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Rolando Astarita


No hay síntesis posible con los que defienden la represión de Ortega



Revista Trasversales número 44 agosto 2018 web


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Esta obra de Rolando Astarita está bajo una licencia Creative Commons (bienes comunes creativos) Atribución-No Comercial-Compartir Derivadas Igual 3.0 Unported License. Rolando Astarita es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires.


Por estos días, una vez más, nos encontramos con defensores “por izquierda” de la represión al pueblo nicaragüense. El argumento es el de siempre: “las protestas están organizadas por el imperialismo yanqui; criticar la represión es funcional a los intereses del neocolonialismo”, y similares.

Pues bien, en esta nota deseo subrayar que no existe posibilidad alguna de síntesis, ni conciliación, entre este tipo de discursos y el proyecto de socialismo por el que se aboga en este blog. Ya lo he planteado en una nota anterior, y ahora quiero subrayarlo.

La cuestión central: no se trata de diferencias “tácticas”, ni de alguna disonancia en el análisis fino. Los que hoy defienden la represión de Ortega no son inocentes, ni están mal informados. Son personas que saben lo que hacen, y tienen una larga trayectoria en lo que hacen. Por eso, tienen un patrón de comportamiento que permanece, en lo esencial, invariable desde hace décadas. Así, en los 1930 defendían el exterminio de opositores, incluidos miles de revolucionarios, por parte del stalinismo “ya que son agentes del imperialismo alemán”. Después aplaudieron el asesinato de Trotsky, más o menos con el mismo argumento. Y justificaron el asesinato de poumistas y anarquistas durante la Guerra en España, “porque hay que defender el Frente Popular”. Como también aplaudieron la entrada de los tanques soviéticos en Berlín (1953), en Hungría (1956), en Checoslovaquia (1968) “para aplastar las sublevaciones organizadas por el imperialismo”.

Y con argumentos similares defendieron (o defienden) a Videla, Mengistu, Idi Amin, Kadaffi, Al Assad, Mugabe, la dinastía Kim, Maduro y semejantes. Siempre con la misma cantinela, “el enemigo es el imperialismo yanqui”. Sazonada con “las exigencias de la alta geopolítica mundial”, faltaba más.

El resultado: llevaron a la desmoralización a las masas trabajadoras, y a centenares de miles de militantes que dieron todo por la liberación de la clase obrera. Es la peor de las derrotas, porque se produjo en el plano de lo ideológico, y porque quebró el espíritu revolucionario, subversivo, crítico, emancipador, que animó al viejo marxismo. Con el condimento, por supuesto, de los que se acomodaron –a cambio de viajes y subvenciones generosamente otorgadas por los “socialismos reales”, o los “socialismos siglo XXI”- y justificaron cualquier cosa. Escribas sin moral ni pudor, sobrepasaron todos los límites para rendir pleitesía a sus mandantes (veraquí).

Pues bien, para que no quede ningún tipo de dudas, sostengo que es necesario dividir aguas en el campo del socialismo entre los que defienden este tipo de regímenes, y los que estamos en contra. Entre los que piensan que el socialismo se construye de la mano de burócratas, milicos y burgueses aferrados a la teta del capitalismo de Estado; y los que pensamos que el socialismo será obra de los trabajadores mismos, organizados de la manera que decidan hacerlo. Entre los que creen en la paz de los cementerios como camino de construcción socialista; y los que apostamos a la libre circulación de ideas y críticas. Entre los que, en nombre del “anti-imperialismo”, ayer defendieron a un Stalin o a un Videla, y hoy defienden a un Ortega, a un Maduro o Al Assad; y quienes los hemos enfrentado y continuamos haciéndolo.

La conclusión es siempre la misma: hay que dividir aguas. No somos lo mismo. No puede haber ningún tipo de unidad programática con esa gente porque abogamos por proyectos de sociedad absolutamente opuestos.


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