Este complejo panorama de la izquierda, con numerosos giros y recomposiciones a lo largo de las décadas, explica en parte las reacciones que tuvieron lugar cuando en 1989 se produce la caída del Muro de Berlín y la posterior desaparición de la Unión Soviética. Una parte significativa de la izquierda occidental lo vivió como una derrota, lo cual fue evidente en el ámbito de los partidos comunistas, pero también se manifestó en sectores de la izquierda socialdemócrata y de las organizaciones trotskistas.

Esa sensación de derrota, de triunfo del capitalismo, resulta especialmente paradójica, cuando resulta difícil rescatar de la práctica y de las ideas del llamado socialismo real algo que tenga que ver con los ideales de defensa de la libertad y la igualdad política y social. Me parece que esa sensación, acompañada de la nostalgia melancólica de esa época, oculta otra sombra mucho más peligrosa, la herencia del autoritarismo y del carácter dictatorial de la construcción del socialismo.

Parece que los gérmenes no combatidos del estalinismo siguen envenenando a la izquierda política de estos tiempos. Ante la incapacidad de una elaboración constructiva, se han asentado algunos esquemas de la época de la guerra fría. En la visión estratégica prima la idea del antiamericanismo, de tal manera que lo que se opone a EEUU tendría per se algo positivo. Así, una parte de la gente de izquierda no ha sido capaz de orientarse políticamente de forma ética en los principales conflictos de las últimas décadas, ya sean los conflictos de la antigua Yugoslavia ante los crímenes de Milosevic, la guerra siria, o la necesidad del apoyo a los movimientos democráticos como los de la revolución árabe, o en 2019 el de Hong Kong.