Trasversales
José M. Roca

¡Hasta nunca!

Revista Trasversales número 38, julio 2016

Textos del autor
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Este artículo fue escrito antes de las elecciones del 26 de junio.





Lo que la próxima cita de la ciudadanía con las urnas debería decidir no es sólo el final del Gobierno de Rajoy, el peor gobierno del régimen democrático, sino acabar con la etapa histórica comenzada en 1996, cuando José María Aznar llegó a la Moncloa para acometer lo que llamó la “segunda transición”, que Rajoy, contando con unas condiciones interiores y exteriores muy favorables para aplicar con extremo rigor su desigualitario programa, ha continuado hasta ahora.

En 1996 se puso en marcha una vasta operación para cambiar de arriba a abajo el país y ajustarlo de manera rápida a las nostalgias del pasado franquista y al discurso neoliberal conservador, internacionalmente dominante, con el objetivo de acabar con las reformas progresistas de los gobiernos del PSOE y restaurar formas, símbolos y conductas de la periclitada dictadura. Se cambió la forma de gobernar con la ocupación del Estado y el uso partidista de sus aparatos, se manipularon las instituciones para convertirlas en dóciles instrumentos del Ejecutivo, se acomodó la administración de justicia a lo que habría de venir, se implantó otra forma de gestionar bienes y servicios públicos (para acabar con ellos), se reorientó la política exterior, se quiso reevangelizar el país (y aumentar el patrimonio de la Iglesia), se impulsó un modelo de rápido crecimiento económico basado en la construcción y el crédito barato, se corrigió a favor de las empresas la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo, se fundó un poderoso aparato de propaganda política y clerical y se difundieron entre la población los mitos y falacias neoliberales para enseñar a los ciudadanos a conciliar el credo católico con las exigencias de la com­petitiva “España de las oportunidades”. Se trató, en suma, de restaurar las hechuras de la España ancestral y, a la vez, acomodarlas al modelo del neoliberalismo anglosajón recién descubierto.

Hoy recogemos los amargos frutos de aquellos desvaríos, no imputables sólo a Rajoy sino al programa del Partido Popu­lar, aplicado en dos tandas y sólo parcialmente neutralizado por Zapatero, y asistimos indignados, pero al parecer impasibles, al fracaso del modelo económico sin intentar reemplazarlo, a la crisis de legitimidad del Estado y al deterioro de las instituciones sin abordar su reforma, al desprestigio de la clase política sin corregir sus yerros y de la clase empresarial sin cambiar sus malos hábitos, al desapego de los ciudadanos respecto al sistema de representación política sin intentar renovarlo, y a una profunda crisis moral, pero centramos la atención en nimias cuestiones de poder, en problemas a corto plazo y seguimos entretenidos en interminables disputas internas; y no sólo eso, sino que como país estamos perdidos, sin brújula fiable ni adecuada cartografía.

Un anómalo gobierno con la fecha de caducidad vencida pero autoinvestido de poderes extraordinarios deja como herencia un país devastado por el saqueo legal e ilegal de bienes públicos y el saneamiento con fon­dos del mismo origen de bancos y em­presas privadas quebradas por mala gestión; hastiado por el uso partidista de las instituciones del Estado, la gobernación opaca y autoritaria, las ausencias y displicencias del Presidente, la irresponsabilidad del Gabinete, el ninguneo de la oposición y la irrelevancia del Congreso y del Senado, resultado de una especie de cesarismo sin César o de cesarismo televisado en diferido, y saturado por un sistema de propaganda en permanente campaña de intoxicación a los ciudadanos, con el que el Gobierno actúa como oposición de la oposición. Rajoy deja un capitalismo de amigotes y u­na democracia de parientes y clientes, trufada de extensas tramas de corrupción política, que la administración de justicia trata de investigar y castigar con lentitud y po­cos medios, lo cual permite que muchos de­litos políticos y económicos queden im­pu­nes y deja constancia del doble rasero em­pleado para juzgar a las personas ricas o bien situadas y a pobres y trabajadores. Deja también una reforma fiscal que grava el consumo general, perjudica a las rentas medias y a los asalariados y beneficia a las rentas altas, premiadas además con una amnistía. Una economía, rescatada por la Unión Eu­ropea, en desigual crecimiento, cuyos be­neficios se dirigen hacia las rentas altas, mientras las medias no han salido del todo de la recesión y las bajas se han hundido. Una deuda externa de 1,8 billones de euros y una deuda pública que ha superado el PIB y el billón de euros (1,095 billones de eu­ros).

El Gobierno no ha cumplido ni un so­lo año con el déficit acordado con Bruselas. Un país con menos personas trabajando, una tasa de paro superior al 20% de la población activa, más empleos temporales, menos empleos indefinidos, más contratos a tiempo parcial, jornadas laborales más largas, más horas extras no pagadas y salarios más bajos. Más facilidades para despedir, más parados de larga duración, más parados sin subsidio; más jóvenes parados y más jóvenes laboralmente exiliados. España “exporta” doctores y licenciados. Pisos vacíos, viviendas más caras y más personas sin vivienda. Pensiones congeladas y la caja de la Seguridad Social al 50% de lo que tenía hace sólo cuatro años, que será difícil volver a llenar con menos cotizantes, salarios más bajos, empleo temporal y a tiempo parcial. Ley de Dependencia sin fondos y sin ganas de aplicarse. Un Estado del bienestar reducido y privatizado parcialmente; peores servicios públicos, menos camas hospitalarias, menos mé­dicos, menos personal y medios sanitarios. Menos profesores, menos aulas y menos colegios públicos. Recortes en las universidades, olvido de la investigación científica, de la innovación y del desarrollo tecnológico. Maltrato de la cultura. Un país con menos habitantes por el retorno de los inmigrantes, el aumento de los emigrantes y la falta de nacimientos; en 2015 los fallecimientos superaron a los nacimientos. Dificultad para formar nuevas familias; escasa ayudas a los hijos e imposible conciliación de la vida familiar y laboral para las mujeres. ¿Vuelta al hogar como piden los obispos? Más familias sin ningún ingreso y más familias con ayudas de subsistencia. Más personas dependientes de la solidaridad y de los bancos de alimentos.

Más desigualdad y desequilibrio entre las rentas más altas y las más bajas. Hay más ricos y más pobres, y pobres más pobres que antes de la crisis; más personas amenazadas de exclusión, vulnerabilidad y desamparo. Sociedad escindida, con una tercera parte bien situada, que ha salido de la crisis igual o mejor que entró, otro tercio que capéa el temporal y un tercio que se va quedar atrás durante décadas. Tres millones de personas han dejado de pertenecer a la clase media.

Una ensoberbecida Conferencia Episcopal que se entromete en la actividad política y ha contribuido a saquear el país al haberse incautado de propiedades públicas a través de una argucia legal proporcionada por el gobierno de Aznar; el país soporta leyes civiles, conductas de gobierno y sentencias judiciales inspiradas en interpretaciones retrógradas de la religión católica.

La Constitución está congelada, pero ha sido parcialmente abolida a golpe de decreto; los ciudadanos tienen menos derechos civiles y laborales y se han promulgado como leyes ordinarias leyes que corresponden a situaciones de excepción.

El mundo nos viene grande. Carecemos de política exterior: el Gobierno muestra una disposición servil ante Alemania, pero es inapreciable en el resto de foros internacionales.

En resumen: España es hoy un país empobrecido, endeudado, dependiente y ensimismado, que ha perdido importancia en el entorno europeo y es irrelevante en el concierto mundial. Esta es la patriótica obra de Aznar, de Rajoy y del Partido Popular.



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