Trasversales
Juan Manuel Vera

Las melancolías de las izquierdas


Revista Trasversales número 47 junio  2019

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La decadencia de la izquierda europea no es producto únicamente de los reflujos electorales y de su impotencia ante los avances de fuerzas de la nueva extrema derecha de carácter populista. Tampoco deriva exclusivamente de su carencia de un proyecto cohe­rente de defensa de las mayorías sociales a escala europea y nacional. Es algo más profundo, en una crisis íntima de sentido, producto de su desarraigo respecto a su fuente social y electoral y de su incapacidad de desciframiento de las posibilidades y necesidades de la época.

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La persistencia de la sombra de la guerra fría se manifiesta, sobre todo, en la incapacidad de la izquierda (la de tradición comunista, pero no sólo ella) para reconocer las luchas sociales y las causas justas, o para identificarse con las víctimas y combatir a los enemigos de la libertad. La guerra de los Balcanes en la década de 1990 lo mostró claramente. Uno tiene la sensación de que, incluso ahora, parte de la izquierda occidental estaría mucho más contenta si se hubiera permitido a Milosevic arrasar completamente a los bosnios y kosovares. La crítica política sin matices al intervencionismo humanitario tiene una ambigua zona de complicidad con la barbarie real.
Todo ello se ha hecho mucho más patente ante las revoluciones árabes, la guerra civil siria o la lucha de los kurdos contra Estado Islámico, por situarnos ante los conflictos más importantes de la última década. La izquierda internacional parece tender, por defecto de fábrica, a situarse contra los Estados Unidos y sus políticas como única forma de reconocer un polo negativo que ilumine su visión del mundo. Algo así como: los enemigos de Estados Unidos son mis amigos. Eso se relaciona con la añoranza de una lógica bipolar. Los hechos reales, ya sean políticas de limpieza étnica o el atroz régimen sirio de Al Assad, permanecen ocultos en una visión supuestamente estratégica que no tiene otro origen que los viejos esquemas de la guerra fría.
Más allá de ello, la experiencia de los comunismos estatales significó una radical conformación de estructuras y lógicas autoritarias ajenas a las luchas por la libertad y la igualdad que habían sido la seña de identidad de los movimientos obreros y democráticos desde el siglo XIX.

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Y, sin embargo, la realidad es tozuda. La ceguera frente a los movimientos sociales auténticos no impedirá que siga existiendo un vacío político. Las izquierdas pueden seguir alimentándose de las melancolías del mundo sencillo de la guerra fría o de la época feliz del estado del bienestar. Pero nada de ello ayudará un ápice a construir un proyecto que merezca la pena. La única política auténtica es la que se construye desde la sociedad y a partir de sus expresiones, cuanto más directas, mejor. El pensamiento de la izquierda pueden seguir sumida en la melancolía, pero el mundo sigue en marcha. La agenda de problemas de nuestro tiempo no es una agenda para melancólicos.

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