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El bloqueo del
desarrollo, cuya consecuencia más notable es que
durante décadas la región árabe ha tenido las
tasas más altas de desempleo juvenil del mundo,
causó una gigantesca explosión de disturbios
sociales en toda la región, que sólo puede
superarse con un cambio radical que abarque sus
estructuras políticas, sociales y económicas.
Por eso enfaticé desde comienzos de 2011 que
estábamos al comienzo de un proceso revolucionario
a largo plazo que continuaría durante años y
décadas con una alternancia de estallidos y
contraataques. Y continuará mientras no ocurra un
cambio radical en la región. En el año 2013 se
pasó desde la oleada revolucionaria inicial a una
reacción contrarrevolucionaria, con los hombres
del viejo régimen a la ofensiva en Siria, Egipto,
Túnez, Yemen y Libia. Desde entonces, la euforia
de 2011 dio paso al pesimismo.
Cuando imperaba la euforia, alerté contra la
ilusión de que la transformación de la región
sería rápida y suave, y cuando llegó el pesimismo
seguí afirmando que habrá otros levantamientos,
que llegarían otras "primaveras".
De hecho, las erupciones sociales han seguido
ocurriendo país tras país desde 2013: Túnez,
Marruecos, Jordania, Irak y Sudán fueron los más
afectados. Y luego, a partir de diciembre de 2018,
ocho años exactamente después del inicio de la
primera oledaa de levantamientos en 2010, el
movimiento de protesta sudanés se convirtió en un
levantamiento, seguido por el de Argelia en
febrero, y ahora, desde octubre, Irak ha alcanzado
el punto de ebullición, seguido por el Líbano. Los
medios de comunicación globales comenzaron a
hablar de una "Nueva Primavera Árabe".
Lo que ahora está ocurriendo en la región árabe
demuestra que, de hecho, estamos ante un proceso
revolucionario a largo plazo, iniciado en 2011.
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