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Consejo editorial Trasversales

FRENTE A LA NUEVA EXTREMA DERECHA

NEOLIBERAL Y PATRIARCAL

Revista Trasversales número 46 febrero 2019

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La expansión de la nueva extrema derecha es un fenómeno mundial. Las victorias de Trump y Duterte en 2016 y de Bolsonaro en 2018 son hitos fundamentales. En Europa la extrema derecha gobierna Hungría y Polonia y forma parte de gobiernos de coalición en Italia, Austria, Eslovaquia y Bulgaria. En Francia, Marine Le Pen fue la adversaria de Macron en las elecciones presidenciales de 2017. En la mayor parte de Europa hay formaciones que han roto los límites electorales y políticos que tenían las organizaciones neofascistas. Este cambio se ha desencadenado en poco tiempo, aunque el régimen de Putin es antecedente y modelo importante de este ascenso de la extrema derecha. Es comprensible la desazón ante esta irrupción del extremismo derechista que, con notables singularidades nacionales, forma parte de un proceso global. Pero la reflexión sobre cómo actuar debe ir acompañada de una comprensión de la naturaleza del peligro que acecha.

Tras la crisis económica de 2008 las políticas de austeridad y de regresión social han disparado los niveles de desigualdad a niveles desconocidos desde hace un siglo, lo que ha contribuido a crear climas de deslegitimación y desafección social en las "democracias electorales", favoreciendo el desarrollo de la nueva extrema derecha.

La nueva extrema derecha tiene diferencias esenciales con el viejo fascismo de los años treinta. No es corporativista ni estatalista sino plenamenteFrente a la nueva extrema derecha
                                neoliberal y patriarcalneoliberal, promoviendo la desregulación y precarización laboral, la regresividad fiscal radical, nuevas privatizaciones, desprotección social, rechazo de los derechos de las mujeres, oposición a las medidas ambientales, ecológicas y de protección de los consumidores. No es producto de un movimiento de masas ni de la movilización social. No aspira, al menos en esta fase, a destruir el régimen de las "democracias electorales" y a instaurar un sistema totalitario, aunque sí a recortar notablemente los derechos democráticos. Su retórica nacionalista tiene como uno de sus objetivos fundamentales debilitar las instituciones políticas supranacionales, particularmente las de la Unión Europea, pero no es un enemigo auténtico de la globalización capitalista.

La nueva extrema derecha representa un proyecto con componentes autoritarios y reaccionarios que se mueve dentro de las coordenadas propias del neoliberalismo y promueve el enfrentamiento de unos sectores populares con otros. Una parte de las élites sociales la concibe como un instrumento para reforzar el disciplinamiento social. Su éxito reside en haber sabido conectar esa preocupación de las élites con el miedo de las clases medias a la pérdida del estatus alcanzado, que pensaban transmitir a sus hijos, expectativas que en el mundo neoliberal se han degradado radicalmente.

La extrema derecha emergente es un movimiento reaccionario, neoliberal y patriarcal cuyo principal objetivo de ataque directo, en la actualidad, no son las organizaciones tradicionales del movimiento obrero -también en crisis- como lo fueron en los años treinta. Su reacción se dirige con especial agresividad contra los derechos de las mujeres, intentando capitalizar el resentimiento de los varones que sienten amenazado su rol familiar y social patriarcal. Otro componente esencial de su retórica reaccionaria son las y los inmigrantes, convertidos en el enemigo que cumple el papel del antisemitismo del viejo fascismo. En el compendio reaccionario también está presente la homofobia, la defensa de la religión, el rechazo al ecologismo, etc. Todas esas retóricas reaccionarias son transversales y al atravesar distintos grupos permiten a la extrema derecha sumar los apoyos de los diversos resentimientos sociales que fomenta.

Los éxitos electorales de estas corrientes no significan automáticamente el establecimiento de regímenes fascistas. Las luchas decisivas no están por detrás sino por delante. No hay que confundir una ofensiva derechista con su triunfo definitivo. Es un tiempo para la resistencia social, la lucha por los derechos de las mujeres, la defensa de las libertades públicas y la construcción de alternativas al neoliberalismo a escala global.

Sería un gravísimo error de perspectiva no comprender que la lucha contra la nueva derecha es inseparable del combate contra el neoliberalismo y sus efectos sobre la degradación laboral y social de la mayoría de la población. Es una lucha mundial. Aunque las luchas tienen un importante ámbito local y nacional, no es posible dar marchas atrás a la mundialización para la reconstrucción de las viejas políticas proteccionistas y keynesianas. Nada de eso es viable. El único combate posible frente a los retos sociales y ecológicos se desarrolla en la esfera mundializada, a través del cambio de correlaciones globales de fuerzas entre la oligarquía y las mayorías de la población, a través del establecimiento de alianzas e instrumentos que, junto a lo local y lo nacional, requieren poderosas herramientas sociales y políticas supranacionales. En esa clave debe entenderse el surgimiento en la última década de movimientos como el 15M, Ocuppy Wall Street, las primaveras árabes, el movimiento mundial de las mujeres y su huelga mundial...

Desde esa perspectiva hay que comprender también la situación española. Hasta las elecciones autonómicas de Andalucía de diciembre de 2018, España constituía una de las excepciones al crecimiento generalizado de la extrema derecha. El movimiento 15M y la primera etapa de Podemos actuaron como cortafuegos para ese desarrollo. Pero ese escudo protector ya ha desaparecido y las tendencias generales se hacen presentes.

La aparición de VOX es muy preocupante. Se une al giro hacia posiciones cercanas a la extrema derecha por parte del Partido Popular con Pablo Casado y, en parte, también de Ciudadanos. Las posiciones sobre la inmigración, sobre los derechos laborales, sobre la violencia de género y los derechos de las mujeres o sobre la situación en Cataluña, con la defensa de un artículo 155 permanente, establecen zonas colindantes. El peligro inmediato no es el partido de Santiago Abascal sino la proximidad de PP y Ciudadanos a posiciones de extrema derecha.

La victoria de la derecha en Andalucía no puede ser extrapolada automáticamente. Las derechas crecieron en 280.000 votos mientras las izquierdas perdieron 700.000. El elemento determinante parece ser el can­sancio ante el gobierno del PSOE y las políticas social-liberales que Susana Díaz desarrolló tras el pacto con Ciudadanos, así como el desgaste de Podemos. No se percibe un giro importante hacia la derecha sino un gran abstencionismo entre los votantes de izquierda y de los sectores populares. En la evolución de ese amplio espacio de desencanto social es donde, en Andalucía y en el resto de España, se juega el futuro, no sólo electoral sino, sobre todo, la posibilidad de revertir los efectos de las políticas de austeridad y de frenar a la derecha.

La actual etapa política no requiere un antifascismo abstracto. El desarrollo de las luchas de las mujeres y de los jubilados son, a corto plazo, el cortafuegos más potente contra la derecha y la extrema derecha. El desarrollo de la movilización y la auto-organización social y de instrumentos políticos para la defensa de las mayorías sociales son el único camino. No hay atajos.



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