El 13 de noviembre (13N) se manifestaron en Madrid
cientos de miles de personas por las urgencias
extrahospitalarias, la atención primaria y la sanidad
pública. La chispa final fue el desmantelamiento del
Sistema de Atención Rural y la supuesta "apertura" de
Puntos de atención continuada (PAC)... cerrados o sin
personal. Tal movilización parecía imposible, pero todo
cambió entre el 27O (fecha de la citada "apertura") y el
13N.
Lo que
puede la gente depende de una agitación “de los
espíritus” difícil de predecir,
aunque la actividad previa de grupos de vecinas y
vecinos en barrios y pueblos de Madrid, en defensa de
la atención primaria, facilitó cauces a la expresión
de la indignación social. La manifestación del 13N se
estaba preparando desde semanas antes de conocerse el
Plan PAC, pero las expectativas se desbordaron en 17
días, en los que se pasó del individual "somos como
polvo, no somos nada” al colectivo "tu dignidad es la
de todos" (Valente). Sin triunfalismo: las
consecuencias del movimiento 13N y el destino de los
PAC están por decidir y con riesgo de "pactos de
despacho". Hay que seguir ocupándose de ello.
Hemos
comenzado por estos hechos cercanos para resaltar que
no se sabe lo que puede la gente hasta que
ocurre. No esperemos al "gran día" en el que ocurra lo
improbable ni, cuando llega, le degrademos en
imitaciones artificiales. Hay que ocuparse de un
"mientras tanto" que puede ser corto o muy largo. La
utilidad de saber que la potencia social latente puede
saltar en cualquier momento, incluso en malos tiempos,
es un antídoto contra el pesimismo obsesivo y contra
el altivo desprecio a "la gente" que "piensa mal". Sí,
vivimos malos tiempos, quizá los peores desde el final
de la II Guerra Mundial, dicho sin ignorar los
sufrimientos de millones de personas en los últimos
tres cuartos de siglo.
Nuestro
tiempo y el de generaciones futuras está y estará
marcado por el calentamiento global y sus
consecuencias, fruto de acciones humanas en las que no
se respetaron límites ni se asumió que no todo lo
que puede hacerse debe hacerse. Urge, como
nunca, una actuación decidida y coordinada de la
humanidad, pero los estados nacionales o las
Conferencias de las Partes son inoperantes en gran
medida, por intereses políticos a corto plazo y, sobre
todo, por su subordinación a la pulsión incontrolable
a convertir Capital en más Capital sin
considerar costes ambientales y sociales. Además, se
han desarrollado transformaciones políticas, sociales
y en las mentalidades que añaden más amenazas y
complican la acción contra el calentamiento del
planeta por tierra, mar y aire.
- La
guerra expansionista de Putin contra toda la sociedad
ucraniana, así como sus consecuencias en cuanto a
riesgo de guerra nuclear, amenazas a otros países
vecinos, migraciones masivas, crisis energéticas y
alimentarias, crisis económica y empobrecimiento,
relanzamiento de la carrera armamentista, paralización
de las medidas para disminuir el uso de combustibles
fósiles... - La proliferación de regímenes
autoritarios o dictatoriales, intensificando su dureza
los antes ya existentes y manifestándose una crisis de
la democracia en el seno de los propios regímenes
demoliberales.
- La
tendencia a una creciente influencia global de
corrientes políticas ultrareaccionarias
(trumpistas/ayusistas, putinistas, neofascistas o
neoestalinistas), asentadas sobre el odio, el
autoritarismo y la fragmentación social; son diversas
y a veces opuestas, pero expanden contravalores que
les son comunes y tienden a confluir.
- La
creciente influencia política y social sobre los
comportamientos de muchos hombres y sobre
instituciones de una contrarrevolución neomachista
dirigida abiertamente contra las conquistas y
aspiraciones de las mujeres. Ese machismo es el
principal banderín de enganche reaccionario entre los
jóvenes, así como las mujeres son/somos la principal
barricada contra el ascenso reaccionario. - La
expansión del irracionalismo y de la banalidad, a
partir de la descomposición de los vínculos sociales
efectivos y en ausencia de alternativas igualitarias,
democráticas, cooperativas, humanizadoras, fraternas y
mundialistas visibles y creíbles.
En esta
etapa histórica las propensiones negativas son
dominantes, pero no lo decimos desde el
pesimismo/fatalismo, sino como acicate al apoyo mutuo,
la cooperación social y la auto-organización desde
abajo. Aunque todo parece ir mal, en los intersticios
de la realidad brillan propensiones positivas,
expresiones de lo que puede la gente. La acción
humanista/humanizadora tiene que basarse en valores no
doctrinarios y convicciones no dogmáticas, pero solo
será efectiva si sabe apoyarse sobre propensiones
positivas reales.
En
tiempos oscuros seguimos recibiendo muestras potentes
de lo que puede la gente, incluso en
condiciones muy difíciles. La tenaz resistencia armada
y civil de la sociedad ucraniana contra la guerra de
Putin. La creciente resistencia a esa guerra en la
propia Rusia. La rebelión de las mujeres iraníes y de
los hombres que se han aliado con ellas. Las muy
arriesgadas protestas de mujeres afganas. El
surgimiento en EEUU de Black Lives Matter y Me Too, de
la resistencia a la ofensiva trumpista contra el
derecho a interrumpir el embarazo y de un nuevo
sindicalismo de base en multinacionales colocadas en
el "corazón de la bestia" capitalista; esos
movimientos, no Biden, fueron el fundamento de la
derrota electoral de Trump en 2020 y lo han sido de su
resbalón en las elecciones de medio término. La
extraordinaria movilización electoral de la población
del nordeste brasileño, abandonada y despreciada por
Bolsonaro. La resistencia popular a la dictadura de
Díaz-Canel en Cuba o al régimen de Daniel Ortega en
Nicaragua, pese a la represión. La resistencia del
pueblo sudanés a la tiranía militar. La tenacidad del
pueblo palestino, abandonado por el mundo entero. La
capacidad del pueblo kurdo como factor de liberación
en una zona en la que, pese a ser perseguido por los
estados instituidos, ha sido pieza esencial en la
derrota de ISIS. La auto-organización de las mujeres
pakistaníes frente a las inundaciones que arrasaron el
país. La oleada de huelgas en Reino Unido...
No
minusvaloramos los riesgos. No minusvaloramos que, en
la UE, Italia, Hungría y Polonia estén ya gobernados
por la extrema-derecha, o el reforzamiento en las
últimas elecciones en Israel de la ultraderecha
colonialista, ni que, pese al respiro de las últimas
elecciones, casi la mitad de EEUU y Brasil haya dado
apoyo a posiciones tan extremistas como las de Trump y
Bolsonaro. Ni que Putin y los ayatolas siguen en el
poder. Ni que el capitalismo, occidental, chino o
ruso, mantiene el rumbo de la precarización y de la
cancelación de derechos sociales y laborales. Recordar
lo que puede la gente no es un "antidepresivo":
nos ayuda a descubrir palancas con las que
contrarrestar esas amenazas. Votaremos contra "lo
peor" cuando haya elecciones porque no nos es
indiferente quien gobierne, pero no podemos limitarnos
a mirar a partidos y dirigentes políticos,
despotricando o esperando soluciones que no llegarán
si no actuamos. Miremos de cerca y sigamos abajo,
reconstruyendo vínculos sociales, como hicieron
vecinas y vecinos de barrios y pueblos de Madrid. Así
es como se puede influir sobre las instituciones y las
leyes. Aún podemos aprender mucha de la tradición de
luchas sociales por la libertad y la igualdad, pero la
vieja imaginería de "izquierda" y sus letanías ya no
sirven. No nos reconocemos en etiquetas que se
apliquen también a quienes apoyan a Putin o a Daniel
Ortega, a quienes niegan la legitimidad de la
resistencia ucraniana, a quienes callan sobre lo que
ocurre en Irán y callaron sobre los crímenes de los
regímenes de Rusia e Irán en Siria, a quienes ven en
la dictadura estalinocapitalista china un factor
"anti-imperialista", a quienes en vez de ser
anticapitalistas solo aman a capitalismos despóticos.
Ejemplo patente de esa brecha es que la presencia de
la "izquierda política" o incluso del activismo social
en las movilizaciones de solidaridad con Ucrania o con
Irán ha sido bastante insignificante.
Somos
lo que hacemos. No nos importa la etiqueta, sino de
qué lado estamos.