Trasversales
Lois Valsa

La censura ha cambiado de signo

Revista Trasversales número 34 (segunda época) [111 serie histórica] (papel), febrero 2015

Otros textos del autor

En torno al libro: Gregorio Morán, El cura y los mandarines (Historia no oficial del bosque de los letrados). Cultura y política en España 1962-1996, Akal, Madrid, 2014.




A mi generación, que empezó luchando contra la mentira que fue el franquismo y que luego acabó aceptando todas las demás (Gregorio Morán: Suárez. Ambición y destino)

Esta obra nació de una pregunta insatisfecha: ¿qué fue sucediendo para que los "mandarines ", las figuras críticas de nuestra cultura de los años sesenta, se fueran haciendo cada vez más conservadoras, hasta convertirse en institucionales? (G. Morán)

No hay nada personal, son sólo negocios (Vito Corleone en El Padrino)

Esta exhaustiva investigación de Gregorio Morán (Oviedo, 1947) sobre esta época de la cultura española, que le ha llevado nada menos que diez años, es un libro que estábamos necesitando, por lo menos los que queremos conocer a fondo nuestra historia reciente. Nos hacía falta su documentada visión crítica para rellenar lagunas de nuestra memoria y para entender nuestro pasado desde un punto de vista diferente al que estábamos acostumbrados, es decir al de la perspectiva "oficial", sea ésta de derechas o de izquierdas. Este denso ensayo del autor es, pues, todo un ejemplo de audaz y pertinaz resistencia frente a los poderes establecidos y a la historia oficial. En primer lugar, por enfrentarse y lograr sor­tear a una censura, nos lo cuenta muy bien en su prefacio, la censura de la editorial Planeta que antes lo había alabado en una contraportada que el autor reproduce (página 8). Al menos, Morán ha tenido la suerte de encontrar otra editorial, Akal, que se ha atrevido a publicarlo ¡Otros escritores menos conocidos no tienen ni esa posibilidad! Así habría pasado al limbo de los justos este importante trabajo comenzado ya a finales de 2003 ¡Un libro cuyo prólogo, además del prefacio, es ya pura dinamita esclarecedora! Por mi parte, considero fundamental una lectura atenta de dicho prólogo al que voy a dedicar bastante extensión.

Pero, antes de nada, hay que señalar que Morán ya ha escrito otros libros fundamentales para ayudarnos a interpretar la historia cultural y política de la España contemporánea: Adolfo Suárez: historia de una ambición (1979), Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985 (1986), El precio de la transición (1991), El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo (1998), Los españoles que dejaron de serlo (2003) o Adolfo Suárez Ambición y destino (2009). Como se puede apreciar, sin olvidar otros libros suyos dedicados al País Vasco y a Cataluña, todos son libros sobre temas claves y polémicos de la historia cultural y política más reciente de España. Morán es uno de los más fiables expertos en un tema siempre controvertido como es el de la Transición política española del franquismo a la democracia. Una época, la de la Transición, en que la prensa era más audaz que hoy que "no se puede decir absolutamente nada". Su escritura incisiva y mordaz le convierte en una importante referencia del periodismo más crítico, el que no ha sido sepultado por las prebendas económicas y/o por los partidismos ideológicos. O por "una censura que no se ve pero que se sufre, aquella de la que no hablan nuestros periódicos en sus galantes páginas literarias". Ha cambiado de signo: de la política se ha pasado a la económica.

Volviendo al prólogo, además de la pregunta insatisfecha de la que surgió este texto de la cita del comienzo, el autor ya nos recuerda cómo empezó a concebirse porque considera que es muy importante saberlo, incluso el lector para saber si debe leerlo en ese momento. Después de su libro sobre el Partido Comunista, Morán estaba obsesionado con la idea de narrar el mundo cultural e ideológico desde el otro lado de la barricada, el institucional. Pero necesitaba un liberal, en un momento había pensado en Ridruejo, de los de antes de la guerra como contrapunto y como modesto homenaje a los liberales ocultos, por ejemplo Ortega y Gasset. En la España de posguerra había dos terrenos: el orteguiano que impregnaba a los falangistas y el antiorteguiano de los nacional-católicos. El autor ya tenía clara la doblez de Ortega entre lo que decía en público y lo que decía en privado, pero cuando, en una conferencia en la Residencia de Estudiantes, llena de dirigentes del PSOE, Juan Marichal habló del filósofo como "socialista", además de avergonzarse por no haber tenido el valor "unamuniano" de denunciar tales manipulaciones, se dio cuenta de que tenía que cambiar el enfoque del libro sobre Ortega y el franquismo en el que llevaba cuatro años trabajando ¡Quedó atascado! Y preparó en un año el que le propuso, incluido el título, Rafael Borrás, El precio de la transición.

Algo similar a eso le ocurrió con este libro ya que la editora le había propuesto una biografía del recién difunto Duque de Alba en otoño de 2003. A él lo que le interesaba era la relación entre cultura y política: la figura de Jesús Aguirre, en un primer momento, no le decía nada. Lo que sí tenía claro era que el mundo español de recuperación empezaba en 1962 y lo demás era prehistoria. "¡Imagínense si será prehistoria que no ha aparecido ningún libro de memoria o reflexión de los hijos de los jerarcas franquistas, ninguno!... La Transición lo esfumó todo". Nuestro pasado, a diferencia de la Alemania nazi, la Italia fascista o la Rusia estaliniana, sigue bajo siete llaves. Esto es muy importante y no se debe olvidar a la hora de entender nuestra historia. Morán tenía claro que para tratar de entenderla tenía que partir del entusiasmo de 1962 y de la radicalidad de esos años sesenta hasta un 1969 particularmente terrible para la cultura, la inteligencia y la política, y para los que creían que estaban al comienzo de algo nuevo y resultó ser el final de un ciclo. Y entonces se daba la particularidad de que "no había acontecimiento de importancia en la política antifranquista o en la cultura progresista" que no arrancara de 1962 y que no tuviera a Jesús Aguirre (1934-2001) de "cuerpo presente".

El autor se iba encontrando, pues, ante una metáfora del tiempo que nos tocó vivir, del mandarinato, aunque fuera en tono menor. Los otros "mandarines" del mandarinato a la española despreciaban a Aguirre, quizá porque el "fracaso" de este gran trepador de origen humilde e hijo de madre soltera era también el suyo. Morán confiesa que tardó en darse cuenta de ello porque ninguno de los suyos le daba importancia, ni siquiera la policía franquista, pero a él se le hizo más atractivo el personaje, que pasaba a ser un ejemplo claro de cómo "la radicalidad devino conservadora, eso sí, manteniendo el lenguaje radical". Pero antes tuvo que comprender las trampas de nuestra historia cultural y poner en solfa su taxonomía de las generaciones fabricada por los profesores de universidad para vivir de ella. Y la dialéctica Cela-Aguirre (no Cela-Delibes) que impregna toda la cultura de la Transición y de la égida socialista más allá de las apariencias y de lo que la gente cree saber. Por eso, "la dialéctica de la Transición española plasma en Jesús Aguirre una figura completa, plena, un paradigma, un caso de manual" (página 639). "Una vez más, como diez años antes, tenía la sensación de que me habían engañado y de que nada era como me lo contaron". Y de nuevo se encontraba en medio de un libro- cinco años de trabajo aproximadamente- y teniendo que cambiar radicalmente de enfoque, de bases, de concepciones y de relato.

En ese tiempo de reflexión hizo dos libros: la nueva y completa biografía de Suárez y la historia de uno de los grandes del periodismo, aún por descubrir, Rafael Barrett. El libro anterior sobre Suárez (1979) había que ponerlo al día como responsabilidad histórica: desde el momento en que dejó de ser un peligro para sus adversarios pasó a ser un icono y no se podía aceptar aquella manipulación. En el caso de los mandarines también se trataba de desvelar el tránsito de todos ellos: "Habían sido progresistas en los sesenta, radicales en los setenta, ocultos personajes a la espera durante la primera transición". Aguirre les creaba irritación como símbolo de una determinada intelectualidad que proliferó en la España del franquismo y que perdura hoy, señala Morán, en forma de maestros tertulianos. Después de darle vueltas al título, fue hacia la primavera de 2010 cuando empezó a pensar que había una cierta continuidad entre este libro y el que había escrito sobre Ortega y la miseria intelectual del franquismo, que se cerraba en 1955 con la muerte del filósofo. En 1962, año de las huelgas de la minería asturiana y del "Contubernio de Munich", y en que la cultura y hasta la política da un salto, se entraba en una fase completamente distinta, tras el interinazgo de seis o siete años, en que una nueva generación pugnaba por romper la costra del pasado aunque luego se mostrase un espejismo. Como mostró el duro estado de excepción de 1969: "El Estado de excepción de enero de 1969 fue tan brutal que sorprende la escasa importancia que le han dado los crea­­­dores del canon historiográfico del franquismo" (página 415).

El contenido del libro está dividido en cinco partes, introducida cada una por versos de un poeta, poetas la mayoría de vida breve y/o suicidas, exceptuando al longevo José Hierro. Se inicia con un poema de José Luis Hidalgo, Los muertos (1947). ¿Un aviso claro para navegantes que van a hacer esta dura y crítica travesía? Los títulos de las partes no aportan, a mi manera de ver, nada significativo, exceptuando "Los años de la gallina ciega" en clara referencia a Max Aub, a no ser un cierto orden cronológico de una historia que abarca desde 1962, un año que "merece una enciclopedia", hasta la derrota electoral socialista de 1996, aunque a veces haya marchas atrás a la posguerra y a los años 50, y alguna hacia adelante. Con un final desde luego muy clarito: "El ciclo socialista ha terminado; la campaña electoral de mayo-junio del 93 hace aparecer algo insólito en una década larga, un "Manifiesto de Apoyo al Partido Popular, ahora, la Alternativa... Allí están personajes de la intelectualidad apoyando a la derecha política, impensables diez años antes, incluso menos". En todo ese desarrollo, la aguda, a veces irónica, a veces sarcástica, narración del autor, casi siempre con buen tino literario, nos va ayudando a atar cabos político-culturales, al recordar unos periodos y unos hechos, a veces olvidados y otros menos conocidos o incluso oscurecidos a propósito por la historia oficial. O por el silencio cómplice de los historiadores: "¡Entienden ahora por qué insisto en que la singularidad española del fascismo es que ninguno de los parientes, hijos, yernos primos, sobrinos, de los criminales de Estado escribieron una maldita línea para decir "me callé porque tenía miedo de que peligrara mi carrera profesional!" (60).

Así nos devuelve a la memoria desde las huelgas de los mineros asturianos (1962) que, al menos, dejó al Régimen a la intemperie en un momento en que se acababa de hacer la petición de entrada en la CEE, o el fusilamiento de Julián Grimau (1963), hasta el asesinato de Enrique Ruano (1969), y el Estado de excepción de ese mismo año; desde la enorme proliferación de revistas críticas, aunque considera que la revista Índice es la más interesante de la primera mitad de los años sesenta en España, como Triunfo (1962) o Cuadernos para el Diálogo (1963), o la reaparición de la Revista de Occidente (1963), hasta el nacimiento del diario El País (1976) como "parodia del intelectual colectivo"; desde el "Contubernio de Munich" (1962), con generosa ayuda de EEUU a la oposición en el ámbito de la Guerra Fría, de importancia política mucho menor que su leyenda pero de importancia simbólica como superación de la Guerra Civil y espíritu de reconciliación y democracia, y la brutal reacción del franquismo vencedor, puro fascismo en su variante nacional-católica, y posterior cambio de Gobierno, hasta el Referéndum de la OTAN de Felipe González en mayo de 1986, o la huelga general contra el Go­bierno socialista en 1988; desde el chantaje ideológico de "Los XXV Años de Paz" (1964) como negocio de libros y exposiciones y como campaña publicitaria-ideológica de encubrimiento de la guerra civil por la paz, la Paz como aglutinante del franquismo, hasta la Cultura como gran Espectáculo que culmina en la "Exposición Universal" de Sevilla de 1992 del Gobierno socialista; o, mucho antes, desde la fundación de la HOAC en Santander (1948), pasando por la pelea entre católicos-falangistas y falangistas que preludian los acontecimientos estudiantiles de 1956, y el de­clinar de ambos en beneficio del Opus Dei, hasta el conflicto de corrientes entre el ala más abierta de Tarancón y la más reaccionaria de Morcillo, que tomó la decisión de echar al personal de la Iglesia de la Ciudad Universitaria, incluidos Sopeña y Aguirre. Se pueden escoger muchos momentos de este libro, pero me inclino por uno ejemplar, como gran duelo ideológico, como es el de la oposición a la cátedra de Lógica en la Universidad de Valencia, en mayo de 1962, en la que compiten Garrido y Sacristán. "Por primera vez desde el gran desmoche cultural de la guerra y la posguerra, una generación intelectual nueva demuestra su superioridad frente a los herederos y tributarios del Régimen". Manuel Sacristán ("Si hay una figura de la cultura que condense en su trayectoria intelectual y biográfica los límites de la España salida de la Guerra Civil y adentrada en la democracia, ésa es Manuel Sacristán"), es uno de los intelectuales más dotados de España durante la segunda mitad del siglo XX, con cuya historia de su vida fracasada se puede seguir paso a paso la tragedia de la izquierda española desde su derrota en la Guerra Civil hasta sus estertores, que coinciden con la campaña de permanencia en la OTAN y la derrota ( "la doble derrota de Manuel Sacristán"). Sus pobres análisis políticos tuvieron que ver con su segunda derrota. Todo ello enmarcado en "la complicidad del silencio como garantía de permanencia del cuerpo académico universitario durante el franquismo". Estamos ante el lector más riguroso de Marx en España y el introductor de Gramsci, como pensador y como político, en el pensamiento de la izquierda española. En su contumaz resistencia, Morán piensa que Sacristán imita al italiano. Un pensador que reivindican hoy en Podemos. Reconoce que escribir sobre Sacristán (murió a los 59 años), símbolo de una auténtica izquierda, es su capítulo más difícil porque hay que "evitar la beatería y el escarnio".

Por otra parte, este libro hace memoria también de figuras preteridas de nuestra cultura (caso del revulsivo y crítico Luis Martín Santos, o de Max Aub, una anomalía), en favor de otras más logreras (caso del "cucañero " Camilo José Cela o del "chaquetero " Laín Entralgo). Al tiempo, hace el autor un magnífico "Retrato de grupo en el Santander de posguerra" (página 87) desde la llegada del gobernador Joaquín Reguera Sevilla en 1942, quien ayudó a formar un tejido cultural como protector del grupo poético Proel. "Los gobernadores civiles del franquismo, auténticos virreyes provinciales, no han merecido hasta ahora especial atención de los historiadores". En Santander, la última capital del norte en dejar de ser republicana, a pesar de ser levítica y conservadora, además de las peleas políticas citadas antes y del nacimiento de la HOAC, y del nacimiento del Felipe no citado aún, germinó una "Atenas del norte" (1942-1952), que tuvo su emblema en la Escuela de Altamira. Allí crecerá también Jesús Aguirre en un piso modesto e irá, por ser de familia hu­milde e hijo de soltera, al Seminario y se hará, como alumno brillante, sacerdote pa­ra empezar a subir la cucaña. Pero, en me­dio de ese "trepismo mandarín" hacia el sol que más calienta, que el autor nos describe tan bien, destaca que uno de los pocos intelectuales que se resistieron al "espectáculo de la cultura" promovido por el partido socialista fue Rafael Sánchez Ferlosio. ¡En eso coincido plenamente por mi admiración temprana por Ferlosio, como planta extraña en el solar hispano!

En 1984 ya había aparecido un artículo suyo, "La cultura, ese invento del Go­bierno" (22/11/1984, El País), en el que hacía una denuncia de la cultura oficial socialista y su despilfarro ¡Una joya perdida entre mis papeles y ahora recuperada por Morán! Ferlosio, ejemplo de honestidad, cita en su texto un artículo de Félix de Azúa, "La política cultural social-vergente" (17/02, 1984, El País) en el que se refería en un sentido parecido a la variante catalana. ¡Así podremos entender mejor todas las corrupciones de hoy! ¿No?

A lo largo del libro se va mostrando la jeta creciente de Jesús Aguirre (desde "La forja de un carácter con fondo de sotanas", página 115) como hilo conductor de este ensayo hasta que a partir del 93, después de ser Comisario de la Exposición Universal de Sevilla del 92, comience su decadencia, y durante ocho años, sumido en la depresión y en la abulia, viva como un fantasma hasta su muerte un 11 de mayo de 2001. El texto de Morán, a través de la figura del cura y de los otros mandarines, nos ayuda a entender muy bien, pues, el cambalache de franquistas en demócratas, y así comprenderemos mejor por qué no hemos logrado salir aún del franquismo que se ha perpetuado hasta ahora por obra y gracia de la mayoría absoluta del Partido Popular. La falta de cultura democrática en España ha sido y es patente. El autor desde luego lo tiene muy claro: "Si se necesita una prueba de la escasa ambición y entidad de los que podríamos llamar elementos críticos de la cultura española es suficiente con referirnos a la escasez de trabajos sobre la derecha y el franquismo" (página 315). Es un hecho cierto que "el estudio del franquismo -por dentro- está aún en mantillas, quizá por el especial interés de los protagonistas supervivientes, por lo que hay muchas historias que se nos escapan y que exigirían mayor concreción; entrar en detalles" (página 378). Concretamente: "La hegemonía del Opus Dei y su entorno tecnocrático tomó una importancia que lamentablemente no ha sido estudiada en su verdadera naturaleza" (página 421). La cultura franquista no ha sido desmontada hasta ahora, al menos de la misma forma en que el Opus Dei (¡la labor de Embid y de Cacho Viu está por estudiar!), por ejemplo, trató de desmontar la cultura liberal y la Institución Libre de Enseñanza. Toda esta situación ha venido dada, además, por la fragilidad de nuestra Universidad y de nuestro mundo cultural. En relación a la prensa, señalaba, en diciembre de 2013, que "la prensa de la Transición era más audaz que hoy que no se puede decir absolutamente nada".

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