La
expansión de la nueva
extrema derecha es un fenómeno mundial. Las
victorias de Trump y Duterte en 2016 y de
Bolsonaro en 2018 son hitos fundamentales.
En Europa la extrema derecha gobierna
Hungría y Polonia y forma parte de gobiernos
de coalición en Italia, Austria, Eslovaquia
y Bulgaria. En Francia, Marine Le Pen fue la
adversaria de Macron en las elecciones
presidenciales de 2017. En la mayor parte de
Europa hay formaciones que han roto los
límites electorales y políticos que tenían
las organizaciones neofascistas. Este cambio
se ha desencadenado en poco tiempo, aunque
el régimen de Putin es antecedente y modelo
importante de este ascenso de la extrema
derecha. Es comprensible la desazón ante
esta irrupción del extremismo derechista
que, con notables singularidades nacionales,
forma parte de un proceso global. Pero la
reflexión sobre cómo actuar debe ir
acompañada de una comprensión de la
naturaleza del peligro que acecha.
Tras
la crisis económica de 2008 las
políticas de austeridad y de regresión
social han disparado los niveles de
desigualdad a niveles desconocidos desde
hace un siglo, lo que ha
contribuido a crear climas de
deslegitimación y desafección social en las
"democracias electorales", favoreciendo el
desarrollo de la nueva extrema derecha.
La
nueva extrema derecha tiene diferencias
esenciales con el viejo fascismo de los años
treinta. No es corporativista ni estatalista
sino plenamenteneoliberal,
promoviendo la desregulación y precarización
laboral, la regresividad fiscal radical,
nuevas privatizaciones, desprotección
social, rechazo de los derechos de las
mujeres, oposición a las medidas
ambientales, ecológicas y de protección de
los consumidores. No es producto de un
movimiento de masas ni de la movilización
social. No aspira, al menos en esta fase, a
destruir el régimen de las "democracias
electorales" y a instaurar un sistema
totalitario, aunque sí a recortar
notablemente los derechos democráticos. Su
retórica nacionalista tiene como uno de sus
objetivos fundamentales debilitar las
instituciones políticas supranacionales,
particularmente las de la Unión Europea,
pero no es un enemigo auténtico de la
globalización capitalista.
La
nueva extrema derecha representa un
proyecto con componentes autoritarios y
reaccionarios que se mueve dentro de las
coordenadas propias del neoliberalismo y
promueve el enfrentamiento de unos
sectores populares con otros. Una parte
de las élites sociales la concibe como un
instrumento para reforzar el
disciplinamiento social. Su éxito reside en
haber sabido conectar esa preocupación de
las élites con el miedo de las clases medias
a la pérdida del estatus alcanzado, que
pensaban transmitir a sus hijos,
expectativas que en el mundo neoliberal se
han degradado radicalmente.
La
extrema derecha emergente es un movimiento
reaccionario, neoliberal y patriarcal cuyo
principal objetivo de ataque directo, en la
actualidad, no son las organizaciones
tradicionales del movimiento obrero -también
en crisis- como lo fueron en los años
treinta. Su reacción se dirige con especial
agresividad contra los derechos de las
mujeres, intentando capitalizar el
resentimiento de los varones que sienten
amenazado su rol familiar y social
patriarcal. Otro componente esencial de su
retórica reaccionaria son las y los
inmigrantes, convertidos en el enemigo que
cumple el papel del antisemitismo del viejo
fascismo. En el compendio reaccionario
también está presente la homofobia, la
defensa de la religión, el rechazo al
ecologismo, etc. Todas esas retóricas
reaccionarias son transversales y al
atravesar distintos grupos permiten a la
extrema derecha sumar los apoyos de los
diversos resentimientos sociales que
fomenta.
Los
éxitos electorales de estas corrientes no
significan automáticamente el
establecimiento de regímenes fascistas. Las luchas
decisivas no están por detrás sino por
delante. No hay que confundir una ofensiva
derechista con su triunfo definitivo. Es
un tiempo para la resistencia social, la
lucha por los derechos de las mujeres, la
defensa de las libertades públicas y la
construcción de alternativas al
neoliberalismo a escala global.
Sería
un gravísimo error de perspectiva no
comprender que la lucha
contra la nueva derecha es inseparable del
combate contra el neoliberalismo y sus
efectos sobre la degradación laboral y
social de la mayoría de la población. Es una
lucha mundial. Aunque las luchas tienen un
importante ámbito local y nacional, no es
posible dar marchas atrás a la
mundialización para la reconstrucción de las
viejas políticas proteccionistas y
keynesianas. Nada de eso es viable. El único
combate posible frente a los retos sociales
y ecológicos se desarrolla en la esfera
mundializada, a través del cambio de
correlaciones globales de fuerzas entre la
oligarquía y las mayorías de la población, a
través del establecimiento de alianzas e
instrumentos que, junto a lo local y lo
nacional, requieren poderosas herramientas
sociales y políticas supranacionales. En esa
clave debe entenderse el surgimiento en la
última década de movimientos como el 15M,
Ocuppy Wall Street, las primaveras árabes,
el movimiento mundial de las
mujeres y su huelga mundial...
Desde
esa perspectiva hay que comprender también
la situación española. Hasta las elecciones
autonómicas de Andalucía de diciembre de
2018, España constituía una de las
excepciones al crecimiento generalizado de
la extrema derecha. El movimiento 15M y la
primera etapa de Podemos actuaron como
cortafuegos para ese desarrollo. Pero ese
escudo protector ya ha desaparecido y las
tendencias generales se hacen presentes.
La
aparición de VOX es muy preocupante. Se une
al giro hacia posiciones cercanas a la
extrema derecha por parte del Partido
Popular con Pablo Casado y, en parte,
también de Ciudadanos. Las posiciones sobre
la inmigración, sobre los derechos
laborales, sobre la violencia de género y
los derechos de las mujeres o sobre la
situación en Cataluña, con la defensa de un
artículo 155 permanente, establecen zonas
colindantes. El peligro
inmediato no es el partido de Santiago
Abascal sino la proximidad de PP y
Ciudadanos a posiciones de extrema derecha.
La
victoria de la derecha en Andalucía no puede
ser extrapolada automáticamente. Las
derechas crecieron en 280.000 votos mientras
las izquierdas perdieron 700.000. El
elemento determinante parece ser el
cansancio ante el gobierno del PSOE y las
políticas social-liberales que Susana Díaz
desarrolló tras el pacto con Ciudadanos, así
como el desgaste de Podemos. No se percibe
un giro importante hacia la derecha sino un
gran abstencionismo entre los votantes de
izquierda y de los sectores populares. En la
evolución de ese amplio espacio de
desencanto social es donde, en Andalucía y
en el resto de España, se juega el futuro,
no sólo electoral sino, sobre todo, la
posibilidad de revertir los efectos de las
políticas de austeridad y de frenar a la
derecha.
La
actual etapa política no requiere un
antifascismo abstracto. El
desarrollo de las luchas de las mujeres y
de los jubilados son, a corto plazo, el
cortafuegos más potente contra la derecha
y la extrema derecha. El desarrollo de la
movilización y la auto-organización social
y de instrumentos políticos para la
defensa de las mayorías sociales son el
único camino. No hay
atajos.