Rolando Astarita ¿Qué es el capital ficticio? Revista Trasversales número 26 mayo 2012 Otros textos del autor blog del autor Esta obra de Rolando Astarita está bajo una licencia Creative Commons (bienes comunes creativos) Atribución-No Comercial-Compartir Derivadas Igual 3.0 Unported License.
En varios escritos que circulan dentro de la izquierda, se
define al capital ficticio como todo tipo de acreencia o título financiero;
esto es, se lo identifica con los títulos (bonos, acciones) que proporcionan
rentabilidad a quienes los poseen. Se sostiene que, a diferencia del capital
real, el ficticio no constituye riqueza social, ya que los títulos
no poseen valor intrínseco. La segunda variante del capital ficticio analizada por Marx
es el capital accionario. Recordemos que una acción da derecho a participar
en los beneficios de la compañía. En palabras de Marx, “la
acción no es otra cosa que un título de propiedad, pro
rata, sobre el plusvalor que se ha de realizar por intermedio (del)
capital” (Marx, 1999, p. 601). Las empresas emiten las acciones para financiarse
(la oferta inicial), y luego pasan a negociarse diariamente en el mercado.
Por lo tanto, solo lo recaudado en la emisión inicial pasa a integrar
el capital real de la empresa. Sin embargo, los precios de las acciones pueden
despegarse (y es lo que sucede en la realidad) del valor del capital realmente
invertido. Las ganancias realizadas, y las expectativas de mayores ganancias
futuras, por lo general, generan olas de optimismo, que pueden llevar a que
el precio bursátil de la empresa (esto es, el precio que debería
pagar un inversor si quisiera adquirirla comprando las acciones) sea superior
a su valor real (también llamado valor libros o contable), determinado
por los costos de reposición de equipos, planta y capital circulante
en existencia. Marx parece referirse a esta diferencia como capital ficticio.
Esto es, si el valor de la acción se corresponde con el valor libro,
no cabe hablar de capital ficticio. “Las acciones de compañías
ferroviarias, mineras, de navegación, etc., representan capital real,
a saber, capital invertido y operante en estas empresas, o la suma adelantada
por los participantes para ser gastada como capital en tales empresas” (ídem).
Marx aquí está diferenciando entre capital ficticio y real.
Y subraya que en el caso del capital en acciones, el capital no existe dos
veces, una como capital real, y otra como capital accionario. Pero esto
no debe interpretarse como que el título no expresa capital real.
Aunque si el valor de la acción supera al valor del capital real,
podemos hablar de capital ficticio. Para expresarlo con un ejemplo, si el
valor bursátil de la empresa es $1000, pero su valor contable, o de
reposición real, es $400, el capital ficticio sería $600. Desde
el punto de vista práctico, en los mercados se considera que existe
sobrevalorización bursátil cuando la relación entre
el valor bursátil y la ganancia anual de la empresa (lo que se llama
price/earning) supera sus promedios históricos (que en Wall Street,
por ejemplo, se ubican entre 8 y 10). El p/e indica el número de años
que son necesarios para pagar, con la ganancia anual de la empresa, su valor
bursátil. En vísperas del derrumbe bursátil de las acciones
tecnológicas, de 2000-01, algunos p/e eran absolutamente “disparatados”,
superando los 100 años. Se trataba entonces de un caso típico
de crecimiento de capital ficticio. Capital ficticio de los bancos y la propiedad inmobiliaria Por extensión, Marx también consideró
como una forma de capital ficticio a la mayor parte del dinero que figura
como depósitos en los bancos, ya que los créditos concedidos
por el banco no existen como depósitos. Si bien este aspecto del asunto
no es tomado en consideración cuando se evalúa el capital ficticio,
tiene interés darle cierta atención. Aquí lo importante
sería no incurrir en “doble contabilidad”. Lo explicamos con un ejemplo.
Supongamos que $100 que conforman un depósito son prestados por el
banco a una empresa A, que los invierte en ampliar su capital fijo. Para el
ahorrista, propietario del depósito, los $100 constituyen un “capital
dinerario potencial”; pero en la realidad estos $100 solo existen como capital
en proceso de valorización, y no deberían contabilizarse dos
veces. Y si el banco invirtió el depósito en comprar títulos
públicos, la acreencia solo es capital ficticio. Por otra parte, y
esto tal vez sea más interesante, se dan los casos en que el activo
del banco es “doblemente ficticio”, si se quiere. Sucede cuando al banco se
le permite seguir cotizando el título a su valor nominal, aunque su
valor de mercado esté muy por debajo. Pero si los precios de los títulos
no se recuperan, el banco no puede evitar la pérdida. Naturalmente, otra forma de capital ficticio es la que está
relacionada con la propiedad inmobiliaria. Es que el precio de la tierra
está vinculado a la tasa de interés (al bajar la tasa, sube
el precio), y la propiedad inmobiliaria muchas veces está sometida
a la misma lógica de cualquier otro activo financiero. De ahí
las burbujas especulativas, y su posterior desplome. Como resultas de esto,
a veces se puede asistir a una suba durante años de los precios de
las propiedades inmobiliarias, esto es, del stock de “capital” (aunque en
términos marxistas la tierra no es capital) invertido en las mismas. Los títulos de deuda A diferencia de los casos discutidos en el anterior punto,
las acreencias que están en propiedad de los prestamistas no necesariamente
representan capital ficticio. Supongamos un capitalista dinerario que presta
$1000 a un empresario, el cual adquiere medios de producción y fuerza
de trabajo para generar plusvalía. El título de deuda que posee
ahora el capitalista dinerario representa capital real, esto es, valor en
proceso de valorización; no es capital ficticio. Por supuesto,
si estalla una crisis y el empresario no puede vender las mercancías,
el capital se desvaloriza. Pero esto no cambia la naturaleza del asunto,
ya que en última instancia, todo capital es pasible de desvalorizarse,
y no por ello todo capital es ficticio. Por esta razón, Marx señala
que el certificado de deuda “no representa capital meramente ilusorio, como
en el caso de las deudas públicas”. Lo cual, hay que insistir en ello,
tampoco significa que el capital exista dos veces, una bajo la forma del capital
en funcionamiento (los $1000 invertidos), y la otra como valor del título.
Pero lo importante es que en el caso del préstamo al capital productivo,
a diferencia de lo que sucede con los títulos públicos, hay
capital que se está valorizando, esto es, explotando al trabajo y
obteniendo plusvalía. Por eso, es un error identificar sin más
todo crecimiento del crédito (que implica crecimiento de todo tipo
de papeles) con aumento del capital ficticio. Tampoco tiene sentido asimilar
el crecimiento del crédito con estancamiento del capitalismo. El crédito
es una palanca de la acumulación del capital, que a su vez es la forma
social que adquiere el desarrollo de las fuerzas productivas. Esto no se
modifica por el hecho de que el crédito también sea una palanca
de la especulación y de la sobreacumulación (esta cuestión
la trataré con más detalle en otra nota). Los nocionales de los derivados Actualmente existen instrumentos financieros que Marx no
conoció, y que a veces se consideran también capital ficticio.
Los más significativos son los nocionales, que subyacen a los derivados
que se negocian en los mercados financieros. Para explicar qué es un
nocional a los lectores no familiarizados, lo explicamos con un ejemplo sencillo,
el de un swap de intereses de tasa flotante contra fija. El swap de intereses
es un contrato realizado entre dos partes, por el cual una de ellas se compromete
a pagar periódicamente una tasa de interés fija, y la otra
una tasa variable, durante un lapso de tiempo establecido. Por ejemplo, A
paga 4% y B paga Libor + 0,25%. Pues bien, el contrato se establece sobre
un valor nocional de, supongamos, 1 millón de dólares,
y las partes solo intercambian flujos en caso de que haya variación
de la tasa (por ejemplo, si la tasa de interés variable ha subido
0,10 puntos porcentuales, B pagará a A 0,10% de un millón de
dólares). Lo importante es que el nocional no tiene por qué
ser necesariamente capital ficticio. B, por caso, puede ser un banco que
ha prestado un millón de dólares a una empresa a tasa variable,
y con el contrato se protege contra una eventual caída de la tasa Libor.
Si la empresa que recibió el préstamo ha invertido productivamente
el millón de dólares, no estamos en presencia de capital ficticio.
Dada la dimensión de las sumas involucradas en los nocionales (los
contratos en tasa de interés en 2011 implicaban nocionales por 500
billones de dólares, y cuando se incluían los contratos en tipo
de cambio y los seguros contra default, o CDS, se llegaba a 648 billones),
es necesario tener presente esta distinción. Lo importante aquí
es saber en qué consisten estos activos. Por ejemplo, si se trata de
papeles inmobiliarios inflados, estaremos ante un típico caso de capital
ficticio; pero no siempre será así. Capital ficticio y demanda durante el auge Lo discutido hasta aquí sirve para explicar por qué
el capital ficticio, por sí mismo, no puede solucionar los problemas
fundamentales que están asociados a la acumulación. Sin embargo,
alguna gente piensa que durante las fases de auge del ciclo económico,
el aumento de capital ficticio bursátil o inmobiliario (esto es, el
incremento de sus precios) genera nuevo poder de compra, lo que a su vez permite
expandir la producción y por lo tanto generar más plusvalía.
Por eso se piensa a veces que hay expansiones puramente “ficticias”. El razonamiento
es que si el valor total de las acciones en el momento t es $1000, y en el
momento t + 1 es $1200, el poder de compra se habrá incrementado en
un 20%. De manera que las burbujas tendrían el efecto milagroso de
generar más y más plusvalía. Pero de nuevo, esto es ilusorio.
Se puede decir que en estos casos estamos ante un típico fenómeno
de “fetichismo” del capital: el valor parece crecer y crecer por la sola
acción de inversores que compran más y más acciones
(o tierras), sin intervención del trabajo humano. La ley del valor
trabajo “a lo Marx” parece caerse. Pero no hay tal cosa. La valorización
bursátil (o de la tierra) no puede generar nuevo poder de compra. Para
ver por qué, supongamos que A ha invertido $20 en acciones, y al cabo
de un cierto tiempo las mismas se han valorizado un 50%. Entonces A decide
vender, a fin de adquirir un bien de consumo. Cuando A vende las acciones,
tiene un poder de compra de $30, pero el comprador de las acciones ha resignado
el mismo poder de compra. No hay inyección nueva de valor, cuando
se considera el asunto desde el punto de vista global. Algo similar ocurre
con la inflación de los precios de la tierra. Naturalmente, esto no significa que el crecimiento del capital
ficticio no pueda incidir en la acumulación. Una forma en que afecta
a la acumulación es que el crecimiento de los precios bursátiles
puede favorecer el financiamiento de las empresas, ya sea porque éstas
utilizan los títulos como colaterales para obtener préstamos
y ampliar la producción, o bien porque emiten nuevas acciones para
ampliar su capital en las mejores condiciones. Desde el punto de vista del
consumo, está lo que se llama el “efecto riqueza”, que consiste en
que los inversores pueden sentirse más confiados para aumentar el gasto
cuando se valorizan sus tenencias. Por otra parte, el crecimiento del capital
ficticio también genera las condiciones para que aumente la especulación,
para que se desaten “manías inversoras” y se desarrollen todo tipo
de fraudes y estafas que, por regla, terminan en gigantescas catástrofes
y quiebras. Las crisis y el capital ficticio La inflación de capital ficticio tampoco puede sacar
a las economías de la crisis. Si se trata de las acciones, lo característico
es que ya con el inicio de las crisis sus precios se derrumben. Esto es, el
viraje hacia el descenso económico va acompañado por el colapso
de enormes masas de capital ficticio. En cuanto a los títulos públicos, su crecimiento
no puede solucionar las cosas durante la crisis. Para ver por qué,
supongamos que en una economía ha caído la demanda (los capitalistas
no reinvierten la plusvalía, y el desempleo se está incrementando).
El gobierno decide entonces inyectar gasto público, financiado con
la colocación de títulos; éstos son comprados con plusvalía
(los asalariados no compran títulos). Supongamos que el Estado recoge
así $1000, con los que paga subsidios a desocupados o salarios a los
empleados estatales. Esta inyección activa la demanda de bienes por
$1000 (los desocupados o los empleados consumen bienes). Sin embargo, si
la acumulación capitalista no se recupera, en la siguiente ronda hay
que volver a inyectar gasto fiscal para sostener la demanda. Y además,
hay que pagar los intereses por los bonos colocados en la primera ronda. Por
eso, la recuperación de la demanda por esta vía tiene alcance
limitado. Además, si la economía continúa en crisis,
y crece el stock de deuda del gobierno, lo más probable es que los
capitalistas dinerarios comiencen a exigir una tasa de interés cada
vez más alta para seguir prestando. La cuestión de fondo es
que el gasto del Estado es financiado con plusvalía que está
generada por el trabajo productivo, y en tanto éste no se reactive,
los problemas seguirán agravándose. El gasto fiscal puede ayudar
a reactivar la demanda, pero no es la solución del problema. En este
respecto hay que destacar la importancia de no caer en el fetichismo financiero,
o del Estado y sus posibilidades de evitar, o solucionar, las crisis capitalistas.
El gasto estatal no puede constituir nunca una fuente autónoma de demanda,
dado que los impuestos solo son una fracción de la plusvalía
generada por el trabajo asalariado. Vinculado a esta cuestión, también
hay que aclarar que la emisión monetaria (por ejemplo, para monetizar
un déficit fiscal) tampoco es salida, ni significa incremento de capital
ficticio, sino la simple desvalorización del signo monetario. Pero
por esto mismo no impide la desvalorización del capital, ni constituye
una fuente de demanda adicional. Por ejemplo, supongamos que se está
en una crisis, en que hay mercancías sin vender, y que el gobierno
emite dinero para financiar gasto, de manera que las mercancías se
venden. De esta forma se impide que bajen los precios de estas mercancías,
y por lo tanto que no se desvalorice este capital mercancía. Pero esto
ocurre al costo de la desvalorización del capital dinero. Por supuesto,
se puede sostener que es preferible una desvalorización por vía
de la inflación, que la deflación. Pero lo importante es que
la inyección no frena la caída de los valores. Subrayamos, solo si se reanuda el gasto de plusvalía (esto es, si baja el atesoramiento), habrá una reactivación genuina de la demanda. Por ejemplo, desde el estallido de la crisis en 2007 los bancos centrales han aumentado sus balances al comprar principalmente deuda soberana y deuda de bancos. Según el FMI, estas compras fueron financiadas con expansión de la base monetaria, que aproximadamente se duplicó, en términos de porcentaje del PBI, entre 2007 y 2011. Se ha calculado que hoy habría unos 15 billones de dólares en títulos y préstamos de muy dudosa calidad, en poder de los bancos centrales (Winter, 2012). Se trata de una inmensa masa de capital ficticio, que no tiene contrapartida en la riqueza ni en el capital real, y que por sí misma no ha logrado, ni logrará, sacar a las economías del estancamiento. En conclusión, el capital ficticio no tiene
las propiedades “mágicas” que muchos le asignan. Su incremento no puede
sostener por sí mismo la acumulación del capital, ni sustituir
la producción de plusvalía. Por eso mismo, las gigantescas masas
de “papeluchos” creados desde 2007 no han salvado al modo de producción
capitalista. Textos citados: Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI, tomo III, vol. 7. Winter, R. (2012): Largest Central Banks Now Hold Over 15
Trillion in Fictius Capital, The Wall Street Examiner, 27 January Rolando Astarita |