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7N: contra la violencia de género. En marcha por la vida y la igualdad

Revista Trasversales número 36, octubre 2015



El último trimestre de 2015 llega repleto de retos sociopolíticos, entre ellos la marcha contra las violencias machistas del 7 de noviembre, oportunidad para pasar de la indignación a la acción colectiva, para el avance de la mentalidad social, para exigir nuevas medidas frente a la violencia masculina contra las mujeres y para reclamar una estrategia por la igualdad, terreno en el que la política de recortes ha implicado fuertes pasos atrás y un aumento de la brecha social entre mujeres y hombres.

Año tras año nos estremecen los datos de víctimas de la violencia contra las mujeres, pese a que gran parte de ella sigue oculta. Asesinatos, violaciones, agresiones, malos tratos... Los crímenes de este verano contra mujeres y sus hij@s han agitado la conciencia social, gracias a la semilla que para esa sensibilización ha sido el esfuerzo continuado del movimiento feminista y el fortalecimiento de éste a través de una nueva oleada de luchas, con las mujeres como principales agentes impulsoras del cambio y de una transformación en la que los hombres tienen la obligación de comprometerse.

Para que esa sensibilización se consolide hay que avanzar en la comprensión social del significado de esta violencia, así como de su relación con un sistema de desigualdad, de discriminaciones de las mujeres y de privilegios masculinos que recorre todos los ámbitos de la vida social.

La violencia de género es una violencia específica con causas propias. En ella, el sexo de victimario y víctima no son atributos casuales: hay algo en nuestras sociedades que genera un flujo de violencia masculina contra las mujeres, como prueba la desproporción tan desmesurada, persistente y universal que hay entre la violencia de hombres contra mujeres y la de mujeres contra hombres. Si unas 100 mujeres son asesinadas cada año en España, lo habitual es que más del 90% hayan sido víctimas de una violencia masculina machista. En España, cada año son asesinados en torno al doble de hombres que de mujeres, pero los hombres son asesinados en la gran mayoría de los casos por hombres.

Las críticas neomachistas a la legislación sobre violencia de género como discriminatoria hacia los hombres son hipócritas y justificativas. Lo igualitario no es fingir que "somos iguales", sino promover que lo seamos, desvelar y combatir la existencia de una desigualdad no-natural, construida, jerárquica, entre hombres y mujeres, así como la violencia que esa desigualdad segrega y que requiere un tratamiento social y legal específico.

Tampoco corresponde a la realidad la idea de que esta violencia es obra de perturbados o de un reducto social de machistas en proceso de extinción, numerosos estudios muestran marcados comportamientos machistas en una franja significativa de jóvenes. La violencia masculina contra las mujeres no es un asunto privado, sino un problema social y político de primer orden, porque es violencia de género con raíces en estructuras y relaciones sociales muy arraigadas.

Al hablar de violencia de género no se pretende decir que todos los hombres sean violentos y maltratadores o que los crímenes de uno sean crímenes de todos. El término "género" hace referencia al contexto patriarcal de esa violencia, a los roles sociales asignados a hombres y mujeres en el marco de un "orden jerárquico de los sexos" impuesto y reproducido a lo largo de siglos pero que se incrusta en las mentes, en las costumbres e incluso en las leyes como si esa escisión social fuese de "naturaleza", consecuencia del sexo biológico y no de un sistema que trata de colocar a las mujeres en la subalternidad.

Ese orden, como todo sistema de dominación, genera muchos mecanismos materiales y simbólicos para su reproducción, pero también genera violencia. En ese sentido, la violencia machista es una violencia política y de dominación, algo evidente en Arabia Saudí, en los territorios bajo control del neonazismo genocida de Daesh (EI) o en Afganistán. Pero también es violencia política allá donde, en condiciones mucho mejores sin duda, la violencia contra las mujeres se condena y las leyes presumen la igualdad aunque no la garanticen plenamente y reproduzcan la desigualdad sutilmente. Pese a su apariencia de violencia ejercida por "lobos solitarios", se inscribe en un contexto de desigualdad generalizada y afecta a todas las mujeres, a su seguridad y la calidad ética de la sociedad, así como a la educación de las nuevas generaciones.

El machismo no es simplemente una forma de ser de algunos hombres, sino también una ideología, una manera opresora de entender las relaciones sociales, un mecanismo de defensa de privilegios y un rasgo esencial del funcionamiento social, con mayor o menor intensidad. La proliferación de multitud de micromachismos (o no tan micro), en muchos casos no reconocidos como tales, y de situaciones de hecho y de privilegio que reproducen la desigualdad es el caldo de cultivo del que se nutre esta violencia.

Urgen cambios legislativos y de gestión en cuanto a la violencia de género, en un sentido similar a las recomendaciones hechas a España por la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) y por muchas organizaciones feministas. Es evidente la insuficiencia de medios y de políticas de protección, o las inconsecuencias de la legislación de 2004, que significó un avance pero que sólo trata como violencia de género la cometida por un hombre contra mujeres que sean o hayan sido su pareja, cuando muchas otras agresiones contra las mujeres tienen el mismo signo. Exigir una política decidida y dotada de medios contra la violencia de género en su sentido pleno es, sin duda, uno de los principales aspectos de este 7N, día en el que debemos converger todas las personas que sabemos que hay que erradicar la violencia masculina contra las mujeres, aunque no tengamos iguales opiniones sobre su origen.

No obstante, la violencia de género no se erradicará sin una estrategia global para la igualdad entre mujeres y hombres y sin una comprensión social de que el estado de cosas actual es de injusta desigualdad, éticamente insoportable y nocivo para el avance social. Junto a las políticas específicas frente a la violencia de género, la construcción de la igualdad entre mujeres y hombres en todos los ámbitos es el único camino para disminuir y erradicar la violencia contra las mujeres.

Las enormes brechas en salarios y pensiones entre hombres y mujeres, la mayor precariedad laboral de las mujeres y su menor tasa de actividad, la desigual distribución de los puestos directivos en empresas y organizaciones, la carga sobre las mujeres de la mayor parte de las tareas de cuidados, las políticas que incentivan la desvinculación laboral de las mujeres aunque se presenten como facilitadoras de conciliación (“que concilien ellas”), las injerencias legales en el derecho a decidir de las mujeres y jóvenes sobre su maternidad, la construcción social de "sexualidades" agresivas y opresoras, los modelos familiares en los que las mujeres –incluso aunque tengan un empleo- aparecen como cuidadoras principales y los hombres como sostenedores principales, son males en sí mismos y a la vez origen de violencia, sin que eso quite ni un ápice de responsabilidad y culpabilidad a los agresores, que no son locos sino asesinos, agresores, maltratadores.

El 7N es también, por tanto, un jalón en el camino hacia la igualdad. Allá vamos a estar muchísimas mujeres, librando nuestra lucha, al frente de ella, es nuestro derecho.

Pero a nadie con un mínimo sentido ético puede serle indiferente el 7N. En particular a los hombres que repudiamos la violencia, sin que por ello podamos decir "yo no tengo nada que ver con el machismo". Rebelarnos contra él sabiendo que somos parte del problema es nuestro deber.

Así que allí debemos estar, mujeres y hombres. Llenemos Madrid. El 7N puede y debe dar inicio a una nueva etapa en la que cambien muchas cosas. En nuestras manos está.

* El texto habla a veces en femenino y a veces en masculino. Es intencionado.