Trasversales
María Pazos Morán

Violencia de género

Revista Trasversales número 36 joctubre 2015

Otros textos de la autora

María Pazos Morán es investigadora del Instituto de Estudios Fiscales, activista de la PPIINA,  autora del libro Desiguales por Ley



#7N, apunten, difundan, acudan. Ese día tendrá lugar la Marcha Estatal contra las violencias machistas. Las feministas pretendemos que la ciudadanía llene las calles de Madrid. Esta gran manifestación se unirá a otras multitudinarias que se están realizando en el mundo. Un clamor de justicia, una condición necesaria para pasar a la acción. Pero la pregunta es: ¿qué ácción? ¿Qué pasará el día después del #7N aparte de celebrar el éxito de la manifestación, como hicimos en Argentina o en India recientemente?

España es un país privilegiado para reflexionar sobre este tema. Después de 10 años de una Ley de Violencia de Género reconocida como pionera, ¿qué queda por hacer? Natu­ralmente esa Ley tiene mucho margen de mejora y ampliación, y ya sería importante que con esta movilización consiguiéramos una evaluación seria y una reforma radical de la Ley actual.

Pero sabemos que ni con esas mejoras sería suficiente. Naturalmente, la acción policial y judicial tendrá efectos disuasorios; la protección y el apoyo económico a las “víctimas reconocidas” es una necesidad imperiosa. Pero todo esto, e incluso las campañas de prevención mejoradas y aumentadas, desgraciadamente no bastará para incidir significativamente en la estadística poblacional de la violencia de género. ¿Por qué? Muy sencillo: porque para erradicar un fenómeno tan masivo, tan grave y tan virulento, hay que ir a la raíz, y para ello habrá que identificarla.

La violencia de género es un fenómeno generalizado. Para sustentar esta afirmación basta observar el goteo continuo de asesinatos y las estadísticas oficiales según las que entre un 10% y un 20% de las mujeres viven en situación de maltrato por parte de los hombres con quienes conviven. Ésta es una situación extrema de terror durante las 24 horas del día, y hay que añadir las agresiones sexuales y los abusos de todo tipo de los hombres a las mujeres, tanto a las "suyas" como a las que se encuentran sin "protección masculina".

Frecuentemente se niega el carácter específico de la violencia de género argumentando que la violencia está latente en las personas y que, aunque es cierto que el ámbito doméstico puede hacerla aflorar, no solamente la ejercen los hombres y no solamente se dirige contra las mujeres. Así Ciudadanos propone reformar la Ley de Violencia, supuestamente con el fin de mejorar la igualdad de trato judicial entre hombres y mujeres.

A base de repetirla, la hipótesis de la simetría de género conecta con la emocionalidad de quienes prefieren creerla. Para sostener su argumento, esas personas niegan la veracidad de las estadísticas, atribuyéndolas en gran parte a denuncias falsas, ignorando los informes de la fiscalía e ignorando incluso las incontestables cifras de mujeres asesinadas. Evidentemente la pasión ciega el entendimiento.

La violencia de género es estructural al patriarcado. En el pasado se consideraba lícita o natural; como reza un dicho popular aún en algunas comunidades, “marido es, marido pega” Este dicho se corresponde con la formulación explícita de las tres obediencias debidas por las mujeres, a saber: al padre, al marido y al hijo. La violencia para asegurar el sometimiento se convierte en extrema cuando además se unen determinados ingredientes que están de sobra analizados aunque no generalmente difundidos.

En las sociedades occidentales pervive este sistema, aunque suavizado, pero se ha pasado de la aprobación explícita a la negación o minimización del problema. En España, hace medio siglo era popular un programa de radio en el que un sacerdote (el Padre Venancio Marcos) daba instrucciones a las mujeres para soportar las palizas del marido con resignación cristiana. Ahora, el Papa Francisco ironiza entre risas: “en la familia a veces vuelan platos” Quizás, al lado de esta frivolidad, hasta puede parecer más empático aquel cura e ideólogo del Régimen Franquista. En cualquier caso, esta ceguera papal es paralela a la de la sociedad en general: las encuestas muestran que la población no considera éste uno de los grandes temas de preocupación.

Así, una minoría de feministas nos manifestamos continuamente mientras la mayoría contempla sin moverse las noticias de mujeres asesinadas. Afortunadamente en España estas noticias están bastante presentes en los medios de comunicación, aunque no tanto ni tan correctamente tratadas como sería necesario. Éste es un logro frente a otros países pero ¿por cuánto tiempo? Si en casi dos décadas no hemos conseguido llegar más allá de las páginas de Sociedad, ahora el espacio que se concede a la violencia de género es decreciente. Aviso para navegantas: La movilización social no se mantiene indefinidamente; o se avanza sustancialmente o el problema desaparece de la atención.

¿Cómo avanzar sustancialmente? Sigamos reclamando un tratamiento correcto en los medios de comunicación, pero ya sabemos que el alma de los periodistas no es ajena al estado de la sociedad. Así que vayamos al estado de la sociedad. ¿Cómo movilizar las conciencias y cambiar las mentalidades? Inmediatamente aparece la educación. La educación es crucial, pero surgen dos preguntas: la primera, ¿cómo se cambia la educación? Una vez más, nos topamos con la conciencia y con la mentalidad de quienes tienen que cambiarla y aplicarla. Hasta ahora no se han producido más cambios que el de una asignatura (ya desaparecida) y algunas actuaciones minoritarias. Cual­quier logro es importante, pero reconozcamos que no hemos conseguido llegar a la raíz tampoco por esa vía.

La segunda pregunta, por consiguiente, es la de dónde se (des)educa para que el sistema de desigualdad y la violencia de género asociada continúen en vigor; ¿cómo se fabrica la ideología patriarcal dominante que bloquea la sensibilidad hacia la violencia de género y la perpetúa? Y aquí la respuesta del feminismo es unánime: la familia patriarcal es la primera escuela de dominación y desigualdad. Kate Millet nos explica en Política Sexual que la identidad de género masculina se construye como rechazo a la femenina, y que la conciencia de esa identidad se desarrolla en los primeros meses de vida.

Desde la más tierna infancia los niños aprenden a descalificar y a devaluar las actividades “de niñas”, a utilizar insultos sexistas (“no seas nenaza”), a reprimir manifestaciones afectivas para portarse “como un hombre” e incluso a pensar que las niñas son tontas; señales que auguran una adaptación del niño a la sociedad masculina. En la mayoría de los casos, la familia cree confirmar, aliviada, que su niño no va a salir “maricón” y la ceguera general de género le impide relacionar esta temprana conformación con la posibilidad de que ese convencimiento de superioridad se torne violento. Una pescadilla que se muerde la cola. Y cuando llegan a la escuela ya es tarde.

Si llegamos a contemplar profundamente estos mecanismos, habremos llegado a la verdadera raíz de la violencia de género. A partir de ahí es fácil encontrar la solución: cambiemos las condiciones en las que esa identidad de género se construye. En definitiva, cambiemos la familia. Reconoz­camos lo inconfesable: esa familia en la que “vuelan platos” no es tan idílica como nos la pinta el Papa Francisco. Y los platos no vuelan en todas las direcciones ni propulsados por fuerzas extrañas.

Cambiar la preeminencia masculina en la familia, esa es la cuestión. El patriarca ga­nador del pan y alejado de los cuidados, así como del mundo afectivo, debe convertirse en el papá cuidador que transmite a su bebé la igualdad de roles. La inclusión masiva de los hombres en el mundo de los cuidados no hará milagros en un primer momento, pero cambiará sustancialmente su comportamiento. En efecto, muchos estudios demuestran que los padres que se quedan una temporada al cargo de sus bebés tienen después otra perspectiva de los cuidados. Estos padres establecen el vínculo afectivo con su bebé que tradicionalmente se suponía reservado a las madres.

Con todo, es en la segunda generación en la que se podrán ver los mayores frutos: esos ni­ños cuidados igualmente por su papá y por su mamá serán más proclives a no tener en la cabeza un mundo estratificado por sexo.

Afortunadamente conocemos la vía para incluir a los hombres masivamente en el mundo de los cuidados: simplemente concediéndoles derechos para ello. Un permiso de paternidad intransferible e igual al de maternidad, como propone la PPIINA, es una medida clave, por actuar en ese mismo momento del nacimiento en el que tanto se dirime. La buena noticia es que los hombres están dispuestos a tomárselo masivamente y a aprovecharlo para cuidar, como ya han demostrado con todos los permisos intransferibles y bien pagados que se les han concedido.

La igualdad de los permisos es una medida emblemática de la incorporación masiva de los hombres a los cuidados; una vía privilegiada para cambiar el alma masculina. Naturalmente que no es la única necesaria para eliminar las condiciones materiales que nos empujan a reproducir los roles de género. Discutamos de esta medida y de todas las demás. Lo que no debemos hacer es instalarnos en la queja sobre la indiferencia. Miremos profundamente y encontraremos las causas; una vez encontradas estaremos en disposición de eliminarlas. En conclusión: cambiemos los cimientos de la sociedad.