Trasversales
Girolamo De Michele

Seis palabras por Toni Negri


Revista Trasversales número 65, enero 2024 web

Texto original en italiano

https://www.doppiozero.com/sei-parole-per-toni-negri

Traducido y publicado por/en Trasversales con autorización del autor y de doppiozero

Textos de Toni Negri en Trasversales



No es fácil resumir en unas líneas un pensamiento desarrollado durante más de seis décadas, ni lo es encontrar un solo hilo en la maraña -que no es confusión, sino complejidad- de sus numerosos volúmenes, desde sus escritos juveniles sobre el formalismo jurídico kantiano y sobre Dilthey hasta Asamblea. Libros que han convertido a Toni Negri en el filósofo italiano más conocido y estimado en todo el mundo, excepto en Italia.

Intento proponer, más que algunos hilos, algunas palabras clave, en una secuencia que no es cronológica ni enciclopédica.

La primera es Lucha: "la vida es una lucha, implacable y feroz, contra la muerte", escribe Toni en la primera página de su autobiografía. Un gran médico, Xavier Bichat, había escrito a principios del siglo XIX que la vida es el conjunto de funciones que resisten a la muerte: en el pensamiento de Toni esta afirmación se expande más allá de los datos médicos y biológicos para adquirir un significado político.

El hecho mismo de vivir es un hecho político: porque el poder se alimenta del miedo a morir y de la muerte misma. Porque hay tanta vida como la que podemos producir resistiendo al poder, en lugar de entregarnos a una existencia servil, dominada por el miedo a la muerte. La vida de Toni ha estado marcada desde la infancia por la resistencia al poder y al presagio de la muerte: su padre comunista, que murió a consecuencia de las palizas fascista; su madre campesina que se ocupa de la familia en la campiña de Padua; su hermano mayor, voluntario republicano, que murió combatiendo en el bando injusto; los bombardeos, la Gran Segadora que cosechaba por todas partes durante los meses de ["la República de"] Saló.

Ante Toni, ya anciano, volvieron a aparecer esas sombras, y se opuso airadamente al regreso del fascismo y de las guerras, no sólo en la realidad política sino también en el imaginario. De ahí su esperanza utópica en un sujeto europeo, no de los bancos o de los estados, sino de las multitudes, que pudieran hablar un idioma común. Pero ese poder contra el que luchamos no se agota en el fascismo, histórico o recurrente: el poder acecha en todas partes, se propaga en los ganglios sociales, circula tal como circulan las mercancias producidas según procesos que son en sí mismos dinámicas de poder. En pocas palabras: la compra de un balón cosido por una niña del tercer mundo no es sólo la circulación de una mercancía, sino también la circulación de un modo de producción que encadena esa niña a la producción en lugar de enviarla a la escuela; la reproducción de las mercancías que se venden es la reproducción de los mecanismos de poder. Sobre estos temas Toni alcanzó una profunda consonancia con Foucault en la década de los 2000, pero él ya había comenzado a explorarlos en el seminario sobre los Grundrisse de Marx publicado bajo el título Marx más allá de Marx.

Por eso nos rebelamos: es un hecho. A pesar de la servidumbre voluntaria a la que se entrega la mayor parte de la humanidad, siempre hay alguien que se rebela. Sin necesidad de postular complots ni instigadores ocultos. Malo como profesor, pero buen alumno, como ya se ha dicho, Toni, junto con una generación de militantes que tomarán el nombre de operaistas, aprenderá, frecuentará las verjas y los talleres de las fábricas y allí aprenderá el arte de la rebelión, ese arte practicando de forma anónima desde que existe el trabajo industrial: la clase obrera se ha hecho a sí misma (mediante la rebelión) en la misma medida que fue hecha (mediante la represión patronal), escribe el historiador E.P. Thompson. Pero esa página imprescindible de la historia se volvió insuficiente hacia finales de los años 1960: se necesitaban nuevas prácticas y nuevos pensamientos.

La segunda palabra es Trabajo. Ese trabajo que, lejos de ennoblecer al ser humano, lo asemeja a la bestia, lo explota a partir de la condición inicial: aquello que hace que lo humano sea humano, es decir, la capacidad de producir y transformar el mundo, ha sido metamorfoseado en una mercancia, la fuerza de trabajo, que se vende en esa forma moderna de esclavitud que es el trabajo asalariado. Así, pues, el ser humano deja de serlo precisamente cuando debería serlo, produciendo un mundo en el que no se reconoce como artífice y cuya humanidad no ve. A ese trabajo que obliga al trabajador a una vida de explotación insuficiente para vivir sin tener que levantarse cada mañana para volver a ese trabajo que le quita la vida, Toni opuso el rechazo del trabajo. Una práctica que no surgió de filosomemas complicados y que se estiran como la del chicle, sino de las prácticas obreras. ¿Pero qué obreras/obreros y qué trabajo? Negri y las y los obreristas hicieron avanzar el análisis de Marx, extrayendo de allí al menos cuatro conceptos fundamentales.

Ya hemos visto el primero: la circulación como distribución de funciones de mando.

El segundo es la intuición de que el capitalismo no es caos y anarquía, a los que debiera oponerse el orden racional ocialista, sino que es planificación: existe, por tanto, un plan de capital, al que debe oponerse un contraplan. Que el capitalismo sea destrucción creativa, como dice Schumpeter, no implica que no tenga un propósito, una razón, un orden.

El tercero es la inversión de la relación entre capital y obrer@s: la clase trabajadora no nace como mera reacción a la explotación, no es un producto de la fábrica, sino que es ella misma, con sus propias luchas, la que empuja al capital hacia la innovación. Al convertirse en un sujeto antagónico, la clase trabajadora obliga al capitalismo a convertirse en un continuo devenir para rastrear o anticipar el conflicto social.

El último de estos conceptos, extraído de algunas páginas de los Grundrisse que Raniero Panzieri publicó con el título "Fragmento sobre las máquinas" en la revista Quaderni Rossi, es que la máquina, que en el trabajo moderno "posee habilidad y fuerza en sustitución del trabajador", ha dejado de ser una mera herramienta utilizada por el trabajador, y se ha convertido en algo "como un poder extraño sobre él". Pero esta separación entre la vida concreta del trabajador y la producción a través de la gran máquina abre la posibilidad de liberar la vida del trabajo remunerado: un mundo libre, en el que la fatiga del trabajo se delega en las máquinas o, mejor dicho, en la ciencia del capital (pensemos en la importancia, en el trabajo contemporáneo, de la programación frente a la producción misma), mientras la vida se sacude ese yugo que la leyenda bíblica asigna al ser humano como castigo a expiar.

De esto surgen consecuencias radicales para quienes como Negri no han perdido el gusto por la radicalidad: la fábrica deja de ser el mero nombre del lugar de producción, para convertirse en la sociedad entera, subsumida en las leyes del capital. El productor no es sólo el trabajador del mono azul que aprieta los tornillos hasta alienarse, como en la famosa escena de Chaplin, sino que lo es toda la vida puesta a trabajar: es producción de valor atender a un anuncio publicitario mientras se mira la televisión; lo es llenar esas cajas vacías que son las redes sociales con la narración de la propia vida, a partir de cuyo contenido se generan ganancias astronómicas; lo es establecer la producción de una determinada prenda de vestir a partir de su simple compra (el sistema Benetton, que Negri estudió durante los años del exilio francés, y lo fue por casualidad). De manera más general, la vida, la realidad (o lo que llamamos así) y el mundo son producción: el mundo es producido por tod@s nosotr@s, no sólo por lo que está aquí y ahora, sino también por las generaciones pasadas cuya vida se prolonga en nuestros gestos y en nuestras praxis. Por tanto, Producción es la tercera palabra.

Sin embargo, si una parte importante de la producción, es decir, de la cesión de la propia fuerza de trabajo, no ocurre a través de la fuerza física, sino de la potencia intelectual -es decir, el propio intelecto se pone a trabajar-, esa potencia productiva, transferida a cambio de un salario, se mantiene a disposición del sujeto productor. ¿Es posible que este sujeto colectivo cognitivo encuentre una manera de organizarse para liberarse de la explotación, como la clase trabajadora del pasado encontró los sindicatos y los soviets? Negri siguió trabajando en esto hasta sus últimos días. Sus viejos compañeros de la aventura operaista, tal vez asustados por las consecuencias o tal vez no aptos para la radicalidad de pensamiento, incapaces en todo caso de combinar lo uno con lo otro, pronto se retiraron ordenadamente, con la creencia de que el mundo no podía cambiarse, sólo podía ser administrado. Hay quienes votaron a favor de las políticas de austeridad de los gobiernos de Andreotti, quienes votaron por la Buona Scuola y la Job Act: hay diversas maneras de morir bombero después de haber sido pirómanos, y no todas son equivalentes.

Pero si el mundo es producido, ¿cuál es el sujeto de esta producción? "Sujeto" es una palabra que no alude a algo dado de una vez por todas, sino a un proceso dinámico de interacción mutua entre la realidad y sus actores, según aquellas filosofías denominadas postestructuralistas con las que Negri se relacionaba, a partir de su amistad con Félix Guattari y, a través de él, con Gilles Deleuze y Michel Foucault. El primer nombre de este sujeto es "obrero social": la expansión a toda la esfera social del sujeto productivo, identificado con el obrero-masa, en una fase en la que la propia producción se expandía desde la fábrica hasta sus ramificaciones periféricas, que se extenderían a todos los rincones imaginables de las periferias globales. Luego, a este nombre le sucedió otro, transferido como testigo en una ideal carrera de relevos desde el pasado por compañeros como Maquiavelo y Spinoza: Multitud. Una palabra que contiene universos, no sólo conceptuales: que, limitándonos a los clásicos, los seres humanos son capaces de verdad política, es decir, de autogobierno, e incluso, ya en su límite, de esa prefiguración revolucionaria que consiste en liberarse de la necesidad del Estado. Porque el concepto de multitud enuncia precisamente la primera e ineludible alternativa del pensamiento político: o la multitud es capaz de producir autogobierno, es decir, autonomía, o no lo es, y entonces es necesario que sea gobernada, es decir, que esté estar bajo el dominio de algún Leviatán. Spinoza escribe en el Tratado Teológico-Político que el objetivo de la República no es dominar a los hombres ni obligarlos, por medio del miedo, a someterse al derecho de otros, y que tampoco lo es convertir a los seres dotados de razón en bestias o autómatas, sino asegurar que pueden hacer uso de la libre razón y no luchar entre sí con odio, ira o engaño, ni dejarse llevar por sentimientos perversos: el verdadero fin de la República es, por tanto, la libertad. Maquiavelo no dice nada diferente en los Discursos [Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio], un libro que ha estado eclipsado durante demasiado tiempo -y todavía lo está- por la sombra de El Príncipe. Basta preguntarnos qué concepción del ser humano, de la capacidad de los seres humanos de relacionarse entre sí para resistir a la muerte a pesar de las debilidades y vulnerabilidades individuales y de la capacidad de crear nociones comunes y discursos colectivos están implícitas en la negación de que el ser humano pueda reducirse a un autómata servil, para comprender la importancia de un pensamiento que Negri contribuyó a renovar en las universidades y espacios académicos de todo el mundo, incluso en Italia, a pesar de esa damnatio memoriae [condena de la memoria] que consiste en reducir su figura a la de un terrorista recluido en las prisiones de su país.

Y en así como llegamos a otra palabra, Prisión, la quinta. La verdadera prisión, aquella en la que, dicho en beneficio de olvidadizos y malévolos, Toni Negri cumplió hasta el último día de su condena por lo que había hecho, por lo que no había hecho y por lo que se le impidió hacer. Hay dos ámbitos que deben mantenerse diferenciados: el judicial y el político. Además, hay que considerar también el plano humano, empezando por los compañeros de Toni Negri que sufrieron prisión para luego ser reconocidos inocentes, pagando con una muerte prematura los daños que las prisiones especiales habían causado a su salud: Luciano Ferrari Bravo y Emilio Vesce, por citar sólo a dos. En el ámbito procesal, Negri fue acusado de ser el jefe de una organización anónima (la misteriosa O.), que habría prolongado su existencia más allá de la disolución ficticia de Potere Operaio (de la que Negri había sido uno de los dirigentes) y que habría coordinado las distintas actividades terroristas de grupos sólo aparentemente distintos entre sí: por lo tanto, responsables de insurrección armada contra los poderes del Estado, así como de una infinidad de crímenes en constante mutación y que por definición eran indemostrables, ya que no podía imputarse ningún delito específico a O. Téngase en cuenta que la acusación de insurrección contra los poderes del Estado nunca se ha hecho contra los perpetradores fascistas de las masacres en Piazza Fontana, Piazza della Loggia, Italicus, Estación de Bolonia. Que nunca se acusó de asociación subversiva al Movimiento Social, que incluso tenía como objetivo la restauración de la República fascista de Saló, ni a su secretario Giorgio Almirante. Que en los mismos años que la Historia de O, un importante político y líder de la Democracia Cristiana, Giulio Andreotti, mantenía relaciones orgánicas con la Cosa Nostra.

Sentencias en mano, "el hecho no subsiste" en cuanto al vínculo entre Potere Operaio y la autonomía organizada; "por no haber cometido el hecho", los presuntos responsables de la organización de atentados y crímenes fueron absueltod de la acusación de insurrección armada, y los cargos por delitos específicos fueron reducidos o desestimados (a Negri se le habían imputado alrededor de ochenta cargos). Los denominados "arrepentidos" que habían sostenido la acusación quedaron refutados.

En el plano político, sin embargo, sostener que había una organización con la O., un líder, algún comité oculto que movía los hilos, significa creer que veinte años de revueltas contra la injusticia, la explotación, las muertes laborales por trabajo, la nocividad o la ausencia de una derecho a la salud fueron provocadas por una conspiración, y no por la legítima indignación de mujeres y hombres capaces de hacer uso de su razón para reclamar los derechos negados: vida, salud, igualdad, libertad. Basta recordar el tributo de sangre y de vidas que, cada día, el Moloch del trabajo exige a obreras y obreros, a campesinas y campesinos, a trabajadoras y trabajadores, a ciudadanas y ciudadanos, envenenados por los polvos y por las emisiones industriales, en una especie de cartaginesa Cabiria que siempre se repite de la misma forma. Es posible, lógicamente, cuestionar que a la violencia de la explotación y del poder deba necesariamente oponerse otra violencia de naturaleza opuesta, pero no es lícito olvidar que la violencia y el terrorismo de Estado han existido y existen, ni lo es aplicar a la revuelta de los explotados los mismos criterios de economía moral de los explotadores.

No sé qué pensaron realmente que encontrarían los jueces que encarcelaron a Negri y a decenas de compañeras y compañeros el 7 de abril de 1979, y a miles más en los meses y años siguientes, hasta sumar un cúmulo de años de detención superior a los impuestos a los fascistas después de la guerra y también más que a los briganti meridionali después de la unificación de Italia; pero estoy seguro de que no he encontrado igual acritud judicial para procesar, una vez encerrada tras las puertas de la prisión o del exilio, a una generación entera, al modo de las injusticias contra las cuales se habían rebelado.

La sexta y última palabra de este escueto abecedario negriano es Pobre: ​​una figura de la multitud, del común, que Negri ha evocado con frecuencia, a partir de una página de Imperio dedicada a Francisco de Asís. Imperio es el best-seller que contribuyó a la fama mundial de Toni Negri: una reflexión conjunta, junto a Michael Hardt, que como mínimo contribuyó a dar un léxico político y un orden del discurso a toda una generación global, la de las grandes manifestaciones en Seattle y Génova en los albores del tercer milenio. Un libro que, superado o no en algunas partes por los cambios globales (de los que Negri y Hardt siguieron al acecho en libros posteriores), intentó captar la globalización, algo tan esquivo, en su inmensidad, que ha costado demora y esfuerzo encontrar la palabra para denominarla, así como entenderla en su propia estratificación, en la que se superponen, según un modelo tomado del historiador Polibio, el plano de la dominación imperial (entonces estadounidense, hoy policéntrico), el plano de las grandes corporaciones globales (en su última manifestación, las plataformas globales) y las multitudes insurgentes o, en todo caso, no resignadas. Todo esto no lo leyó con la mirada fría del analista, sino con la mirada cálida y comprometida del militante político: por tanto, lo hizo desde el punto de vista de las multitudes, cuya condición política puede resumirse bien en la figura del pobre, entendido no como alguien que está privado de algo, sino como alguien que, precisamente por ser nada, es potencialmente todo.

Hoy, cuando el pobre no es, como en el siglo XIII, un viajero que se aleja de la sociedad, sino que está instalado en el corazón mismo de la sociedad, en la elección hecha por Francisco de adoptar la condición común de pobreza de la multitud para denunciar las condiciones en que se encuentra vemos el poder de una vida en la alegría de lo común con todas las criaturas y toda la naturaleza: los animales, hermana luna, hermano sol, los pájaros del campo, los explotados y los pobres, todos juntos contra la voluntad del poder y contra la corrupción del capitalismo naciente. Una multitud sin fronteras de personas subalternas que hablan todas las lenguas del mundo, en una alianza renovada con toda la creación: un mundo en el que valdría la pena vivir, si existiera.

26 de diciembre de 2023