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Las crónicas que nos ha legado Georges Simenon son la historia de una vida dedicada a vivirla, de un oficio que, aunque sólo existiera en su mente privilegiada, revolucionaron la novela policíaca. Cuando Simenon empezó a contarnos las aventuras de Maigret la novela enigma pesaba aún mucho, el misterio dominaba y el juego limpio, que no dejaba de ser el saco en el que los autores se permitían meter todo aquello que, al final, iba a servir para algo. Auguste Dupin, Sherlock Holmes, Arsenio Lupin, Hércules Poirot..., otros personajes míticos y heroicos, entusiasmaban a las gentes, por eso la aparición de un personaje que era lo contrario de los anteriores, gordito, bonachón, que se enfadaba con la estupidez de los descarriados y, sobre todo, no era cínico, en el sentido común, no en el sentido filosófico del concepto, fue una verdadera revolución en el género. Si a Sam Spade, el Agente de la Continental, Philip Marlow, etc., les sumamos a Maigret, podemos  decir con Narcejac ¡qué lejos estamos de la novela policíaca!

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