Trasversales
José Enrique Martínez Lapuente

Un amigo llamado Nunes

Revista Trasversales número 38, julio 2015

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La escena, que podría integrarse perfectamente en Noche de vino tinto (una de sus películas más emblemáticas; en verdad una película de culto) solía tener lugar de madrugada en un punto muy concreto de nuestro recorrido: el puente de Vallcarca. De vuelta ya hacia su domicilio y bajo los arcos de dicho puente, la conversación iniciada en el bar que Jorge Beaskoa tenía por entonces en el Paseo del Born —restaurante que acogía una tertulia mensual en la que, además del propio Beaskoa, participaban, entre otros, el pintor Manolo Fandos y el periodista Josep Maria Cadena— proseguía con uno de los temas más caros y recurrentes de la galería personal de Nunes: el de la conexión con la inteligencia.

Confieso que dicha expresión, al escucharla por vez primera, despertó en mí algo más que un recelo. El tono de la misma, así como su formulación un tanto petulante, evocaban o permitían abrigar una sombra de sospecha: tal vez toda aquella retahíla de consideraciones y razonamientos de la más diversa procedencia no fuesen otra cosa que un delirio bien estructurado y con muchas posibilidades de largo alcance.

Por supuesto, mi propia ignorancia me impedía ver entonces, en los albores de los primeros años ochenta, que esa locución sustantiva tan frecuentada por Nunes no hacía sino expresar, con otras palabras y desde un lugar distinto, la intuición que late con pulso firme en los trabajos más importantes del quehacer surrealista, a saber: si el hombre fuera consciente de la función que supone su paso por la Tierra, desplegaría lo mejor de sí mismo para que la inteligencia con la que ha conectado a través de sus múltiples lenguajes (científicos, técnicos, literarios o de cualquier otra índole) pudiera desarrollarse hasta el punto de que cada ser humano hiciera de su existencia una obra de arte; un poema que contribuyera decisivamente a cambiar la vida y transformar el mundo para proyectar, en el devenir del cosmos, la realización de un sueño que duerme en la región más noble del inconsciente.

Esta apuesta, particularmente dinámica en el caso de José María Nunes, tomaba como campo de experimentación y ensayo la gramática del cine, al que denominaba no el «séptimo arte» sino el «séptimo sentido», porque reúne, evocando dentro de sí, además de los cinco ya conocidos, uno más: el de la intuición. La suma de los seis, pues, y según su particular teoría, daría ese plus cuyo instrumento de realización no sería otro que el de la cámara de cine.

En ese instrumento volcaría Nunes su pasión por el conocimiento y el amor hacia la vida; amor y pasión que iluminan, a lo largo de su obra, al otro que imagina.

«Yo sería aquel que imaginaba —afirma Luis Cernuda— si el hombre pudiera decir lo que ama.»

Tal vez, siguiendo en este aspecto las palabras del poeta sevillano, cualquier ejercicio de genuina imaginación sea la puesta en escena del deseo que, apartándose de la mezquina realidad introducida por una sociedad tan cruel como pacata, trata de abrir una senda practicable en el corazón mismo de la selva que nos vive y habitamos.

Con sus propias palabras, en Cenestesia (una cierta sensación de vida al margen de los sentidos) [Ediciones al margen, Valencia, 2007, p. 49], Nunes se pregunta al preguntarnos: «¿dónde podría escribir sin miedo a la represión sin censura metida en la imaginación para reflejar libremente lo que pienso de las cosas que ocurren?».

Más allá de incursiones puntuales en el mundo del libro, correrías más que exitosas como así lo demuestra la edición de este título y la existencia de otros (inéditos) con valores literarios propios, el medio elegido por Nunes desde una incipiente adolescencia (empezó a trabajar como meritorio en Sevilla con trece años) fue decididamente el del cine. En él encontraría el terreno propicio para explorar, desde una radical libertad de inspiración anarquista, sus tempranas inquietudes.

Su anarquismo, sin embargo, no está unido a una acción política concreta. Es, en esencia, el desarrollo de un impulso que indaga, con autonomía plena, en la vasta región de lo sensible. Esa libertad que practica con total soberanía sabe por experiencia, con el viejo poeta Lucrecio, que «de acciones execrables y malvadas fue causa el fanatismo muchas veces». Razón más que suficiente para apartarse de polémicas estériles, banderías y facciones, enfrentadas en­tre sí por el mantenimiento de una pureza, fidelidad y ortodoxia imposibles.

Solitario, pero muy solidario con las causas que realmente importan al proyecto de emancipación humana en todos los órdenes, Nunes, mediante el ejercicio de ese «séptimo sentido» al que dedicó toda su vida, se interna en asuntos universales para sondear los entresijos del alma y la sociedad de los hombres: la amistad, el amor, la rebeldía, el tiempo, la azarosa aventura que supone la presencia de la vida en la inmensa noche del universo…

La vida, para Nunes, constituye un misterio que sólo el amor y la pasión pueden desvelar parcialmente. Con André Breton, con ese enigmático texto que es Arcane 17, com­prende que «c’est l’amour de l’homme et de la femme que le mensonge, l’hypocrisie et la misère psychologique retiennent encore de donner sa mesure, lui qui historiquement pour naître a dû déjouer la vigilance de vieilles religions furibondes et qui commence à balbutier si tard, dans le chant des troubadours» (André Breton, Arcane 17, Jean-Jacques Pauvert Éditeur, París, 1971, p. 59.)

[«La mentira, la hipocresía y la miseria psicológica impiden, todavía, que el amor del hombre y la mujer se manifieste con toda su fuerza, pues históricamente, para nacer, no ha tenido más remedio que burlar la vigilancia de las viejas religiones intolerantes y coléricas, emitiendo, sólo muy tardíamente, sus primeros balbuceos en el canto de los trovadores»]

Esa larga meditación nuniana acerca de la figura del amor, bajo la influencia benéfica de la práctica surrealista, nos ha dado obras tan importantes en su filmografía como son las películas Noche de vino tinto (1966), Biotaxia (1968) o En secreto, amor (1982), donde el encuentro entre el hombre y la mujer nos descubre no sólo la magia del deseo sino también, y consecuentemente, su amargo desencuentro en el seno de un mundo que revela el mal que lo corroe en la manifestación de una crisis civilizatoria sin precedentes.

Desde la cabal comprensión de esa crisis —estructural, orgánica, molecular, que no puede sino comprometer gravemente el desarrollo de toda la sociedad en el transcurso de la Historia—, la obra de Nunes busca, asimismo, en los contornos de la amistad, la rebeldía o la fraternidad humanas, sendas practicables a partir de las cuales hallar vías de salida que aplaquen la angustia, el malestar o la ira de nuestro tiempo. Propuestas susceptibles de representar, o articular al menos, una cierta esperanza que trascienda este ingrato momento. Dicha invitación u oferta cuestiona de raíz —así nos lo transmite en Cenestesia— «la información esa de todos los días que muy poca gente lee porque siempre ponen lo mismo y sólo lo que conviene que pongan para que la gente no sepa nunca exactamente lo que ocurre y vaya desinteresándose por todo hasta que nada importe aunque tenga importancia» (Cinestia..., p. 35).

La información que de veras importa en la obra de Nunes es aquella que se transmite desde una negación que, al fin y a la postre, resulta doble: rechazo de la realidad en tanto que única certeza posible e impugnación del tiempo al que esa misma realidad —opresiva, fantasmal, alienante— nos condena. En su lugar, el artista, el poeta que vive e imagina en José Maria Nunes, escucha atentamente el silencio, hasta dar expresión y forma a todo aquello que no se dice pero que vive una vida subterránea, de grito ahogado o susurro: «Hay un silencio que se oye; presiona mis oídos.» (Cinestia..., p. 26).

Desde ese silencio «que se oye y presiona», Nunes da voz y carta de naturaleza a impulsos que dibujan el territorio de todo aquello que ya está entre nosotros y pugna por abrirse camino hasta la conciencia. Fiel re­flejo de este movimiento son las películas Sexperiencias (1969), Iconockout (1975) y Gritos… a ritmo fuerte (1984). Todas ellas iluminan en la pantalla un momento de ruptura cultural, y, por ende, de activa tensión social, que muestran tendencias emergentes en todos los ámbitos de nuestro entorno. Son producciones que cuentan con muy pocos recursos, que carecen de vida comercial, que apenas si se distribuyen, pero que, con el paso del tiempo, resultan imprescindibles para comprender la particular «evolución» —por llamarla de alguna manera— que ha sufrido la sociedad española en los últimos decenios del siglo XX.

Un valor añadido en toda su filmografía lo constituye el hecho de su peculiar relación con la ciudad de Barcelona. Amante devoto de la misma, no hay rincón, plazuela o calle que no conozca, lugar insólito que no frecuente y ambiente que le sea ajeno o extraño por completo. Esas características de su exquisito conocimiento de la urbe que habita trascienden a la pantalla con la impronta propia de un estilo inconfundible. Cuando Nunes muestra la ciudad, ésta vive y palpita con la misma intensidad que cualquiera de sus protagonistas. Es, en no pocas ocasiones, el personaje central de la película; aquél que da sentido y profundidad dramática al plan del argumento; la trama de la misma.

Buen ejemplo de todo ello lo constituye uno de sus últimos rodajes, A la soledad (2007), donde la ciudad entera es el teatro que acoge y proyecta distintas, aunque complementarias, representaciones de la existencia. De una existencia concebida como reivindicación de la propia soledad. Soledad aceptada no como una condena sino en tanto que acicate o motor de búsqueda, de conocimiento de la propia naturaleza y del mundo que la rodea. Canto postrero de Nunes, junto con Res publica (2009), a la creación, a la vida rebelde, a la amistad fraterna, a la comprensión de la propia verdad y a la inmensa dicha de estar activo y despierto para compartir —como así lo dejara escrito uno de nuestros comunes referentes, Octavio Paz— «el pan, el sol, la muerte, / el olvidado asombro de estar vivos».

El recuerdo del amigo, de ese gran amigo que fue José María Nunes, no debe hacernos olvidar el valor intrínseco y objetivo de su obra. Cuando ya casi nadie es capaz de decir nada; cuando los mandarines de la cultura dominante se permiten la desfachatez de elaborar un canon (como si de un decálogo divino se tratara) del que quedan excluidas las aportaciones más originales y arriesgadas; cuando la sociedad en que vivimos se deshace bajo los embates de la corrupción, la desidia o la pasión por la ig­norancia… conviene no olvidar las palabras que Sebastià Gasch, escritor y crítico del momento en que las publicara la revista Destino, escribiera a propósito de Ma­ñana (1957), la primera película de Nunes, y que, de acuerdo con el parecer de no po­cos autores, son extensivas al conjunto de su producción: «…es la obra de un realizador que sigue su camino, sin importarle un bledo los que siguen los demás. El suyo es el que conduce directamente a la poesía».

Los tartufos de hoy, esos que muestran con ostentosa delectación las llaves que dan acce­so a la «cultura» que medra al amparo del poder, y que se permiten ignorar trayectorias como las descritas por Nunes y otros creadores no asimilables por la retórica hue­ca de su lenguaje, tendrán la oportunidad de comprobar la creciente reivindicación de su figura. Comprobarán, asimismo, que su obra no precisa en modo alguno de intermediarios, tercerías o celestineos. Será acogida y estudiada por jóvenes autores que, en algún momento de su carrera, necesiten comprender lo sucedido en aquel tiempo en que, de la más cerrada oscuridad, entre vasos o copas de vino tinto, la dicha brotaba con la calma y sabiduría propias de un gesto o una mirada que, sencillamente y al nombrarlo, inventaba el mundo. In­vención de la mirada y de la vida que, al ser imaginada desde otro universo paralelo, li­beraba la conciencia para darle al día otro papel, muy distinto al de «matar el tiempo». Otro papel que no fuera el de la siniestra interpretación de un asesinato pluscuamperfecto.

Barcelona, 21 de mayo de 2016



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