Trasversales
Rolando Astarita

Reflexión sobre Trump

Revista Trasversales número 39 noviembre 2016 web

Este texto recoge tres notas sucesivas añadidas por Rolando Astarita a su blog.

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Esta obra de Rolando Astarita está bajo una licencia Creative Commons (bienes comunes creativos) Atribución-No Comercial-Compartir Derivadas Igual 3.0 Unported License. Rolando Astarita es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires.


El triunfo de Donald Trump ha provocado un fuerte impacto en el mundo, y en particular en amplios sectores de la izquierda. Trump es un racista, machista y anti-inmigrantes, que ha recibido el apoyo de los grupos fascistas y los defensores de la supremacía blanca, y de los elementos más reaccionarios del exilio cubano. También tuvo el apoyo de amplias capas de la clase media –pequeños y medianos empresarios, comerciantes, granjeros-, muchos de ellos partidarios del Tea Party Movement, y de tradicionales votantes del Partido Republicano. Los enemigos declarados de toda esta gente son “la clase política” en general, Washington y su burocracia, Wall Street y las grandes corporaciones, los altos impuestos (en primer lugar los costos del programa de salud de Obama) y el endeudamiento público. Trump supo darles cauce, al presentarse como un outsider (millonario, faltaba más).

Sin embargo, y desde una postura de defensa de las ideas socialistas, uno de los temas más importantes es el voto a Trump de trabajadores o desocupados blancos y vinculados a la industria manufacturera.

Como se ha señalado en muchos estudios y encuestas, tal vez la razón fundamental que explica el voto a Trump de estas franjas de la población trabajadora es el descontento con la situación económica, la pérdida de empleos y la baja de largo plazo de los salarios. Indudablemente, el sector industrial ha sido profundamente afectado. Desde el pico alcanzado en 1979, y hasta 2015, en EEUU se perdieron 7,2 millones de empleos, una caída del 37%. Pero la pérdida más rápida se dio en la última década y media: desde enero de 2000 a diciembre de 2014 se eliminaron 5 millones de puestos de trabajo en la manufactura. Si entre 1980 y 1999 la pérdida fue a un promedio del 0,5% anual, entre 2000 y 2011 fue del 3,1% (véase R. D. Atkinson, L. A. Stewart, S. M. Andes y S. J. Ezell, “Worse Than the Great Depression: What Experts Are Missing About American Manufacturing Decline” ITIF, 2012, http://www2.itif.org/2012-american-manufacturing-decline.pdf).

Además, el cierre de manufacturas fue acompañado por una larga caída de los salarios de una amplia franja de trabajadores: según estadísticas oficiales, los salarios (calculados en dólares de 2013) de las personas que completaron 4 años de colegio secundario, desde 1973 a 2013, cayeron 27,8%. La compensación horaria salarial promedio solo aumentó un 15% desde mediados de los 1970 hasta 2013, en tanto la productividad aumentó en ese lapso un 133%. Otro dato clave: los trabajadores part-time, pero que desean un trabajo a tiempo completo, son 6 millones, el nivel más alto de los últimos 30 años. Aproximadamente el 25% de ellos vive en la pobreza. Los índices de desocupación pueden ser bajos, pero millones están en la subocupación. Como contrapartida, el 1% más rico de la población recibía, en 2014, el 21,2% del ingreso total (en 1973 estos recibían el 8,9% del ingreso total). ¿No hay razones para que los trabajadores rechacen el sistema, sus ideólogos y políticos?

Sin embargo, los ideólogos del capital sostienen que la pérdida de empleos industriales es un proceso “natural”, de transición hacia una economía “de los servicios y el conocimiento”. También se dice que se debe solo al avance tecnológico. Pero si bien hay algo de esto, no se trata solo de avance tecnológico. Lo esencial es que desde la Gran Recesión de 2007-2009 la economía tuvo un crecimiento extremadamente débil y el producto industrial ha disminuido. En ese marco, las importaciones de China, México u otros países –con costos laborales más bajos-, y la sobrecapacidad de las industrias de China, han puesto una fuerte presión a sectores de la industria yanqui; o han acelerado la salida de capitales. Por eso, la promesa de Trump de poner tarifas del 45% a las mercancías chinas fue vista como una solución por muchos trabajadores. También su promesa de rechazar el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá (lo que representaría, automáticamente, una subida del 25% de las tarifas).

Lo anterior explicaría también por qué las acusaciones a Trump no hicieron mella en estos trabajadores. Por otra parte, las ciudades y regiones devastadas por el cierre de empresas pueden explicar muchos votos “inexplicables” (hubo voto femenino a Trump, a pesar de su sexismo; o voto de inmigrantes, a pesar de su xenofobia).

La agenda de proteccionismo y xenofobia de Trump se inscribe, además, en el ascenso de las propuestas derechistas, xenófobas y nacionalistas, que también vemos en Europa, y a las que hicimos referencia en otras notas referidas al Brexit. Se inscribe también en una desaceleración que ha tenido el crecimiento del comercio mundial en los últimos 4 años (aunque, en nuestra opinión, este hecho está lejos de revertir la tendencia a la mundialización del capital). Estos aumentos de las tensiones tienen su causa última en el semi-estancamiento económico de grandes zonas –la zona del euro, Japón- y la agudización de la competencia entre grandes corporaciones.

De todas formas, lo que nos interesa remarcar ahora es que el programa del proteccionismo y el nacionalismo no constituye una salida progresista para la clase trabajadora. El nacionalismo de gran potencia –en este caso, de la mayor potencia del mundo- es absoluta y totalmente reaccionario. En el caso de EEUU ni siquiera existe la excusa –típica del marxismo nacionalista latinoamericano- de decir “luchamos por la liberación nacional”. Por eso también hay que decir que el proteccionismo “socialista” de Bernie Sanders tampoco tiene un átomo de progresismo. Recordemos que Sanders también propuso rechazar el Tratado de Libre Comercio con Canadá y México. Es un discurso que allana el camino a los Trump y basuras por el estilo.

En definitiva, el más que justificado odio de los explotados y marginados a Washington, Wall Street y las corporaciones –y por lo tanto, a Hillary Clinton- no es argumento para considerar que el nacionalismo económico, sea en versión Trump, o versión Sanders, constituya una solución para los trabajadores de EEUU, o del resto del mundo (porque lo que sucede en EEUU repercute en todos lados).

Aunque los socialistas se queden en total minoría frente a la corriente dominante, hay que decir las cosas como son. Además, en tanto la clase obrera confíe en el nacionalismo, no habrá posibilidad de construir una agenda socialista. Y esta deberá adoptar, necesariamente, un enfoque internacionalista.


Trump y el “Nac & Pop” (nacional y popular) criollo

Un lector del blog escribió en Comentarios que no le sorprende “la euforia de Cristina Fernández de Kirchner, Atilio Borón y demás 'naZional-progresistas' por la victoria de Trump”. Tiene razón, el elogio de las corrientes “nacionales y populares” a Trump no tiene nada de sorpresivo. Veamos un momento las declaraciones.

Cristina Fernández de Kirchner habló sobre el significado del triunfo de Trump en la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Entre otras cosas, dijo: En los Estados Unidos ganó alguien que hace del proteccionismo, sus trabajadores y la defensa del mercado, su bandera”. “Ganó alguien que representa la crisis de la representación política producto de la implementación de políticas neoliberales”. “Lo maravilloso del pueblo de EEUU es que votó por lo que está sintiendo económicamente, a pesar de los exabruptos y de los estereotipos”. “Acaba de ganar alguien que en sus empresas hace del proteccionismo una de sus principales banderas”.

Por supuesto, no faltó la observación progre: “El problema no es el inmigrante, sino cuando se concentra la riqueza en pocas manos”. Aplaudían, entre otros, Héctor Recalde, Axel Kicillof, Andrés Larroque, Wado de Pedro, Martín Sabbatella, Carlos Tomada, junto a los intendentes de Avellaneda, Florencio Varela y Berazategui.

D’Elía, por su parte: Algunas medidas que va a tomar Donald Trump me suenan bien al oído. Dicen las malas lenguas que el plan económico de Trump es bajar el impuesto a las ganancias de los trabajadores y a los sectores medios”. “Por otro lado planea fomentar el retorno de las empresas a EEUU. Acá teníamos empresas norteamericanas, pero no con tratados de libre comercio. Teníamos a General Motors, a la que Cristina le dio 70 millones de dólares en préstamos, pero no con tratados de libre comercio. Los cuidábamos como si fueran empresas nacionales, pero no les permitíamos que trataran a nuestros trabajadores en condiciones humillantes”. “[Trump] plantea volver más competitivo a EEUU. Está bueno. Quiere levantar barreras proteccionistas. Que se acabe el acuerdo TPP. Y después incrementar las barreras arancelarias con China y México. Todo esto son medidas proteccionistas del mercado interno. ¿Trump es el jefe del kirchnerismo en EEUU?”. “Lo digo en joda, obviamente. Es un loco, un xenófobo, un misógino. Pero el tipo dice que este capitalismo de buitres no va, y esto es lo que votó el pueblo norteamericano” (ver aquí).

Y por último, Atilio Borón, profesor universitario afín al chavismo-castrismo, sostuvo que el nuevo gobierno [el de Trump] “en materia identitaria y de género es un giro a la derecha, pero con su política económica tengo mis dudas”. “Con Trump se acabó el ciclo neoliberal iniciado por los Bush y viene un ciclo proteccionista”. “Trump no me entusiasma, pero puede ser importante que cambie el clima respecto al libre comercio y al mundo financiero. Hay que hacer un esfuerzo, ver qué hay debajo de Trump” (ver aquí).

Al margen de los cuestionamientos “en materia identitaria y de género”, en estas declaraciones se observa una coincidencia de fondo, en el plano de la política económica, con Trump (o con los partidarios del Brexit, o con la extrema derecha, europea y de otras partes). Desde el punto de vista ideológico y político, el mensaje central del “nac & pop” criollo a las masas oprimidas es que el nacionalismo es la solución de sus padecimientos.

En otros términos, se le dice a los trabajadores que la lucha no debe ser contra el capital –sea nacional o extranjero, grande o chico, financiero o industrial- sino contra algunas de sus formas particulares. Como si los males del capitalismo estuviera en sus particularidades, y no en su universalidad. Aunque en esto no hay ingenuidad ni confusión. Se trata de políticos e ideólogos conscientes de que el nacionalismo es una vía segura para atar a la clase obrera detrás del carro de la colaboración de clases (o de someter a la clase obrera al dominio de burocracias de Estado). Por eso a ese mensaje nacionalista también le es funcional la táctica de “unir fuerzas contra el enemigo principal, el neoliberalismo”. Es la clásica política de los partidos comunistas, de los “frentes populares con la burguesía nacional y progresista”, que hoy adoptan alegremente no solo organizaciones y dirigentes que vienen del tronco stalinista, sino incluso algunos partidos trotskistas (Argentina es un ejemplo).

En este último respecto, es necesario destacar que incluso en sectores que se consideran de la izquierda radical se ceden posiciones al nacionalismo y a la colaboración de clases. De hecho, existe una línea de continuidad que arranca en los “marxismos nacionales”, pasa por todas las variantes de los progresismos “nac & pop”, y termina en la extrema derecha fascista y xenófoba. Esto es, el trotskista que años atrás agitaba la consigna de “fuera los gallegos” (sic, para referirse a los capitalistas propietarios de Aerolíneas Argentinas); o que explicaba que “los obreros españoles viven bien porque España explota a Argentina”; o que afirmó hace poco que el Brexit “fue un voto anticapitalista”, no puede sorprenderse cuando la lógica de la exaltación nacionalista termina en triunfos como el de Trump. Seguramente ahora estará disgustado, y hasta angustiado; pero debería reconsiderar seriamente lo que dijo e hizo.

En un marco más general, estamos asistiendo a una ola de alcances mundiales de nacionalismo y xenofobia. Millones de personas, explotadas por los poderosos, por el capital y el Estado, confían en el programa nacionalista. Pero hay que resistir esta marea. Hay que empezar por convencer a la gente de izquierda, o con sentimientos genuinamente progresistas, de que las contradicciones del capital no se superan encerrándose en las fronteras nacionales, sino acabando con la propiedad privada del capital. Apoyar guerras comerciales a favor de una u otra fracción de la burguesía solo alimentará la xenofobia y la división de los pueblos. Recordemos: en los años 1930 los países se embarcaron en guerras comerciales y en políticas más y más proteccionistas, cuyo desemboque lógico fue la guerra, una carnicería humana de proporciones gigantescas. ¿Qué tuvo eso de progresista?

Agreguemos: ser proteccionista no determina que un gobierno sea de izquierda, o amigo de los trabajadores. La España franquista es un ejemplo paradigmático de lo que decimos. Un caso actual es Corea del Norte: el régimen es extremadamente proteccionista, y esto no significa ninguna mejora real para los trabajadores, ni para su autodeterminación u organización. Por eso no hay nada de progresista en programas económicos como el de Trump, o el Brexit. El nacionalismo y proteccionismo de gran potencia es absoluta y totalmente reaccionario. Mal que les pese a los progres castristas chavistas y a todos los nacionalistas “revolucionarios”. La realidad es que, dado el desarrollo que han adquirido las fuerzas productivas, el internacionalismo es una necesidad; y es la única salida realmente progresista para la humanidad.

Subrayamos por último: lo central es resistir el patrioterismo, que todo lo invade e infecta. Tomemos conciencia de que el internacionalismo no se reduce a campañas de solidaridad con tal o cual injusticia que se comete en el mundo. Hoy, ser internacionalista significa razonar siempre desde el punto de vista del antagonismo de clase, y no desde el punto de vista de “mi país”. Es el ABC de una posición crítica del capitalismo, y el pilar de la independencia de clase.


¿Qué tiene de progresivo el programa de Trump?

En el apartado anterior critiqué la defensa del “Nac & Pop” criollo del programa económico de Trump. Sostuve que el proteccionismo y el nacionalismo de gran potencia no son progresistas; por el contrario, alientan la xenofobia, la hostilidad contra los inmigrantes, y son funcionales a la colaboración de clases. Agrego otros elementos para el análisis.

En primer lugar, en las últimas horas Trump nombró a Stephen Bannon, un conocido ultra-derechista, racista y antisemita, como su principal asesor en la Casa Blanca.

En segundo término, hay que destacar la negación de Trump del calentamiento global –en la campaña dijo que “es un cuento chino”- y su propuesta de impulsar la producción de petróleo y carbón, por sobre las energías renovables. EEUU es el segundo país entre los que más gases efecto invernadero producen. Según Lux Research, las políticas energéticas de Trump podrían aumentar en 3400 millones de toneladas las emisiones de CO2 en los próximos ocho años (La Nación, 15/11/16).

Y en tercer lugar, están los impuestos. Al respecto, Bloomberg acaba de comentar: “Para los americanos más ricos, el resultado de la elección de 2016 podría ser lucrativo” (14/11/16). Efectivamente, según el análisis del Tax Policy Center, la propuesta de quita de impuestos realizada por Trump durante la campaña podría significar una caída de los ingresos federales por 6,2 billones de dólares en la próxima década, sin contar los costos agregados por intereses. Incluyendo estos últimos, la deuda federal crecería en 7,2 billones de dólares. De ese total, tres cuartos de la caída vendrá de las reducciones de los impuestos a las empresas y los negocios. Aunque faltan especificaciones, de acuerdo a lo anunciado por Trump, el promedio de rebaja de impuestos en 2017 sería de 2940 dólares, lo que significaría un aumento del ingreso post-impuestos de las familias del 4,4%.

Sin embargo, la mejora no sería pareja: el 0,1% más rico de la población, cuyos ingresos en 2016 superaron los 3,7 millones de dólares, experimentará una reducción de impuestos de 1,1 millones. Lo cual significará una suba de más del 14% de sus ingresos después de impuestos. En cambio, el quinto más pobre de los hogares experimentará una caída de impuestos de 110 dólares; lo que representará una suba de apenas el 0,8% de sus ingresos después de impuestos.

Para ponerlo en perspectiva: los impuestos sobre los más ricos han estado descendiendo a partir de la presidencia de Donald Reagan, y hasta la de George W Bush. Es una realidad que la estructura impositiva se ha hecho menos progresiva en los últimos 30 o 40 años; lo cual ha contribuido al aumento de la desigualdad social. Según la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO), el ingreso promedio, después de impuestos, del 1% de la población más rica se incrementó, entre 1997-2007, 275%. Para el 20% de la población más pobre el aumento fue de solo un 18%, en el mismo período. Así, en 2007 la distribución del ingreso era mucho más desigual que en 1997. Pero en un enfoque de más largo plazo, la distribución del ingreso se ha estado deteriorando desde mucho antes de 1997: el índice Gini para los hogares pasó de 0,479 en 1979 a 0,59 en 2007 (“Trends in the Distribution of Household Income Between 1997 and 2007”, CBO, 2011).

Según la CBO, la principal razón de esa mayor desigualdad fue la concentración de los ingresos en los sectores más ricos (aumento de las ganancias de capital, ingresos por negocios, ingresos por capital). Pero las políticas impositivas y de transferencias ayudaron: “Aunque la concentración del ingreso de mercado fue la principal fuerza detrás de la creciente dispersión en el ingreso post-impuesto de los hogares entre 1979 y 2007, cambios en la distribución de las transferencias del gobierno y en los impuestos federales también contribuyeron al aumento de la desigualdad del ingreso post-impuestos” (p. 19).

La propuesta de impuestos de Trump se alinea entonces con esta tendencia de largo plazo. A esto el progresismo Nac & Pop lo considera un paso en la lucha “contra el neoliberalismo” y un “cuestionamiento del establishment globalizador”. Es lo que aplauden los D’Elía, los Borón, los Kicillof, los Sabbatella, los Recalde, los Tomada y semejantes (sin olvidarnos de otros varios estalinistas y afines). Es la línea que “baja” Cristina Kirchner a la militancia y cuadros. El hecho es significativo: la postura ante el triunfo de Trump –por lo que expresa social y políticamente, y por sus vínculos con el ascenso de la ultraderecha nacionalista en Europa- es reveladora de la naturaleza política y social profunda de esta corriente política que hizo, en Argentina, con cínico desparpajo, del nacional progresismo burgués su bandera.

Sin embargo, el asunto también interpela a una parte de la izquierda. Concretamente, pregunto a los que hoy postulan un frente de colaboración de clases, del tipo “todos contra el enemigo principal, el neoliberalismo”, ¿qué progresividad hay en exaltar el racismo, el sexismo, la vuelta a las políticas reaganianas, el negacionismo del daño ambiental, el proteccionismo y las guerras comerciales, o la mayor desigualdad del ingreso? ¿Alguien del campo de la “unidad contra el enemigo principal” puede responder estas sencillas preguntas?



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