Trasversales

Alona Liasheva

Experiencias que no deberían repetirse: la supervivencia en Ucrania

Revista Trasversales número 61, marzo 2023 web

Alona Liasheva es socióloga, investigadora en economía política urbana. Trabaja en The Research Centre for East European Studies (Universidad de Bremen) y en la Universidad Nacional Taras Shevchenko de Kyiv.

Los datos utilizados en este artículo fueron recopilados y procesados por Alona Liasheva, Olenka Gu, Iryna Shostak y Kateryna Turenko. Se recogieron y publicaron en el marco del proyecto de investigación Comparing Protest Actions, organizado por el citado centro de la Universidad de Bremen, con apoyo financiero de la Fundación Volkswagen, entidad civil totalmente independiente de la conocida empresa automovilistica.

Versión en inglés (traducción de Olenka Gu)

Versión en ucraniano


Otros textos de Alona

La invasión rusa ha incorporado los asesinato, las violaciones y las torturas a nuestra vida cotidiana. Nunca deja de aterrorizarnos, encolerizarnos y recordarnos que no podemos dejar de luchar. De hecho, quienes nos defienden del invasor, quienes han perdido a sus seres queridos o sobrevivieron a violaciones y torturas, son quienes más luchan. La existencia de este sufrimiento, sin embargo, no hace menos importantes a todas las demás experiencias sufridas bajo esta guerra. Junto a los episodios más brutales de la guerra, vivimos nuestra cotidianidad, que no se difundirá por internet ni se convertirá en noticia para un gran medio occidental, ni hará temblar de horror. Sin embargo, nadie debería pasar por esto, en ninguna parte. En lo que sigue se habla de tales experiencias 'ordinarias', experiencias que no deberían haber ocurrido.

Soy socióloga. El primer día de la invasión envié tres cartas a los editores de revistas académicas para las que estaba escribiendo artículos sobre vivienda y política urbana en Ucrania. Les informaba de que suspendería mi trabajo en los artículos que había estado escribiendo durante el último año y que, desafortunadamente, no sabía cuándo volvería a ese trabajo. La invasión ha cambiado no solo mi vida cotidiana, sino también mis intereses académicos. Ahora investigo sobre la resistencia ucraniana. A lo largo del año, mis colegas y yo hemos realizado entrevistas en profundidad con personas ucranianas, en torno a la que han vivido y sobre cómo han ido cambiando sus nociones del mundo, de la política, sobre ellas y ellos mismos y sobre los demás. Quizás algún día alguien podrá analizar estas experiencias y pensamientos, identificar tendencias e incluso ver lo que sucedió desde diferentes ángulos. Pero, por ahora, cada historia se incorpora a la falta de ambigüedad de mi mundo ya en blanco y negro, el mundo en el que existe el bien y en el que el mal debe ser derrotado.

Por lo tanto, este texto no es analítico, sino que en él se expone el relato directo de personas ucranianas testigos de la ocupación y de las hostilidades. Las entrevistas no han sido editadas, para que ustedes puedan conocer no solo lo que dice la gente sobre sus experiencias, sino también cómo lo dicen [las personas entrevistadas hablaron en diferentes lenguas, ya sea ucraniano, ruso o algunas de las formas dialectales mixtas de diversos orígenes conocidas como Surzhyk, representando diferentes geografías y entormos, aunque en la traducción al inglés y por tanto en esta al castellano se han perdido esos matices]. Las reacciones emocionales vívidas, como la risa o los suspiros entristecidos, también se indicaron en la versión original. Las transcripciones de las entrevistas se anonimizaron para garantizar la seguridad de los participantes, por lo que los nombres de personas o lugares fueron sustituidos por asteriscos o por una descripción entre corchetes.

Las personas protagonistas son muy diferentes entre sí: diferentes trabajos y diferentes idiomas; han encarado la invasión a gran escala en los territorios controlados por Ucrania o en los controlados por Rusia; han votado por diferentes candidatos presidenciales, explican la invasión de manera diferente y sus opiniones sobre las autoridades ucranianas también difieren. Les une que están reinventando sus vidas, arruinadas por la guerra, bajo nuevas condiciones.

Algunos de los participantes en la investigación han sobrevivido a la ocupación. Teniendo en cuenta el peligro al que se enfrentaban bajo la ocupación, no les propusimos entrevistarles hasta después de que esta terminará o de que se hubiera producido su evacuación.

Otra razón para renunciar al trabajo de campo en los territorios ocupados fue que en las entrevistas telemáticas es más difícil apoyar a una persona si se siente angustiada emocionalmente. Ningún dato sociológico vale la pena si es cambio de volver a traumatizar a quienes participan en la investigación o de ponerles en peligro.

Las siguientes historias atraerán a diferentes lectores de diferentes maneras. Si lee este texto en ucraniano, lo más probable es que usted o sus seres queridos hayan experimentado algo similar; dejemos que estas historias nos recuerden que nuestro dolor y nuestra resistencia son colectivos. Si está leyendo este texto en inglés [castellano], esta es tu oportunidad para descubrir cómo es la realidad cotidiana de la guerra y qué nos ha traído Rusia además de muerte y destrucción. Estas historias brindan respuestas a preguntas sobre por qué la sociedad ucraniana no quiere capitular, por qué muchas personas no abandonan el país (incluso si tienen la oportunidad) y por qué los ucranianos a menudo no estamos preparados para ver los acontecimientos actuales desde diferentes perspectivas.


La vida en ciudades y pueblos en primera línea del frente

Desde el 24 de febrero de 2022, muchas ciudades y pueblos se han convertido en la primera línea. Incluso aunque esos lugares no estén ocupados, allí se vive bajo un tremendo peligro debido a los intensos bombardeos, la carencia de acceso a bienes y servicios básicos (agua, alimentos, medicinas, iluminación en las calles y en el hogar) y se vive en completa incertidumbre sobre el mañana. La lista es interminable. Las zonas de primera línea, incluidas ciudades tan grandes como Járkov y Jersón, son las más atacadas y la artillería enemiga puede alcanzarlas frecuentemente. Esto último multiplica por diez los riesgos.

Las hostilidades han cambiado por completo el curso de la vida cotidiana. Una mujer que había huido de una aldea situada en el óblast de Nicolaiev, en primera línea, nos dijo que el primer día de la invasión no esperaba que la guerra llegara a su aldea, ya que allí no había instalaciones militares ni industriales. Lo que más le preocupaba era que su hija vivía en una gran ciudad. Pero al día siguiente la situación cambió:

"Todo estaba tranquilo y en paz, no escuchamos lanzamientos de misiles, pero el veinticinco, creo que era el 25 de febrero, vimos los misiles en nuestro territorio, con nuestros propios ojos, volaban muy bajo. Y nos dimos cuenta de que la guerra… había llegado a nuestra casa. Al principio... los primeros tres o cuatro días, creo, todos pensábamos que pasarían de largo, que las tropas rusas no entrarían aquí, pero llegaron en solo tres días… La vida cambió drásticamente: nos encontramos sin luz, sin conexión [móvil]… Durante las primeras tres semanas y media, vivimos allí sabiendo que estaban cerca, pero aún no entraban en nuestro pueblo. Era invierno, no teníamos calefacción aunque teníamos gas. Pero casi todos tenían calderas [eléctricas] de doble circuito que no funcionaban. No había electricidad, ni luz, y solo podíamos leer noticias en nuestros teléfonos de vez en cuando... Dormíamos juntos, en una única casa, porque así teníamos menos miedo".

En las siguientes semanas, los bombardeos se intensificaron:

"Bueno, por supuesto, estaba asustada. Daba miedo ver esas enormes columnas de misiles volando por encima tuyo, justo hacia tu casa, y te ponías detrás de un sofá grande, nosotros [sonríe] lo colocábamos en un segundo para escondernos detrás y esperar mientras los misiles volaban. Ahora, veo que los cohetes vuelan un poco más alto, pero entonces volaban directamente hacia los edificios. Aquellas columnas".

Más adelante, en la mismo entrevista, dijo que los bombardeos habían matado a mujeres que conocía, civiles. Esos hechos la hicieron huir hacia el occidente del país. Después de la liberación de Jersón, esta mujer y muchos otros residentes de su aldea comenzaron a regresar, reconstruyeron sus hogares, resolvieron sus asuntos y restauraron el comercio.

Otra participante de la investigación es una maestra de escuela que huyó al oeste del país desde una gran ciudad situada en primera línea. Al comienzo de la invasión, decidió quedarse ya que la reubicación le parecía un proceso demasiado complicado. También quería estar más cerca de su esposo, que había decidido unirse a las fuerzas armadas. Varias semanas más tarde, una bomba cayó en el patio de su bloque, pero afortunadamente no explotó. La mujer, su hija y su nieto resultaron ilesos. Esa noche tomaron la decisión de irse. Aunque en este momento la familia está relativamente segura, continúan sabiendo cómo destruyen su ciudad natal y cómo matan a las personas que conocían. Así describió su peor experiencia:

"Los muchachos estaban limpiando [los escombros], como parte de los servicios de emergencia, y lloraban por lo que estaban encontrando... Y lo peor es que encontramos un cuaderno de nuestra escuela... en un vecindario diferente. Y el cuaderno estaba cubierto de sangre. Nos dimos cuenta de lo que le había ocurrido a un estudiante, no sabíamos quién era. Tal vez el cuaderno hubiera estado ahí mucho tiempo, tal vez fuera de un estudiante, sí. Bueno, eso fue un shock".


Vivir bajo la ocupación

Muchos ucranianos quedaron al otro lado del frente, bajo la ocupación. Eso no solo significó la proximidad de los combates y la carencia de bienes básicos, sino también sufrir ula constante violencia de los ocupantes. Un hombre que se quedó en Bucha para cuidar a sus familiares y a sus animales domésticos nos describió su vida durante la ocupación. Cada día era un día espantoso más en su vida. Algunos días los sentía como los últimos de su vida. La mala conexión empeoró esos sentimientos. En tales condiciones, tuvo que hacerse una imagen de las hostilidades a partir de las noticias que sus vecinos contaban, así como del sonido de los bombardeos. Todo lo que quedaba era creer y esperar. Creer y esperar era todo lo que quedaba.

"Algunos días fueron terribles. No sé, algunos días fueron realmente sombríos, hubo tiroteos y de todo, sí, hubo días así. Y sentía algo como que ese día podía ser el último de mi vida. Sí, hubo días más tranquilos, con un poco de paz, y eso era algo bueno. Pero los días tranquilos también eran terribles. Porque tras el silencio algo horrible puede pasar. [pausa] Porque sabes que podrían estar distribuyendo más armas o algo similar. Sí, así es como me sentí. Así que cada día era, cómo decirlo, un día espantoso en mi vida. Es aterrador".

Hubo que ajustar el horario diario a los bombardeos. Entre los bombardeos había que ingeniárselas para preparar la comida, dar de comer a los animales domésticos (a veces también a los de los vecinos que se habían ido), encender un generador para bombear agua, ir a buscar un lugar donde hubiera conexión móvil y tratar de llamar a familiares o escuchar las noticias de la radio, lo que rara vez era posible. Y tan pronto como se escuchaba el ruido de la artillería, correr al sótano".

"Con el tiempo aprendimos cuándo 'empezaban'. Sabíamos cuándo comenzarían los bombardeos y cuándo podríamos desayunar, comer y cenar. Esto es, nos atacaban siguiendo un programa. Lo más chusco era que empezaban a las cinco de la mañana, disparaban y disparaban, hasta como las ocho o las nueve… Ya está, puedes salir a la calle, andar por ella, ir a dar de comer a los animales. Bueno, me refiero a los animales que quedaban, dispersos por aquí y por allá… A la hora de la comida, exactamente a la hora de la comida, encendíamos un generador y bombeábamos un poco de agua. Y, mientras bombeas el agua, durante esos diez o veinte minutos, estás temblando. Porque ellos estaban por allí, y si escuchaban el ruido de un generador eso significaba gasolina. Y si hay gasolina… Teníamos un solo tanque de gasolina, veinte litros. Lo atesorábamos como la niña de nuestros ojos porque nadie sabía cuánto tiempo estábamos destinados a estar así".

Los problemas cotidianos no son lo peor durante la ocupación: lo es la vida bajo el propio régimen de ocupación y la comunicación con los ocupantes. Las personas se vieron obligadas a esconderse constantemente en casa, saliendo lo menos posible, arriesgando sus vidas. Los ocupantes las interrogaban, registraban, humillaban y sometían a busos constantemente. El hombre con el que hablé en Bucha me dijo que a menudo esas cosas las hacían 'por diversión':

"Esos bloques de viviendas tenían dieciocho plantas... y ellos se colocaban a menudo en el techo, podíamos verlos. Entonces, comenzaban a dispararnos, ya sabes, solo por diversión. Por encima de nuestras cabezas, no hacia nosotros, solo para asustarnos. Escuchábamos ese sonido y veíamos el humo. Y de repente, sonaba el silbato y estaban ya a nuestro lado".

Así describió el interrogatorio:

"Entonces, nos hacían preguntan muy tramposas. Él [se refiere a un pariente] se dio cuenta enseguida. Le preguntaron '¿Quién es Bandera?'. Él pensó :'si digo que un héroe nacional, estaré jodido, simplemente me pegarán un tiro'. Así que dijo 'Cuando estudiaba en la escuela me dijeron que era un nacionalista, y ahora no tengo idea, no me interesa eso, me dedico a mis cosas'. Y siguieron las preguntas: '¿Cómo surgió Ucrania?' Piensa 'Si digo que es un estado independiente, acabaré mal…', así que empezó a responder en ruso: 'Estaba la Unión Soviética. En aquel entonces estaban en ella la República Socialista Federativa de Rusia y la República Socialista de Ucrania, así como Georgia y Bielorrusia, y luego colapsó la Unión Soviética, y ahora tenemos Ucrania, Georgia, Bielorrusia, Rusia, por separado'. Y funcionó, no lo tocaron. Luego hubo otras preguntas. Y contaba que se había dado cuenta de que le hacían un montón de preguntas provocadoras, y si las respondes sinceramente, por ejemplo diciendo que Ucrania es un país independiente, estás muerto".


El reclutamiento: escondiéndose en los territorios ocupados y escapando de ellos

Los ucranianos que vivían en las "repúblicas populares' de Donetsk y Luhansk (DPR y LPR) notaron el comienzo de la invasión a gran escala el 18 de febrero, antes del 24. Muchos no creían que la guerra pudiera convertirse en una guerra a gran escala; por lo tanto, no evacuaron cuando todavía había la oportunidad. Un joven, que se había estado escondiendo del reclutamiento en la DPR durante cinco meses hasta que logró escapar, explicaba las circunstancias que le hicieron darse cuenta de que la invasión se iba a producir:

"Era 19 de febrero, mi mejor amigo y yo estamos en el trabajo y recibimos una llamada de nuestra subdirectora: 'Chicos, esta noche tenéis que ir al comisariado militar con vuestras pertenencias'. Le digo '¿Qué se supone que debo contestar?' y ella responde 'Bueno, no puedo decirte nada, pero me hs oído, ya tienes la información'. Así que digo 'Vale, te escuché, es todo lo que puedo decir'. Nos damos cuenta de que se avecina una mierda. Le digo a mi amigo 'B***, vámonos ahora, al carajo, no me importa si nos despiden o no, me importa una mierda, vámonos a casa ahora mismo, empaquemos nuestras cosas y busquemos un manera de irnos'. Había llegado la mogilisation [término que mezcla las palabras que en ruso y en ucraniano significan movilización y tumba, usado para referirse al agresivo reclutamiento en Rusia, DPR y LPR]. Habían empezado el reclutamiento forzoso de mobics. Entonces tiré de mi amigo y corrimos a casa. En media hora, gente armada llegó a nuestro lugar de trabajo y se llevaron a todos los hombres. Esa media hora nos salvó. Llegamos a casa y empezamos a buscar, por todos los canales, a través de nuestros conocidos, cómo podíamos irnos. Empezamos a recibir mensajes, por ejemplo de una conocida que trabaja en el comisariado militar, una especie de jefa, que nos dijo 'Chicos, todo irá bien, simplemente les tomarán algunas fotos y los dejarán ir'. Yo ya estaba alerta y entendí cómo funciona el estúpido sistema, así que dije: 'No, no vamos a ningún lado'".

Su pareja, que también se quedó en casa y lo cuidó durante cinco meses ya que ella podía salir de vez en cuando, describe cómo fue aquello para ella y cómo se estaba dando la movilización de los hombres:

"Me quedé en casa con los chicos porque había bombardeos y estaba asustada, y con el tiempo también estuve en el punto de mira. Nos preocupaba realmente que pudieran llevarse a los chicos. Por si me encontraba con alguien que conocía, normalmente iba a una tienda con una mascarilla y una capucha porque les había dicho a todos que me había ido con los chicos, cruzando la frontera... Por supuesto, los comerciantes locales lo sabían todo: '¿Cómo están los muchachos, no se los llevaron?', o algo así. Todo lo que vi y escuché fueron conversaciones en las tiendas; dos mujeres estaban de pie y una vendedora se les acerca, y la mujer que vino a la tienda a comprar les cuenta sobre otro muchacho que fue atrapado, al que entregaron una citación justo en la tienda. Al principio, solo entregaban la citación, pero luego comenzaron a hacerles las maletas directamente. Les sacaban de los autobuses y luego iban de piso en piso. Después empezaron las provocaciones, por ejemplo decían que había que desalojar un edificio porque había un incendio o se había producido un accidente, para que salieran todos los muchachos y atraparlos entonces. Estábamos enloqueciendo, bloqueábamos la puerta principal con una caja fuerte y cerrábamos la mirilla, no encendíamos las luces. Fue mucha presión, muy duro, sí."

Cinco meses después, los controles se hicieron menos estrictos, por lo que lograron cruzar la frontera y huir a través de Rusia:

"Sí, el peor paso de un punto de control fue cuando estaba escondido bajo el asiento, empacado no sé cómo, no soy una persona religiosa, pero luego casi recé una oración. Me cagaba de miedo . Y finalmente, lo peor, el control, y esos guardias fronterizos de la DPR, ¿cómo les llaman?… komendachis, sí. Son los que detienen todos los autos en la frontera y cogen a todos… Entonces, el tío que conducía se detuvo lo más cerca posible de la barrera. Se volvió de espaldas, eso también fue gracioso.Algo así (risas), estoy mintiendo, más bien así, escondiéndome, él gira y puedo sentir con mi cuerpo que está girando o algo así... Y dice: 'Cuando diga corre, corre. Sal, toma las maletas -teníamos dos- y corre. Me levanto y me dice: 'Vamos, ahora, corre'. Salgo deprisa, agarro las maletas y corro… Pero corro hacia ellos y me grita '¡Por el otro lado, idiota!' (risas). Me doy la vuelta y corro en dirección opuesta. Creo que es como entrar a Estados Unidos desde México, cuesta más decididirse desde Méjico, mucho más difícil desde México porque allí te das cuenta de que te pueden meter en la cárcel pero aquí, de una forma u otra, morirás y... ¿por qué jodida cosa? Estoy completamente en contra de esto. No quiero que me atrapen los de la DPR. Si fuera la Defensa Territorial [en Ucrania], está bien, no me resistiría. Pero cuando te atrapa la maldita DPR y te envía a morir como carne de cañón, eso es muy jodido".


Sobre la ayuda mutua y la resistencia

Muchos ucranianos que antes de esta invasión a gran escala nunca se habían involucrado en el activismo, comenzaron a ayudar tanto a civiles como al ejército. Este es el relato directo de una joven que, con el inicio de la invasión, sintió que no podía mantenerse al margen de la política y reorganizó su negocio como proyecto de voluntariado:

"Al comienzo de la guerra, estaba fuera de la ciudad para una semana porque fui a visitar a mi madre, y al principio ya no fue posible regresar. Quería volver a [la ciudad] desde el primer día, sin importar qué, pero el puente fue volado y no logré llegar a casa hasta el 8 de marzo. Fui a la cocina de inmediato y comencé a guisar. Estaba dando de comer a ancianos que vivían cerca y también procesaba algunas solicitudes vía Telegram, también para algunas abuelas y abuelos; compraba vituallas y pan en los supermercados Silpo para darles ayuda humanitaria. Me quedaba algo de dinero, como un par de miles de grivnas, y gasté nuestro fondo. Empecé publicando en Instagram, explicando como se podía hacer donaciones y diciendo que si me enviaban un mensaje yo cocinaría para ustedes y sus familiares y podríamos repartir comida por la ciudad y sus alrededores. Encontré a una persona, antiguo cliente mio, que disponía de voluntarios con coches y que estaban repartiendo comidas por toda la ciudad hasta el toque de queda".

Un hombre de Bucha también compartió su experiencia de solidaridad con otras personas que vivían bajo la ocupación. Su familia tenía cabras lecheras. Comenzaron a compartirla con otros. A través de esa red, logró obtener insulina para su madre:

"Las cabras parieron y comenzaron a dar leche. Y mi familia las ordeñaba. Teníamos leche y la compartíamos con la gente. También compartíamos otros alimentos y lo que teníamos que no necesitábamos. Más tarde, por supuesto... Mi madre casi se estaba quedando sin insulina porque ella tiene este problema, y... La cuñada dijo que, de algún modo, bajo la ocupación la ayuda humanitaria estaba siendo entregada y distribuida en el hospital. Pero era muy difícil llegar allí. Pero un día pasó un hombre que repartía leña, le dimos leche y le preguntamos si sabía algo sobre la entrega de ayuda humanitaria y de medicinas. Y contestó 'Sí, algo he oído, ¿qué medicamentos necesita?'. Le pidió a mi madre que le diera una lista de los medicamentos que necesitaba. Ella hizo la lista y se la dio. Y al día siguiente le trajeron insulina y otras medicinas. Bueno, no eran todos los medicamentos que había pedido, pero sí los más importante, había insulina, gracias a Dios. Nos tranquilizamos. Porque mamá había llegado a una situación límite; además, no teníamos jeringas y solo una aguja, tan roma que apenas podía perforar. Eso fue realmente duro: teníamos insulina pero casi no quedaban jeringas. En todo caso, gracias a Dios que ese hombre trajo la insulina y mi madre mejoró un poco. La gente de aquí intentaba ayudarse mutuamente cada vez que veían a alguien necesitado, en lo que podían. Por supuesto, el miedo a caminar por la calle solo se atenuaba durante las horas de mayor tranquilidad relativa".

Durante este año se establecieron redes de solidaridad tanto entre la población civil como entre civiles y militares. Las personas que se encontraban bajo ocupación intentaban transmitir información a las Fuerzas Armadas de Ucrania. Esto es obviamente muy peligroso. El participante en la investigación procedente de Bucha nos contó sobre tal experiencia:

"Dejamos de usar la aplicación de mensajería Viber y nos cambiamos a Signal, porque se decía que Signal era más segura, más difícil de piratear. No añadiamos a nadie más a la conversación y charlábamos por esa vía. Contábamos si habíamos visto tanques o choches, si estaban por aquí los ocupantes, si había disparos. Había personas que se encargaban de pasar la información a la Defensa Territorial o a los militares. Estábamos tratando de ayudar e informar de esa manera. Intercambiábamos fotos del equipamiento militar y nos las pasábamos, aunque luego teníamos que eliminarlas porque si veían ese tipo de información en tu teléfono móvil podrían ejecutarte en el acto".

Con cierta frecuencia, las personas entrevistadas nos decían que ocultaban a sus familiares lo que realmente hacían para no preocuparlos. Un voluntario que llegó al este de Ucrania desde el oeste para evacuar a los civiles de la zona de guerra confesó: "Cuando vengo aquí como voluntario, no cuento lo que hago... Bueno, me invento diferentes historias sobre cómo ayudo a reconstruir casas en el centro Ucrania o algo así".

Casi todos los participantes tienen un familiar o amigo que se incorporó a la Defensa Territorial sin tener experiencia previa. Apoyar a los militares, a los que uno conoce personalmente o no, se convierte en parte de la vida:

"Gente que nunca había visto armas, cuando solo hay ocho armas en tu pueblo y todos quieren unirse a la Defensa Territorial. ¿Y qué harán allí contra el armamento pesado?… Cuando atacaron a los tanques con cócteles Molotov, tres hombres murieron. Entre ellos estaba uno de los mejores entrenadores de fútbol infantil, los guiaba al ataque… Bueno, eso también me impactó… Yo no creía que la Defensa Territorial pudiera servirle a nuestro país. Pero resultó que muchos de ellos ahora están luchando y protegiéndome. V***, un amigo mío, se unió a la Defensa Territorial en los primeros días, defendió nuestro pueblo desde el día tres, y ahora está en la guerra. Estoy orgulloso de él. Porque solía ser un camionero que trabajaba en el extranjero y se fue [a la guerra] porque tiene dos hijos".

Quizás, lo más incomprensible para un observador externo es que, mientras apoyan y participan en la resistencia, los ucranianos siguen siendo críticos con el gobierno y sus decisiones. Los participantes de nuestra investigación estaban insatisfechos con la forma en que se estaba llevando a cabo la movilización, criticaron las restricciones para viajar al extranjero, señalaron los problemas con el aprovisionamiento del ejército, hablaron sobre su falta de voluntad para unirse al ejército y el temor de que pudieran verse obligados a hacerlo. Y se quejaban de que las autoridades no aseguraban la evacuación. Como era de esperar, pero sintomáticamente, el tema de la corrupción de los políticos aparecía constantemente en las entrevistas, aunque la palabra 'corrupción' no aparecía en nuestras preguntas. A la gente también le molestó el cambio de nombre de las calles y la demolición de monumentos a figuras rusas. Y no se trata solo de conflictos sociales en torno a políticas específicas. En las conversaciones surgió un tipo de relato en el que el apoyo al presidente era más bien condicional y temporal.

Los procesos políticos internos de Ucrania durante la guerra merecen una investigación detallada y, lo que es más importante, a largo plazo, ya que las opiniones políticas de los ucranianos han cambiado drásticamente y seguirán cambiando. No puede ser de otra manera en tiempos de convulsiones históricas. Después de las primeras diez entrevistas, ya no me sorprendió que el padre de un soldado 'Azov' defienda a Pushkin, que una persona utilice deliberadamente el idioma ucraniano pero escuche al rusofono Arestovych, y que un ucraniano rusofono sueñe con el 'colapso de Rusia'. En lo que se refiere a nuestro futuro, no solo las contradicciones políticas serán cruciales, sino también la disposición y la voluntad de involucrarse en discutirlas y de defender nuestros intereses.

Las primeras entrevistas se recogieron en los dos primeros meses de la invasión. Cuando nuestro equipo estaba trabajando en la guía de entrevistas, teníamos dudas sobre si las personas estarían dispuestas a hablar sobre política interior y a expresar críticas sobre las autoridades ucranianas. Esas dudas han sido completamente disipadas. Ahora (al igual que hace un año), los sociólogos rara vez se enfrentan a la falta de voluntad para discutir abiertamente sobre política, sino todo lo contrario. Desafortunadamente, nada politiza más que las bombas.

Este texto no puede tener conclusiones. Las experiencias aquí recogidas no han sido plenamente vividas y reflexionadas. Durante este año, sucedió algo que nunca debería volver a suceder. Las heridas tardarán en sanar y es posible que nunca sanen por completo. Pero nos dan la oportunidad de que, a veces, el 'nunca más' ayude a que no vuelva a suceder. Lo que podemos hacer es continuar escuchándonos unos a otros y que el mundo escuche a las voces ucranianas.