Trasversales
José Errejón

Paisaje después de una batalla

Revista Trasversales número 38 julio 2016 (web)




El análisis de los resultados electorales del 26J está hecho y seguramente se profundizará y afinará en el futuro por quienes están capacitados para ello. En la presente nota se pretende una mirada un poco más larga que afecta, o pretende hacerlo, al núcleo del discurso puesto en obra por Podemos y sometido al juicio del electorado en seis ocasiones consecutivas.

A estos efectos examinaré primero los elementos básicos de ese discurso y los objetivos específicos perseguidos en las elecciones del 26J, para escudriñar después la presencia de culturas políticas diferenciadas en la oferta de UP y finalizar señalando algunas condiciones que me parecen necesarias para asegurar la acción de Podemos en beneficio de ls sectores más desfavorecidos en nuestro país


Discursos y objetivos políticos, ¿contradicción?

¿Qué objetivos se pretendían conseguir con la coalición? Es la primera y fundamental cuestión que hay que plantearse si queremos evaluar el grado de éxito de los resultados del 26J.

Pero contestar esta pregunta requiere recordar cual era el núcleo del discurso con el que Podemos concurrió a las elecciones del 20D y que, arrancando de Vista Alegre, se ha mantenido a lo largo del ciclo electoral. En su mejor formulación, este discurso presentaba los siguientes componentes

    1. Las elites gobernantes, asociadas a los sectores dominantes del capital financiero, inmobiliario, energético, etc. , han roto el pacto social consagrado en la Constitución del 78 y se han convertido en una casta expropiadora, en su provecho, de derechos e instituciones públicas. Hay que observar que se enuncia el daño pero no se hace su historia, su génesis. No se sabe cómo, en qué condiciones y por qué causas ha sobrevenido.

Igualmente hay que observar que en ningún momento se cuestionan los fundamentos del pacto social y la Constitución del 78, se dan por buenos.

    2. Los reclamos y demandas desatendidas de la mayoría social, para ser eficaces deben ser parte de una cadena de equivalencias y encarnarse en un significante vacío sobre el que construir un relato antagónico al sentido común dominante y con el que construir una hegemonía social y cultural, fundamento del rescate de la democracia. De nuevo hay que observar que no se discute la democracia del 78, se dice que ha sido secuestrada, expropiada, y se afirma que puede ser rescatada para ponerla al servicio de la soberanía nacional igualmente secuestrada.

    3. La crisis del 2008 y la intensificación de los dolores para los de abajo, con sus efectos de erosión de las lealtades que los unían al régimen del 78 constituye una ventana de oportunidad, si se dispone de un relato adecuado (la construcción del pueblo) y de una herramienta eficaz (“máquina de guerra electoral”) para concurrir a las elecciones y ganarlas, alcanzar el Gobierno y, desde allí, acometer las tareas de rescate de las soberanía, la democracia y los derechos ciudadanos.

Son tan evidentes las resonancias gramscianas como la ausencia de identificación de sectores sociales que puedan actuar de carne y motor de este proceso. Pero la prevalencia laclauiana del relato creador de las subjetividades sociales permite salvar este pequeño escollo.


Descrito de forma somera el núcleo del discurso, podemos pasar a identificar los objetivos para las elecciones generales. No sin antes anotar que las urgencias por aprovechar la ventana de oportunidad antes de que se produjera una eventual recuperación económica de las recesiones padecidas, ha llevado a desdeñar la importancia de algunas citas del ciclo electoral, en particular las municipales que han sido despachadas con afortunadas soluciones de confluencia que, si han valido para la competencia electoral, no puede decirse lo mismo para la gestión de las administraciones locales. Me permito subrayar este punto porque, en la situación política creada después del 26J, la fragilidad de alguno de estos gobiernos podrían hacerles presa fácil de los partidos de la derecha para acabar sus mandatos cuando apenas han tenido la posibilidad de implementar su programa político. En el epígrafe más propositivo de este texto se hace alguna consideración al respecto.


Para las elecciones generales del 20D y del 26J el objetivo fundamental era adelantar al PSOE como referente hegemónico del electorado de izquierda (el rechazo del término izquierda ha cerrado no pocas contradicciones a los portavoces de Podemos a lo largo de la campaña) y, desde esa posición, a) empujarle a un gobierno para el cambio con un programa de reformas fuertes y desbancando al PP, b) asentar la consolidación de Podemos como fuerza hegemónica de la izquierda.

Es preciso detenerse en el examen de este objetivo porque muestra síntomas de contradicción aparente con los que podrán entenderse consecuentes a los elementos centrales del discurso fundacional de Podemos que hemos resumido (y seguramente simplificado en exceso) anteriormente. En efecto, si el objetivo era adelantar al PSOE como partido hegemónico de la izquierda, dos consecuencias de alcance pueden ser formuladas:

    - La primera es la renuncia(cuanto menos aparente) a la originaria vocación transversal en favor de un objetivo cuya consecución permitiera al Partido acomodarse (sin la menor intención peyorativa del término) en las institucio nes del Estado.

    - La segunda, corolario de la anterior, es otra renuncia, esta vez de mayor calado, a los propósitos constituyentes, a “asaltar los cielos”. Podría con razón objetarse que la búsqueda de un acomodo institucional en posición hegemónica en el “campo de la izquierda” no tiene por qué resultar incompatible con el mantenimiento de los propósitos constituyentes; en lo que sigue espero poder discutir de forma adecuada este argumento.


Causas

En cuanto a las causas de este importante cambio podrían invocarse varias de diferente peso y alcance. Aquí señalaremos solo las que creo son más importantes.

La primera que se me ocurre tiene que ver con la conformación misma de la coalición con IU. Más allá de la diferencia de radicalidades retóricas, es evidente que IU pertenece por historia y por cultura al régimen del 78, del que la formación política más importante que integra esta federación, el PCE, fue fundador y legitimador indispensable. Es verdad que se ha producido una evolución en IU pero creo que sería aventurado suponer que la misma le podido colocar fuera de la lógica del régimen político del que se ha reclamado siempre su ala izquierda. En ningún momento de su historia IU ha manifestado intención constituyente alguna; más bien habría que recordar, con independencia de la magnífica contribución de algunos de sus militantes, la desconfianza con la que acogieron sus portavoces la intención impugnatoria del 15M.

Para decirlo de forma aún más clara, creo no mentir si digo que el propósito manifestado por las sucesivas direcciones de IU ha sido disputarle al POSE su condición de partido hegemónico de la izquierda, heredando así la preocupación del proyecto eurocomunista del que luego diré algo. Que esta intención de disputar la hegemonía en el campo de la izquierda se haya convertido con el paso del tiempo en una vocación de acompañamiento y complemento del PSOE buscando llevarle lo más a la izquierda posible no altera en lo esencial la posición intramuros al régimen de IU. No hay aquí el menor ánimo descalificatorio hacia IU; es conveniente recordar la insistencia con la que quién fue su coordinador general, Julio Anguita, recitaba artículos enteros de la Constitución del 78 para legitimar sus posiciones políticas y descalificar las del gobierno de entonces (PSOE) por desconocer estos mandatos constitucionales. Así como las reticencias con las que la mayoría de sus órganos de dirección acogían las propuestas de algún socio minoritario de la Federación (Espacio Alternativo) para promover lo que hoy conocemos como derecho a decidir.

Son dos simples ejemplos destinados a recordar en qué espacio se ha situado IU. Un espacio, el de la izquierda del régimen, al que inevitablemente tenía que atraer a su socio Podemos. No es ésta una mera cuestión teórica o semántica, se relaciona con la naturaleza de las tareas que deben ser emprendidas. Más adelante espero poder profundizar más en este punto.

La segunda tiene que ver con el impacto de la experiencia, corta pero intensa, realizada por los dirigentes de Podemos con ocasión de las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez. Sea cual fuere la posición de partida al comenzarlas, creo que se puede asegurar que de las mismas han salido con una disposición distinta y mucho más proclive a “aceptar” las perspectivas de una oposición dentro de las instituciones. Eso se ha traducido en los discursos, crecientemente orientados a definir el espacio institucional que se pretendía cubrir (incluyendo el acceso al gobierno) y de los que, lógicamente, estaba cada vez más ausente el protagonista esencial de los mismos, el pueblo en construcción. Una parte importante del electorado puede haber sido sensible a este cambio y haberse vuelto a opciones más tradicionales de izquierda. La desaparición de la épica, señalada por varios analistas, en los discursos de PIablo Iglesias e Íñigo Errejón es solo un reflejo de lo que estaba implícito ya en las propuestas, se llamaran socialdemócratas o no, y es que se habían arrumbado las aspiraciones de resolver, por la “guerra relámpago”, la crisis del régimen y la apertura de un proceso constituyente, que se había cerrado la ventana de oportunidad anunciada al comienzo del periplo.

Podría señalarse, en tercer lugar, los efectos derivados de una mayor y mejor información sobre las restricciones a las iniciativas políticas defendidas inicialmente, así como la experiencia del gobierno de Syriza. Incluso podría añadirse el efecto Brexit actuando sobre un ánimo no excesivamente dado a aventuras de una parte del electorado.


Las almas de podemos

Aparece aquí una de las múltiples contradicciones presentes en el discurso y que refleja otra de carácter más profundo que intentaré enunciar.

Está de un lado la corriente populista que enlaza sin dificultades con el momento 15M. La “construcción del pueblo” tiene en ella una recepción muy natural, pues conecta con las vivencias de los participantes en el 15M y sus asambleas populares y la pléyade de movimientos y mareas desplegadas en su estela.

Pero de otro nos encontramos con una pretensión antigua en la izquierda española que data de los intentos del PCE de la transición por hegemonizar la izquierda con su proyecto eurocomunista.

La naturaleza de este conflicto dista de ser accesoria y efímera; se relaciona con una diferencia de perspectivas muy acentuada. Para la corriente de izquierda el problema estriba en que los partidos socialdemócratas, hace tiempo pasados del lado de la gestión del sistema capitalista a través de sus expresiones social liberales, 3ª vía, etc., han renunciado a defender el Estado de Bienestar y los derechos sociales y se limitan a aplicar, cuando puedan, un modelo de “capitalismo compasivo” combinado con un cierto "republicanismo cívico”. Para esta corriente el objetivo sería recuperar la senda virtuosa del crecimiento y la redistribución con un capitalismo productivo que restituya el papel de los sindicatos de trabajadores y con ellos los términos del pacto social. Es el viejo proyecto eurocomunista de superar la escisión de 1921 y volver a la "casa común” de la socialdemocracia de finales del siglo XIX y principio del XX.

En la corriente que se ha identificado con el neopopulismo, con una notable heterogeneidad, hay una perspectiva bien distinta. Se inscribe en un legado cultural en el que destaca mayo del 68 y que, a través de diversos avatares, desemboca en el 15M.

Es verdad que las experiencias nacional populistas latinoamericanas deja su impronta en Podemos pero más a nivel formal que sustancial. Los grupos que la sustentan vienen de tradiciones autónomas y libertarias y utilizan el lenguaje populista con fines marcadamente instrumentales.

Depurada de cuestiones más accesorias, la disyuntiva está planteada entre reconstruir el Estado del Bienestar y el consenso constitucional pos 1945 (en España 1978) en el marco de los cuales mejorar el equilibrio de fuerzas entre el capital y el trabajo (las mayorías sociales en el novolenguaje de ahora) o pensar la democracia misma en una forma bien distinta de su identificación actual con los regímenes pluralistas.

Una concepción fuerte de la democracia entendida no sólo como forma sino como contenido y extendida a la totalidad de las esferas de la vida social. Una concepción que hace parte de un legado cultural con hitos como los señalados y que en la consigna “lo llaman democracia y no lo es” encuentra su mayor potencia impugnatoria y fundadora. Una concepción que descansa en un muy fuerte sentido comunitario porque identifica en la ausencia de comunidad uno de los factores de malestar y crisis de las sociedades de nuestro tiempo.

Aunque los neopopopulistas, como gramscianos que son, tienen la hegemonía como categoría nuclear, la construcción de comunidad para sustentar la democracia exige otro valor operativo, el de la afinidad. La utilización del concepto de patria, importado de la experiencia histórica y cultural de América Latina, tiene aquí una virtud tal vez insospechada para sus mentores en Podemos. En las sociedades tardocapitalistas y estatistas, el sentimiento comunitario adviene vehiculizado a través del concepto de patria. En su acepción más elemental, patria es la lengua compartida, el clima y el paisaje, la música y las canciones (la “roja” y el “soy español” apropiado por la derecha e incomprendido por la izquierda, ha hecho más por el renacimiento de un cierto patriotismo que todos los discursos de los políticos).

Cuando Iñigo Errejón dice que la patria es “no dejar en la cuneta a los que han caído” está invocando este sentimiento/idea fuerza de la comunidad. Todos esos bienes que compartimos, bienes comunes, infraestructura de nuestra existencia individual y colectiva. Pero, también, cosas que hacemos, obras comunitarias, realizaciones materiales e intelectuales que se consagran como nuestro patrimonio común y nos aportan esta idea de pertenencia e identidad.

Basta con lo dicho para subrayar las diferencias existentes entre las dos “almas” que conviven en Podemos. El alma de izquierda es heredera de las peripecias vividas por esta corriente, especialmente a la asociada al PCE/IU a lo largo del siglo XX y, por tanto, comparte valores y horizontes culturales heredados de la Ilustración, hace parte de la Modernidad y se expresa en un proyecto de sociedad realizada desde el Estado.

Es la izquierda de la ciudadanía, del proyecto ofertado a los ciudadanos previamente individualizados y mantenidos en esa condición de aislamiento por la acción del mercado y del Estado. Su “anticapitalismo”, cuando lo manifiesta, está limitado a la injusticia distributiva resultante del operar del mercado y las políticas neoliberales. Con esos límites no puede advertir que es la lógica societaria efectivamente operante, la lógica del valor en crisis, la responsable del malestar más hondo que aqueja a las personas y destruye los lazos sociales y las bases ecológicas de la existencia. Su defensa de las políticas que hicieron fortuna después de 1945 y permitieron consolidar la época dorada del capitalismo aparece hoy, tras la prolongada crisis de este desde los años 70 del pasado siglo, como un proyecto poco viable.

El proyecto neopopulista, en su escasa y muy limitada definición política, está afectado por fuertes tensiones contradictorias. Mientras que en América Latina la invocación del pueblo y la patria ha tenido un sentido progresivo en la lucha anticolonialista y antiimperialista, en Europa ha operado en contra de los proyectos de redistribución socialista y vehicula fenómenos totalitarios de reforzamiento del Estado y tendencias belicistas.

El comunitarismo en Europa ha tenido y tiene fuertes connotaciones reaccionarias y hoy incorpora, además, componentes racistas y xenófobos. Pero ha habido y hay otros comunitarismos. Ha habido la comunidad proletaria, de los trabajadores asalariados o en paro de los antiguos barrios obreros que compartían cuidados y afectos, cultura y ocio (buena parte de los clubes de fútbol tiene su origen en una asociación obrera). Han sido el objeto preferido de la industria del entretenimiento y de la acción del Estado a través de las políticas educativas, urbanísticas, de transportes, etc. que han roto el tejido comunitario obrero que en España había resistido incluso durante el franquismo.

Han resistido, en forma cada vez más residual, vestigios comunitarios en zonas alejadas o de escaso atractivo para su puesta en valor por el Estado y las corporaciones. Y estos vestigios están consagrados en un derecho asimismo residual y objeto de los ataques modernizadores de las derechas y las izquierdas gobernantes.

Pero creo que interesa más prestar atención a las comunidades electivas, al comunitarismo de elección. Una vigorosa tradición que ha resistido en condiciones muy precarias de agresión modernizadora, que ha impulsado rebeliones individuales y colectivas de distinta fortuna pero acometidas siempre desde una intención constructora, desde una tensión al bien común. Para nosotros tuvo en mayo del 68 su epifanía aunque luego fuera adormecida y neutralizada por el devenir recuperador del capitalismo y por la acción de las políticas del Estado. Pero llegó el 15M y volvimos a reencontrar la chispa que encendía la dimensión comunitaria de nuestro obrar y nuestro ser colectivo.

Y entonces algunos quisieron responder al reto que se nos hacía desde los lugares del Estado y el capital para que concurriéramos en la actividad política institucional. Era su temor a no tener ubicada y clasificada aquella marea de energía e ilusión colectiva lo que les llevaba a reclamar nuestra presencia. Algunos decidieron contestar este reto y de entre ellos prosperó la iniciativa que conocemos como Podemos.

A pesar de su morfología verticalista y caudillista, de su estructura burocrática, existe una legitimación genética de carácter comunitario que no deja de ser invocada por los portavoces y, sobre todo, por las bases del partido.

La convivencia de estas dos almas en Podemos no puede darse sin tensiones pero es imprescindible si es que se quiere conservar y ampliar la energía sociales y rechazar las oleadas de regresiones oligárquicas y autoritarias, antidemocráticas que se nos están echando encima.

Para que ello sea posible deben garantizarse algunas condiciones. Su enunciado sirve para formular la siguiente propuesta política.


Propuesta política

1. La primera responsabilidad que UP tiene por delante es definir cuál va a ser el alcance de la coalición. En lo que sigue procuraré aportar algunas respuestas a esta cuestión. Pero sin tiempo para resolverla, UP deberá hacer frente al o a los posibles debates de investidura, en una composición parlamentaria que no hace precisamente fácil la formación de gobierno. Parece bastante obvio que la posición ante la investidura de Rajoy o cualquier otro candidato que expresara la continuidad con las políticas del PP solo podría ser de rechazo. Caso distinto sería en el hipotético caso de que, fracasados los intentos de investidura por parte del candidato del PP, fuere éste quien fuere, se planteará la posibilidad de formar otro gobierno sobre un programa de ruptura con las políticas austeritarias y limitadoras de derechos y libertades aplicadas desde 2010. Creo que ante esta posibilidad no deberían cometerse errores similares a los del pos20D. Cualquier posibilidad de formar o apoyar un gobierno de estas características debiera ser aprovechada y la mayoría de los cinco millones de ciudadanas/os que nos han votado apoyarían esta posibilidad. Hay demasiados nubarrones en el horizonte como para perder esta posibilidad. Una posibilidad que es de freno y reversión a las tendencias regresivas que ya forman parte de la normalidad en la que se desenvuelve la vida de millones de personas. Pero que puede ser también de avance, de salto cualitativo si encarnara en el protagonismo colectivo de las grandes mayorías sociales. Un gobierno para el cambio podría ser la palanca que desarrollara esta posibilidad, al tiempo que podría suponer un efecto de contrapeso a las inquietantes tendencias que se están perfilando en nuestro entorno europeo y global. No deberían existir excesivos problemas para acordar una posición como ésta entre los socios de la coalición; ambos debieran estar interesados en sacudirse la imagen de inflexibles que puede haberse instalado entre el electorado y que ha criticado Carmena.

2. Ambas partes deben identificar y coincidir en la importancia de conservar el patrimonio constituido por las dos culturas políticas que representan y, en la medida de lo posible, trabajar en una síntesis de ambas que atienda en primer lugar las iniciativas y propuestas que vienen de los movimientos sociales. Un acuerdo de convivencia entre dos partes que no pueden considerarse como rígidamente separadas de una vez para siempre. La pelea al interior de las instituciones de la sociedad capitalista debe ser hecha (¿solo puede ser hecha?) por una formación “capitalista” que conozca y utilice sus reglas del juego y optimice la renta de su intervención. Pero, combinada con ella y en algún momento supraordenándola, debe estar la tarea de construcción sin la cual hemos visto que los actuales regímenes parlamentarios se precipitan en regresiones oligárquicas y autoritarias.

Este acuerdo no puede concebirse entre dos culturas políticas cerradas: cada una de las personas que participa en Podemos experimentan sucesiva y puede que simultáneamente reclamos de intervención en ambas dimensiones. Junto a la necesidad de defender sus derechos y condiciones de vida, la presión sobre las mismas del capital y del Estado hará posible la emergencia de comunidades de autodefensa y solidaridad, de cuidados y vida alternativa.

3. El ”alma de izquierda” de Podemos deberá trabajar por restaurar en la forma más rápida y eficaz posible las relaciones con los movimientos sociales y ciudadanos al interior del sistema capitalista. En primer lugar los relacionados con el trabajo; la organización de los trabajadores para la defensa de sus derechos dentro y fuera de la empresa es una condición de posibilidad para la extensión de la democracia en el mundo de las relaciones laborales y la actividad económica y para detener el proceso de desvalorización del trabajo de las últimas décadas. En general, apoyando todos los movimientos para la extensión de los derechos y la democracia en la sociedad civil, combatiendo las tendencias atomizadoras y autoritarias que el desarrollo del capitalismo y la devastación de los vínculos sociales representan. Y ello para el sentimiento hegemónico de los valores de la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo

4. La lucha por la hegemonía de estos valores precisa como complemento esencial, el desarrollo de vínculos de afinidad que recreen el tejido comunitario. En nuestra sociedad se vive la lucha permanente entre los valores darwinistas exacerbados por el neoliberalismo hegemónico y la tensión comunitaria y solidaria perceptible sobre todo en las ocasiones de emergencia social, como pasó en torno al 11M de 2004. Pero el funcionamiento del mercado, con sus asimetrías y sus efectos de desigualdad, y del sistema político, operando la extrema individualización de las preferencias políticas, hace que en la manifestación de éstas predomine el enfoque individualista e insolidario y que queden relegadas las opciones colectivas de mejora asociadas a la democracia como ejercicio permanente de autogestión y autoinstitución.

Así que resulta imprescindible un esfuerzo compensador de las tendencias a la fragmentación, la individualización y la exclusión social, mediante el trabajo de construcción de comunidad.

La potencia de lo comunitario, heredera del 15M y de las mejores tradiciones populares, forma parte de nuestro ADN. La celebración del tiempo político vivido desde nuestro nacimiento y la necesidad de responder a los imperativos de un largo ciclo electoral han distraído nuestra atención al trabajo comunitario; por suerte tenemos en los círculos un instrumento precioso para esta tarea.

En este tiempo que ahora se abre y en que la naturaleza y alcance de nuestras tareas serán distintas a las de los dos últimos años, deberemos volver la concepción original de los círculos ciudadanos, haciendo de ellos el centro de la actividad de Podemos.

5. Una muy fuerte tensión comunitaria está presente en los movimientos por el derecho a decidir. Su origen y la intención inequívocamente estatista que los animó en un principio no puede ocultar la fortísima dimensión comunitaria (lengua, cultura, tierra, paisaje) que los ha convertido, junto con el 15M, en el movimiento popular más importante de nuestros días. En torno al derecho a decidir, una reivindicación radicalmente democrática, se está gestando una concepción de la vida colectiva alternativa/antagónica a la determinada por la mediación del dinero y la mercancía.

El redescubrimiento de la lengua como vehículo de los sentimientos y emociones compartidas ha permitido rechazar y combatir el desierto emocional en el que se están convirtiendo las sociedades capitalistas. La revitalización de la exigencia democrática de los pueblos de España viene de la mano del reforzamiento de los lazos sociales que los singulariza.

El acierto de Podemos ha sido descubrir la fusión y el complemento de la aspiración democrática y la tensión comunitaria que nos ha llevado a ser primera fuerza en Euskal Herria y en Catalunya. La coincidencia de estos éxitos con candidaturas distintas-en EH en coalición con una EB reducida a la mínima expresión y en Catalunya compartiendo candidatura con la gente de Ada Colau y con IC- prueba que es el común denominador el que aporta el valor principal que consiste en esa fusión a la que antes hemos aludido.

Pero el “éxito” no puede quedarse, exclusivamente en la dimensión electoral. Por primera vez en la historia contemporánea, fuerzas políticas representantes de las aspiraciones autodeterministas han podido entenderse con otra que extiende su ámbito de intervención a la totalidad del Estado español. Es innegable que ha sido posible por un muy razonable cálculo de intereses compartidos de estas fuerzas pero otra condición de posibilidad no menos importante ha sido las experiencias y el legado, igualmente compartidos, del 15M. La confluencia ha sido posible partiendo de un suelo común, la experiencia impugnatoria del sentido común dominante de la época (otra vez, “lo llaman democracia y no lo es”) y las posibilidades de construir emergencias colectivas más allá de las identidades políticas e ideológicas heredadas de la Transición.

Estamos pues en presencia de un acontecimiento fundador y debemos aprovecharlo, tenemos la responsabilidad histórica de hacerlo. Y encontrar las fórmulas políticas adecuadas para la consolidación de esa senda común que ya hemos transitado con ocasión de las elecciones. Se llamen como se llamen, estas fórmulas deberán estar informadas por dos criterios basales: la democracia y el confederalismo. Para no hacer más largo este texto, dejo simplemente apuntado el sentido que creo deben tener estos criterios informadores de las relaciones entre las fuerzas políticas confluyentes.

6. La democracia, de parecer una plataforma desde la que aspirar y construir objetivos más ambiciosos (como el socialismo), se ha convertido, en el imaginario de izquierda y en el de las multitudes insurgentes, en el objetivo, el método y la fuente de energía misma que los alimenta contra las permanentes intenciones de las oligarquías por limitar el espacio de aparición e intervención popular a lo meramente simbólico, postulando el mercado como concepto organizador y unificador de lo social. Democracia frente a oligarquía es el conflicto político de nuestro tiempo y en él están resumidas las perspectivas que se le abren a nuestra especie para enfrentar los graves retos que se le plantean (crisis ecológica, crisis energética, crisis económica y financiera, crisis civilizatoria). La equivalencia modernidad/democracia ha sido rota por la acción de los poderes oligárquicos que han sustituido el poder del rey no por el poder del pueblo sino por el poder del dinero, del saber y de la técnica puestos estos dos últimos al servicio de la lógica del dinero y la mercancía.

La limitación de la democracia a su aspecto representativo y el otorgamiento de los derechos ciudadanos como el precio a pagar por la desposesión política del pueblo sería el ropaje contemporáneo de la eterna prevención de los dominantes contra el pueblo, si no es algo más, la afirmación de la imposibilidad misma de la democracia real.

Democracia como autonomía, capacidad de autoinstituir la vida colectiva, constitución del espacio social. La democracia frente al mercado como constructor de sociedad. Negación de la mediación mercantil como artífice de la sociabilidad, afirmación de las componentes humanas esenciales, en primer lugar el lenguaje, como condición de existencia de lo social.

Por lo tanto, democracia como acto permanente de creación y recreación de lo social, a través de la ley como su instrumento pero precediéndola y transcendiéndola.

Y, como producto primero de la democracia, derecho inalienable a decidir pertenencia, para las personas y para los pueblos. Y su correlato, derecho a asociarse o a separarse.

7. Y como fórmula jurídico-política que consagra estos principios la confederación libremente asumida de las partes con libertad permanente de salida de los socios. Confederar nuestras voluntades y nuestros esfuerzos, buscar siempre los ámbitos más adecuados para hacerlos más libres, más transparentes, más eficaces.

De modo que Podemos será un espíritu, una intención radicalmente democrática y constituyente, que se organizará con éste o con cualquier otro nombre con cuantas personas y pueblos compartan esta intención. Y lo propondrá a las mujeres y hombres de nuestros pueblos para configurar confederalmente nuestra convivencia.

No estoy proponiendo una confederación de partidos, entre otras cosas porque la fórmula confederal pone en buena medida en cuestión la forma partido tal y como la conocemos entre nosotros. Privilegiar la forma partido tiene que ver con la prevalencia del momento electoral y con la acción de gobierno entendida como una actividad separada de las actividades de la sociedad civil. Hemos reseñado de forma suficiente la importancia de la dimensión comunitaria en nuestro accionar político. Repito, sin él, no hay democracia a largo plazo.

Hay que mantener el espacio público que hace posible la igualdad política y la ciudadanía pero hay que complementarlo con una dimensión comunitaria que tenga en cuenta las determinaciones sociales abstraídas para la construcción del ciudadano. Persona ciudadano, desde luego, pero también persona comunidad.

No se trata de negar el Estado como espacio público de la ciudadanía y la igualdad política sino de limitar su tendencia bajo el capitalismo a invadir la totalidad de las esferas sociales y sustituirlo por la acción comunitaria. Esta acción de revitalización de las comunidades, no solo aquellas que manifiestan aspiraciones autodeterministas sino aquellas otras basadas en otros factores como los geográficos, la disponibilidad de recursos naturales, las ambientales, etc., así como las comunidades electivas puede recibir un vigoroso impulso con la confederación. Confederalismo democrático sería el concepto que resumiría estas dos ideas postuladas para la organización de la voluntad constituyente tanto como para la organización de la convivencia social.

8. Este espíritu comunitario que postulamos debe ser proyectado a la totalidad del territorio. Por causas analizadas en otras ocasiones, el territorio en España ha sido objeto de su captura por una modalidad del capitalismo castizo para ponerlo en valor y convertirlo en fuente de negocio privado, sustrayendo sus posibilidades para proveer bienes comunes y públicos. A la primera ocasión que hemos tenido, en las elecciones municipales del 2015, una dinámica de renovación se ha extendido por los principales ayuntamientos de nuestro país impulsada por los deseos de justicia y resarcimiento social de las capas populares en torno a derechos y bienes públicos esenciales como la vivienda. A pesar de las restricciones jurídicas, fiscales y presupuestarias que les aquejan, agravadas por la LOEPySF (Ley Orgánica de estabilidad presupuestaria y sostenibilidad financiera) y por la LRSAL (Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local), los ayuntamientos del cambio han emprendido una decidida labor reformadora en diversos aspectos y fruto de la cual se han empezado a percibir cambios significativos como el descenso de la deuda que asfixiaba sus posibilidades de intervención política en favor de los ciudadanos (Madrid ha reducido la suya en un 31% en un año).

La ciudad se ha convertido en el centro de las disputas entre los poderes financieros, inmobiliarios, etc., que no se presentan a las elecciones, y la pretensión ciudadana de ejercer los derechos que les corresponden por su condición. La pretensión de los primeros es condicionar este ejercicio a unas condiciones de viabilidad establecidos por las reglas de los mercados financieros, que son los que terminan determinando qué servicios pueden ser prestados y a quienes de acuerdo con criterios de solvencia financiera ajenos a la lógica delos derechos y la igualdad política.

Es comprensible que la irrupción de los ayuntamientos del cambio y sus intenciones a favor de las mayorías sociales no hayan despertado entusiasmo entre los poderes no electos y sus apoderados políticos. Cada día los medios de comunicación controlados por dichos poderes despliegan una guerra sorda contra sus representantes para desgastar la confianza de los sectores populares en ellos y preparar el terreno a las acciones revocatorias de sus apoderados políticos.

Es difícil exagerar la relevancia estratégica que presentan los poderes locales en un proyecto político constituyente informado por los criterios que hemos señalados anteriormente. En la ciudad se juega el futuro de la democracia en nuestro país. Todos los poderes, todas las esferas de la vida social deben ser ganadas para la democracia.

9. Se ha discutido y se seguirá haciendo durante mucho tiempo al interior de Podemos sobre la disyuntiva izquierda/derecha versus abajo/arriba y se ha asociado el segundo eje con una perspectiva exclusivamente transversal, entendiendo por tal lo que en un lenguaje de izquierda tradicional denominaríamos interclasista. Creo que es un error reducirlo a esta dimensión. Como lo es, en sentido contrario, el discurso del 99% si por tal se entiende que la tarea política consiste sólo en organizar electoralmente a la mayoría perjudicada en contra del 1% beneficiario de la ruptura del pacto social y el secuestro de las instituciones. Que en esa acepción pueda haber sido utilizado en actos electorales no puede comportar que lo aceptemos como una descripción ajustada de la estructura social realmente existente dispuesta a ser movilizada por la “máquina electoral”.

El eje abajo/arriba apunta a otra perspectiva, en el fondo no tan distinta de la que ha inspirado secularmente el accionar del movimiento obrero y socialista, la organización de la sociedad del trabajo en contra de la lógica del valor y la mercancía, de las capas parasitarias que expropiaban el esfuerzo colectivo. Es una perspectiva que se cuestiona la lógica de funcionamiento del sistema político y económico contemplado como un todo y en la que el relato y su cadena de equivalencias opera, además de cómo impugnador del sentido común impuesto por los de arriba y funcional a su dominación, como un cemento constructor de pueblo libre de las mediaciones que lo capturan y lo niegan como protagonista de su propia historia colectiva.

El eje izquierda/derecha ha funcionado históricamente como un factor de normalización/institucionalización del accionar de aquellos sectores que eran considerados como fuera del sistema y ahora se integran en su seno a través del Derecho (la Constitución) y la política.

No pretendo oponer una a otra perspectiva en ninguno de los dos sentidos posibles. A estas alturas es imposible pensar un “afuera” radical pero son también perceptibles los límites del actuar al interior de las instituciones. Lo que parece ir dibujándose es una perspectiva en la que dicho actuar viene soportado por una dimensión constructiva (que para abreviar estamos dando en llamar populista) que le precede y le inspira en postulados y propuestas de naturaleza constituyente.

10. La construcción del pueblo que postulamos no puede hacerse de espaldas al hogar que compartimos y del que estamos siendo expulsados por la civilización ecocida de la que formamos parte. En España, los mensajes de que se están sobrepasando los límites de algunos sistemas naturales que están al borde del colapso son cada vez más perceptibles.

La política convencional ha demostrado que no es capaz de atender estas llamadas. Es más que probable, además, que ni siquiera fuera capaz de hacerlo si tuviera tal voluntad. La mezcla de ignorancia, irresponsabilidad y temor a las consecuencias de “pisar el freno” para la continuidad del mundo que gestionan con escaso acierto, tiene encerrada la política y a la inteligencia del sistema en una peligrosa suerte de círculo vicioso en el que son incapaces siquiera de imaginar una realidad distinta de este infierno con aire acondicionado que habitamos.

Hay que distinguir, desde luego, los problemas ecológicos globales de los domésticos. Para los primeros es urgente disponer de una actitud que ha faltado en las últimas décadas de gestión política de la crisis ecológica, orientada por la pretensión de compatibilizar la atención a los problemas ecológicos con la continuidad del curso del desarrollo capitalista (cuando no en la pretensión de convertir dichos problemas en oportunidad de negocio y expansión para nuevos sectores productivos). Es perfectamente posible detectar una clara correlación entre la crisis ecológica, la crisis fiscal de los Estados y la creciente financiarización que ha alcanzado su zénit, en el último de los fenómenos citados, con la extensión de los emisiones de deuda ligados a la eventualidad de las catástrofes ambientales y a la proliferación de productos financieros derivados para especular con la aparición de tales tragedias.

En cuanto a los problemas ecológicos “domésticos” (1) hay que comenzar diciendo que la experiencia bisecular de gestión política centralizada del territorio y los recursos naturales arroja un saldo muy negativo; pero la descentralizada de las tres últimas décadas no ha producido mejoras significativas en la situación de los sistemas naturales: la pérdida de material genético se ha acelerado al ritmo de la artificialización creciente de nuestro territorio lo mismo que el suelo, afectado por los problemas de erosión y desertificación, que vienen de antiguo y para los que no se ha encontrado vías de solución a largo plazo, a pesar de los esfuerzos de regeneración de la cubierta vegetal tan castigada por los recurrentes fenómenos del incendio y la plaga;la escasez de agua en algunas cuencas se ha convertido en crónica y la calidad de la misma y la continuidad de los servicios esenciales de los ecosistemas hídricos amenazan por colapsar; la contaminación atmósferica en las grandes ciudades ha alcanzado episodios graves para la salud como lo prueba el incremento de enfermedades broncopulmonares y los aumentos de temperatura ya se han hecho perceptibles hasta para el observador menos atento.

Un cambio radical, no solo en las llamadas políticas ambientales, sino en el conjunto de las política económicas se impone y no parece que pueda ser emprendido por quienes están comprometidos con el rumbo actual o por aquellos que aún sueñan con políticas keynesianas que aumenten la producción y el consumo. Es hora de tomar nota de las señales cada vez más inquietantes de la conjunción de las crisis ecológica, energética y económica en una crisis de civilización. Tal constatación no puede ser contestada con actitudes displicentes ni consideraciones cortoplacistas. Es preciso revisar los objetivos del actuar político y ponerlos en relación con el cuidado de nuestras vidas y el de los sistemas naturales que les sirven de albergue


Notas

1. El uso de este término es claramente insuficiente desde el punto de vista ecológico y el criterio de la interrelación de los ecosistemas. Sólo tiene un exclusivo elemento de validez: entendemos por tales aquellos sobre los que recae la competencia del Estado español, aunque seamos conscientes, por ejemplo, de que la cantidad y la calidad de las aguas que discurren por nuestros ríos están indisolublemente ligadas a variables globales como las climáticas.


Trasversales