Trasversales
Anna-Maria Penu

No lloraríamos todas las vidas

Revista Trasversales número 35 julio 2015

Anna-Maria Penu (1978, Estonia), periodista, escritora, editora, bloguera y traductora. Licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración Pública. Cofundadora de la ONG “Sõsarkond” (Hermandad), que organiza el proyecto internacional Feministid tulevad kell kolm (Feministas vienen a las tres)





"¿Qué vida merece ser rescatada en tiempos de crisis? ¿Qué vida merece ser sostenida por el sistema?" pregunta Amaia Pérez Orozco, en su interesante ensayo sobre la economía y la crisis titulada "Subversión feminista de la economía", y contesta: "Aquella cuya pérdida será llorada. ¿No lloraríamos todas las vidas? No. /(...) … Y es que <<hay ‘sujetos’ que no son completamente reconocibles como sujetos y hay ‘vidas’ que no son del todo -o nunca lo son- reconocidas como vidas>>”.

1. Es casi imposible de imaginar a alguien que tenga que llorar para poder comer. Presenciar un acto tan cotidiano en estas circunstancias impacta todavía más. M.A. tiene que llorar tres veces al día desde que nació. Su madre tuvo un parto difícil y, por una negligencia médica, ella nació inválida. Su llanto es desgarrador por ser la única voz que sale con fuerza de su cuerpo torcido y frágil, condenado a movimientos mínimos, corta el alma como un cuchillo. Su madre, igual que el resto de la familia, está acostumbrada. Ella lo está. Son 36 años de esta vida ya.

Su madre apura la cuchara, la llena de nuevo para meterla por la fuerza. "Una más, hija mía, ¡vamos!, una más," le susurra cuando oye a su marido salir por la puerta. Es como una maldición. Parirás con dolor, servirás a tu hombre y él te dominará.

Y tu hija comerá llorando.

2. "Hay una condición básica de la existencia que no puede trascenderse ni obviarse: la materialidad de la vida y de los cuerpos. La vida es vulnerable y finita; es precaria, si no se cuida, no es viable", dice Amaia Pérez Orozco. El análisis feminista cambia todas las preguntas. Destapa tensiones ocultas, saca la vida a la luz mientras otorga un significado y un contenido distintos a los conflictos y los dilemas económicos existentes. Al principio su teoría nos repele porque no nos hace sentir bien, no es nada seductora (al contrario que el capitalismo). El único placer obtenido es intelectual, pero con esto nos debería bastar. Porque pensar no es reconocerse en lo ya pensado sino extraviarse; es explorar, ensayar, atreverse, inventar nuevas formas de mirar, de percibir, de reflexionar. Por eso estamos aquí.

3. El discurso ortodoxo establece que todo empieza con las empresas porque es su actividad y su legítima meta de acumulación de capital lo que pone en marcha nuestro sistema y brinda el bienestar. Se alaba la iniciativa individual, se elogia la relación competitiva con el otro, se exalta el consumo ansioso y la propiedad como sinónimos de la buena vida y se recomienda ver la naturaleza y el resto de la gente como posibilidades infinitas a rentabilizar.

La gestión empresarial se traslada a la vida. La población importante son los participantes en el mercado laboral. Los demás son una carga, socialmente precisos pero muy costosos, mientras el empresario y el asalariado valen por sí mismos cubriendo sus necesidades y deseos con el consumo mercantil. No tienen otro tipo de anhelos, de­seos ni necesidades.

La ideología reinante nos habla de un sujeto económico que no existe ni ha existido jamás.

4. Jaques Ranciѐre nos recuerda que para de­finir un régimen es fundamental pensar en qué queda fuera del foco. Por lo tanto, el con­cepto de (in)visibilidad resulta clave para la comprensión de cualquier sistema. Y aquí la invisibilidad no sólo agrupa los trabajos que no se reconocen, no se pagan y no se miden, sino se refiere a un cúmulo de carencias vitales que empuja sin remedio a sus habitantes a los márgenes de los es­pacios de discusión pública, económica y política.

Pérez Orozco traza los límites del capitalismo: "En la teoría económica ortodoxa las mujeres no aparecen, entre otras cosas, porque son irracionales, porque no se guían por el egoísmo, que es el motor racional del crecimiento en el mercado, sino por el amor y el altruismo a su familia, que es lo moralmente deseable, pero que es irracional y, por lo tanto, no económico". Nos describe cómo todo el sistema vigente está sexuado a nivel simbólico, subjetivo y material. Y aquí, en este régimen biocida nuestro, la feminidad es entendida como una construcción del ser-para-los-demás: la que posibilita la vida ajena, sometiendo a ello la vida propia.

5. Debería divorciarme, piensa P.B.G a menudo y lo piensa de nuevo cuando él, un médico reconocido, laureado, querido, deja su pijama de seda en la cesta de ropa sucia mientras le dicta, como cada lunes, sus planes semanales. Hoy come en casa, el martes también, el miércoles tiene comida con una farmacéutica, el jueves otra pero el viernes otra vez en casa. Sin quitar el ojo de su pijama azul ella asiente. Las palabras comienzan a formular frases en sus labios sin que ellas las pensara. Se oye a sí misma pensando en voz alta en el menú para los días que él estará presente y hoy, por ser lunes, al parecer va a preparar un arroz a la cubana. "Qué sorpresa", brota la ironía ha­bitual de la boca del médico que se había sua­vizado casi hasta desaparecer tras el des­cubrimiento de su infidelidad, pero que poco a poco ha vuelto a su cotidianidad. Le ve salir de casa con sus mallas que lo marcan todo y la bicicleta azul que le costó 2000 euros. Se pregunta si él lo sabe. Si sabe que sigue ahí sólo porque trabajar para él y sus hijos en esta casa preciosa tiene más sentido que estar esclavizada por algún extraño por un sueldo mísero. Si intuye que aun así esta imposibilidad de elección, esta falta de libertad y esta justificación basada en apegos le asquea, le atormenta, le encoleriza.

Se levanta, recoge la mesa, friega, pone la lavadora, le da de comer al perro, saca la escoba y los guantes. Se hace una cola de caballo y se quita la alianza. La radio le desea un buen comienzo de la semana laboral. La libertad que le espera fuera no es libertad, y ese es el problema.

6. La rebelión, la ruptura con el régimen se castiga con la pérdida de derechos. En neoliberalismo los derechos son de la persona trabajadora porque, según las reglas de la gestión empresarial, se atiende solamente a determinadas vidas: las que pueden permitirse ser cuidadas y curadas, vidas adineradas, consumidoras y rentables.

Mientras tanto la familia idílica, donde se acoge la vida en todas sus etapas, en todas sus dimensiones, actúa como la única red de apoyo. Para obtener esos cuidados, esa atención, a menudo hay que cumplir ciertas normas de conducta. Sobre todo son las normatividades sexuales y de género que suelen determinar qué vidas merecen ser atendidas.

Tampoco en nuestras familias todas las vidas valen igual.

7. Pero la economía es una construcción social. Igual que la política. Es un régimen determinado con sus simetrías culturales, institucionales y prácticas que define la ordenación y la distribución específica del poder: quién y cuándo tiene derecho a qué cosas, quién y dónde ocupa qué lugares.

El capitalismo reinante ataca con virulencia los ciclos vitales humanos y ecosistémicos, mucho más largos que los financieros. La existencia se precariza bajo la presión de la generalización de las situaciones de incertidumbre y se vive al día porque la planificación a largo plazo no tiene sentido. En el discurso oficial la pobreza y la marginalidad pasan a ser características de los sujetos peligrosos a la vez que son reconocidos imprescindibles para el mantenimiento del sistema.

"No hay un pasado utópico al que regresar: el Estado del Bienestar se basaba en un modelo de familia nuclear opresivo y en la división sexual del trabajo que comenzó a globalizarse ya antes de 2007; el pleno em­pleo nunca ha existido, en ningún lugar del mundo, sino que ha precisado de trabajos de cuidados invisibilizados. Es preciso ir ha­cia algún otro lugar", afirma Pérez Oroz­co para orientar nuestra búsqueda del refugio.

8. Debajo y alrededor de toda la tensión capitalista sigue latiendo la vida. En este punto Pérez Orozco introduce al debate el concepto de "la vida que merece ser vivida". Porque "si sólo miramos a los ámbitos convencionalmente entendidos como económicos no logramos entender cómo se las apaña la gente. Sólo si observamos otros ámbitos que suelen permanecer ocultos e innominados podemos comprender cómo resolver la situación. El verdadero ajuste se da en los hogares mediante el despliegue de nuevas estrategias de supervivencia."

La sociedad en crisis tiene que llegar antes o después, y mejor antes que después, al lugar donde se plantea la pregunta sonoramente existencial y sin embargo muy práctica sobre qué entendemos por vida que merece la pena ser vivida. Hemos de preguntarnos para qué queremos vivir. Y cuestionar a disposición de qué, de quién y con qué fines entregamos nuestro tiempo, nuestro talento, nuestros cuerpos.

Aunque, como dice Amelia Valcárcel, la libertad de cada mujer (y de cada hombre) es individual, ya que cada una es diferente, la lucha ha de ser colectiva. Porque sabemos que la libertad para comer carece de sentido y de valor, se queda en una mera posibilidad teórica sin un acceso real, práctico y concreto a la comida.

9. En los discursos económicos no se habla de las emociones y los afectos, no se habla del cuerpo, del amor ni del sexo. No se habla de la vulnerabilidad, la exposición y la dependencia inherentes a la condición humana. La responsabilidad social de cuidar la vida reside en las tripas oscuras y ocultas de los hogares, sobre los hombros de las mujeres, los no-sujetos económicos. La persistente idea de que el sentido de ser mujer es la maternidad es la base de la ética de los cuidados fundada en la supuesta necesidad femenina del sacrificio y la inmolación. Esa ética, que esconde la tensión latente entre el capitalismo y la vida íntima de la esfera pública para trasladarla al espacio privado, produce, en palabras de María Jesús Izquierdo, "sujetos dañados".

A la vez es arriesgado idealizar ese ámbito privado donde aparentemente todas las vidas son indistintamente valoradas y a nadie le serán negadas sus pretensiones vitales. Porque los cuidados pueden ser utilizados como un perverso mecanismo de control y manejo de la vida ajena. La obligación de cuidar sin respetar la decisión del otro, se transforma con facilidad en una imposición de una(s) vida(s) sobre otra(s).

10. De esto habla Pérez Orozco cuando dice que "la precariedad vital contiene (y a la vez desborda) la precariedad laboral. La precariedad laboral no es relevante en sí misma, sino en la medida en que el empleo es la principal fuente de ingresos, de derechos sociales y de identidad; la precariedad laboral importa por la combinación de sus efectos con todos los demás factores que median en el nexo entre calidad de vida y salario (servicios públicos, redes sociales, bienes comunes, trabajo no remunerado) en el marco de unas determinadas aspiraciones vitales".

El temor a la exclusión nos mantiene en­ganchados a las situaciones de precariedad, nos vuelve dependientes. El miedo nada irracional a quedarnos fuera del círculo elegido de personas con derechos y libertades nos impide cuestionar el escenario de incertidumbre que habitamos día tras día.

Y nos acostumbramos cada vez mejor a vivir mal.

11. C.M. confiesa que hace dos noches su pareja le preguntó por qué. No supo qué contestarle ni si quiera si le apetece tocar el tema. Está cansada de hablar de libertad, amor e igualdad. Cansada porque al principio creía en ellos, los vivía, sufría por ellos, porque como a tantas, le hacía feliz, le hacía también desgraciada pero se sentía segura. Es cómo funciona el mundo, se dijo con la voz de su madre, así es la vida. Pero un día se enteró, como tantas, que todo lo que había hecho, entendido y sentido hasta ahora ha estado mal, que es una construcción social, además oprimida y que tiene que luchar, reivindicar, desaprender todo, porque sus deseos en realidad son de otros, sueños de otros, y sus relaciones son perversas, son de poder, y ella leyéndolo, sabiendo que es verdad, se sentía sumamente idiota, no se sentía ella y todo se viene abajo. Pero respiró hondo, salió el sol y se puso a deconstruir los conceptos porque anheló libertad verdadera, amor verdadero, independencia verdadera y volver a experimentarlos desde una nueva filosofía, desde un nuevo yo, más consciente, se dijo, más auténtica, pero resulta que son imposibles de realizar desde un nuevo enfoque porque en una sociedad patriarcal las mujeres no tenemos elección verdadera, es o sumisión o reacción pero no elección libre, porque este mundo no está hecho para gente como ella. Y se quedó sola. Está cansada, muy cansada. De hecho necesita una tregua. Y vuelve a lo de antes. Es por eso por qué se queda aquí: ha aprendido que una puede tener razón y ser derrotada.

12. "¿En qué tipo de relaciones estamos implicados: capitalistas, patriarcales o pa­triarcales capitalistas?" pregunta la doctora en Economía María Jesús Izquierdo en "El malestar en la desigualdad" y nos explica que: "Ni lo uno ni lo otro. La pregunta está mal planteada. ¿Qué domina más en nuestras vidas sabiendo que somos cambiantes y ambivalentes? En unos momentos pesa más el patriarcado, en otros el capitalismo. No se pueden separar las estructuras de los procesos de estructuración. No podemos decir que la sociedad "es" patriarcal o "es" capitalista, porque el capitalismo es "hacer capitalismo" y el patriarcado es "hacer patriarcado".

Tanto el capitalismo como el patriarcado son una coproducción. Los producimos entre todas y todos. No son sobre todo el discurso hegemónico, la ideología dominante, sino son la práctica habitual plasmada en nuestras rutinas y afectos. Por ello no nos alcanza con cambiar las instituciones, no nos basta con cambiar el mundo, sino hace falta cambiar nuestro propio comportamiento y redefinir lo deseable para construir nuevas experiencias, nuevas maneras de sentir y de habitar el planeta. Y esto ya es muchísimo más difícil.

13. Porque el capitalismo nos seduce no por lo que nos da, sino por lo que nos promete dar. Lo reproducimos cada día por coacción y por miedo pero también y sobre todo porque nos resulta deseable y lógico. Creemos sus promesas de éxito, de plenitud, de libertad; sigue funcionado por lo que nos hace sentir. Luchar contra ello es complicado porque pasa por nuestras venas, está demasiado cerca, si no ya debajo, de nuestra piel. Capitalismo, igual que patriarcado, es una experiencia visceral. Podríamos estar todos en contra del capitalismo, vomitar miles de argumentos y cifras y hechos sobre él, pero seguirá funcionando con tranquilidad.

Porque tiene todo el sentido de este mundo. Porque en el fondo estamos fascinados con él, fascinados con nuestro opresor.




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