Trasversales
José M. Roca

Aldo Moro. Seis noches recordando

Revista Trasversales número 61, enero 2023 web

Textos del autor
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Han sido las dedicadas a ver los seis episodios de la serie de televisión “Exterior noche”, dirigida por Marco Bellocchio, sobre el secuestro y posterior asesinato del político italiano Aldo Moro por las Brigadas Rojas, en la primavera de 1978.

Un salto atrás en el tiempo, que me ha hecho evocar con bastante exactitud el fatal suceso, ocurrido en unos años políticamente densos, que guardo en la memoria como un caótico y coloreado torbellino de nombres y fechas y noticias de aquí y allá, en un agitado escenario de gente activa, pancartas, manifiestos, canciones y banderas.

Recuerdo la fotografía del ex primer ministro y presidente de la Democracia Cristiana, muerto, en la parte posterior de un “cuatro latas” rojo (Renault 4L), aparcado, adrede como un aviso, en la vía Caetani de Roma, entre las sedes del Partido Comunista y de la Democracia Cristiana. Y recuerdo el debate suscitado por su secuestro y su muerte, en unos años de violencia y terrorismo de distinto signo político; años de plomo en Italia, a partir del atentado de 1969 en la Piazza Fontana de Milán, y en España, en medio de la Transición.

Años luctuosos, que serían una de las derivas políticas de los agitados años sesenta y también de la actividad ilegal del Estado, que, en Italia, culminaría en 1990 con el descubrimiento de la Red Gladio, especie de ejército secreto preparado inicialmente para resistir una hipotética invasión soviética, convertido después en un instrumento de la guerra sucia de la extrema derecha y los cuerpos de seguridad del Estado contra partidos y sindicatos de la izquierda.

El asesinato de Aldo Moro se inscribe en el contexto de aquellos años, difícil de entender hoy, pero descrito con bastante acierto, en 1988, por Nanni Balestrini y Primo Mororni en La horda de oro, 1968-1977.

Tras asesinar a cinco policías de su escolta, Moro fue secuestrado el día 16 de marzo de 1978 por un comando de las Brigadas Rojas formado por Valerio Morucci, Raffaele Fiore, Próspero Gallinari, Franco Bonisoli y Mario Moretti, y ejecutado el 9 de mayo. Los brigadistas habían comprobado que acudía cada día a misa antes de dirigirse a la universidad o al parlamento. Como en el caso de Carrero Blanco, la piadosa rutina facilitó la labor de los terroristas.

Aquel día de marzo se elegía un nuevo gobierno de la Democracia Cristiana presidido, otra vez, por Giulio Andreotti; uno más, en que los mismos políticos se alternaban en los cargos de breves gobiernos, que, cambiando de forma aparente, mantenían la hegemonía del partido católico durante décadas. El naciente gobierno no evitó esa tendencia, pues duró hasta enero de 1979.

Esta ocasión era diferente, la situación política era más compleja y la economía del país sufría, como la de otros, los efectos de la crisis del petróleo, pero, por otro lado, el Partido Comunista, crecido electoralmente y dirigido por Enrico Berlinguer, aceptaba el “compromiso histórico” de apoyar a la Democracia Cristiana. El artífice de esta operación, que una parte de sus correligionarios calificaba de acuerdo “contra natura”, había sido Aldo Moro. Con su secuestro, las BR querían golpear a la Democracia Cristiana -“el epicentro del sistema; el enemigo absoluto de la lucha obrera”, según Moretti-, impedir el pacto para desestabilizar al gobierno y canjear la liberación de Moro por la excarcelación de 13 de sus militantes.

Además, era un acto de afirmación ante otros grupos armados de la extrema izquierda, pero desproporcionado para algunos brigadistas. Renato Curcio, uno de sus fundadores, entonces preso en la cárcel de Turín, afirma que desbordó las posibilidades de la Organización. Como así fue.

La serie de televisión relata los días transcurridos entre el secuestro y el asesinato del dirigente católico, dedicando cada episodio -Moro; Cossiga; el Papa; los terroristas; Eleonora, la mujer de Moro; y el final- al punto de vista de los personajes. La duración de los capítulos -de casi una hora-, el formato monográfico y el carácter de reflexión interna, de monólogos, dan un tono lento a la narración, que a veces merma el interés, pero la serie merece la pena verse, tiene una factura moderna y está bien realizada e interpretada.

La serie muestra la postura del gobierno de la Democracia Cristiana, que, presionado por Estados Unidos y por el Vaticano, está atrapado entre la razón de Estado, que rechaza negociar con terroristas, y los principios cristianos que prescriben la liberación del político secuestrado para salvarle la vida.

De este modo, mientras el ministro del Interior -Francesco Cossiga-, amigo y protegido de Aldo Moro, trata en vano de localizar el lugar donde lo mantienen encerrado, y Pablo VI solicita públicamente su liberación, pero prepara dinero para pagar el rescate por si hiciera falta, la dirección de la DC espera que suceda un milagro, algo ajeno a su voluntad -que la policía lo rescate o que las Brigadas cambien de opinión-, que evite tomar la terrible decisión; percibe que Moro es una molestia y lo califica de enajenado por el secuestro, después rechaza una negociación indirecta con los terroristas, sugerida en una de sus cartas -“Moro escribe mucho”, dice Moretti-. Ahí se percibe ya que el cautivo está condenado, pues, las Brigadas tampoco aceptan la negociación, que debe ser abierta, pública, pues al pueblo, en cuyo nombre hablan, nada se le debe ocultar. Por otro lado, la notoriedad de la negociación supone que el Estado reconoce como interlocutores a las Brigadas Rojas y admite la existencia de presos políticos.

En medio de tales intereses está la familia de Moro, los hijos y, sobre todo, su mujer, Eleonora, que quiere facilitar la liberación de su marido, pero percibe que, abandonado por el Gobierno y la DC, su suerte está echada.

Son interesantes las reflexiones de Moro sobre los cuestionables y piadosos amigos, sobre los conciliábulos en la DC y la aversión que le produce Andreotti, el hombre hermético, frío, manipulador e intrigante, instigador de su muerte. En una carta, sospechando cual va a ser su suerte, pide que nadie de la DC acuda a su funeral.

Moro permaneció recluido en una “cárcel del pueblo” -un “zulo” construido detrás de un armario-, en un piso de la vía Montalcini, 8, en Roma, comprado el año anterior con dinero obtenido por el secuestro del naviero Costa. Allí estuvo 55 días, custodiado por cuatro brigadistas, pero sólo tuvo trato con Moretti y Gallinari, que llevaron puesta una capucha cuando hablaron con él.

La negativa de la Democracia Cristiana a negociar suscitó una controversia en las Brigadas Rojas sobre un desenlace imprevisto de la operación y, por tanto, sobre la suerte que debía correr el prisionero.

En abril de 1974, secuestraron a Mario Sossi, un juez temido por su dureza -“doctor esposas”, le llamaban-, que finalmente fue liberado, pero con Moro la mayoría de los brigadistas se decantó por no hacerlo, a pesar de las acciones de repulsa en la calle y las peticiones de clemencia que llegaron incluso desde la extrema izquierda.

En la serie, la chica brigadista -Adriana Faranda- sostiene que es un error matar a Moro (también lo creyó Curcio) y mantiene una discusión con su compañero Valerio Morucci sobre la revolución, a la que ella está entregada, renunciando incluso a su hija, y en la que él no cree. Podemos matar y podemos morir, pero no podemos ganar, le dice. ¿Entonces para qué matar a los escoltas?, responde ella. Él arguye que no cree que sea posible una república socialista en Italia y que no le mueve la revolución, sino la rebeldía, la transgresión, la lucha contra el Estado. Tú quieres ser un héroe perdedor, como los de “Grupo salvaje”, que muere matando fascistas, le espeta ella.

Más que como un revolucionario comunista, Morucci se comporta como un anarquista o un nihilista antisistema, no como un constructor de otro sistema. Claro que entonces las alternativas al capitalismo ofrecían un aspecto poco boyante, pues, además de la degeneración de la URSS, que, otra vez, en 1968 había mostrado en Checoslovaquia su oposición a las reformas en los países bajo su férula, en China, muerto Mao en 1976, se iniciaba la desmaoización, Cuba, bloqueada, seguía un camino burocrático y autoritario y muchas de las revoluciones y guerras anticoloniales iniciadas en países del Tercer Mundo habían degenerado en satrapías, dictaduras militares y guerras tribales.

Había pasado el momento de auge de las movilizaciones de protesta de los años sesenta y primeros setenta y lo que inicialmente parecía un principio prometedor fue realmente el crítico final de una época. En Italia; la última oleada radical, formada por el difuso y confuso “movimiento del 77, decaía rápidamente, y dejando aparte los efectos culturales del 68, los resultados electorales posteriores al célebre año habían sido decepcionantes, pues, salvo en Alemania Federal, los partidos de la derecha vencieron en Estados Unidos, Francia, Inglaterra e Italia; en Chile, el golpe militar de Pinochet en 1973 acabó con la vía pacífica al socialismo y el golpe de Videla en Argentina, en 1976, culminó el proceso militarización del Cono Sur americano, que tuvo su contrapunto en Europa con el fin de las dictaduras de Grecia, Portugal y España. La época de las revoluciones de tipo comunista parecía agotada y se iniciaba la época de las “transiciones” desde feroces dictaduras a moderados regímenes democráticos “homologables” con el orden económico internacional.

En una sociedad cerrada a las expectativas juveniles, el agotamiento de la lucha de masas dio paso a la minoritaria lucha armada, emprendida a la desesperada contra el resistente Estado burgués, con el que no había posibilidad convivir. Con el desengaño, para muchos había llegado la hora de tanatos y de morir con una pistola en la mano o con una jeringuilla en el brazo.

Curcio dice: Ante la noticia de la muerte de Moro, fui aquejado de un verdadero desconsuelo. Primero, porque verificaba que la intuición que tuve inicialmente, que las BR había puesto en pie una acción superior a sus capacidades políticas, era exacta. Luego, porque empecé a comprender que los efectos organizativo-militares habían sido desastrosos (…) Las BR no han nacido, no están preparadas ni organizadas para afrontar un nivel de enfrentamiento de este género. No se trata de adaptarse a una nueva situación de enfrentamiento militar, sino de cerrar la historia de nuestra Organización.

Efectivamente, la represión del Estado sobre las Brigadas Rojas y las demás organizaciones de la extrema izquierda fue terrible; el precio pagado, también.

Luego, en los años ochenta, se produjo la gran restauración conservadora, la ofensiva del capital, el sometimiento de los trabajadores, la claudicación de los grandes sindicatos, la corrupción de los partidos y los abandonos en la extrema izquierda, el desguace de los grupos armados, las renuncias, los llamados “arrepentidos” (que colaboraron con la policía), los disociados (conscientes del daño causado, pero no colaboradores), la reflexión personal, la confesión interna sin absolución posible, el trato de algunos militantes con los familiares de sus víctimas y la posible expiación: “Yo tenía una casa -dice Faranda-. Cuando recuperé la facultad de comprar y vender, como algunas familias de víctimas sufrían dificultades porque el Estado no había pagado aún las indemnizaciones, pensé que era justo ayudar (…) Vendí la casa y repartí lo que obtuve entre las víctimas a través de un sacerdote. Entregué la suma a Cáritas, que la distribuyó de forma anónima entre las familias”. Pero esa ya es otra historia y quizá otra serie.

Exterior noche” recuerda algunos episodios de “La mejor juventud”, una serie para la televisión, convertida en dos películas largas dirigidas por Marco Tullio Giordana (2003), sobre la historia reciente de Italia centrada en una familia políticamente dividida.

Además del citado, otros libros aluden a esos años: La horda de oro (1968-1977) (Balestrini & Moroni, 2006), Brigadas Rojas (Mario Moretti, 2002), El caso Moro (Leonardo Sciascia, 2011), Renato Curcio. A cara descubierta (Mario Scialoja, 1994), A colpi di cuore (Anna Bravo, 2008), 68. L’anno che ritorna (Franco Piperno, 2008), I movimenti del ’68 in Europa e in America (Peppino Ortoleva, 1988), Quando la Cina era vicina (Roberto Niccolai, 1998), La strage di stato (Giovanni & Ligini, 2000) y ’68 Vent’anni dopo (Massimo Ghirelli, 2000), que recoge entrevistas, entre ellas a un joven Marco Bellocchio, director de la serie que comentamos. Y un par de artículos: “Próspero Gallinari, secuestrador y carcelero de Aldo Moro”, El País 17/1/2013; “Adriana Faranda. Ex dirigente de las Brigadas Rojas”, El País 26/11/2006.

24/1/2023




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