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Rolando Astarita

Brexit, una salida reaccionaria

Revista Trasversales número 38 julio 2016 (web)

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Esta obra de Rolando Astarita está bajo una licencia Creative Commons (bienes comunes creativos) Atribución-No Comercial-Compartir Derivadas Igual 3.0 Unported License. Rolando Astarita es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires.



Algunos lectores del blog me consultaron acerca del triunfo del voto a favor de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Lo central, en mi opinión, es que ha triunfado la opción más reaccionaria. Por supuesto, quedarse o salir de la UE son dos alternativas del capitalismo. Hoy, con un gobierno y un Estado capitalista, no existe ninguna posibilidad de que haya un “Remain” o un “Leave” por izquierda. Sin embargo, de las dos alternativas, la permanencia era la menos reaccionaria (o el mal menor, para utilizar una expresión tradicional en el reformismo). Era la menos reaccionaria porque tomaba distancia del nacionalismo extremo.

No hay manera de disimular el contenido reaccionario del resultado del referéndum británico. La campaña por Leave tuvo como eje el “primero Gran Bretaña”. Claramente, el triunfo de esta opción va a alentar la xenofobia, el nacionalismo y el rechazo a los inmigrantes. No es casual que la intención de voto a favor de la salida haya crecido en los últimos meses a medida que crecía la cuestión de la inmigración. Por eso, una de las promesas centrales del movimiento Leave es terminar con el libre movimiento de ciudadanos europeos, que permite la UE. El líder del derechista Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), Nigel Farage, incluso ha dicho que no se debería permitir la permanencia de aquellos inmigrantes que viven en el país. Y los líderes del Leave (conservadores en su mayoría) sostienen que al dejar la UE Gran Bretaña retomará el control en áreas como la ley de empleo y seguridad e higiene laboral, algo que los capitales consideran favorable para sus negocios.

Tengamos presente también que el triunfo del Leave se inscribe en el ascenso de una peligrosa ola nacionalista y de derecha: en Austria, el Partido de la Libertad (FPÖ); en Alemania, Alternativa para Alemania (AfD); en Francia, el Frente Nacional; en Dinamarca, el Partido Popular; en Ucrania el Partido de la Libertad; en Finlandia, los Verdaderos Fineses; en Suecia, los Demócratas de Suecia; en Holanda, el Partido por la Libertad (PVV); en Noruega, el Partido del Progreso; en Grecia, Amanecer Dorado. Todas estas fuerzas han registrado avances o se han consolidado de forma significativa en los últimos años. Agreguemos que en Polonia está en el gobierno Ley y Justicia, promoviendo medidas retrógradas y xenófobas. En Hungría la derecha nacionalista y xenófoba también está en el gobierno con la Unión Cívica, flanqueada por otra fuerza todavía más a la derecha. En Letonia integra la alianza gubernamental la ultraderechista Alianza Nacional. El ascenso de Donald Trump en EEUU también puede considerarse parte de este fenómeno. Y en Gran Bretaña el ya mencionado UKIP. Todas estas fuerzas promueven políticas nacionalistas y xenófobas como respuesta al estancamiento económico, a la desocupación, a las crecientes desigualdades sociales y a la falta de perspectivas de las masas trabajadoras. Una nueva demostración de que las crisis no generan mecánicamente conciencia anticapitalista o socialista. Es significativo que en localidades obreras, con tradición socialista, laborista o comunista, crezca el voto a partidos de la ultraderecha nacionalista.

En definitiva, es imposible encontrar algún elemento positivo en la salida de Gran Bretaña de la UE. Ni siquiera se puede sostener que haya algún rasgo de nacionalismo progresista, como se suele alegar con respecto a los nacionalismos en los países del tercer mundo. En Gran Bretaña estamos ante un nacionalismo de gran potencia. Oponerse a la internacionalización del capital desde el punto de vista de los intereses de la “gran nación” no tiene nada de progresivo.

La segunda cuestión a señalar es que esta retirada de la UE no va a revertir la tendencia a la internacionalización de la economía británica. El capitalismo no puede sobrevivir en los límites de las fronteras nacionales. El comercio anual de Gran Bretaña con la UE alcanza los 575.000 millones de dólares anuales. El 45% de las exportaciones británicas van al área europea. Esta es una presión objetiva para negociar alguna forma de relación similar a la que tiene Noruega o Suiza con la UE; o incluso algún acuerdo como el que negoció Europa con Canadá. Los políticos partidarios del Leave prometen, además, establecer nuevos acuerdos de libre comercio, entre ellos con China.

Sin embargo, las consecuencias de la salida de Gran Bretaña pueden ser graves. Las negociaciones por la forma en que conectará el capital británico con la UE, o el resto del mundo, estarán plagadas de tensiones. Y la economía de Gran Bretaña es la segunda mayor de Europa. Los mercados están reaccionando con fuertes caídas; las acciones europeas y las del Deutsche Bank se hundieron; capitales líquidos buscan refugio en los bonos del Tesoro de EEUU, o en el oro, como acostumbra ocurrir en las crisis agudas; y la libra tocó el nivel más bajo en 30 años. Además, en Escocia ganó la permanencia en la UE y en consecuencia las demandas por la independencia de Gran Bretaña pueden incrementarse. Dada la debilidad de la economía mundial, esta situación afectará a las inversiones globales y con ello contribuirá a la caída de la demanda. No se puede descartar incluso que este evento sea el disparador de una nueva recesión mundial.


Argumentos sobre el Brexit

Lo antes dicho contradice a la izquierda que ha saludado el triunfo del Leave como un avance de la clase trabajadora y de la lucha contra el capital. Para sostener este balance se adelantan tres argumentos centrales.

El primero afirma que el Leave es una victoria de la clase obrera porque Gran Bretaña se libera del yugo de la UE, en forma similar a como un país sometido se libera de la opresión colonial.

El segundo dice que es una victoria dada la base social que apoyó el Leave; este, se sostiene, tuvo apoyo en los trabajadores y entre los más desfavorecidos de la población, los más explotados y los más amenazados.

El tercero afirma que es una victoria de la clase obrera porque la salida de Gran Bretaña de la UE agudiza las contradicciones intercapitalistas y tambalean la UE y la unión monetaria. Además, Escocia amenaza con separarse del Reino Unido y aumentan las probabilidades de una nueva crisis económica mundial.

En lo que sigue respondo brevemente a estos tres argumentos.

El más débil, por supuesto, es el primero. Gran Bretaña es una gran potencia, y de ninguna manera puede ser comparada con la situación en que se encuentran pueblos oprimidos por potencias imperialistas, como es Palestina, o como fueron en su momento las nacionalidades que estaban bajo el yugo de la Rusia zarista. Ni siquiera se puede sostener que Gran Bretaña esté en situación de subordinación económica, o dependencia, como sucede con la mayoría de los países del tercer mundo.

En cuanto al segundo argumento, es equivocado caracterizar un movimiento político por la base social que lo apoya. Aquí hay que aplicar criterios similares a los que se utilizan para la caracterización de un partido político. El Laborismo inglés, el PT de Brasil o el Partido Justicialista de Argentina, por ejemplo, tienen una base social obrera y en los sectores más oprimidos y marginados de la sociedad, pero esta no es razón para sostener que su naturaleza de clase sea obrera, o “popular”. El carácter de clase de los partidos está determinado por el programa, la estrategia y la política que defienden sus direcciones. Estas últimas son las que imponen la orientación general, y esto no cambia por el hecho de que las bases sean obreras, ni porque existan fracciones de izquierda más o menos radical en sus filas. La orientación que establece la dirección prevalece sobre las partes y determina el carácter de clase de la totalidad. Por eso, un partido que promueve o defiende las relaciones de producción capitalistas –esté o no al frente del Estado- es un partido burgués, aunque tenga base obrera.

Este criterio se aplica a un movimiento político más laxo como fue el Brexit. Su carácter de clase está determinado por el discurso y la orientación que se impusieron desde la dirección, conformada por conservadores y la extrema derecha nacionalista. El discurso hegemónico del Leave no pasó por las tarifas aduaneras, o cosa por el estilo, sino por el rechazo a los inmigrantes y la exaltación nacionalista. Que esos dirigentes hayan tenido el apoyo de sectores importantes de la clase obrera no modifica la naturaleza del asunto. Tampoco lo cambia el que una franja de la izquierda anticapitalista haya militado por un “Brexit por la izquierda” (de la misma manera que el carácter de clase del laborismo inglés no se modificó cuando en su seno militó una fracción trotskista relativamente importante). Para imponer un “Brexit por la izquierda” -alternativamente, un “Remain por la izquierda”- habría que tener poder, y hoy el poder está en manos de la clase capitalista.

Pero además, el análisis materialista debe partir de lo real, no de lo que nos gustaría que sucediera. Y lo real fue que la campaña estuvo dominada por el discurso xenófobo. Por eso, no hay que engañar a la gente con palabrería de izquierda. Antes de dejar este punto, es preciso aclarar también que los trabajadores inmigrantes se encuentran entre los sectores más postergados, marginados y amenazados de la sociedad británica. Por eso no se sostiene la afirmación de que fueron los sectores más oprimidos de la sociedad británica los que apoyaron el Brexit, ya que los inmigrantes claramente no estuvieron por esta opción. En esa afirmación subyace un lamentable (por provenir de la izquierda) criterio discriminatorio hacia los inmigrantes, muchos de los cuales, para colmo, estaban impedidos de votar.

Por último, el agravamiento de las contradicciones intercapitalistas en sí mismo no representa un avance de la clase obrera, ni de la lucha anticapitalista. Por supuesto, el ascenso de partidos y dirigentes de la extrema derecha enemigos de la UE, junto al aumento de las tendencias proteccionistas, agudiza los problemas y las dificultades para el capital en general (aunque puede haber fracciones favorecidas), y en primer lugar para el gran capital europeo. La posibilidad de que termine estallando el euro ahora es real y concreta. Pero la oposición a la unión monetaria, a la UE o a la internacionalización del capital, puede hacerse tanto desde una perspectiva superadora, en un sentido internacionalista y socialista, como desde una burguesa (o pequeño burguesa) reaccionaria y xenófoba. Y hoy la voz cantante la tiene la derecha. ¿Qué se ve de progresivo en esto? ¿Qué hay de progresivo en que Francia, por caso, se retire mañana de la UE de la mano de Le Pen y gente de esta calaña?

Para ilustrarlo con un ejemplo histórico: en 1931, durante la Gran Depresión, estalló en Austria una crisis financiera que obligó a Gran Bretaña a acabar con la convertibilidad de la libra. A partir de entonces el mercado mundial se fracturó en áreas monetarias (de la libra, el franco, el yen, el dólar) y aumentaron las medidas proteccionistas en casi todos los países. En consecuencia, el mercado mundial se hundió, agravando la crisis en Europa y Norteamérica. Las contradicciones del capital se agudizaron al extremo. Sin embargo, se fortalecieron o consolidaron movimientos de derecha, desde el nazismo y el fascismo hasta la derecha conservadora nacionalista, en gran cantidad de países. Y dado que el capital nunca puede vivir restringido a las fronteras nacionales, esa situación llevó a la Segunda Guerra. ¿Cómo se puede afirmar que este proceso haya sido progresista en el sentido de fortalecer la conciencia de clase y el socialismo?

En conclusión, frente a los argumentos que están circulando, sostengo que es necesario decir la verdad, por más dura y amarga que sea. Hay que acabar con la costumbre de un sector de la izquierda que siempre está caracterizando la situación como de “ascenso de las masas, y crisis y descomposición del capitalismo”. La realidad es que el voto de un trabajador británico por el Leave en la creencia de que “el problema son los inmigrantes” no tiene nada de progresista, por más que sea el voto de un explotado. Y el nacionalismo, apoyado en la xenofobia, el racismo y el “primero Gran Bretaña”, es absoluta y totalmente reaccionario.


 Brexit, discurso de derecha y un ejemplo histórico

Antes he respondido a tres argumentos que se han presentado, desde la izquierda, para afirmar que el Brexit fue un triunfo de la clase obrera y de la lucha anticapitalista. Pasé por alto un cuarto argumento, que dice que la campaña por el Leave fue en rechazo a la “dictadura de la Eurocracia”, o a la burocracia de la UE. Así, el discurso favorable al Leave habría tenido un contenido, al menos parcialmente, progresista.

Considero que este argumento solo es una forma de embellecer a la derecha nacionalista. Después de todo, esta desde hace muchos años combina la exaltación nacionalista con denuncias del capitalismo financiero, la dictadura de los mercados y similares. Temas que encontramos en la tradición de los movimientos de extrema derecha nacionalista. A los efectos de brindar elementos para el análisis, en lo que sigue paso revista a algunas cuestiones referidas a los orígenes del fascismo italiano. El propósito es mostrar que la caracterización de un movimiento o partido no se puede reducir a una suma de partes, del tipo “presenta una reivindicación nacionalista reaccionaria, pero esto se compensa con otra progresista”.

Para ir derecho al grano: a comienzos de los años 1920 los Fasci di Combattimento (que luego se transformarían en el Partido Nacional Fascista) recogían las ideas del sindicalismo revolucionario y levantaban muchas demandas altamente progresistas. Entre ellas, el sufragio universal para ambos sexos, la abolición del senado, la formación de una milicia nacional, la jornada laboral de ocho horas, la confiscación de las ganancias de la guerra. La necesidad de contrarrestar al bolchevismo y la influencia de la Revolución Rusa puede explicar mucho de este programa. Sin embargo, esas consignas se combinaban con la reivindicación de las jerarquías sociales, la colaboración de clases y la sujeción de la clase obrera al Estado. “Libertad, nación, sindicalismo: el Estado debe resumirse en una grande y potente jerarquía de sindicatos”, era el resumen del programa del fascismo. Pero esta orientación corporativa primaba sobre las consignas “progresistas”, y definía el carácter global de la política fascista. De hecho, cuando estuvo en el poder el fascismo subordinó completamente a los sindicatos, y a la clase obrera, al Estado.

Lo importante es que muchas veces se defienden políticas que son profundamente de derecha con argumentos de izquierda. La evolución de Mussolini y de los “sindicalistas revolucionarios” es demostrativa de esto. Recordemos que Mussolini fue militante del Partido Socialista y estuvo muy influenciado por George Sorel (y Sorel terminó reivindicando afinidades del fascismo con sus posiciones). Sorel rechazaba “el determinismo económico” y las tradiciones del racionalismo iluminista de la Revolución Francesa, planteaba la necesidad del “mito social” –la huelga general- para despertar los sentimientos e instintos colectivos del proletariado contra el orden burgués y exaltaba a la violencia como regeneradora de las energías vitales de las masas. Posiciones muy “revolucionarias”, pero que serían funcionales a los argumentos nacionalistas.

Así, cuando Italia invadió Libia, una fracción del socialismo, y el sindicalismo revolucionario apoyaron la conquista con argumentos tomados del arsenal soreliano. Los sindicalistas revolucionarios sostenían que la guerra era una escuela de heroísmo y que la posesión de Libia ayudaría a la mejora de la situación del proletariado italiano. Mussolini, que estaba cercano al socialismo revolucionario, también pensaba que el ataque a Libia era beneficioso porque podía desatar una situación revolucionaria. Era un argumento del tipo “la participación en la guerra beneficia al socialismo porque agudiza las contradicciones”. Algunos argumentos tienen una larga tradición.

Luego, en 1914, los sindicalistas revolucionarios y el mismo Mussolini apoyaron la participación italiana en la guerra contra Alemania y Austria, invocando la necesidad de avanzar hacia la “revolución nacional”. Lo cual también se inscribía en la tradición del nacionalismo italiano. Por ejemplo, en la de Enrico Corradini, quien a principios de siglo hablaba de “naciones proletarias” (Italia y Alemania) y “naciones plutocráticas” (Inglaterra). Corradini sostenía que se participaba en una lucha de clases a nivel internacional y reclamaba para Italia “un lugar bajo el sol”. Esta alusión a la “lucha de clases” entre naciones embellecía por izquierda al nacionalismo imperialista que buscaba “su lugar en el mundo”. Corradini fue otro de los alimentos intelectuales de Mussolini.

Por supuesto, las condiciones y la situación social de Europa en 2016 no son las de principios de siglo XX. Sin embargo, se puede aprender de la historia. La idea de que para derrotar hoy a la globalización y a la “oligarquía financiera transnacional” (¿y el capital industrial?) hay que exaltar las identidades nacionales de los pueblos, no tiene en sí misma nada de progresista y mucho menos de socialismo, y ha conducido a desastres al movimiento obrero y socialista. Lo único que se logrará por esta vía es canalizar el descontento social hacia la xenofobia, el patriotismo y el racismo. Aunque esto se mezcle con invocaciones a los derechos de los pueblos, o incluso se hable en contra del “decadente orden burgués”.

Subrayo entonces lo que ya afirmé en otros textos: el  discurso que dice que la civilización se salvará de la barbarie impuesta por la dominación del dinero y del capital apátrida mediante la exaltación de la Nación (o el “primero Gran Bretaña”) es reaccionario en su totalidad y por donde se lo mire. No hay forma de salvarlo “por partes”.


 Brexit y más argumentos del nacional marxismo

Tal vez el punto central sobre el que se articula mi posición acerca del Brexit pasa por la afirmación de que el nacionalismo burgués de gran potencia es reaccionario en relación a la internacionalización de las fuerzas productivas capitalistas y a la circulación transfronteras de los trabajadores y ciudadanos en general. Frente a este argumento, se han presentado dos contra-argumentos para ayudar a la exaltación “progre-nacionalista” del Brexit. El primero afirma que reclamar en contra de las restricciones y prohibiciones a la inmigración equivale a reforzar la explotación internacional del capital. Con lo que habría que concluir que si Trump construyera el muro en la frontera sur de EEUU estaría debilitando la explotación internacional del capital, y esto sería progresista. Lo aberrante de la conclusión me exime de comentarios.

El segundo contra-argumento, y con mayores pretensiones de ciencia, sostiene que considerar a la internacionalización del capital como históricamente progresiva es sinónimo de la defensa del gran capital y de sus organismos internacionales, el FMI, el Banco Mundial, la OCDE, la UE y similares. Esto se afirma desde un supuesto enfoque marxista. Sin embargo, uno de los ejes de la crítica marxista al capitalismo es que el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo es contradictorio, y por esto mismo ese desarrollogenera las condiciones para su superación. Más precisamente, el marxismo busca hacer consciente a las masas trabajadoras de que la sociedad burguesa se basa en la explotación del trabajo, y que su mismo desarrollo genera las fuerzas que habrán de acabar con el dominio del capital. Lo cual encierra el rechazo a las propuestas reaccionarias de vuelta al pasado (pasado que se glorifica indebidamente, dicho sea de paso).

Por ejemplo, el desarrollo capitalista tiende a llevar a la ruina a los pequeños productores, que se transforman en obreros asalariados, o van a la desocupación. Por lo cual se acrecientan las filas de la clase obrera, y se agudiza la contradicción entre el capital y el trabajo. Ante este proceso se levantan dos programas y orientaciones políticas opuestas. Por un lado, el socialismo pequeño burgués quiere detener la concentración del capital para volver a la pequeña propiedad privada. Por otro lado, el marxismo plantea la necesidad de avanzar a la socialización de la gran propiedad capitalista. Esta propuesta se basa en que el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo genera una contradicción cada vez mayor entre la naturaleza crecientemente social de la producción y la concentración de la propiedad del capital. Entonces el socialista pequeño burgués, que no entiende de qué va el asunto (aunque parlotee sobre “contradicciones” y “dialéctica”) dirá que el marxista es partidario de la explotación capitalista, o que oculta los males del capitalismo.

Algo similar ocurre con la cuestión del mercado mundial. Sobre este punto  es muy clara la explicación de Lenin. Escribió: “… la empresa capitalista rebasa inevitablemente los límites de la comunidad, del mercado local, de la región y después del Estado”. Esto es, el impulso a la ampliación de los mercados es inherente al capital. Dejemos asentado que por eso no tiene sentido querer abolir los organismos internacionales del capital sin acabar con la relación capitalista en la que se basan.

Luego de afirmar que el capitalismo necesita buscar el mercado exterior, sigue Lenin: “Esa necesidad muestra palpablemente la labor histórica progresista del capitalismo, que destruye el viejo aislamiento y el carácter cerrado de los sistemas económicos (y por consiguiente, la estrechez de la vida espiritual y política) que liga a todos los países del mundo en un todo económico” (“El desarrollo del capitalismo en Rusia”, p. 61, t. 3 Obras Completas, Cartago).

En este pasaje Lenin está explicando la razón de la progresividad histórica del mercado mundial. Esto no quiere decir que olvidara las penalidades y sufrimientos que ocasionaba la expansión internacional del capitalismo. Tampoco negaba la progresividad histórica de las luchas anticoloniales o contra la opresión nacional. Pero no es eso lo que estaba en discusión, sino la comprensión de la naturaleza de la internacionalización del capital y la alternativa del socialismo frente a ella. La idea medular del socialismo “a lo Marx” es que la base material y social para la superación de las divisiones nacionales, para el internacionalismo y la hermandad de los pueblos, es la expansión transfronteras de las fuerzas productivas. De lo contrario, el internacionalismo sería quijotescto. Por esta razón, a la expansión del mercado mundial no le oponemos el programa reaccionario del gran nacionalismo burgués (“primero Gran Bretaña”), sino el socialismo internacionalista. Es la piedra de toque del marxismo.




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