Trasversales
Charles Reeve

La peste y la cólera


Revista Trasversales número 50 abril 2020


Textos del autor en Trasversales


Texto original en francés en:
https://lundi.am/La-Peste-et-la-Colere
Traducción: Trasversales



"A partir de lo vivido durante estos extraños meses, emerge ya un elemento portador de esperanza: la experiencia de las y los trabajadores de la Sanidad. Los colectivos de sanitarios, pese a trabajar en condiciones extremadamente difíciles y con medios restringidos a causa de las decisiones políticas de quienes ahora se presentan como salvadores, han conseguido cargar sobre sus hombros la supervivencia de la sociedad. Más allá de jerarquías y burocracias, han demostrado su capacidad de organización, de improvisación, de innovación y de invención. Si el horror no se ha extendido más es gracias a ellos. Sin duda, esta solidaridad de los colectivos laborales ha extraído su energía de una experiencia de varios años de lucha contra la austeridad y los recortes, contra la destrucción de sus condiciones de trabajo, contra el ataque predador del capitalismo privado. Frente a la injusticia de la muerte y vinculados por los valores de la solidaridad los sanitarios se han reapropiado de su tarea, recuperando momentáneamente el control de su actividad, antes usurpado por los gestores financieros."

¿Cómo pueden entrecruzarse y relacionarse las reflexiones sobre el extraño y singular período que estamos viviendo? Un periodo que, en su aspecto trágico, pone de relieve las debilidades y los límites del sistema capitalista mundializado, debilidades que, aún ayer, parecían expresar su fuerza y su potencia.
Sometidos a los discursos tóxicos propagados repetidamente, una atmósfera ansiogénica nos ata a un presente en el que nos sentimos impotentes a causa de nuestro aislamiento. Nos sentimos amenazados por un entorno donde todo objeto o individuo es percibido como hostil, fuente de muerte. El peligro socava las propias relaciones humanas. Las cifras y curvas de los "especialistas" de la muerte son seguidas como si fuesen las de la Bolsa y nos sumergen y abruman; vienen a sumarse a las explicaciones conspiranoicas, a las especulaciones y a pretendidas certezas supuestamente tranquilizadoras. El espíritu crítico debe abrirse camino a través de este magma, y sólo al intentar ejercerlo tendremos acceso hacia la única salida que da al aire libre y podremos superar la renuncia a la reflexión a que nos induce el miedo.
El rechazo a la idea de la muerte parecía muy consolidado en las sociedades ricas, borrada por el culto al bienestar y por los mitos del progreso y del individuo dominador de la naturaleza. Sin embargo, la tempestad del progreso no es más que destrucción de lo vivo, como temían, hace ya un siglo, los enemigos de la ideología productivista, como Walter Benjamin y otros "pesimistas" emancipadores.
La fragilidad de la vida y de las sociedades sólo era atribuida a los pueblos de la pobreza, sobre los territorios cada vez más numerosos que padecen la barbarie de la guerra, y a sociedades expectantes ante la prometida llegada de los frutos de este terrible progreso. La producción de la muerte se había convertido en una imagen para el consumo, que produce indignación pero queda demasiado lejana.
La consolidación del sentimiento de seguridad no había dejado de ser reforzada por los muros de la represión y de la xenofobia de las sociedades ricas. La figura del refugiado, las decenas de miles de ahogados en el Mediterráneo, nos lo recordaban todos los días. Después, de golpe y porrazo, el virus ha eludido los controles policiales, los muros y las fronteras y se ha establecido entre nosotros, siguiendo finalmente el camino más moderno y más fácil, el de la circulación mercantil de bienes y personas, incluyendo, ironía del presente, el turismo de masas que se disfraza de lúdico ocio.
"¡Más lejos, más rápido, más nada!" decía un grafiti anarquista sobre los muros de la gran ciudad. ¡Ya está!, ya estamos inmersos en la nada. Lo sabíamos, estábamos advertidos, íbamos directos contra el muro. Ya hemos chocado con él, ya estamos estámpados contra esa pared.
El choque frontal nos pasma y paraliza. No obstante, como nos indica la experiencia histórica, sólo si nos damos objetivos de mayor envergadura podremos intentar salir de la parálisis y de los miedos y atravesar este periodo inesperadamente extraño.
Hemos salido de la normalidad, la normalidad del capitalismo que rechazábamos pero a la que estábamos obligados a someternos, a veces incluso más allá de nuestra conciencia. Quizá esta sea una primera enseñanza sustancial de este momento: todos y todas somos parte del sistema, más allá de las ideas rupturistas que podamos compartir y de las prácticas no normativas que podamos experimentar. Pero esta salida de la normalidad no es la que hayamos podido vivir en otros momentos de la historia, la ruptura del tiempo del capitalismo y el acceso a otro tiempo producto de la actividad subversiva de la colectividad. Lo que hoy estamos viviendo es un tiempo suspendido que nos ha sido impuesto, que no es el fruto de una acción autónoma de oposición al mundo. Esta extrañeza es seguramente una de las fuentes de nuestras angustias.
Vivimos una nueva experiencia que no era previsible en la forma que ha adoptado:"la huelga general del virus", retomando la perteniente expresión enunciada en algún otro lugar. La suspensión de la "rutina empresarial" [business as usual] se ha producido sin nuestra intervención, fuera de los esquemas conocidos que siempre hemos contemplado y deseado, y por los que hemos batallado. Es una huelga general de masas sin "masas", peor aún, sin fuerza subversiva colectiva. Probablemente sería justo decir que estamos viviendo una primera sacudida que anuncia otras que se producirán en un proceso de desmoronamiento general de una sociedad organizada en torno al objetivo destructor de conseguir ganacias. Este desmoronamiento, ajeno a toda acción colectiva consciente, no es portador de un mundo nuevo, ni de un proyecto de reorganización de la sociedad sobre nuevas bases. Sigue siendo una creación del capitalismo, dentro de los límites de su barbarie, sin más perspectivas que las del desmoronamiento. Aquí termina toda semejanza con la huelga general, que es la creación de una colectividad que se reapropia de su propia fuerza.
Sin embargo, la conmoción sufrida, que anuncia un encadenamiento de rupturas en el orden del mundo, está relacionada con el funcionamiento del sistema social en el que vivimos y no es disociable de sus contradicciones. Los recientes desarrollos en la mundialización del capitalismo, la aceleración de los intercambios y la concentración y urbanización rápida y gigantesca de las poblaciones han acelerado la profunda alteración ecológica y han destruido la frágil reproducción del mundo vegetal, del mundo animal y del mundo humano, rompiendo así las últimas barreras entre ellos.
El advenimiento del capitalismo global no ha supuesto el anunciado "fin de la historia", sino que ha inaugurado una nueva era de epidemias en la que cada una de ellas está cada vez más cerca de la anterior. Después de la gripe aviar, después del SARS, era de esperar la inminencia de una nueva epidemia, prácticamente previsible. Sin embargo, la lógica de la ganancia propia del modo de producción capitalista ha seguido despiadadamente su camino, sin que se haya activado el freno mencionado en el Monólogo del Virus (1); un freno que sólo podía ser activado por fuerzas sociales opuestas a esta lógica y a las que está costando mucho constituirse.
Tenemos ante nosotros las consecuencias de esta lógica y de esta impotencia para bloquearla, lo que nos da una pista para nuestra reflexión: no separemos la crisis viral de la naturaleza del sistema. Hay que oponerse a la tentación de esas explicaciones fáciles que se acomodan a los límites de lo que existe y que no logran ocultar la intención subyacente de volver a poner en marcha la maquinaria. Un buen ejemplo de ello son los delirios conspiranoicos de todo tipo, incluido el muy seductor sobre el "virus creado en el laboratorio". Aunque sabemos que la guerra biológica forma parte de los proyectos criminales de las clases dirigentes y que la desorganización y el accidente son inherentes a toda burocracia, militar o de cualquier otro tipo, lo cierto es que la visión conspiranoica deja de lado la lógica mortífera del modo de producción capitalista. La explicación más inverosímil se vende como la más evidente. Este virus no fue fabricado por poderes ocultos, sino por el proceso destructor del capitalismo moderno.
Ya se ha resaltado que las medidas de confinamiento y de privación de las libertades sociales e individuales ponen de relieve las relaciones de clase. Una vez más, esta vez de manera macabra, la igualdad formal se esfuma ante la escandalosa desigualdad social. Una desigualdad acelerada por la crisis viral. Pero la crisis viral pone de relieve también la naturaleza del capitalismo moderno y sus contradicciones. De ahora en adelante, lo real de la transtornada vida cotidiana reside en el desplome de los sistemas financieros, en la debacle de las bolsas, en la precariedad generalizada del trabajo asalariado, en el aumento vertiginoso del paro, en un empobrecimiento masivo.
Una bocanada de aire fresco: los "economistas", que habían relegado los conceptos molestos relacionados con el desequilibrio del sistema, enterrándolos en el fondo del baúl en que se guardan los objetos superfluos, están casi desaparecidos, desconcertados por lo inesperado e incapaces de prever nada.
Mientras que millones de parados se suman a los millares de muertos por la pandemia, fortunas gigantescas se atropellan unas a otras buscando protección en brazos de sus Estados. La máquina de imprimir billetes se pone de nuevo en marcha y la inflación, de la que decían que era cosa del pasado, asoma la patita. Ya se anuncia que "el después" nos traerá una segunda sacudida del desmoronamiento.
No tiene nada de sorprendente que la epidemia del Covid-19 y aquellas que la precedieron se generasen en China, convertida en la fábrica del mundo, sobre territorios hechos presa de una destrucción salvaje, rápida y masiva de la naturaleza. China, fábrica del mundo, produce virus como produce máscaras, aparatos de respiración asistida y comprimidos contra la migraña, etc., fundidos en un todo.
Por su amplitud global, planetaria, la contaminación viral ha desembocado rápidamente en un bloqueo de los intercambios y en un derrumbe de la economía, en la desorganización de la producción de ganancia. Cada una de estas crisis implica a la otra. A partir de ahora, todo es global. Y, en sólo dos semanas, se ha hecho realidad lo que parecía poco factible: sólo en Estados Unidos, uno de los centros mismos de la máquina infernal, más de diez millones de trabajadores se han convertido en parados.
Uno de los asuntos que nos hacen reflexionar e inquietan es la respuesta de los poderes políticos en el ámbito de los derechos formales, esas restricciones liberticidas que trastornan el marco jurídico de nuestra existencia. La eventualidad de adoptar el "modelo chino" como referencia para el estado de urgencia se perfiló muy pronto en las sociedades europeas y se concretó enseguida en la adopción de métodos y técnicas represivas y de control de lo cotidiano. A esto se han añadido algunas derogaciones que apuntan hacia un cuestionamiento del Derecho Laboral. En Portugal el gobierno socialista ha llegado a suspender el derecho de huelga, permitiendo al Estado "tener los medios legales para obligar a las empresas a funcionar" (2).
La experiencia nos da razones para temer que, cuando la crisis viral haya terminado, estas formas de estado de urgencia pudierán ser "vertidas al derecho común", retomando la fórmula púdica del "diario de todos los poderes" [Le Monde]. Con más razón cuando esa "terminación", el famoso "desconfinamiento", corre el riesgo de ser lenta y con sucesivas prórrogas.
La urgencia de un necesario retorno al "business as usual", reclamado ya por todas las fuerzas capitalistas, justificará sin duda la perpetuación de las "restricciones liberticidas". Un nuevo marco jurídico para nuevas formas de explotación. Lo que significa que la oposición a este nuevo estado de derecho autoritario será indisociable de la capacidad colectiva para oponerse a la reproducción de la lógica de producción y de destrucción del mundo que nos ha llevado a donde estamos.
Ahora bien, se sigue planteando de manera ineludible una pregunta: el capitalismo, potente sistema complejo y capaz de giros inesperados, ¿puede acomodarse, a la larga, a un funcionamiento social regulado por medidas y restricciones liberticidas extremas? Según la experiencia histórica, si se cuenta con una fuerte intervención del Estado el estado de excepción es compatible con la reproducción de las relaciones de explotación y de producción de ganancia. No es casualidad que uno de los grandes teóricos del estado de excepción, Carl Schmitt, haya sido un brillante admirador del orden nazi, que suministró el orden jurídico de una sociedad moderna en Europa durante una decena de años al precio de espantosos horrores. Más cercano en el tiempo, es indiscutible que el orden totalitario heredado del maoísmo ha permitido engendrar un régimen capaz de construir una potencia capitalista moderna, en cuyo seno la explosión de las desigualdades sociales y el ascenso de los conflictos y de los antagonismos de clase han sido, por el momento, obstáculos superados por medio de medidas despóticas.
Otra cosa es la aplicación de este modelo a las sociedades del viejo capitalismo prioritariamente privado, donde el estado de derecho regula el conjunto de relaciones sociales por medio de la cogestión de los "agentes sociales". En principio, al menos, es cierto que la dirección de los asuntos económicos y públicos se hace de manera cada vez más autoritaria bajo las formas actuales de capitalismo liberal. Esta tendencia ya se había hecho patente antes de la pandemia y del previsible desmoronamiento de la economía. La evolución del capitalismo, su crisis de rentabilidad y la necesidad de maximizar las ganancias habían reducido progresivamente el espacio de negociación y de cogestión, fundamento del consenso de la democracia representativa y de sus organizaciones. La crisis de la representatividad política que vivimos desde hace años es su consecuencia inmediata.
Dicho esto, cabe preguntarse si la puesta en marcha de estas medidas liberticidas está vinculada a un proyecto consciente de los poderes para construir de manera duradera y con una aceptación también duradera un estado de excepción permanente. ¿O se trata, más bien, de que la adopción de estas medidas es la única respuesta de la que dispone la clase política para afrontar las consecuencias sociales de la pandemia?
Como en cualquier crisis, la clase dirigente debe hacer juegos malabares entre la idea de defensa del interés general, en que se basa su hegemonía ideológica, y la subordinación a quienes en verdad toman las decisiones, esto es, a la clase capitalista. Cuando las circunstancias se enturbian, el único plan B disponible es reforzar el autoritarismo y reforzar el recurso al miedo como forma de gobierno.
En el periodo actual, la dimensión de las restricciones exigidas por la amplitud de la crisis viral mundial plantea, a la larga, el problema de una parálisis del propio sistema productivo. Por el momento, la desaceleración de la economía está en sus inicios y la continuidad de la vida social prueba indiscutiblemente la riqueza y la potencia de las sociedades capitalistas modernas. No obstante, si las medidas de suspensión de actividades se prolongaran habría riesgo de que el conjunto de la maquinaria económica se derrumbase. El rápido tránsito, en pocos días, de un estado de estancamiento económico a una recesión vertiginosa con millones de parados es signo de la fragilidad del conjunto del edificio. Lo que explica las reticencias de una parte de la clase dirigente a adoptar las medidas del estado de urgencia sanitaria.
Los discursos anti-liberticidas están justificados, nos alertan contra la pérdida de derechos que ya eran bastante enjutos. Sin embargo, y teniendo en cuenta los efectos desastrosos que estas medidas de excepción pueden tener sobre el desequilibrio de "su" economía, se puede considerar que los sistemas políticos no las adoptan con el objetivo principal de controlar a la mayoría de la población o de someter a los explotados a nuevas condiciones de explotación, sino, ante todo, porque se ven forzados por las circunstancias, por una situación que se les escapa.
Por supuesto, las clases dirigentes saben hacer buen uso de estas medidas del estado de urgencia, las aprovechan para acelerar el desmantelamiento de los derechos "fundamentales" y para transformar el estado de derecho. No obstante, los hechos muestran la ambigüedad de la situación. Estas mismas clases políticas –en Europa e incluso en otros países de frágil equilibrio social- se ven forzadas a rectificar orientaciones y decisiones tomadas anteriormente. Ejemplo de ello sería la suspensión en Francia de la odiosa "reforma de las pensiones" y de la "reforma de los derechos de los desempleados", o el tímido proyecto de liberación de ciertos tipos de prisioneros en Francia, Estados Unidos, Marruecos y otros lugares.
Considerar que los dirigentes dominan la situación y son capaces de ir más allá de medidas de salvaguarda de las leyes de la ganancia sería sobrestimar su función e incluso su inteligencia de clase. Sus iniciativas políticas responden al mandato de estas leyes. Ante la actual crisis sanitaria, la necesidad de confinamiento de la población deriva de que parece ser la única manera de intentar evitar una situación de desastre social y económico. Si se confina a la población no es para reafirmar la dominación social, sino como único medio de dar alivio a un servicio público de sanidad hecho girones por la política de austeridad. Al querer dar la impresión de que domina la situación, el sistema político busca ocultar sus responsabilidades en el desastre sanitario. Intenta negar su fracaso desde el punto de vista de la defensa del famoso "interés general". El broche final a todo esto es que el bloqueo progresivo de la economía a consecuencia de estas medidas debilita a su vez la gobernanza.
Nada indica que la salida del "confinamiento" pueda llevar a una vuelta harmoniosa a una reproducción del pasado. Este sería, sin duda, el proyecto de los señores de la ganancia y de sus servidores políticos, pero estos corren el riesgo de encontrarse, a la salida del estado de urgencia, más debilitados que al inicio de la crisis. Y con otra urgencia, la de una crisis social extendida.
La crisis del capitalismo será el segundo episodio de la crisis viral. Por esa razón, desde ahora mismo, la clase política se propone preparar la salida como un largo proceso que permita integrar las medidas de urgencia en un estado de derecho cada vez más "de excepción".
La crisis de representación, que ya estaba anclada en una sociedad rica y violentamente desigualitaria, se afirmará aún más por los efectos devastadores de la crisis económica.
Una vez que termine la suspensión del tiempo bajo el confinamiento, las fuerzas del capitalismo intentarán imponer un regreso al modo de producción del pasado, a las leyes de la ganancia como única alternativa posible. Pero no estamos en el siglo XIV de la peste negra y, en Francia como mínimo, podemos esperar que la rebeldía y la resistencia acumuladas a lo largo de estos últimos años puedan nutrirse de las nuevas solidaridades que se han tejido durante el confinamiento. Lo colectivo, única fuente de creación liberadora, deberá recuperar su lugar y extenderse.
A partir de lo vivido durante estos extraños meses, emerge ya un elemento portador de esperanza: la experiencia de las y los trabajadores de la Sanidad. Los colectivos de sanitarios, pese a trabajar en condiciones extremadamente difíciles y con medios restringidos a causa de las decisiones políticas de quienes ahora se presentan como salvadores, han conseguido cargar sobre sus hombros la supervivencia de la sociedad. Más allá de jerarquías y burocracias, han demostrado su capacidad de organización, de improvisación, de innovación y de invención. Si el horror no se ha extendido más es gracias a ellos. Sin duda, esta solidaridad de los colectivos laborales ha extraído su energía de una experiencia de varios años de lucha contra la austeridad y los recortes, contra la destrucción de sus condiciones de trabajo, contra el ataque predador del capitalismo privado. Frente a la injusticia de la muerte y vinculados por los valores de la solidaridad los sanitarios se han reapropiado de su tarea, recuperando momentáneamente el control de su actividad, antes usurpado por los gestores financieros.
Por su función, estos trabajadores son conscientes de su utilidad social para la supervivencia de la colectividad, conciencia que refuerza su compromiso pero también su fuerza impugnadora. Como ya había ocurrido en el curso de otras catástrofes, este movimiento puede constituir el armazón de un proyecto de futuro diferente.
Estamos viviendo la peste, pero este tiempo suspendido puede ser también aquel en el que cultivemos y acumulemos las cóleras. La oportunidad de su afirmación vendrá con la vida, después del tiempo de los carroñeros.
Mientras tanto, y para domar miedos y angustias, podemos leer con placer algunas líneas de un querido amigo de Karl Marx, Heinrich Heine, escritas durante los años del plomo, entre la revolución de 1848 y la Comuna: "Aquí reina actualmente la gran calma. Una paz laxa, somnolienta y llena de bostezos de aburrimiento. Todo está en silencio, como en una noche de invierno envuelta por la nieve. Sólo se oye un pequeño ruido misterioso y monótono, como de gotas al caer. Son las rentas de los capitales, cayendo sin cesar, gota a gota, a punto de desbordar las cajas fuerte de los capitalistas; se distingue claramente la continua crecida de las riquezas de los ricos. De vez en cuando, se mezcla con este sordo chapoteo algún sollozo casi inaudible, el sollozo de la indigencia. A veces también resuena un ligero tintineo, como el de un cuchillo afilándose" (3).
Algo así nos ocurre hoy, el silencio no es siempre la calma, es también el tiempo en que afilamos las armas que ajustarán las cuentas pendientes.

Notas
1. https://lundi.am/Monologo-del-Virus-2853
2. Antonio Costa, primer ministro, declaración a la televisión privada SIC, 20 de marzo de 2020
3. Heinrich Heine, Lutèce, Lettres sur la vie politique, artistique et sociale de France (1855), precedido de una presentación de Patricia Baudouin, La Fabrique, 2008.




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