Jesús Jaén Urueña
REPÚBLICA
Revista Trasversales
número 54 marzi 2021 web
Otros textos del autor
Jesús Jaén es miembro del
Movimiento Asambleario de las Trabajadoras/es de la
Sanidad (MATS)
Cada aniversario del 14 de abril recibimos mensajes
sobre la II República. Muchos de ellos son fotos,
vídeos o canciones. Debo confesar que no me siento
especialmente emocionado por ellos. Las imágenes de
una Puerta del Sol repleta de gente con la bandera
tricolor me motiva mucho menos que la de los mineros
asturianos de 1934, o las del 19 de julio de 1936
cuando miles y miles de obreros salieron a defender su
república y no la de esos burgueses pusilánimes que
miraban hacia otro lado cuando los militares
africanistas preparaban el golpe de estado.
Hoy, mi propuesta republicana no es el himno de Riego
ni la tricolor, sino una transformación social y
democrática profunda del actual modelo de Estado. Mi
propuesta republicana no iría dirigida a la nostalgia,
ni siquiera principalmente a mi generación o la
anterior, sino a esas otras generaciones que nacieron
después de la aprobación de la Constitución de 1978.
Si tengo que elegir una bandera prefiero que sea con
los colores violeta, verde y rojo. Si tengo que
escoger un himno prefiero que se elija
democráticamente entre aquellas personas que lo tengan
que oír más veces a lo largo de sus vidas. Y todo esto
sin detrimento del pasado.
Mi padre era socialista y republicano, como la mayoría
de la familia. Me crié en esos años de transición de
la dictadura militar; entre el crepúsculo del
franquismo y el despertar de una generación
democrática. Hasta muy tarde, en mi casa no se hablaba
de la guerra civil que, tanto mis abuelos como mis
padres, habían vivido muy de cerca (por supuesto, en
el bando de los vencidos). A pocos minutos de la casa
donde nací se habían establecido (veinte años antes)
las líneas de defensa de Madrid; esa muralla humana
donde murieron miles y miles de civiles y
milicianos defendiendo la capital de las tropas
fascistas. El más ilustre de todos, Buenaventura
Durruti, el dirigente anarquista que había venido con
su regimiento desde el frente de Aragón a Madrid. Allí
cayó asesinado donde hoy se levanta el Hospital
Clínico.
La guerra civil y la República siempre las tuve
asociadas al silencio y a las canciones que me enseñó
mi padre. Tuve que esperar muchos años hasta que me
empezaron a contar sus historias de guerra y
posguerra. Una bomba había destrozado la casa y había
obligado a la familia a mudarse. Y, como todavía
cuenta mi madre, lo peor vino con el régimen de
Franco: no hay peor guerra que el hambre.
A los 17 años cambió totalmente mi percepción de las
cosas. Entré a formar parte de la Liga Comunista
Revolucionaria. La dictadura, la guerra, la República;
dejé de verlas como algo personal. Al fin y al cabo
formaban parte de un todo, junto a otros grandes
hechos como por ejemplo la guerra de Vietnam.
Los trotskistas de la LCR decíamos en 1972 que la
Península Ibérica era el “eslabón más débil de la
cadena imperialista”. Por lo tanto, se trataba de
luchar no por una “república burguesa”, sino por la
revolución socialista que en el Estado español tomaría
la forma de una Huelga General Revolucionaria.
Siguiendo los escritos de Trotsky para España: no se
trataba de cambiar a un rey por un presidente, sino de
liberar a toda la sociedad de las inmundicias del
feudalismo; es decir, seguir la estela del partido
bolchevique en la Rusia de 1917.
Desde aquellos años han pasado muchas cosas en las que
no me pienso detener. Mi relato nostálgico acaba aquí
y comienzo con la abdicación de Juan Carlos I y el
nombramiento de Felipe VI al trono dinástico.
Tengo motivos para pensar que hay un antes y un
después en la Monarquía, que hemos vivido una etapa de
resplandor y que ahora hemos comenzado el ocaso. El
Régimen salido del franquismo gozó durante treinta
años de un apoyo y un consenso social inéditos. Tanto
desde el punto de vista de los partidos,
organizaciones sindicales y empresariales. El poder
militar y los jueces hicieron de la Monarquía
juancarlista una cuestión de causa belli. Los medios
de comunicación apoyaron al rey y crearon una leyenda
en torno a hechos como el 23-F. ¡Pero no sólo eso! Ese
consenso también se extendió a las clases sociales,
desde las élites económicas hasta las clases
trabajadoras, y por supuesto las clases medias. Quizás
con la única excepción de los sectores nacionalistas
populares de Euskadi y Cataluña.
A partir, aproximadamente, del año 2010 el panorama
empezó a cambiar. Ello se debió a tres causas
fundamentales. La primera el estallido de la crisis
económica de 2008 (la más grave desde la guerra
civil). La segunda, el conflicto catalán. Y la
tercera, los escándalos de la familia real y muy
particularmente del patriarca (hoy emérito).
Hoy, Felipe VI ya no goza de la inmunidad social y
política de su padre. Las críticas a la Corona no se
limitan al nacionalismo catalán y vasco, sino también
a sectores de la izquierda. Pero todavía queda un
escudo político y social importante (por eso me he
negado a ver los acontecimientos de estos años como la
crisis terminal del régimen de 1978). Quedan todas las
derechas españolas y queda, sobre todo, el PSOE, al
menos sus cúpulas, que actúan de amortiguador de la
crisis. En la España de hoy no concibo un cambio de
régimen sin involucrar al PSOE y seguramente a una
parte de las derechas que no liguen su futuro
exclusivamente a la “unidad de España”.
Pero la cuestión no es establecer meras hipótesis
teóricas, sino trazar vías para acortar los tiempos de
Felipe VI. Creo que un republicanismo pasa, aquí y
ahora, por expresar en forma de reivindicaciones las
profundas transformaciones que necesitamos en estos
momentos.
Las clases trabajadoras y populares nunca se unirán a
ninguna República si no es para vivir más dignamente
que con la Monarquía: trabajo, vivienda, servicios
públicos, en definitiva, acabar con las desigualdades
sociales y el desigual reparto de la riqueza. Lo mismo
en el caso de la igualdad de género o en la defensa
del medio ambiente.
En segundo lugar, y no por ello menos importante, es
necesario dar una solución histórica a la cuestión
nacional. La ciudadanía de Cataluña y Euskadi deben
tener el derecho a decidir libremente sobre su futuro.
Del resultado de esas consultas dependerá la relación
política e institucional, y por supuesto, todo un
nuevo encaje constitucional.
Por último, creo que la mayoría de la ciudadanía ya no
cree en el actual sistema basado en unos partidos y
una casta política alejada de la realidad. El
movimiento 15M abrió un enorme caudal de críticas y
propuestas: las listas abiertas, los referendum, la
eliminación de la ley de D`Hont y del Senado, las
limitaciones de los mandatos por parte de los
diputados, alcaldes, concejales y en los gobiernos, la
revocabilidad de nuestros representantes por medio de
consultas directas, la asignación de sueldos que no
excedan a los de un salario medio. De la misma manera,
es necesaria una transformación democrática en el
poder judicial, mandos del ejército y fuerzas de
seguridad.
El 14 de abril de 2021 no debería ser un día para la
nostalgia. Deberíamos mirar el futuro para transformar
el presente.
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