Trasversales
Elias Vola

Guerra en Ucrania: por una "bifurcación internacionalista"

Revista Trasversales número 61, marzo 2023 web

Traducción hecha a partir de la versión en francés


  

"Quizás lo más sorprendente de muchos de estos debates sobre la guerra ruso-ucraniana es que se ignoran las opiniones de los ucranianos, presentados a menudo en algunas discusiones entre la izquierda como víctimas pasivas a las que compadecer o como nazis a los que condenar. Sin embargo, la extrema derecha constituye una clara minoría de la resistencia ucraniana, mientras que la mayoría absoluta de la población apoya la resistencia y no quieren ser meras víctimas pasivas"

Taras Bilous

"Soy un socialista ucraniano, he aquí por qué me resisto a la invasión rusa", artículo publicado en Jacobin, 26/7/2022. Taras Bilous es historiador, coeditor de Commons y miembro de Sotsialnyi Rukh (Movimiento social). Actualmente se encuentra incorporado a las Fuerzas Armadas en la Defensa Territorial.



Las divisiones en torno a la guerra de Ucrania marcarán el panorama de la izquierda mundial a largo plazo e iniciarán profundas recomposiciones políticas e ideológicas.

Conversaciones de paz al estilo Putin

Desde el comienzo de la sangrienta invasión decidida por Putin se repite un extraño estribillo: Rusia mostraría buena voluntad y los ucranianos un peligroso extremismo. Recientemente, el 2/2/2023, Putin declaró que estaba listo para iniciar negociaciones de paz si los ucranianos tomaban nota de las "nuevas realidades territoriales" resultantes de la invasión. Una propuesta obviamente inaceptable para la parte ucraniana, en la medida en que equivaldría a aceptar la pérdida de los cuatro oblasts falazmente anexados mediante un referéndum militarizado, aproximadamente el 20% del territorio ucraniano.

Sin embargo, incluso hay que dudar de este supuesto paso adelante del régimen ruso. Al mismo tiempo, los informes militares tienden a indicar que el ejército ruso está preparando una nueva gran ofensiva a lo largo de toda la línea del frente. Se habrían concentrado entre 300.000 y 500.000 hombres para un asalto general, utilizando una estrategia que presta poca atención a la vida de los soldados rusos [Michel Goya, Cédric Mas].

No es la primera vez que el Kremlin utiliza este método, policía bueno/policía malo, incluso es habitual. A fines de marzo de 2022, la reunión en Estambul, donde ambas partes comenzaron a manifestar públicamente sus exigencias para la paz, coincidió con un redespliegue de la ofensiva rusa en el sur y el este de Ucrania tras la derrota en campo abierto durante el asalto a Kiev. En noviembre de 2022, mientras que el G20 reunido en Bali pedía a Rusia que detuviera los bombardeos para demostrar su voluntad de iniciar negociaciones de paz, comenzaba una ola de bombardeos masivos en todo el territorio ucraniano, con el objetivo de destruir la infraestructura energética y privar a millones de personas de calor y electricidad al comienzo del invierno. Dimitri Medvedev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, declaró al mismo tiempo que "Kiev es simplemente una ciudad rusa cuyos habitantes siempre han pensado y hablado en ruso. […] Esto debe quedar totalmente claro, para que todo quede completamente claro en cuanto a lo que debe ser recuperado y a cómo lo será".

Este posicionamiento bélico del régimen ruso, indiscutiblemente opuesto a la paz, contrasta con la claridad de las demandas del lado ucraniano. Recordemos, en primer lugar, que Zelensky resultó elegido con el 73% de los votos en base a un programa de reconciliación con Rusia que se comprometía a poner fin al conflicto larvado que afectaba a las regiones ilegalmente ocupadas de Donbass y Crimea. Si, obviamente, esta orientación no encontró la simpatía de Putin, la masiva movilización popular y militar de hombres y mujeres de Ucrania para defender su derecho a la existencia democrática no ha llevado al gobierno de Zelensky a formular propuestas extravagantes. Las exigencias son claras: negociaciones de paz públicas, restauración de la integridad territorial sobre la base de las fronteras de 2013, compensación por los daños infligidos, enjuiciamiento de los criminales de guerra y organización de referéndums en los territorios de Donbass y Crimea, de forma transparente y bajo los auspicios de la ONU. Estas son las condiciones para una paz justa y duradera [como señalan Denys Bondar y Zakhar Popovych].

Si hay, pues, dos racionalidades opuestas que chocan, la verdadera voluntad de alcanzar la paz está solo en un lado, lógicamente aquel que más sufre directamente y casi por completo las consecuencias de esta guerra.

¿Podría explicarse el extremismo de Putin por su locura? Aunque la hipótesis es tan preocupante como tentadora, en realidad despolitiza la dinámica que opera en Rusia. En su reciente artículo El putinismo es fascismo, el activista ruso Ilya Budraitskis abre líneas de interpretación mucho más convincentes: "Todo cambió a finales de 2011, cuando Putin anunció su deseo de volver a la presidencia, marcando así el giro del régimen hacia un poder explícitamente personalista. A fines de 2011 y principios de 2012, Moscú y otras ciudades importantes de todo el país se vieron sacudidas por protestas masivas […] Sin embargo, una vez que se aseguró su reelección y se aplastaron las protestas, Putin siguió perdiendo el apoyo popular. En estas condiciones, la respuesta agresiva de Putin al Maidan de Kiev no solo tenía objetivos externos, sino también internos. El derrocamiento del régimen en Ucrania mediante protestas callejeras ha sentado un peligroso precedente que, por la proximidad de los países, ha llamado la atención de gran parte de la sociedad rusa. […] La política interior ha sido sustituida por la política exterior, en la que el líder nacional y comandante en jefe se convierte en el único actor, mientras que el deber cívico de todos los demás es apoyarlo pasivamente» [El putinismo es fascismo, Ilya Budraitskis].

En esta carrera infernal, la política de agresión del Kremlin se ha convertido en una palanca fundamental de la política interna rusa, con el objetivo de domesticar cualquier inclinación a la protesta. A partir de ahí, las negociaciones de paz son una preocupación secundaria para Putin, y este es precisamente el sentimiento que predomina en cualquiera que preste la más mínima atención a lo que se dice en el ámbito político y mediático ruso [L’Ukraine en toutes lettres].

¿Cómo explicar entonces la posición de una parte de la izquierda mundial, que se opone a las entregas de armas a Ucrania y está convencida de que son la OTAN y Zelensky quienes bloquean el proceso de paz, mientras que Putin, a pesar de sus errores, buscaría proteger a la poblaciones de habla rusa del Donbass? [Daria Saburova: Questions sur l’Ukraine]?

A primera vista, la pregunta parece rozar el absurdo. ¿Cómo se puede retratar seriamente como un potencial partidario de la paz a Putin, que inició un ataque sangriento por su propia voluntad, devastando los territorios que se suponía que debía defender?

Ya han florecido los análisis que denuncian esta dificultad, en particular los que nos llegan desde Ucrania y Rusia, como la notable declaración conjunta publicada a principios de abril de 2022 por el Movimiento Socialista Ruso y el Movimiento Social en Ucrania.

Entre la multitud de argumentos desplegados en este debate que agita la esfera progresista, quiero llamar la atención sobre un punto en particular: la relativización del peligro fascista y sus implicaciones para la izquierda mundial.

Según la retórica que justifica la invasión de Putin como una reacción legítima al imperialismo estadounidense, de hecho estamos asistiendo al advenimiento de un “mundo multipolar”. Por el contrario, consideramos, con otros [Zakhar Popovitch, Kavita Krihsnan], que este "mundo multipolar" corresponde más bien al del ascenso de los regímenes neofascistas y que urge la derrota militar y política de Putin, punto avanzado del fascismo en el siglo 21. Negar esto es borrar las diferencias entre la democracia burguesa-liberal y el régimen autoritario-fascista, en particular con respecto a los posibles espacios de resistencia de las poblaciones y a las condiciones para la actividad de las organizaciones progresistas.

Cuando la población ucraniana se moviliza en masa contra el imperialismo ruso y exigen armas para defender su derecho a la existencia democrática y a la autodeterminación, está claro que para ella existe una diferencia muy concreta con el espacio antidemocrático que encarna la Rusia de Putin. Y esta lucha pasa hoy principalmente por un equilibrio de poder militar, independientemente del origen de las armas obtenidas, por incómodo que pueda ser para la izquierda mundial asumir tal posición [Catherine Samary].

Utilizando las palabras de Ilya Budraitskis, el régimen ruso de Putin es la expresión de un nuevo fascismo nacido de la crisis del capitalismo y cuyo objetivo "es enterrar definitivamente todas las formas de participación democrática y dar definitivamente al capital la forma de un Estado” [art. cit.].

Y mientras las voces que nos llegan de Rusia y Ucrania y que proceden de camaradas son cada vez más numerosas al evocar una nueva forma de fascismo para caracterizar el régimen vigente en el Kremlin, la ceguera de las organizaciones de izquierda y de extrema izquierda que se niegan a ver que el principal obstáculo para la paz no es otro que el propio Putin es, como poco, inquietante. Hay quien lo sigue viendo como un conflicto entre “grandes potencias” en el que hay que dar una salida honrosa a Rusia, sin que quede claro qué significa para Putin “un verdadero esfuerzo diplomático”. Otros ponen en pie de igualdad el neoliberalismo de Zelensky y el fascismo del régimen ruso, y oponen a los “juegos sucios de la OTAN” una confraternización de los pueblos bajo el fuego de la artillería. Cuando la ideología se antepone al análisis de la situación real, la acción política se convierte implacablemente en abstracción. En esto, efectivamente, nos enfrentamos a una gran bifurcación para el campo progresista, frente a la cual el desafío es adoptar la orientación internacionalista capaz de trazar un surco emancipador, por insuficiente que sea, en este peligroso período que atraviesa el mundo.


Luchas y resistencias en territorios fascistas

En efecto, existen diferencias muy concretas entre el neoliberalismo de Zelensky y el fascismo del régimen ruso en lo que se refiere a las formas de protesta y a la actividad de las organizaciones progresistas, con mayor motivo en los territorios ocupados o en su esfera de influencia directa. Si esta conciencia es aguda entre quienes resisten a ese fascismo, es porque los ejemplos abundan, empezando por la evolución de la situación en las “autoproclamadas” repúblicas de Luhansk y Donetsk. Ocho años después del inicio de la guerra, asistimos a una degradación masiva de los derechos sociales y políticos, del nivel de vida y, en definitiva, de todas las formas de expresión democrática.

Estas regiones, consideradas prósperas dentro de Ucrania antes de la intervención rusa, ahora están hechas jirones. Estas áreas anexadas perdieron entre el 45% y el 70% de su población antes de 2014; las pérdidas de empleo han sido masivas y el salario medio ha caído, desde 2016, a menos del 40 % de su nivel antes de la anexión; en 2020 la mayoría de las fábricas producían allí entre el 15% y el 20% de su nivel anterior a la guerra de 2014, y muchas de las máquinas fueron transferidas a Rusia o simplemente robadas; los sindicatos independientes fueron prohibidos en 2014; colectivos feministas y LGBTQI+ han sido víctimas de la represión que impera contra ellos en Rusia; la práctica de la detención ilegal, la tortura y el asesinato se ha convertido en lugar común; las manifestaciones fueron sistemáticamente reprimidas severamente, como en la mina Komsomolskaya donde, en junio de 2020, fueron detenidas treinta y ocho personas, tres de las cuales desaparecieron y no han sido encontradas [Natalia Savelyeva, Eight Years of War before the War].

Este panorama no exhaustivo ofrece una visión aterradora de un futuro a la hechura de Putin.

Desde la segunda fase de la guerra, iniciada el 24 de febrero de 2022, la situación se ha deteriorado aún más. Taras Kobzar, un activista anarcosindicalista originario de Donetsk, primero comprometido en la defensa territorial y luego en el ejército, dice: “Políticamente, se ha establecido un régimen autoritario que hace imposible cualquier actividad política y social libre. Las personas pueden, por ejemplo, ser arrestadas en la calle y enviadas al frente. Conocemos la historia de un grupo de músicos de la Orquesta Filarmónica de Donetsk que fueron movilizados por la fuerza y enviados a luchar en Mariupol, justo después de un ensayo. La mayoría de estos músicos están muertos. El orden ruso domina todas las esferas de la vida. Se filtra en las escuelas, envenena las mentes de los niños, las riega con propaganda chovinista. Las 'organizaciones infantiles' militarizadas más espantosas se han establecido en los territorios ocupados: recuerdan a las 'Juventudes Hitlerianas', pero al estilo estalinista soviético. Desde septiembre, numerosos vídeos realizados por soldados ucranianos en el liberado Oblast de Járcov muestran a civiles animando al ejército ucraniano. Soy testigo directo, como soldado. Después de sufrir la ocupación y los bombardeos, los ucranianos comunes y corrientes reciben con alegría a los libertadores, a sus compatriotas, a los soldados del ejército ucraniano. Esta es la reacción normal de las personas que se respetan a sí mismas y aman su tierra, personas que han visto en la práctica que la 'paz rusa' es un verdadero 'fascismo ruso'" [Taras Kobzar].

Desde los suburbios de Kiev hasta los de Jersón, pasando por las fosas comunes de Izioum, Irpin o Bucha, la “paz rusa” ha sido sinónimo de asesinatos, saqueos y violaciones masivas. Es también la humillación diaria de todas las minorías enemigas del orden putiniano. El activismo político, las feministas, las minorías de género, sindicalistas y otros activistas son sus primeros objetivos [Syndicollectif]. Y el horror aumenta cuando se acumulan las pruebas de deportaciones masivas de niñas y niños ucranianos para su adopción en Rusia [Les Humanités].

Recordar esta realidad, violenta y cruda, no significa sucumbir a las sirenas emocionales, como a veces escuchamos de boca de ciertos izquierdistas, queriendo así justificar su real politik abstracta. Es ser realista sobre lo que les espera a las poblaciones locales en caso de una victoria rusa, y ninguna cantidad de desvaríos geopolíticos a miles de kilómetros de distancia los protegerá de eso. ¿Quién aceptaría eso para sí mismo? Tomar las armas, participar en la defensa territorial, rechazar la "paz rusa" es, lamentablemente, la única posibilidad disponible en el estado actual.

Además, los que mejor han entendido esto fuera de Ucrania son todas las personas comprometidas contra Putin en la propia Rusia. En este país donde la palabra guerra está prohibida y donde las prisiones están llenas de verdaderos pacifistas, la oposición solidaria de la población ucraniana se ve reducida a formas de resistencia “silenciosas”: escribir consignas en billetes; hacer grafitis con el símbolo de la paz; atar cintas verdes a los postes de luz; reemplazar las etiquetas de los precios con el número de muertes [Vanessa Rodríguez].

En Rusia, la destrucción de los derechos sociales y políticos, la represión de toda forma de asociación no integrada en el aparato estatal, se aceleran día a día, a imagen de lo ocurrido en esas famosas repúblicas populares que Putin “defiende” a los ojos del resto. del mundo. Cualesquiera que sean las críticas legítimas que se hagan al neoliberalismo de tiempos de guerra de Zelensky, lo cierto es que la actividad política y sindical, los grupos y movimientos LGBTQI+ y feministas, las organizaciones estudiantiles y otras formas de activismo existen, critican, actúan, gracias a las garantías democráticas.El balance político de 2022 publicado por las y los camaradas de Sotsialnyi Rukh es rica en lecciones sobre el margen de maniobra persistente en Ucrania [bilan de l’année 2022]. Como activistas por la emancipación, olvidar eso es, de alguna manera, olvidar quiénes somos.

La urgencia de un compromiso internacionalista más fuerte

A medida que aumenta la presión para silenciar las voces ucranianas y favorecer las abstracciones, es más necesario que nunca que nuestra acción internacionalista se escuche más ampliamente. Las organizaciones que han optado por un internacionalismo que se pone resueltamente del lado de la población ucraniana se han distinguido desde el comienzo del conflicto por la multiplicación de vínculos y contactos con nuestros camaradas en el terreno. Esta intensa actividad de circulación de las voces, en parte coordinada por la Red Europea de Solidaridad con Ucrania (RESU), en la que participa el NPA [nt: también la revista Trasversales], permitió obtener información lo más cercana posible a las y los que luchan -con o sin armas-, para comprender mejor el equilibrio de poder y los retos político-sociales que agitan a estas poblaciones, y así poder transmitir sus opciones ante este conflicto sobre el que muchos, en otras partes del mundo, tienen una opinión muy categórica. Sólo a partir de este trabajo se puede construir un internacionalismo desde abajo como el que defendemos, un internacionalismo que se construye junto a las personas más concernidas y en el que la solidaridad debe traducirse en acciones concretas. Este fue el objetivo de las delegaciones de RESU en Ucrania y de los numerosos convoyes de solidaridad, en particular de los sindicatos. Este es también el significado de las manifestaciones y eventos organizados en Francia.

Para estar presentes ante esta emergencia internacionalista, bifurquémonos y expandámonos.

22 de febrero de 2022