Trasversales

Beatriz Gimeno

Podemos, balance de este tiempo

Revista Trasversales número 36, diciembre 2015 especial 20D

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Beatriz Gimeno es diputada por Podemos en la Asamblea de Madrid



De nuevo nos encontramos en campaña. Desde que estoy en Podemos, todos noso­tros y nosotras no hemos dejado de estar en campaña: campaña europea, campañas internas, campañas autonómicas y municipales. Y todas ellas, además, sin los me­dios de los que disponen otros grandes partidos; campañas hechas a base de sacrificios personales en muchos casos, en dinero, en tiempo. Y también, naturalmente, de satisfacciones.

Una muy importante, la fundamental: la de estar participando en la única posibilidad real de cambio que se ha abierto en mucho tiempo. Nos encontramos ahora inmersas en la campaña para la que nació Podemos. Siem­pre tuvimos claro que nacíamos para intentar llegar al gobierno, no para ocupar escaños en los parlamentos, ni para acumular cargos públicos. Nacimos para estar en el gobierno porque queremos cambiar las cosas. Desde el principio afirmamos que no podíamos conformarnos con menos, resignarnos a menos. Y lo seguimos pensando.

Rompimos el tablero entonces y hemos demostrado que se puede hacer política de otra manera y para otros fines. Lo cierto es que incluso sin gobernar ya estamos haciendo política de otra manera, ya hemos cambiado muchas cosas, muchas reglas del juego que parecían fosilizadas. Ahora hay que ir más allá.

Yo entré en Podemos, como muchos de mis compañeros y compañeras, como activista social y me sigo sintiendo una activista en Podemos. No soy otra cosa que una activista social; y sigo sintiéndome parte de la misma lucha, exactamente la misma lucha, que me trajo aquí; una lucha por la justicia social, por la igualdad, por los derechos humanos, una lucha por llegar a las instituciones para ponerlas al servicio de la gente.

En relación a esta cuestión de poner las instituciones al servicio de la gente, me pareció muy significativo, muy simbólico, que al llegar a la Asamblea de Madrid nuestras promesas como parlamentarios levantaran la bronca que levantaron. Me sorprendió que cuando prometimos nuestros cargos y dijimos "prometo poner las instituciones al servicio de la gente" aquello generara el escándalo que generó. Porque poner las instituciones al servicio de la gente en democracia es casi redundante, es lo básico. Y sin embargo, los parlamentarios de los demás partidos se revolvían y protestaban ante semejante atrevimiento sin ninguna vergüenza. Posiblemente no hubieran pensado a menudo eso de que las instituciones tienen que estar al servicio de la gente.

Y es que si algo hemos puesto de manifiesto es que las instituciones no están al servicio de la gente. Ya sabíamos que las han utilizado para enriquecerse, que la corrupción está casi institucionalizada pero que, incluso en el caso de que no exista corrupción, las instituciones se han convertido en lugares bunkerizados cuyo funcionamiento está hecho para construir una especie de mundo irreal y cerrado en el que cuesta mucho que se haga presente la vida real. Un mundo que quiere atraparte en la burocracia y en la comodidad de verte como una especie de funcionaria de la política.

Las instituciones están llenas de gente que lleva muchos años creyendo que lo que hacen es un trabajo que no tiene nada que ver con la realidad, una especie de trabajo técnico y especializado. Cuando llegué a la Asamblea de Madrid, me sentí muy identificada con la descripción que hizo Varoufakis de una reunión de la Comisión Europea en la que se decidía nada menos que la deuda griega. A un nivel mucho más pequeño, aquello se parecía mucho a una de nuestras comisiones. Llegas allí con tus papeles que te has preparado a conciencia. Has estudiado, has escrito, te has reunido con asociaciones de la sociedad civil, llevas un tema importante, algo que tiene que ver con las vidas de las personas, y te encuentras con que a nadie le importa, con que te ponen los ojos en blanco, con que digas lo que digas y preguntes lo que preguntes, ellos no contestan a nada, sueltan sus mentiras sin pudor, te desprecian, te mienten y luego, cuando terminan, te pasan un brazo por encima y pretenden que te vayas a tomar una cerveza con ellos.

En estos meses, con nuestra presencia en las instituciones, hemos demostrado que se puede hacer política de otra manera. Hemos cambiado la manera de hablar, la manera de estar, de trabajar, creo que les hemos obligado a trabajar de otra manera. Y creo que una de las cosas que hemos llevado a las instituciones es que ahora se escucha al menos una parte de la verdad: lo que la gente sabe, lo que la gente dice en sus casas, con sus familias, lo que la gente habla en la calle, lo que la gente siente, lo que le pasa a la gente. Creo que por primera vez en mucho tiempo en los hemiciclos de los parlamentos y de los Ayuntamientos hay gente corriente que habla de las cosas de las que habla la gente.

En este poco tiempo hemos cambiado muchas cosas. Hemos abierto una grieta en un régimen que parecía irrompible. Pero hay que agrandar esa grieta para que nuestra andadura sirva de algo. No podremos hacer mucho de lo que nos gustaría; nuestro trabajo es agrandar la grieta para que entre por ella más gente, y con esa gente otras políticas: políticas respetuosas con los derechos humanos y que defiendan el derecho de todas y todos a vivir vidas que merezcan la pena ser vividas.

Y yo personalmente estoy en Podemos para poner el feminismo en la agenda del partido. Estoy aquí con la convicción de que las mujeres no podemos quedarnos fuera del cambio como ha pasado tantas veces. Ni de un futuro proceso constituyente, que lo habrá tarde o temprano. Porque sin mujeres no hay democracia. Porque cuando hablamos de desahucios, de desempleo, de insoportable precariedad, de salarios de miseria, de contratos de un día, de emergencia social, de niños y niñas con hambre, tenemos que pensar que todo eso tiene género, porque la pobreza en España –la crisis en España- tiene rostro de mujer. Y ahora pretenden también que la supuesta salida de la crisis sea a costa nuestra, de las mujeres. Tenemos que negarnos a que lo que van a llamar "salida de la crisis" se haga a costa nuestra. Porque si suben los precios de las escuelas infantiles, de los centros de día, si mandan a las personas dependientes a casa sin ayuda, si a eso le sumamos los sueldos de miseria de las mujeres con la brecha salarial, más de un 20% menores que los de los hombres… y la precariedad… eso hará que a muchas mujeres no les compense trabajar fuera. Y eso significa que baja el paro. Bajará el paro a costa nuestra. Y estas mujeres, además de su sacrificio aquí y ahora, no van a cobrar pensiones o serán muy bajas; y pasarán a engrosar esa lista de mujeres mayores pobres, muy pobres, de una pobreza invisible que nadie atiende y que pueblan nuestras ciudades, mujeres que cobran 300 euros de pensión y que apenas pueden comer, que ahora tampoco pueden comprarse medicinas, pero de las que nadie se ocupa porque no protestan y porque no se las ve; son mis abuelas, por ejemplo. Y nada de esto podrá revertirse si no provocamos un cambio estructural que modifique sustancialmente el reparto de trabajo y de roles entre hombres y mujeres; lo que llamamos el trabajo de cuidados. Cuando hablamos de cuidados, que es un término que usamos en economía feminista, nos referimos a la importancia de que como sociedad nos hagamos cargo en común de esa parte de la vida sin la cual ésta no se sostiene, y que hasta ahora damos por cubierta porque es algo que hacen de manera gratuita las mujeres; no gratuitamente, a costa de sus propias vidas. No me refiero sólo a la maternidad, que también; me refiero a los cuidados a las personas enfermas, discapacitadas de­pen­dientes, ancianas… Un cuidado que debería ser común, colectivo, porque nos incumbe a todos y todas pero que debido a las políticas antisociales cada vez más recae sobre nuestros hombros, sobre nuestras vidas. Es cuestión de las mujeres, pero no sólo.

Una sociedad justa tiene que tratar de manera digna y justa a las personas vulnerables que, además, vamos a ser todos y todas en algún momento de nuestras vidas. Estamos juntos en este barco. Decía el viejo comunista italiano Luigi Pintor que cuando llegó a viejo comprendió la obsesión de la gente por acumular dinero; porque cuando uno es anciano, está enfermo, es dependiente, es cuando la diferencia entre tener dinero o no tenerlo es la vida o la muerte, el sufrimiento o la paz, la buena muerte o la muerte muy mala.

La sociedad que tenemos que construir tiene que procurar a todas las personas la posi­­bilidad al menos de tener vidas buenas. Por eso no nos hemos moderado. La lucha sigue siendo la misma. Hacer política para que la gente viva mejor, para repartir de manera justa la riqueza que creamos nosotros y nosotras con nuestro trabajo. No estamos en política para hacernos profesionales de esto; estamos aquí para combatir la pobreza, la desigualdad y para recuperar los derechos que tanto nos costó conseguir.

Ahora dicen que España está creciendo, pero nosotros tenemos claro que el crecimiento no quiere decir nada si la riqueza no se reparte de manera justa, porque si no, será crecimiento sólo para unos pocos. No nos importan las cifras del PIB, sino cómo van a quedar nuestras vidas después de que el PIB nos pase por encima.

Hubo unos años en que se nos decía que éramos el asombro del mundo, en los que no parábamos de construir, en los que crecíamos ininterrumpidamente. ¿Dónde está aho­ra toda esa riqueza? En sus bolsillos. Se lo han quedado mediante un sistema de corrupción casi institucionalizado que les ha servido para saquear el país. Han convertido todo en mercancía y lo han vendido a bajo precio: la sanidad, la educación, los recursos naturales, los derechos, la vivienda, los parques, las costas… han pervertido la democracia hasta hacerla irreconocible.

Por eso tenemos que llegar al Parlamento y de ahí al gobierno para cambiar el rumbo que unos pocos han impuesto a las vidas de casi todos.



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