos. Hay que salir
del recursivo ciclo ilusión-desilusión y de las
burbujas de esperanza en que tal o cual líder o
gobierno haga esto o aquello. Lo único en lo que
podemos creer es en nuestra capacidad de unirnos, de
organizarnos, de tejer hilos de convergencia entre
las formas de asociación ya existentes, sindicatos,
asociaciones vecinales, colectivos sociales surgidos
al calor de lo que fue el 15M o de experiencias más
recientes, con nuevas formas de agruparse, de
construir ayuda mutua, de implicarnos en ese "hoy
por ti, mañana por mí" en que reside el poder de
quienes carecemos de Poder y sobre el cual se puede
forjar un nuevo proyecto de país, más solidario, un
nuevo proyecto de convivencia humana, en el poco a
poco, en el día a día.
Lo hicimos
hace 10 años, podemos hacerlo de nuevo, de otra
manera aún por inventar. "Lo único que podemos hacer
es hacerlo juntas y juntos" (RAR. Rock Against
Racism, 1976-1982).