Trasversales
Luis M. Sáenz

La desconexión

Revista Trasversales número 42 octubre 2017 web

Textos del autor en Trasversales



"Instrúyanse, porque necesitaremos de toda nuestra inteligencia; conmuévanse, porque necesitaremos de todo nuestro entusiasmo; organícense, porque necesitaremos de toda nuestra fuerza"

Antonio Gramsci


Ayer, uno de octubre, el Estado español (no España, sino su aparato de Estado) desconectó de una amplia mayoría de la población catalana, y no sólo de la independentista.

Ayer, uno de octubre, se confirmó que el neorégimen que se ha ido configurando desde 2010 sobre las ruinas del régimen de 1978 ha desconectado completamente de la democracia.

Ayer, uno de octubre, Rajoy y el PP han desconectado los últimos soportes vitales que pudieran quedarle al "pacto constitucional" de 1978, ya en coma. El régimen de 1978 ha muerto. Y no nos felicitemos por ello, porque el nuevo régimen es peor que el anterior. Para cambiar esa situación vamos a necesitar toda nuestra inteligencia y toda nuestra fuerza.

Ayer, uno de octubre, se produjo una nueva brecha entre gentes de "izquierdas", muy difícil de cerrar, no a causa de las legítimas diferentes posiciones ante el procés catalán y la consulta del 1 de octubre, sino a causa de la posición adoptada ante las muchas escenas de violencia desmesurada contra la población catalana. Media un abismo emocional y político entre el "Les càrregues indiscriminades dels Cossos de Seguretat contra les persones no són admissibles #aixíNO #RajoyDimissió" de Nuria Parlón, alcaldesa socialista de Santa Coloma de Gramenet, nada "sospechosa" de independentista, y el "felicita la actuación proporcionada del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil" del comunicado del grupo Sociedad civil catalana, defendido por su vicepresidente, Álex Ramos, persona que también debe considerarse de izquierdas dado que es miembro de Federalistes d’Esquerres, colectivo éste último que cuenta con todo mi respeto. En todo caso, creo que esa brecha la hemos vivido desde el 2 de octubre muchas personas en nuestros entornos más cercanos, y es dolorosa. En cuanto a mí, al ver a tantas personas así golpeadas no puedo ni quiero evitar sentir la misma empatía, el mismo "son mi gente aunque no estemos de acuerdo en todo", que cuando veía las agresiones del cuerpo de Mossos contra las movilizaciones 15M en Barcelona. Y si de esas agresiones fue entonces único culpable el Govern de la Generalitat, de éstas lo ha sido el Gobierno de España.

Ayer y en los días anteriores al 1-O el PP y los medios de comunicación que le son afines ha reconectado con el fascismo organizado y su franja de influencia ideológica. En realidad, ya antes el PP llevaba a esa ultraderecha con una correa larga que les daba mucha libertad de movimiento, pero ahora el PP ha tomado la decisión de dejarles sueltos sin correa y salir de caza con ellos. Es un síntoma, no menor, de lo que está ocurriendo.


En apariencia estamos en un callejón sin salidas. No se puede esperar que la población catalana independentista o decisionista renuncie a que su opción sobre las relaciones entre España y Cataluña -ya sea la independencia, ya sólo el deseo que que se consulte para dar su opinión- pueda ser considerada como una opción legítima, posible de llevar a cabo si es la mayoritaria, y es muy difícil que la minoría no independendentista ni decisionista de la población catalana se sienta tomada en cuenta en consultas del tipo de la del 1 de octubre. Estamos en un contexto en el que una parte minoritaria pero significativa de la población catalana cree que la pertenencia a España es un derecho suyo no cuestionable, no sometible a debate democrático como algo que no es cuestión de principios sino de optar democráticamente por un modelo de convivencia entre varios legítimos, mientras que otra franja de la población, mayor, considera que en la medida que no hay cauces para abrir ese debate democrático sobre las relaciones entre España y Cataluña está en su derecho de tomar una decisión en base a los resultados del 1-O y de una mayoría parlamentaria. Inevitable y lamentablemente, esta dualidad hoy por hoy no canalizable por vías democráticas generará una tensión de convivencia grave en la que los energúmenos violentos podrán provocar situaciones aún más tensas. Sin embargo, eso no se arreglará con llamadas al entendimiento, aunque bienvenidas sean si no son un mero ultimátum a que otros se callen, porque el problema central sigue siendo que se han bloqueado los procedimientos que permitirían un diálogo y una propuesta fruto de ese diálogo y de un procedimiento de decisión no excluyente.

Pero lo paradójico es que quienes más insisten en que no estamos ante una división Cataluña/España sino ante una división dentro de Cataluña sean también, por regla general, quienes más se oponen a que esa división interna se aborde mediante un diálogo social democrático y mediante medios democráticos de toma de decisión en Cataluña. Toda la demagogia puesta en marcha sobre la ilegalidad del 1-O o sobre que deben decidir "todos los españoles" es cortina de humo: la posición política del PP y de sus cómplices no es que se haga una consulta legal en Cataluña -lo que está en manos del Gobierno español según la Constitución y la ley- ni que se haga en toda España -lo que al menos implicaría que podrían contarse los votos en Cataluña, aunque carecería de sentido formular preguntas sin saber antes que es lo que propone la mayoría de las y los catalanes-, sino, pura y simplemente, que no se puede contemplar ningún tipo de procedimiento, legal o ilegal, por el que la población de Cataluña constituya un opinión reconocible sobre su vínculación con España.


En el Parlamento de Cataluña hay una mayoría absoluta independentista Junts pel Sí y CUP (72 escaños, 47,8% de los votos), más 36 escaños (26,4% de votos) contrarios al "derecho a decidir" (Ciudadanos y PP, exactamente la mitad que los independentistas) y 27 escaños (21,7%) de candidaturas que defendían una consulta legal (PSC y Catalunya Sí que es Pot, a lo que podría sumarse como "decisionista" el 2,5% de UDC sin escaños). Pero con frecuencia escuchamos desde sectores cercanos al PP o a Ciudadanos, y también de algunas franjas del PSOE, que la mayoría parlamentaria independentista no puede poner en práctica su proyecto porque no cuenta con mayoría de votos, lo que es un argumento cínico porque si la tuviesen tampoco se les reconocería esa capacidad. Ademas, hay más de un 70% de votos a candidaturas partidarias del ejercicio del derecho a decidir a través de una consulta, pero tampoco se reconoce legitimidad a esa opción. El problema de posturas como la del PP o las de Ciudadanos, y con matices también la del PSOE, no es que estén contra la independencia de Cataluña, a lo que tienen todo derecho si se hace desde la democracia, sino que impiden que en Cataluña se conforme un consenso político o, en su defecto, una opinión mayoritaria reconocida por todas y en cuya formación nadie haya sentido excluida su opción, sea ésta independentista, (con)federalista, autonomista con más o menos autogobierno o centralista. Ese bloqueo de la posibilidad de conformar un criterio reconocible como la propuesta que Cataluña plantea ante España, por vía parlamentaria o por vía refrendaria, va en contra de la opinión al menos del 70% de las y los catalanes.

En esas condiciones y conociendo el alto grado de actividad social propio de esa sociedad, es inevitable que de una u otra manera una gran parte de la sociedad catalana desborde esas restricciones y tome la vía de la desobediencia civil o al menos de la completa desafección hacia el Estado español, no hacia España, aunque haya entre el independentismo catalán gente ultranacionalista que lo plantee así, al igual que entre los que gritan "Cataluña es España" los hay que lo que quieren decir es que el territorio catalán debe seguir dentro del Estado llamado España pero que si pudiera ser sin los catalanes mucho mejor. O gente tan contradictoria como Esperanza Aguirre, que defiende que sólo existe una nación, la española, de la que Cataluña no es separable, pero que dijo que si un organismo público se iba a Barcelona eso le ponía fuera del territorio nacional.

El que la consulta del 1-O haya sido la manera adecuada de canalizar ese desbordamiento y esa desobediencia es muy discutible, por mi parte respaldo la posición mantenida por Ada Colau y Catalunya en Comú, que no respaldó la convocatoria avalada por Junts pel Sí y la CUP en los términos en que se ha hecho, pero, por un lado, de una u otra forma el estallido de la desobediencia civil en algún momento era inevitable, y, por otro lado, la respuesta dada desde abajo, desde la sociedad, no desde líderes políticos, hacia las medidas represivas, la ocupación policial de Cataluña (no por España, sino por el gobierno de Rajoy) y la violencia del 1-O ha modificado el significado del 1-O en un sentido positivo.


Hasta ayer, el ofrecimiento y exigencia a Rajoy de que se abriese a una consulta legal y pactada tenía sentido político. Ahora, es dudoso. No digo que se abandone, ya que hacerlo puede contribuir a cambiar mentalidades, pero debe hacerse con esa esperanza, la de convencer y mover conciencias, no con la ilusión de que Rajoy pueda entrar en ese camino. No entra en los planes de Rajoy y de su extremista, nacionalista y populista "primo" Rivera ofrecer el derecho de secesión, ni un referéndum consultivo legal y pactado ni la recuperación del Estatuto de Autonomía propio de Cataluña, del que carece desde mediados de 2010. Más aún, si Rajoy y Rivera cediesen ante la presión de gran parte del pueblo catalán sus partidos explotarían, ya que su hipercentralismo es una de sus señas de identidad, al menos para la mitad de los votantes del PP.

Siendo así, no tienen nada, absolutamente nada, que ofrecer. Atención: en otras condiciones, la oligarquía catalana y sus agentes políticos, tipo PDeCat, podría entrar en el juego de acuerdos sobre financiación y similares, e incluso no es descartable que puedan intentarlo ahora, pero Rajoy no tiene nada absolutamente que ofrecer a los cientos de miles de personas, normales y corrientes, que salieron a la calle con la intención de votar Sí, No, en blanco o en nulo el 1 de octubre (el que en estas condiciones una de cada diez personas que votaron no votase a la independencia me parece muy relevante del estado de ánimo de esa sociedad).

Rajoy ha ido demasiado lejos y quien haya querido verlo -salvo que sólo vea ciertas televisiones, como "nuestra" TVE 1, que también nos ha sido robada- lo habrá visto, habrá visto la violencia cruel, de la que el primer responsable es Rajoy, no, siquiera, los policías y guardias civiles a los que se alimentó de odio durante semanas. Y ha ido lejos porque lo tenía ya preparado que fuese así. Porque en los dos últimos años ha preparado un entramado legal pensado para esto. Porque no sólo quiere derrotar a la mayoría de la sociedad catalana sino también al espíritu del 15M y a las interpretaciones más progresistas de la propia Constitución.


En medio de este momento crucial para España y Cataluña el PSOE vuelve a patinar, de nuevo el NoEsNo se convierte en NoEsSí a Rajoy, al que dio apoyo incondicional sin ni siquiera decirle que si hacía lo que ha hecho no le respaldaría e iría a por él. Y sigue sin ir a por él, y, aunque haya voces más lúcidas como las de Nuria Parlón y Francina Armengol, sigue jugando el papel de "socio leal" en algo que ya no tiene que ver tanto con la independencia de Cataluña como con la construcción de un Estado autoritario.

Lo que pasó el 1 de octubre estaba cantado, tal y como venían las cosas era seguro que iba a pasar lo que pasó. Los dirigentes del PSOE viven atrapados en intereses personales, unos, y otros en una anacrónica nostalgia, no de los tiempos de Iglesias, Largo Caballero o Besteiro, en que era un partido socialista, reformista pero socialista, sino del estatus de privilegio del que gozó en el régimen de 1978; todo su sueño es volver a esos momentos gloriosos y a los mismos equilibrios de entonces. Pero, al igual que sectores de la izquierda radical, aunque por motivos diferentes, no quiere reconocer que el régimen de 1978 ha terminado, que ya no existe, que está liquidado, arruinados los pactos "territorial" y "social" en el periodo que va de mayo de 2010 a octubre de 2017. Y no quiere reconocer que en el neorégimen en construcción su único papel posible sería subalterno salvo que opte por colaborar con otras fuerzas políticas y sobre todo con la sociedad para "salir" del régimen del 1 de octubre de 2017, autoritario, presidenclal, destructor de todo derecho social. Si no entiende que "cumplir la ley" es una propuesta impotente cuando el PP ha desplegado todo un entramado de nuevas leyes que implican un "cambio de naturaleza constitucional", como dijera en 2015 uno de los diputados del PSOE, cuando todo el mundo sabe que los artículos sociales de la Constitución, como el del derecho a la vivienda o a las pensiones dignas, no van a ser cumplidos y que las personas que intenten que se cumplan serán apaleadas, multadas y encarceladas, cuando todo cambio avanzado de la Constitución está bloqueado mientras este PP tenga el peso que tiene, el PSOE pintará poco en los próximos años salvo para sacar las castañas del fuego al PP.

Pero, pese a lo ocurrido ahora, no está decidido que el PSOE tenga que ser subalterno al PP, pues mucha de su gente sigue queriendo otra cosa. Mano tendida, desde luego. No obstante, lo que no puede hacerse es jugarse todo a que los dirigentes del PSOE den un paso adelante. Hay que prepararse para la peor de las situaciones, que sería la de que el PSOE se haga cómplice de la mutación a un régimen autoritario, y hacer eso, con inteligencia, con emoción y con oganización, será además la mejor forma de colaborar a no llegar a lo peor.

Aún no está decidido todo. El régimen de 1978 ha muerto y las élites económicas, políticas y dinásticas que dominaban en él han creado un neorégimen más adaptado a sus planes. Pero ese neorégimen está en sus inicios, lo bastante mutado para no ser ya el "régimen de 1978" pero con sus nuevas formas en proceso de gestación, con muchos rasgos indefinidos, por lo que es posible ponérselo difícil, aspirar a otra salida del régimen de 1978 como está haciendo gran parte de la población de Cataluña.


Rajoy ha escogido la "vía Erdogan" aunque con menor intensidad por el momento. Y si la guerra criminal de Erdogan contra el pueblo kurdo le dio la cobertura para una represión brutal sobre el conjunto de quienes se le oponen en Turquía, la "ocupación de Cataluña" y el trato dado a su población son la cobertura para aplastar toda disidencia en toda España. El PSOE tiene que elegir entre ser cómplice de esa operación o situarse en la resistencia a ella. Pero no le queda mucho tiempo.

Dado que Rajoy no va a ofrecer nada a Cataluña, ni siquiera el mínimo pensable, que sería recuperar el Estatut de 2006, y que todas las promesas actuales del PSOE implican un PP reconvertido a la democracia, cosa que no se ve posible ahora, hay que comprender, nos guste o no nos guste, antes o después, que todo empuja hacia la declaración unilateral de independencia, no porque quiera Puigdemont, que posiblemente querría otra cosa, sino porque en la base de todo esto no está una operación de la burguesía catalana sino un movimiento popular complejo y contradictorio que ha ido muy lejos como para aceptar volver a los tiempos de los trapicheos entre Aznar y Pujol. Quizá lo único que podría evitarlo sería una rebelión popular en toda España en contra de Rajoy y su represión a Cataluña.

En todo caso, no estoy capacitado para decir qué tienen que hacer en Cataluña. Intento comprender.

Posiblemente Rajoy respondería con más represión y posiblemente la proclamada República catalana quedaría como un hito simbólico, como las de 1641, 1873, 1931 y 1934. Pero los símbolos también actúan.

Me parece legítimo no estar de acuerdo con que se proclame una República catalana o tener dudas al respecto (yo las tengo), pero si justificar la represión sobre Cataluña en nombre de la unidad de España me parece deleznable, más aún me lo parece hacerlo en un lenguaje "izquierdoso" en nombre de la unidad de los trabajadores y la solidaridad entre los pueblos. Dado que el Estado español desconectó de las aspiraciones mayoritarias en Cataluña, una gran parte de la población de Cataluña ha desconectado del Estado español. Y si queremos solidaridad y conexión, hay que construirla desde ambos lados; a estas alturas, no estará de más recordar que en Cataluña se manifestaron contra los atentados de Al Qaeda en 2004 1,2 millones de personas según el diario El País, muchísimas más personas que las que lo hicieron en Madrid (¿unos pocos centenares?) contra el atentado de ISIS en Barcelona. Las cosas como son.

La proclamación o la formación efectiva de la República catalana no implica necesariamente una voluntad de romper completamente vínculos con España, aunque pueda ser la de algunos, sino que es más bien la de establecer otros vínculos, y eso, desde luego, sería mucho más fácil con una República federal o una federación de repúblicas española o ibérica que con una monarquía rajoyesca-borbónica. En 1931 la República catalana se proclamó con la intención de ser estado integrante de la Confederación Ibérica, y en 1934 con la intención de construir un Estado catalán dentro de una República Federal Española. En ambos casos esas acciones estaban ligadas a luchas populares en toda España, en 1931 para echar a la monarquía, en 1934 como respuesta a la llegada de un gobierno pre-fascista (con bastantes rasgos comunes al de Rajoy) al frente de la II República. Y si leemos bien los tiempos de nacimiento y auge del 15M y del nuevo movimiento por el derecho a decidir en Cataluña veremos una clara coincidencia. Tenemos mucho en común y seguiremos teniéndolo, con uno o con dos estados. Fuera de Cataluña, por nuestro propio bien, tenemos que construir solidaridad con Cataluña. Ser dignos del millón de catalanes que se manifestaron en Barcelona en solidaridad con Madrid. Tenemos que reconstruir la conexión desde abajo, cuando las élites de España y Cataluña han desconectado los logros sociales que habíamos alcanzado, cuando Rajoy ha desconectado de la democracia, cuando el Estado ha desconectado de Cataluña.

Y eso tiene dos aspectos...

- Oponernos abierta y rotundamente a la represión contra Cataluña, a la violencia empleada, a las detenciones por motivos políticos (mientras Rato y Pujol siguen en sus casas), a la suspensión de la autonomía de Cataluña y la inhabilitación práctica de sus instituciones. Y hay que explicarlo, con hechos reales, cercanos, entendibles, contra corriente si que quiere pero sin retórica izquierdista, haciendo ver que lo que ha pasado allí es un ensayo general de aplastamiento de toda protesta. Contar que Cataluña lleva siete años con un Estatuto de Autonomía impuesto -y que por tanto no hay autonomía- es mucho más eficaz que hablar del franquismo. Se puede. No es fácil, pero quiero hacer una llamada de atención positiva: en Madrid la campaña de colgar rojigualdas no les ha salido bien, se ven, pero pocas, y se concentran ante todo en zonas de alto poder adquisitivo, con especial influencia en los edificios construidos en el periodo del desarrollismo para gente neoadinerada y altos funcionarios del franquismo; las zonas populares no están exentas de prejuicios anticatalanes pero no han caído en esa burda trampa patriotera. Una cosa es sacar la rojigualda para apoyar a "la roja"·(Piqué incluido) y otra usarla contra Cataluña.

- Articular, por nuestra propia necesidad, la construcción popular, la organización social del apoyo mutuo, la lucha y el aprendizaje común, para hacer fracasar a este neorégimen que es un gran paso atrás incluso respecto al régimen de 1978. No estamos saliendo de un régimen de Franco desaparecido -con secuelas- hace mucho, pero los más viejos si deberíamos recordar que contra aquella dictadura tuvimos que organizarnos y actuar, que nadie lo hizo por nosotras y nosotros, porque ahora tampoco lo va hacer nadie por nosotras y nosotros, ni el PSOE, ni IU, ni Podemos, ni ERC, ni CUP ni nadie. Aunque quisieran, no podrían, porque lo que está ocurriendo, que es el empobrecimiento y la precarización general de un sociedad sometida a poderes cada vez más autoritarios, requiere el esfuerzo colectivo.

El régimen de 1978 siempre fue un régimen de dominación oligárquico, pero no fue un franquismo maquillado, mientras que el neorégimen simbolizado en Rajoy forma parte de la oleada de fascistización maquillada y de capitalismo salvaje que recorre Europa y grandes espacios del mundo. Enfrentarse a ese proyecto, en España -contra los Aznar y Rajoy- y en Cataluña -contra los Puigdemont y Pujol- es la mejor forma de reforzar nuestra conexión, porque no podemos pedir a Cataluña que se someta en espera de que España cambie, pero si cambiamos España y las aspiraciones de millones de catalanes dejan de estar automáticamente excluidas si que podremos pensar cuál es la mejor manera de convivir.

La solución a la "cuestión catalana", la defensa del sistema de pensiones, la recuperación de derechos laborales pasa por derrotar al PP, no sólo en unas elecciones, sino más aún y antes en la sociedad, quebrando la hegemonía de su discurso. No es suficente, pero es una condición necesaria. Considerar a Rajoy un enemigo, en vez de un simple adversario, no es intolerante, es constatar un hecho. No te pueden dar continuas palizas y creerte lo de que "lo hago por tu bien".

A mi entender, la vuelta al régimen de 1978 es imposible. O neorégimen autoritario, presidencialista con un parlamentarismo ornamental, supeditados ya todos los derechos sociales a la rapiña de grandes grupos capitalistas y criminalizada la disidencia, o dar una contundente respuesta a ese proyecto que, antes o después, lo derrote y abra la vía de un republicanismo social y (con)federalizante en la que recuperemos parte de lo perdido, salvemos parte de lo que nos quieren quitar y avancemos hacia una situación de más democracia en la que los conflictos sociales seguirán presentes e incluso se agudizarán dado el curso del capitalismo actual pero en la que las condiciones de esas luchas sean más favorables a la gente común y menos a la oligarquía.

Ahora bien, para que esa segunda vía sea posible hay que acumular fuerzas, organizarse desde la sociedad, aprender y enseñar, construir en común una cultura popular de apoyo mutuo y responsabilidad, en lo que la aportación de Cataluña puede ser decisiva porque va por delante en ello Y esa acumulación de fuerzas requiere un pacto, una alianza, entre quienes creemos que, a estas alturas, no es posible una reedición del régimen de 1978 en la que recuperemos lo positivo que en él llegamos a conseguir, y que para recuperar y conservar habrá que "revolucionar", cambiar de régimen político en un sentido democratizador, y quienes quieren recuperar o conservar las mejores cosas obtenidas en los últimos cuarenta años pero aún creen que eso puede hacerse bajo el modelo del "régimen de 1978". Es un pacto posible y necesario, con una condición básica: que desde una u otra mirada haya una clara voluntad de poner fin a la "vía Rajoy" hacia la no-democracia, hacia una "España a lo Erdogan".

En ocasiones, una huelga en una empresa sería justa pero no hay buenas condiciones para ello; sin embargo, si la huelga se inicia, habrá que apoyarla. Posiblemente no haya condiciones de proclamar efectivamente la República catalana y quizá sea algo aventurero, no voy a evaluarlo desde lejos, pero si el Parlamento catalán lo hace no cometamos el error inmenso e irreversible de apoyar la represión contra ella por el gobierno de Rajoy y por la monarquía de los borbones. Y menos aún el de hacerlo en nombre de la "unidad de los trabajadores" o el "internacionalismo proletario". Podemos prescindir de esas fórmulas, quizá algo desfasadas en la forma de expresar ideas en esencia correctas, pero lo que no podemos hacer es profanarlas, burlarse de ellas para justificar la represión desde la unidad con Rajoy y desde un nacionalismo de "gran Estado".

2 de octubre, en Madrid, con mis sentipensamientos puestos en Barcelona... y Cadaqués