Trasversales
José Errejón

¿Madrid metrópolis castiza y reaccionaria Madrid para el habitar igualitario y democrático?

Revista Trasversales número 55 junio 2021

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En una de tantas discusiones posterior al 4 de mayo, he intercambiado con algunos amigos la reflexión sobre las posibilidades de oponer una idea democrática y cooperativa para la Comunidad de Madrid a la que ha merecido el apoyo mayoritario en las pasadas elecciones. A continuación y en la misma forma guionizada que los formulé, acompaño estos comentarios, por si pudieran ser de interés para las amigas y amigos de Trasversales.
Madrid ciudad, ¿es más corte que foro? entendiendo que corte y foro designan aquí la dimensión más política, de mando y soberanía, de la ciudad. Foro alude a esa dimensión ciudadana en el más fuerte sentido de la palabra, el de la ciudad como albergue de la libertad, la cultura y la comunicación.
No lo sé pero creo que esta reflexión sería interesante porque tal vez pudiera ayudar a diseñar líneas de intervención política. Hasta donde a mí se me alcanza creo que domina el “Madrid corte”, incorporada, claro está, su condición de sede de las principales empresas nacionales y la práctica totalidad de las mutinacionales que operan en España. Y que, en su dimensión cultural,(en sentido amplio, de antropología cultural), hay un dominio inequívoco de un neoliberalismo que ha incorporado rasgos del casticismo reaccionario. Al respecto, no tengo claro el efecto real de la llamada “movida madrileña” en la renovación de esta condición de foro de Madrid. Y me llama la atención, ahora que se cumple el 10º aniversario del 15M, la ausencia de rastro cultural del acontecimiento (aunque es más que probable que ello sea fruto de mi desconocimiento en la materia).
Frente a ese casticismo reaccionario apenas hay rastros de una cultura democrática y libertaria (en el sentido más amplio del término, que desborda, desde luego, su identificación con el anarquismo). La vigorosa cultura ciudadana crecida con las luchas por la democracia desde finales de los sesenta ha desaparecido prácticamente derrotada por la hegemonía del neoliberalismo que comienza a asentarse desde los ochenta en Madrid. Hay movimiento sociales en la estela del 15M y está, sobre todo, un vigoroso movimiento feminista pero es dudoso que unos y otro hayan sido capaces de superar los límites del guetto en los que el reflujo ha tendido a recluirlos. Para decirlo de forma breve, el madrileñismo, hoy, es inequívocamente de derechas. Y creo, además, que esta su condición está poderosamente determinada por la condición metropolitana de Madrid. Quizás habría que partir de esta constatación para estudiar la forma de revertir el aplastante dominio de las instituciones madrileñas por la derecha; recordar, con Gramsci, que es necesario ser dirigente antes que gobernante.
Tengo dudas de que la Comunidad de Madrid sea toda ella, YA, territorio de la metrópolis global (lo que no excluye que viva de y para la metrópolis). Pero tengo aún más dudas de que esto fuera bueno para la gente de las poblaciones no metropolitanas. La metrópolis en general y la madrileña en particular se configuran como entes devoradores de territorios, de recursos naturales, altoconsumidoras de agua, energía y materiales, altogeneradoras de residuos y desechos de toda índole, dominadoras de los territorios previamente esquilmados para descargar en ellos su metabolismo. Esta su naturaleza ha tenido y tiene un efecto especialmente dañino para los territorios limítrofes,el vaciamiento demográfico y productivo,su condición forzosamente subalterna de la metrópolis. Es verdad que algunas poblaciones de Castilla la Mancha se han beneficiado del éxodo de familias jóvenes en busca de viviendas con precios más accesibles que los de la metrópoli, es de suponer que algún benefico adicional reportarán al municipio y CA de acogida en términos de impuestos y gastos domésticos
Tampoco estoy convencido de que Madrid, corte+capital de los negocios+ foro, ayude al equilibrio interterritorial en España, más bien podría producirse -de hecho ya se ha producido- un efecto vaciamiento de su entorno, salvo para ciudades dormitorio donde el precio de la vivienda, en propiedad y en alquiler, son más asequibles. La concentración negocial producida, orientada a reducir los costes de transacción y a incrementar la influencia de los más poderosos sobre los centros e instancias decisionales del Estado, ha restado vitalidad al resto de las CCAA. Y las políticas de dumping fiscal aplicadas por los gobiernos del PP, sobre su ventaja de partida por la disposición de infraestructuras, servicios y equipamientos ya dotados por el Estado antes de las transferencias, han acentuado la tendencia centrípeta tradicional en el capitalismo español con las secuelas ya conocidas. La Comunidad de Madrid fué creada para cerrar el mapa autonómico pero había otras alternativas, la más interesante sin duda la creación de un distrito federal y la integración de los pueblos de la antigua provincia de Madrid en las CCAA de Castilla y León y Castilla La Mancha, respectivamente. Pero eso implicaba consagrar expresamente en la Constitución el carácter federal del Estado y es sabida la escasa disposición de los “constituyentes” al respecto.
Al hablar de la región metropolitana conviene no olvidar los aspectos militares. ¿Como se justifica, cuál es la finalidad, de que unidades operativas como la acorazada Brunete o la Brigada paracaidista estén a las puertas de Madrid? No creo que se pueda descartar la intención de las cúpulas militares, desde el comienzo de la transición, de estar cerca del poder civil que entonces se pretendía inaugurar, con el fin de vigilar “posibles desmanes” así como la de guardar a la corona. Sin desdeñar su influencia, no diría yo que la presencia de una nutrida representación de personal militar y sus familias sea la principal influencia sobre la configuración del territorio; es notable la constelación de intereses que se mueven alrededor de la Defensa y la forma en la que se tiende a configurar todo un conjunto de valores entre los que el securitario destaca en sobremanera. Pero aparte de esta intención histórica de los militares en torno a su Jefe supremo, la metrópolis por su misma naturaleza engendra un complejo dispositivo de vigilancia y control por medio de una sofisticada red de infraestructuras de telecomunicaciones.
¿Es compatible una significativa reducción de emisiones contaminantes con la condición de metropólis global? ¿O con las enormes montañas de residuos urbanos alimentados por las grandes superficies de la Comunidad que inundan literalmente de envases y embalajes los hogares y después los contenedores de basura y que, ya colmatado Valdemingómez, están imponiendo otro macrovertedero e incineradora en Pinto? ¿O con los sistemas de tratamiento de aguas residuales urbanas, en el límite de la obsolescencia tecnológica en algunos puntos de la Comunidad? ¿Es posible una regulación democrática del metabolismo de la metropólis o es inevitable algún tipo de autoritarismo ecológico que no pueda ser ocultado por el paternalismo y las buenas intenciones que le inspiran? ¿No habrá llegado el momento de elegir, postergado desde los años 70 del pasado siglo? El tiempo perdido en poner coto a los desmanes ecológicos producidos hasta entonces y, lo que es peor, aumentados desde entonces, es igualmente imputable a la izquierda y a la derecha política. En 1979, los recién llegados al Ayuntamiento de Madrid veían como un riesgo de quiebra la reconversión de la flota de autobuses de la EMT al GLP. 42 años después el TS acaba de resolver la nulidad de Madrid Central y sus medidas para el establecimiento de zonas de bajas emisiones. Cuando acabe o cuando reduzca su intensidad la pandemia, las UCIs volverán a llenarse de pacientes con asmas o enfisemas pulmonares causados por la contaminación por óxidos de nitrógeno
La famosa escala, que convertía en económicamente viables las inversiones en las grandes ciudades, hace tiempo que se ha convertido en ua deseconomía desde el punto de vista de los costes ambientales que generan,cuyo tratamiento no puede sino acudir a un incremento dela presión fiscal
¿Es posible conciliar este monstruoso generador de nocividades con una convivencia social basada en los cuidados al medio y a las personas, en la democracia y el autogobierno? ¿Se puede todavía hacer política, distinguiéndola del “arte de gobernar” (P.B. Clarke), en la metropólis global o, por el contrario, estamos condenados a padecer una modalidad de gobierno que no por tecnocrático deje de ser oligárquico y autoritario?
No tengo claro querer disputarle la metropólis a la derecha. Creo que, como forma de convivencia, la metropólis forma parte de esta lógica civilizatoria que está llevando a la biosfera y a nuestra especie al colapso. La potencialidad destructiva inherente a la complejidad metropolitana podría abrir el camino a que alguna modalidad de violencia política se convirtiera en la forma privilegiada de racionalidad instrumental. Por lo demás y a fuer de sincero, tampoco creo que la derecha gobierne la metrópolis. Derecha e izquierda parecen encargados, junto con los medios de comunicación, de distraer a la población y procurar aportarle el sentido expropiado por la maquinaria hipertecnologizada del capital
En el replanteamiento del significado y alcance de la democracia en nuestro tiempo (ya se habrá advertido, es lo que subyace a estos comentarios), creo que la forma de habitar el territorio se ha convertido en un factor decisivo, en una condición de posibilidad para la existencia de tal democracia. Hace tiempo que sospechamos que el poder ya no reside en las instituciones del Estado o que, como mucho,pasa por allí solo de vez en cuando; hace tiempo que sospechamos que, de querer encontrarle un locus al poder, debiéramos buscarlo en las infraestructuras, en las redes de comunicación, en los supermercados,etc., que organizan nuestras vidas y constituyen el entramado de la metropólis y sobre los que carecemos de la menor posibilidad de influir con nuestra voluntad.
¿Es posible un futuro no metropolitano con el actual esquema de infraestructuras de saneamiento, energéticas, de transporte,hospitalarias, etc?¿Qué hacer con la metropólis? ¿Cómo estimular el desplazamiento hacia ciudades más pequeñas? ¿Qué será del parque inmobiliario excedente de las grandes ciudades, es posible plantearse su demolición?
La pregunta, en fin, es si es posible el gobierno democrático de la metrópolis o si, por el contrario, la extrema complejidad de su configuración no demanda alguna modalidad de “gobierno de los algoritmos”, adornado con expresiones populistas como Ayuso y complementado, claro está, con la vigilancia siempre dispuesta de los dispositivos coercitivos. ¿No es inevitable, para los demócratas, que nos preguntemos acerca de la posibilidad de un futuro no metropolitano si queremos salvar la democracia? Creo innecesario señalar q    ue esta posición es tributaria, en cierta medida, del pensamiento decrecentista. Sorprende el candor con el que algunos sectores ambientalistas saludan gozosos los planteamientos oficiales para la Transición ecológica contenidos en el NGEU y en el Plan de Transformación, Reconstrucción y Resiliencia.
¿Podría ser posible la democracia en la metrópolis por la vía de la descentralización? El gobierno madrileño de Ahora Madrid se dejó en un cajón un proyecto en tal sentido y el actual del PP y Cs no parece demasiado interesado en recuperarlo,c omprometido como está con las grandes corporaciones para que sean ellas las que operen una singular territorialización del municipio mediante el reparto cartelizado de las obras y servicios generados por el Ayuntamiento. Como en otros órdenes de cosas, la derecha desdeña las prácticas de democracia ciudadana, convencida como está de que el gobierno de la ciudad no precisa legitimación democrática, que se legitima por los servicios que es capaz de prestar y que a sus beneficiarios poco les importa la titularidad de las entidades prestadoras de tales servicios. Desaparece la soberanía popular como fundamento de la política y con ella desaparece esta última como el instrumento para ordenar la convivencia, sustituida por un sistema de reglas automáticamente aplicadas y gobernadas por algoritmos.
En esta fase de la historia, la derecha nos reta, no con la eficiencia del mercado frente al Estado como en las últimas cuatro décadas, sino en el terreno de los valores y la sensibilidad, oponiendo su “libertad” a nuestra igualdad y solidaridad:” una España que quiere trabajar y no la dejan” predicaba Ayuso en la reciente campaña electoral en Madrid. Son, estos sus valores, valores impostados: la libertad de contaminar utilizando el coche privado, la libertad de  contagiar imponiendo el uso de las terrazas por encima de cualquier sentido común,etc., son acciones que atentan no solo a la salud de los otros sino también a su libertad. Y es una libertad “prestada” o condicional, es la libertad para usar y consumir las mercancías que el sistema precisa liquidar para mantener permanentemente activo el incesante movimiento del capital.
Libertad personal, en todo caso, no libertad política. La libertad, en el sentido de participación política y soberanía popular, es prescindible; la libertad de expresión, elección, ya no es libertad política, es libertad personal. Expresado en términos de la disyuntiva de Hirchsman -exit o voice- solo hay la primera, salida. No hay lugar para la política porque, en el fondo, la derecha reniega de la democracia y sus aspiraciones parecen cada vez más orientadas a liberar al capitalismo de la democracia y a gestionar el Estado como una empresa más compitiendo con otras empresas (para lo que el nuevo nacionalismo alimenta bien este resurgir de la competencia)y respecto a la cual sus clientes solo pueden “votar con los pies”. Lo que en la práctica significa libertad para los potentados para elegir su Esatdo de conveniencia mientras que la gran mayoría queda, obviamente, atada a su territorialidad de origen. Una modalidad de neofeudalismo.
Este despreocuparse del otro del que hace gala la derecha conduce de forma inexorable a la guerra por los recursos, por el espacio, por el aire o el agua, porque los vertederos vayan a las regiones pobres. Así que, en última instancia, no se enfrenta la solidaridad y la cooperación con el egoísmo y el “sálvese quien pueda”, sino con la violencia y la guerra. La libertad de la derecha en materia urbanística es el poder de las promotoras; en la época del colapso ecológico, su libertad es la guerra por la apropiación de las materias primas, de los minerales estratégicos, de las tierras y los bosques para plantar soja para el ganado, es la imposición de actividades altamente lucrativas para los inversores y perjudiciales para los que habitan los lugares en dónde se realizan (presas, minería a cielo abierto, fracking, etc.)
Todas estas “necesidades”/demandas tienen su  origen en la existencia y extensión de las metropólis. Poco importa que se sustituya la energía nuclear, el carbón o el ciclo combinado si se mantiene estructuras de demanda monstruosas como la metrópolis de Madrid. En vez de nucleares, serán inmensos parques eólicos y fotovoltaicos en regiones afectadas por el permanente éxodo demográfico, donde el coste de prestación de los servicios esenciales es muy elevado, donde no hay nada y cualquier inversión es bienvenida.
Para enfrentar la catástrofe que se avecina, la derecha anima a la guerra por la supervivencia, a la guerra contra el otro, contra el diferente, contra el que no ha estado despierto para encontrar su sitio y supone una carga fiscal para los laboriosos. Me temo que el diseño de la metropólis, el de su arquitectura tanto como el de su cultura, el de su espacio como el de su tiempo, no favorezcan la generalización de los valores de los cuidados, la solidaridad y la amistad ciudadana, que deberían constituir el mejor emblema de la convivencia democrática. La metrópolis del futuro, que ya es presente, es un hábitat en guerra contra la población excedentaria y la no conectada, contra quienes no pueden pagar sus alquileres o los suministros básicos (ver la Cañada Real), contra los territorios de los que se abastece de recursos esenciales y a los que carga con sus desechos.
La base social de esta guerra la forma una heterogénea coalición procedente de sectores dañados por la financiarización y la quiebra del bloque inmobiliario rentista, hegemónico en la última década del pasado siglo y en la primera de este. Esto en la dimensión socioecononómica, en la ética y lo cultural hay que destacar aquellos sectores que se sienten agraviados por lo que llaman los políticos de extrema derecha el “consenso progre”, en el que mezclan lo que llaman la cultura de género, la LGTB, la convicción globalmente asentada respecto al colapso ecológico y el “buenismo” hacia los inmigrantes y el islamismo. En este último componente es fácil descubrir la reacción de quienes creen haber perdido el privilegio de la familias heterosexuales, de la masculinidad y, de última, de “español de origen”, ofendido por el trato preferente que según ellos reciben los “de fuera”. Una persona sin techo con quien hablo con frecuencia me aseguró saber “de buena tinta” que a los inmigrantes ilegales les daban 400 euros nada mas bajarse de las pateras. Nada más fácil que colar este tipo de infundios a personas dominadas por la comprensible amargura de verse apartadas de la sociedad.
Quienes alimentan esta “coalición de agraviados” son continuadores de la ideología neoliberal imperante estas cuatro últimas décadas, ahora fortalecidos con aportaciones procedentes del conservadurismo más reaccionario, el racismo, el neofascismo y el pensamiento libertariano, todos ellos unidos en la empresa de devastación de la sociedad y la primacía del individuo y la familia (patriarcal, por supuesto). El “antiestatismo” de la derecha es un recurso propagandístico demagógico; se concreta en el rechazo de los impuestos para financiar la salud pública o las políticas sociales pero los exigen para sostener policía, ejércitos, cárceles y, por supuesto, para reflotar empresas en crisis.
Y un apunte que no considero nada trivial. Esta nueva derecha ha detectado que la política seria aburre en sobremanera a una mayoría de personas poco habituadas a la lectura,la reflexión y la discusión, que son, precisamente, rasgos que han caracterizado el paradigma antropológico y cultural de la izquierda política. Todos nosotros hemos denunciado en algún momento de nuestras vidas la política espectáculo; la nueva derecha, por el contrario, se ha decidido a potenciarla con resultados harto rentables por lo visto en USA con Trump y aquí con Ayuso. Quizás la izquierda debiera revisar ese fondo de luteranismo que ha caracterizado sus relaciones con la sociedad

Conclusión
Para ir al grano, creo que la metrópolis madrileña actúa, ya desde hace tiempo, como un factor retardatario que, junto a la función de subalternización y vaciamiento que ha operado en los territorios limítrofes, ha encerrado a sus habitantes en una vida colectiva de la que lo social se va mermando poco a poco y en la que las relaciones sociales libres y abiertas que históricamente caracterizaron el nacimiento de las ciudades van siendo sutituidas por este sucedáneo de relacionalidad a través de las redes sociales y las tecnologías de comunicación. Dicho de otra manera, la metrópolis Madrid está acabando con lo que queda de la ciudad madrileña. Si, como creo, la democracia tiene unida su suerte a la recuperación de la ciudad, no hay otra salida que ponerse al tajo e impulsar el compromiso con un movimiento ciudadanista que recupere los fundamentos de la vida ciudadana, vigorizados por los objetivos de restauración ecológica y social. Hacer ciudad, participar en su diseño, concebido como una tarea nunca acabada y siempre abierta, una tarea que potencie las interacciones, que genere tejido social frente a la devastación ética y social de la metrópolis.