Trasversales
Lois Valsa

Cómo coger bien el lápiz


Revista Trasversales número 38, julio 2016

Otros textos del autor en Trasversales



Si algún día escribo algo realmente bueno, será dentro del cuento

Sara Mesa

El mundo es impasible ante cualquier cosa que suceda, por inusual, horrible o cruel que ésta sea. Visto así, el mundo no tiene mucho que ver, realmente con nosotros (Mala letra, página 101)

Sara Mesa (Madrid, 1976), la autora de este libro de relatos, que reside en Sevilla desde niña, es una escritora ya conocida en el mundo literario hispano, sobre todo a partir de su estupenda novela Cicatriz (Anagrama, 2015), que fue elegida entre los diez libros del año por distintos periódicos. Antes ya había sido finalista del Premio Herralde de Novela 2012 por Cuatro por cuatro. Es, pues, una galardonada autora de poesía, relatos y novela. Reconocida ya por la crítica literaria: "Una verdadera revelación" (J. M. Guelbenzu, El País); "Los lectores nos sentimos atrapados por esta fascinante escritura, que es, a un mismo tiempo, oscura y luminosa" (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia). Y al tiempo muy valorada por otros escritores importantes como Rafael Chirbes: Sara Mesa levanta una literatura de alto voltaje trabajada con precisión de orfebre". O por la ya reconocida escritora Marta Sanz: "Una escritura desnuda y fría, repleta de imágenes poderosa que desasosiegan en la misma medida que magnetizan". Estamos, pues, ante una escritora muy sólida y con diferentes registros estilísticos.

Ahora, con estos once relatos, muchos sobre la infancia, quizá nos ha entregado su libro más personal e intimista, que rasga la memoria sin miedo a entrar en un universo doloroso y enfermo, de asfixia y falta de libertad, de culpa y redención. En cada una de las historias penetra en la amargura de seres muy sensibles. Todo ello, a través de una escritura poco dócil, sin artificios, que se ve que no es de encargo. Sara Mesa, que maneja las formas cortas y las depura a fondo, nos introduce así en unas atmósferas turbadoras, intrigantes, y a veces terroríficas, sin que le tiemble el pulso. El pulso de una escritora que no ha escrito desde niña como Dios manda ni con la mano adecuada ni cogiendo bien el lápiz. Una escritura que se quiere libre y que se convierte en un alegato contra la pedagogía oficial y al uso que nos quiere a todos iguales y uniformados. Una escritura que cuida mucho el estilo y valora mucho la intuición, ese primer momento, que trasciende la tradición española y lo local y se abre a la escritura europea y universal.

La autora trabaja en el mundo audiovisual ("No depender de mi escritura para vivir me concede, paradójicamente, mucha libertad"); y está, pues, bastante alejada del mundillo literario. Por otra parte, no es disciplinada y no concibe la escritura como una profesión pero "soy organizada y no suelo dispersarme". Se había probado ya con su primer libro de relatos, No es fácil ser verde (2008), y luego todos estos años ha seguido escribiendo cuentos. En esta antología de cuentos, Mala letra, según ella, hay "una selección de los que yo creo mejores, pero también una selección temática, o más bien ‘atmosférica’: todos tienen un aire común" (Nuria Azancot, Entrevista a "El Cultural", 22/01/2016). Más de la mitad son muy recientes y otros tienen algo más de tiempo, pero ninguno de ellos, salvo el más breve, "Picabueyes", surge de ningún encargo. Y sobre todo, aclara, "no me gustaría que Mala letra se entendiera como intervalo entre novelas. Respeto muchísimo los cuentos, me encanta leerlos y escribirlos e incluso tengo la extraña sensación de que, si algún día hago algo realmente bueno, será dentro del cuento".

La verdad es que con este libro de relatos no alcanza el nivel de sus novelas, aunque haya relatos estupendos, ya que es difícil que una antología sea tan redonda como una novela. En general, los mejores se refieren a la infancia y al aprendizaje, el conjunto es de gran calidad pero hay algunos poco logrados ya sea por prisas, por ob­viedad o por reiteración. Nos muestra su ta­lento para la representación de la realidad. Una realidad de atmósferas turbias que nos recuerdan el paisaje cerrado en la que viven los dos personajes de su novela Cicatriz e incluso en dos de los relatos ("Nosotros, los blancos" y "Palabras-piedra"), por ejemplo, se vuelve a aquel territorio, se menciona Cárdenas, en el que se desarrollaba aquella novela. Un paisaje en el que pululan unos personajes oscuros y turbios, personajes problemáticos de profunda dimensión psicológica que, en diferentes situaciones, viven unos cambios que les desbordan y no acaban de entender. Sara Mesa goza de una fértil imaginación que le permite, entre la realidad y la ficción, y en medio de un entorno amenazante y lleno de peligros, crear esos seres humanos que, de diferentes formas, tienen que enfrentarse a sus pequeños mundos en quiebra.

En esta antología, en la que hay muchos cuentos desde la perspectiva de la infancia o de la adolescencia, abundan mucho las narradoras a las que no prestaba tanta atención en sus primeros libros. De ellos, el cuento más largo, casi una "nouvelle", es "Nosotros, los blancos", cuyo final define muy bien el mundo impasible en el que indaga la autora. La temática de los relatos puede abarcar desde un extravío, al alejarse del grupo, en un bosque tenebroso que encierra un peligro latente ("El cárabo") hasta el último relato ("Mustélidos"), que sirve, al entrar en otro bosque, el de las palabras, para aclarar la propuesta de la escritora: en este último relato, la protagonista, curiosamente autora de un libro de cuentos, ve la escritura, algo que causa "una inquietud indeterminada" al otro personaje, "como desagüe… Conjuraba el pe­li­gro escribiendo sobre el peligro. Dándole forma al horror evitaba la realización del horror" (página 188). Pasando por "Papá es de goma", otro de los mejores, en el que, a pesar de ser tan breve, logra crear una atmósfera misteriosa en torno a la infancia abandonada.

Por último, el título del libro (su cubierta es muy acorde con coger bien o mal el lápiz del que trata ese relato), se toma de un pasaje contenido en uno de sus mejores cuentos ("Mármol"), que es el más autobiográfico de todo el conjunto aunque tiene también su necesario grado de ficción. Este nombre es el de un niño de 14 años que se suicida y deja marcada por la culpa a toda una clase y a sus profesores, excepto, paradójicamente, a la de religión. Un cuento más de un catálogo de variaciones sobre la culpa que es Mala letra: "Generamos culpa, acumulamos culpas y padecemos las culpas de otros".

Un vibrante retrato de una época de vida de la infancia de la autora en la que las abuelas también se tiraban por la ventana el día menos pensado. Una época, pues, llena de temores, sobre todo miedo en la escuela en la que la letra con sangre entra cuando no se escribe como Dios manda.

Una época que la autora no puede olvidar: "Cuánto me gustaría ahora -si es que aún vive- decirle a aquel maestro que a pesar de coger mal el lápiz, y con mi mala letra in­cluso, acabé por hacerme escritora" (página 123).



Trasversales