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El mito del "centro"

Revista Trasversales número 38 julio 2016

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El "centro" es hoy una etiqueta que se cuelgan políticas extremistas reaccionarias. Oír a Ra­joy y Rivera presentándose como centro-derecha y centro-centro daría risa si no fuese por el riesgo que significan esos políticos reaccionarios.

Urge desmitificar el “centro”. Repensar el "centro" obliga a repensar también la articulación discursiva de la política en torno a un eje "izquierda/derecha", más útil para fijar fidelidades -cada vez más difíciles de conseguir- que para razonar y convencer.

Los datos que se citarán proceden, salvo otra indicación, del "Avance de resultados del estudio 3126 Postelectoral elecciones generales 2015" (enero-marzo 2016), del Centro de Investigaciones Sociológicas, dependiente del Ministerio de la Presidencia.

Una pregunta habitual en los estudios del CIS es la autoubicación personal en una escala entera de 1 a 10, siendo 1 lo más de izquierda y 10 lo más de derecha. En esa escala el punto intermedio no es 5, como suele decirse, sino cinco y medio, 5,5, entre 5 y 6.

Si tomamos los resultados del estudio 3126 del CIS, prescindiendo de los no sabe/no contesta, las respuestas se distribuyen como indican la tabla y el gráfico que muestra la imagen que sigue. Basta con echar un vistazo para observar su asimetría, con mucha más concentración en el lado izquierdo (la "izquierda") que en el derecho (la "derecha"). A simple vista, España se sesga a la izquierda.


mapa
                      ideológico CIS

La mitad izquierda del rango (de 1a 5) incluye al 71,66% de las personas que han contestado, quedando por tanto sólo un 28,34% en la mitad derecha (de 6 a 10). De cada 300 personas, unas 215 se han situado en el lado izquierdo. Pero esa división en dos partes excluye de antemano un “centro”, así que consideremos provisionalmente un "centro ideológico" en el rango 5-6, que incluye a un 33,98% de las personas. Ahora bien, ese dato también confirma el sesgo a la izquierda si tomamos en cuenta algunas cosas:

- En el rango 1-4 se sitúan el 49,08% de las personas, casi la mitad del total y bastante más que las que se han situado en el "centro" 5-6.

- En el rango 3-4 (36%) también se sitúan más personas que en el rango 5-6 (34%). Y hay más en el 3 que en el 4.

- De las personas que se sitúan en el espacio 5-6, las de "centro-izquierda" (5) son el doble que las de "centro" derecha (6).

Sin duda, eso descalifica los discursos de que "España es de centro" y los de que "el centro" representa a la gran mayoría de los españoles. España sería ma­yo­ritariamente de izquierda y lo de que "las elecciones se ganan en el centro" pierde todo sentido. Aunque es cierto que las personas de "iz­quierda" suelen considerarse más de iz­quierdas que lo que son y las personas de de­rechas tienden a considerarse menos de de­rechas de lo que son.

Diseñar una política para "ganar el centro" es poco eficaz. Es muy poco ambicioso ha­cer un proyecto político sólo para el 34% de la población, el sector que se coloca en el 5 o el 6, aunque pensamos que una parte de quienes se autocolocan en el 6 son bastante derechistas. Ni quienes lo plantean se lo creen: el PSOE alardea de estar en el centro progresista, pe­ro se pasa las campañas electorales di­cien­do que son "la iz­quierda" y que hay que vo­tarles para ga­nar a la derecha; Ciu­dadanos, que también dice ser "centro", da prioridad a temas en los que se acerca a derechas extremas (neoliberales, machistas, ultranacionalistas). Cuan­do el PP habla de "centro" estamos ante una operación de maquillaje.

Ideológica y socialmente el centro es un fan­tasma. Pero los conceptos de “izquierda” y “derecha” también deben manejarse con prudencia. No hay un eje único en torno al que trazar una línea ideológica sobre la que posicionar a todas las personas. ¿Dónde ponemos a una persona que defiende el derecho al aborto y se opone a cualquier discriminación de las personas LGTBI, pero afin a políticas socioeconómicas neoliberales? ¿Dónde ponemos a hombres que se consideran muy de izquierdas y que pueden comprometerse en luchas sociales pero son machistas, homófobos, violentos o racistas? ¿Quién es más de derechas, Vargas Llosa, defensor de los derechos de gays y lesbianas pero feroz neoliberal, o Daniel Ortega, machista brutal que se dice socialista?

Hay demasiadas opciones que se dicen “iz­quierda” pero que en muchos casos son an­tagónicas entre sí. ¿Es productivo asignarse una etiqueta que nos obliga a “explicarla” en negativo, diciendo todo lo que no somos? Por descontado, hay antecedentes sobre los que nos apoyamos para llegar más alto. Pero no pueden describirse así, sino a través de referencias a una larga tradición de luchas sociales, de esfuerzos emancipadores, de organización y de pensamiento de los grupos sociales oprimidos, explotados, discriminados.

La cuestión no es, por tanto, si dirigirse a la "izquierda" o al "centro". Hay que dirigirse a casi toda la población, tomar en cuenta todas las aspiraciones sociales justas, muy especialmente aquellas de mayor urgencia para la vida de las personas. Tan absurdo es empeñarse en que las propuestas sean superompedoras y extremistas, aunque no sean viables, como empeñarse en que sean "mo­deradas", aunque sólo haya soluciones ra­dicales. Si para garantizar a toda la población acceso digno a los recursos básicos de la vida hay que derrumbar privilegios, hay que hacerlo sin vacilaciones. Todo lo que es­tá ocurriendo en Europa demuestra que, en situaciones de extremo deterioro social como las que se viven a consecuencia de las extremistas políticas de austeridad im­puestas por las élites económicas y políticas, se requieren respuestas y propuestas contundentes, expresadas de forma sencilla desde una visión solidaria y democrática; dado que eso apenas se está haciendo, ya que casi toda la socialdemocracia se ha adaptado al "extremismo de centro" reaccionario, el riesgo es que una amplia franja de la sociedad, de la pequeña burguesía o clase media pero también o aún más proletaria, se deje seducir por la fal­sa radicalidad de los neofacistas y simplistas lemas de la extrema derecha. Ya está pasando.

La radicalidad necesaria para abrir un camino diferente no es la de la palabra fuer­te, la frase amenazadora, ni la que sólo traduce quimeras ideo­lógicas, ni la que ignora la relación de fuerzas existentes, sino la radicalidad vinculada a la voluntad de abordar problemas radicales. Por ejemplo, si en España hay hogares sin ingresos y personas sin techo, ese es un problema radical, que no se puede posponer, ante el que la propuesta que se haga debe plantear una solución inmediata, a corto plazo, ya, para esas familias, no vale ni lo de “el crecimiento lo resolverá” ni lo de “el socialismo lo resolverá”.

Poner a esa política la etiqueta "izquierda" no aporta nada, ni tampoco recuperar el término socialdemócrata, que no deja de ser una manera, hoy muy devaluada, de decirse “izquierda”; lo que sí aporta es tomar como referencia la larga his­toria de la lucha social por la vivienda y contra el hambre, por salarios, pensiones y prestaciones dignas, la historia de la organización y de las sublevaciones de las gentes para conseguirlo, fuese cual fuese el signo de los poderes contra los que se rebelaron. Tanto montan, montan tanto, la Co­muna de París como la revolución húngara de 1956. Ese es el pasado que impulsa. De hecho, durante mucho tiempo el término "izquierda" se refería al ala "democrática" de sectores sociales acomodados, pero no a las fuerzas basadas en las y los trabajadores, el campesinado po­bre, las mujeres, las poblaciones oprimidas de las colonias, etc.

Un enfoque social, "arriba/abajo", es más productivo que el enfoque ideológico iz­quierda frente a derecha. "Abajo/Arriba" hace referencia a la jerarquización de clase, patriarcal, o de ingresos, o de patrimonio, o de propiedad, pero también a to­do aquello que hace que unas personas estén "por debajo" de otras, desposeidas de po­der, de riqueza, de propiedad, de autonomía, de apertura hacia diversas opciones de vida... En ese sentido, es una lógica compleja, multidimensional, más parecida a la realidad de los antagonismos y conflictos sociales que la lógica posicional binaria. La lógica “arriba/abajo” se coloca, por tanto, en el corazón del conflicto social y en el de la emancipación, no en el de los debates académicos o los choques electorales, y tiende a unir “por abajo” en vez de a separar “por la izquierda”.

Dejar de lado la obsesión por el centro no significa que haya que prestar más atención a los grupos "más a la izquierda". La prioridad son las necesidades de la sociedad, es­pecialmente las de sus grupos más desfavorecidos y más discriminados en uno u otro sentido, incluso aunque votasen mayoritariamente a la derecha. Hay que participar en la organización autónoma de esos grupos sociales. Asumir todas las demandas que sean justas, vengan de donde vengan, evaluar las prioridades y articular propuestas. En una campaña electoral, por ejemplo, el discurso "votadme, que soy la izquierda y si no lo hacéis gana la derecha" es vacío, no dice nada, de lo que se trata es de ser parte de esa sociedad, de vivir el día con ella, de trabajar con ella propuestas útiles para resolver problemas, de acumular las fuerzas sociales y parlamentarias precisas para hacer viables esas propuestas, etc. Sin despreciar a nadie, salvo a quienes oprimen y discriminan a otras personas.

Moderación en los modos, desde luego; conciencia de que los cambios profundos progresivos requieren mayorías sociales, claro está. La desmesura nunca ha sido útil ni liberadora. Pero la moderación no implica renuncia a superar las situaciones injustas, moleste a quien moleste. Desme­sura es decir que las personas que no tengan me­dios para disponer de una vivienda o para comer se pudran y se apañen como quieran. Desmesura es la brutal acumulación de poder y riqueza en pocas manos.

No existe una "política para el centro". No puede existir. Pero tampoco el empeño en hacer "política para la izquierda" nos orientará. La política no es para las ideologías, es para y, sobre todo, debe ser de las personas. No en abstracto, sino en un marco de desigualdad social y de jerarquización del poder en el que hay que ser beligerantes, to­mar parte, estar del lado de quienes padecen cualquier forma de injusticia. Lo que somos se demuestra en los hechos.

Somos lo que hacemos.



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