Trasversales
Paola Rudan

La libertad de no ser madres


Revista Trasversales número 38 julio 2016

Texto publicado originalmente en italiano, en Connessioni Precarie

Víctor Frankenstein, en la misma noche en que consiguió su propósito, soñó con su madre, que se descompuso en sus brazos al besarla.

NTrad.: "Con sorpresa y alegría la abrazaba, pero en cuanto mis labios rozaron los suyos, empalidecieron con el tinte de la muerte; sus rasgos parecieron cambiar, y tuve la sensación de sostener entre mis brazos el cadáver de mi madre; un sudario la envolvía, y vi cómo los gusanos reptaban entre los dobleces de la tela"

Frankenstein, de Mary W. Shelley

La escena onírica descrita por Mary Shelley narra la milenaria historia de la batalla librada sobre el cuerpo de las mujeres para la apropiación de su capacidad generativa, la historia de una potencia que debe ser dominada para afirmar un poder.

La técnica que en esta historia ocupa el lugar de la naturaleza no es una herramienta orien­tada a expandir las capacidades humanas en general, sino la cristalización de un dominio patriarcal que reduce el cuerpo de la mujer a una función reproductiva. Presentar a ese cuerpo como algo de lo que se puede prescindir significa eliminar de la escena a quien, desde ese cuerpo, puede objetar la onanista pretensión masculina de un dominio total e indiscutible sobre la vida.

La historia más reciente de esta objeción queda recogida en un lema: "l’utero è mio e lo gestisco io" (NT: un grito similar en las movilizaciones feministas en España es "fuera sus rosarios de nuestros ovarios”). Con estas palabras, las feministas han afirmado un potente principio de autodeterminación y se han propuesto desvincular su cuerpo y su sexualidad del imperativo reproductivo patriarcal. Han rechazado el destino materno que ese imperativo les im­ponía, haciendo así de la maternidad una libre elección, un proyecto más entre los muchos posibles para una mujer. La objeción presente en ese lema reside en la afirmación de la li­bertad de no ser madres, contra todo destino decidido por otros sobre su propio cuerpo.

De un modo que puede pasar más o menos desapercibido, esta libertad ha sido escamoteada en el reciente debate desencadenado por el llamamiento del colectivo "Se non ora quando - Libere" (Snoq-Libere), en el que solicitan la prohibición global de la maternidad subrogada. Contra la actitud "eurocéntrica" y "paternalista" de quienes pretenden tener la última palabra sobre la libre elección de las mujeres dispuestas a prestar o alquilar su propio útero, en donación o a cambio de dinero, se ha afirmado un indiscutible principio de autodeterminación que da soporte a un deseo de tener hijos igualmente incuestionable y al que mágicamente se ha transformado en un derecho. Así que, de forma más o menos desapercibida, el lenguaje de la libre elección ha dejado fuera de su alcance una indiscu­tible coacción procreadora. Y esto sucede a pesar de que la libertad de recurrir a la maternidad subrogada haya sido presentada como un complemento necesario de la libertad para interrumpir el embarazo. Sin embargo, esas dos perspectivas no son equivalentes.

Es cierto que las técnicas reproductivas ofrecen hoy la posibilidad de eludir los límites a la capacidad natural de procrear impuestos por el cuerpo, como la infertilidad, o por prácticas subjetivas como la decisión de expresar la propia sexualidad solamente con personas de nuestro mismo sexo. Esas técnicas, sin embargo, aún necesitan el cuerpo de una mujer y, por lo tanto, no se rompe, sino que más bien se reafirma, el vínculo entre el sexo biológico femenino, su función procreativa y la reproducción de un orden patriarcal y propietario. Se han planteado muchos interrogantes sobre las condiciones en las que se toma la decisión de alquilar el propio útero. Cuestionando, como es comprensible, la escasa atención de Snoq-Libere a la mercantilización cotidiana de las mujeres en el trabajo asalariado, se ha señalado que, sobre todo en el Sur global, donde el "leasing uterino" se práctica legalmente, tras la libertad ofrecida por el mercado se esconde la necesidad impuesta por la misma pobreza y las mis­mas privaciones que obligan a las mu­je­res, especialmente a las migrantes, a ofre­cer­­se en el mercado mundial como em­pleadas domésticas y de cuidados.

Otras personas han señalado la diferencia en­tre alquiler y donación, pues ésta, sin me­diación del dinero, permitiría u­na elección verdaderamente libre, inscrita en un ho­rizonte totalmente basado en los afectos y la confianza, liberado por tanto de cual­quier relación de poder. Sin embargo, tanto si se trata de una donación como si se trata de un intercambio útil para ambas par­tes, lo que sin duda podría inscribirse plenamente en una racionalidad de mercado, el "valor" dado a una mujer, monetario o afectivo, sigue coincidiendo con la función reproductiva que su cuerpo promete y permite. Si se trata de provincializar Europa, es po­líticamente correcto reconocer a las mu­je­res del Sur del mundo que ofrecen su propio útero una capacidad de juicio que ya ejer­cen cotidianamente sin necesidad del re­conocimiento de las mujeres que viven en la Europa desprovincializada (6).

NTrad.: El concepto de "Provincializar Europa" fue introducido, que sepamos, por Dipesh Chakrabarty. Para él "El [pensamiento] europeo es un pensamiento provinciano convertido en norma universal" y "El pensamiento europeo resulta a la vez indispensable e inadecuado para ayudarnos a reflexionar sobre las experiencias de la modernidad política en las naciones no occidentales, y provincializar Europa se convierte en la tarea de explorar có­mo este pensamiento -que en la actualidad es la herencia de todos nosotros y nos afecta a todos- podría ser renovado desde y para los márgenes. Pero, desde luego, los márgenes son tan plurales y diversos como los centros (...)". En ese sentido, a nuestro entender, provincializar Europa no sería hacerla "más provinciana", ya que su autoreconocimiento como provincia del mundo y no como "encarnación de la universalidad" representa una apertura, no un cierre. Chakrabarty deja claro que la "provincialización de Europa" no implica un relativismo cultural.

Ahora bien, también lo sería admitir que la al­ter­nativa a esa situación no es necesa­ria­men­te la afirmación de una perspectiva eu­ro­cén­trica, y menos aún la consideración de la re­lación materna como "bien" a tu­telar jun­to a la "civilización europea" de la que sería expresión, sino la posibilidad de preguntarse cuáles son los efectos ma­teriales y simbólicos globales de esta va­lorización patriarcal del cuerpo de las mujeres.

Así, sería lícito preguntarse qué es lo que trans­forma un deseo en un derecho, más allá de las posibilidades que la técnica ofre­ce para realizarlo y del dinero que permite te­ner acceso a ella. Sin entrar a tratar la adopción y los obstáculos burocráticos que la dificultan, a menudo insuperables, esta pregunta tiene que ver, en todo caso, con las razones mismas del deseo. El lema "el útero es mio y lo gestiono yo", que hoy está siendo utilizado pa­ra afirmar la indiscutible libre elección de las madres subrogadas, también lleva con­si­go una pregunta, a menudo dolorosa, so­bre el deseo de maternidad: ¿una mujer que no puede tener hijos es por eso menos mujer?

La larga historia de la maternidad subrogada, recientemente evocada en las páginas de Il Manifiesto, tal vez pueda ofrecer una respuesta, que sin embargo de ninguna manera es reducible a la afirmación de un principio de autodeterminación femenina. El capítulo 16 del Génesis, en el que Sara, infértil, convence a Abraham para em­barazar a la esclava Agar para que él pueda tener su propia descendencia (9), o la práctica del ventrem locare, que en la antigua Roma permitía a un hombre ceder temporalmente su esposa a un amigo cuya mujer no pudiese procrear, nos hablan de un ar­tilugio masculino que condena a las mu­jeres a la irrelevancia y a la sustituibilidad en virtud de su incapacidad para dar al hombre un hijo que sea suyo.

NTrad: "16:1 Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar. 16:2 Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai. 16:3 Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaán, y la dio por mujer a Abram su marido. 16:4 Y él se llegó a Agar, la cual concibió; y cuando vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora. 16:5 Entonces Sarai dijo a Abram: Mi afrenta sea sobre ti; yo te di mi sierva por mujer, y viéndose encinta, me mira con desprecio; juzgue Jehová entre tú y yo. 16:6 Y respondió Abram a Sarai: He aquí, tu sierva está en tu mano; haz con ella lo que bien te parezca. Y como Sarai la afligía, ella huyó de su presencia. 16:7 Y la halló el ángel de Jehová junto a una fuente de agua en el desierto, junto a la fuente que está en el camino de Shur. 16:8 Y le dijo: Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde vienes tú, y a dónde vas? Y ella respondió: Huyo de delante de Sarai mi señora. 16:9 Y le dijo el ángel de Jehová: Vuélvete a tu señora, y ponte sumisa bajo su mano"

Que muchas mujeres en todo el mundo sean hoy libres para vivir su sexualidad como lo deseen no significa necesariamente que otras mujeres no sientan sobre sí el peso constante de una norma patriarcal que, aunque haya cambiado, no se ha debi­li­tado. No se trata, por tanto, de negar en todo caso la consistencia y la riqueza de un legítimo deseo de la maternidad. Además, hay que reconocer que la maternidad no es sólo la gestación y el acto de procrear. No obstante, es necesario preguntarse en qué medida la imposibilidad física de tener un hijo puede ser experimentada por las mu­jeres como una forma de fracaso y de no realización como tales mujeres. En otras pa­labras, es necesario preguntarse también en qué medida el derecho indiscutible a ser­virse de una madre subrogada para ser madres podría rehabilitar, bajo un nuevo pretexto, ese "destino materno" impuesto por el patriarcado y denunciado práctica y políticamente por las feministas.

Esa pregunta es tanto más legítima cuanto más se exprese en la maternidad subrogada la afirmación de una continuidad biológica interna a un orden propietario y patriarcal: para generar mi hijo, para satisfacer mi deseo, necesito el cuerpo de una mujer que sea, durante nueve meses, la incubadora del óvulo y del semen paterno que lo germinará, esto es, de la criatura que llevará el nombre del padre. Así, esa criatura corre el riesgo de convertirse solamente en un complemento de un orden que establece roles específicos y jerarquías sexuales para las que el deseo de procrear no sea una objeción sino, sobre todo, una confirmación. Por otro lado, el deseo se ha convertido en el nombre de un sistema de equivalencia perfecta, en el que la libertad es realizable a condición de hacer políticamente irrelevantes las diferencias. No es causal que el debate sobre la maternidad subrogada naz­ca al calor de la legislación europea sobre las uniones gay, que involucra también a las mujeres lesbianas. Cuando la pareja en cuestión no incluye la presencia de una mujer, salvo, en su caso, como instrumento para satisfacer un deseo de "parentalidad" ajeno a ella, se plantea el problema de la maternidad subrogada.

Abordar este escenario a través del discurso de los derechos es ciertamente posible y, en la lógica de los derechos, privar a al­gunos individuos de su disfrute constituiría una discriminación. No se puede ne­gar, pues, que el prohibicionismo se presta fácilmente tanto a la enésima explotación pa­triarcal del cuerpo de las mujeres -ya que, invocando su dignidad, se sientan las bases para cuestionar algunos de los logros del movimiento feminista, como la despenalización del aborto- como a la persistencia de la práctica prohibida pero con menos transparencia y, por lo tanto, con mayor riesgo de chantaje hacia las mujeres (10). Pero al criticar el prohibicionismo hace falta recordar que dentro de la lógica de los derechos, al igual que dentro de la lógica de las prohibiciones, es necesario referirse al Estado o, en este caso, a las instituciones políticas europeas para garantizar el ejercicio del derecho, en no menor grado que ocurre con las restricciones. Tanto el discurso prohibicionista de Snoq-Libere como el que invoca la libertad de recurrir a la maternidad subrogada tratan a las instituciones como garantes neutrales de un orden de equivalencia y no como lugares en los que el poder social se consolida y reproduce.

Por tanto, es necesario pensar el problema del poder para romper el horizonte mercantil de la equivalencia y esquivar su lógica institucional. Para un patriarcado no tradicional, sino actualizado al orden neoliberal global, la reducción de los cuerpos de las mujeres a su función reproductiva significa la reafirmación del dominio sobre el cuerpo de la mujer y sobre su potencia, pero de una manera que en vez de limitar la libertad de elección parece alimentarla. Esta voluntad de dominio sigue expresándose en el derecho a una parentalidad liberada de la norma heterosexual biológica, cuando res­tablece tecnológicamente el vínculo entre sexo femenino, función procreativa y destino materno.

En consecuencia, es necesario reconocer que está en curso una batalla sobre el cuerpo de la mujer y que la objeción femenina sigue siendo urgente.

Frente al inviolable derecho a ser progenitores sigue siendo necesario afirmar la li­bertad de no ser madres.

22 diciembre 2015



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