Trasversales
Ángel Barón

La música del decrecimiento


Revista Trasversales número 57, enero 2022 web





Hace tiempo, años ya, que pensé y escribí que hacía falta un himno para la renta básica universal, si había un himno de la Internacional, también había que ponerle música a la renta de subsistencia para cualquier miembro de nuestra especie. Debería organizarse un festival para escoger dicho himno.

Hoy día estamos asistiendo a una reflexión dentro de la corriente/movimiento del decrecimiento, maduración del pensamiento crítico ecologista por una parte, y reflexión científica del análisis de nuestra acción como humanos devorando el planeta por otro. Recoge el pensar y la crítica a los modelos de organización sociopolítica vigentes hoy día, ante la constatación de como cabalgamos a toda velocidad hacia un colapso civilizatorio. Debemos reducir drásticamente nuestra huella.

A lo largo de nuestra historia humana hemos dado muestras de haber sabido adaptarnos al medio en el que vivimos, y haber sabido sacarle utilidad, pero sobre todo hemos podido construir la posibilidad de entendernos como especie. Ninguna otra especie de este planeta puede concebir o aplicar la idea del pensamiento único, ni tampoco ninguna ha sido capaz de las monstruosidades que hemos realizado, ni de los avances en el conocimiento, que es pensamiento único y pensamiento vario a la vez, y que sustenta la acción común que nos caracteriza.

Somos una especie singular que en su evolución ha llegado a un punto de inflexión, que ya no es socialismo o barbarie, sino que este siglo XXI es el de la era de acuario, de la inteligencia o la de la catástrofe. Catástrofe para la especie humana, sexta extinción para el planeta.

La base sobre la que se puede sustentar el camino a seguir es la conciencia de especie. No es una idea, las ideas han partido a la humanidad en bandos, en guerras, en naciones, en identidades, en religiones; es una actitud, una sensación, un cambio de postura, un marco moral donde buscar como mejor entendernos, y una decisión personal de no hacer determinadas cosas, de no comportarse de determinada manera, de excluir determinadas actitudes, como las patriarcales, las racistas, las agresoras, como base de nuestro estar en el aquí y ahora.

Y también es una forma de abrirnos a la consideración de lo general frente a lo específico, de contemplarnos como parte del universo, individualmente, si, pero también como humanos, y de situarnos en nuestra historia humana, porque hemos forjado nuestro devenir como especie y nuestra acción ha desencadenado un futuro en el que pintan curvas para los que vienen detrás.

No hay materias primas, ni energía, ni planeta, para que todos los humanos podamos vivir en un mundo con los excesos y despilfarros, también llamadas comodidades, de los blancos occidentales al mando. Aire acondicionado en verano, calefacción en las terrazas en invierno, viajes en avión, miles de millones de motores de explosión en el mundo, plásticos y microplásticos en todos los rincones del globo terráqueo...Los que acaban de nacer no tendrán las mismas posibilidades de destrozar el entorno que nosotros, porque ya hemos destrozado demasiado. Es hora de parar, de cambiar, cuanto antes mejor.

El gran agujero en la conciencia de especie es como se concreta, como se construye, como avanza. Y como tantas veces en la historia de la especie, hemos de rebuscar en la historia de lo realizado para encontrar los ejemplos, los modelos, para decidir de donde sacamos los ladrillos y los planos para construir un sistema humano de coexistencia resiliente, armónico y lo suficientemente estable para que no sea tan negro nuestro futuro.

El libro “los límites del crecimiento”, aplicación temprana de la capacidad de proceso digital, ya mostró hace 50 años hacia donde caminamos. Entre sus conclusiones y reflexiones, después de marcar la ineludible necesidad de poner límites a nuestra desatada movilidad, se detallaban condiciones básicas como paz mundial, organización internacional, y consenso en el valor de la ciencia como líneas rojas a no traspasar. Los 10.000 millones de seres humanos aparecían como otra línea roja.

Y es que hay que pasar de la música del decrecimiento a la sinfonía de la reorganización sociopolítica. Pues es necesario dar el paso, complejo y difícil, de las actitudes personales a la moral social. Una vez más debemos usar la coerción pública para reorganizarnos, con todos los peligros que conlleva. Hay que mojarse si queremos transformar.

Las experiencias del siglo XX, el sueño de una fácil y rápida transición al socialismo, la pervivencia de hábitos y organizaciones estatales y la acción de los poderes de la minoría de espabilados, ladrones y locos que nos domina han creado regímenes monstruosos que siguen vigentes, subordinados o integrados en el capitalismo inhumano, depredador y extractivista.

Pues no vale sólo con situarse al margen, en la arcadia feliz de la vuelta a lo rural. La globalización de nuestro sistema humano capitalista lleva siglos comiéndose los márgenes de los espacios no humanizados, acabando con el capital natural que tenía el planeta para poder coexistir armónicamente con él. De acuerdo con los datos de Naciones Unidas, el 55 por ciento de la población mundial vive en ciudades o zonas urbanas, y esta proporción crecerá hasta el 68 por ciento en 2050. Las ciudades se han poblado con los expulsados del campo y los emigrantes de guerras, dictaduras y catástrofes. La vuelta al campo de los urbanitas que pueden hacerse un cómodo retiro apenas deja un leve hueco en la necesaria transformación de las ciudades hacia menor consumo, mayor reciclaje y reutilización, menor gasto de energía, mas tierra, mas naturaleza y menos asfalto, menos hormigón. La demanda urbana es la que pudre el planeta, hay que reconducirla. La pelea está en todos los sitios, pero es en los hormigueros humanos donde está el centro del problema y la mayor capacidad de transformación.

Y es que la música del decrecimiento se escribió ya en el siglo XIX, la escribió un comunero de la Comuna de Paris cuando compuso la Internacional, se escribió con el llamamiento a la República Universal de base municipal de dicha Comuna, la acaban de escribir la comunidades indígenas mexicanas con su gira para aprender y sumar a los movimientos insumisos de Europa y otras tierras, se escribió con la fundación de la I Internacional y su llamamiento a sumar los movimientos de los oprimidos, con su negativa a admitir líderes, dioses o tribunos como clave de liberación.

En cada lugar las mediaciones son y serán diferentes. En Europa y en España hemos llegado a un peldaño de ciudadanía trasversal común desde el cabo de San Vicente en Portugal, hasta Laponia y hasta las puertas de la vieja Constantinopla. Seguir subiendo la escalera es abrir nuestras puertas a los migrantes, los derechos de los seres humanos no pueden tener fronteras. Europa no puede ser una fortaleza, con fronteras amuralladas y asesinas.

Nuestro aquí y ahora en España nos exige referendums para reorganizarnos en monarquía o república o repúblicas. La asociación federal libre de repúblicas municipales es nuestra tradición desde nuestra gloriosa I república, y las colectividades libres organizaron congresos en Barcelona en nuestra II república, tras la revolución obrera despertada por el golpe del genocida Franco. Nos hace falta la III república para acabar con la separación entre Iglesia y Estado. No se me ocurre mejor reorganización posible del estado de las autonomías, es nuestra mejor contribución a la Unión Europea, es el marco donde plantear superación del estatus de Ceuta, Melilla, Andorra o Gibraltar, y es el marco en el que rehacer la hermandad de la diversidad de los hispanos de este lado del atlántico.

Porque la tarea que queda es inmensa, y debemos abordarla cuanto antes, el reloj corre en contra. Hay que decidir que salvamos del naufragio. Todo tiene un coste energético, una huella de carbono, un coste extractivo. La alimentación de la especie está basada en una agricultura industrial insostenible, y el abuso energético, extractivo y depredador de la actividad de la especie, la orgía de destrucción debe acabar, antes de que acabe con buena parte de nuestra especie. Debemos salvar el desarrollo social hasta donde sea posible, y eso pasa hoy día y pasará siempre por la defensa de lo común y por la defensa de los oprimidos.