Trasversales
José M. Roca

Aguirre en campaña

Revista Trasversales número 34, mayo 2015 web

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Esperanza Aguirre quiere ser alcaldesa de Madrid y no dice por qué, pero se adivina. La primera razón es porque aspira a seguir mandando y mamando del Estado, como ha hecho a lo largo de su vida adulta, y además utilizar las instituciones públicas para defender los intereses de familiares y allegados. Pero hay otra razón que es compatible con esta.

Aguirre necesita un cargo público de relumbrón, desde el cual disputar a Mariano Rajoy la dirección del Partido. Dejó la presidencia de la Comunidad de Madrid para salvarse de los casos de corrupción de personas de su confianza que la podían salpicar, pero con ello, a pesar de presidir el PP madrileño, se privó de una plataforma necesaria para llevar a cabo sus planes.

Más tarde se dio cuenta del error y ahora, desde una institución pública tan importante como el Ayuntamiento de la capital, quiere dejar las intrigas y plantear la batalla decisiva a un Rajoy que, según todos los pronósticos, está en fase de perder cuotas de poder en toda España. Frente a un líder indeciso, discutido y posiblemente derrotado en las elecciones generales de noviembre, la “Lideresa” se presenta como la dirigente firme y decidida que necesita la derecha española en horas bajas. Aguirre quiere ser la Spanish Thatcher, la legítima heredera de Aznar, que ponga en evidencia la inconsistencia de Rajoy. Ambición, sólo ambición, disfrazada de patriotismo.
Por esta causa, su campaña electoral, salvo algunos despropósitos concretos, no alude a problemas municipales sino a ideas generales, lo cual muestra que, en el hipotético caso de alzarse con la alcaldía, se mantendrá en ella sólo el tiempo necesario para lograr su gran objetivo, que es desplazar a Rajoy y, a ser posible, llegar a La Moncloa. Mientras tanto, no necesita programa de gobierno, le basta seguir las inclinaciones que le marque su neoliberal instinto de clase y mantener una permanente campaña electoral sobre sí misma, propósito en el que no le ha de faltar el apoyo de la prensa servil. Si la ambiciosa pero modesta Margaret Thatcher, hija de un tendero, llegó al 10 de Downing Street, una condesa y Grande de España no puede aspirar a menos.

Se puede decir que la campaña personal de Aguirre “coincide” con la campaña electoral del PP, a la que alude de vez en cuando, porque ella sola, como un verso suelto del partido, se erige en defensora de España (su España), de la libertad, de la democracia, de la regeneración, de la vida y del imperio de la ley. La caraba. Carente de rubor y pertrechada con tales ideas, en realidad meras palabras, ha retado a los aspirantes de los demás partidos a la alcaldía a debatir con ella, pero ateniéndose a sus condiciones.

Con una obscena demostración de uso patrimonial del poder se ha enseñoreado de Telemadrid, que es como su casa, aunque la haya llevado a la quiebra a base de exigirle inauditas dosis de coba, y se ha convertido en la estrella de la noche recibiendo a sus oponentes a destajo, a los que va despachando uno tras otro, sin escucharles ni concederles la menor tregua, contando con la aquiescencia de la moderadora para quitarles la posibilidad de aprovechar a su gusto el escaso margen de tiempo del que disponen.

Todo ello parece una broma -una emisora pública utilizada como plataforma personal, el formato del llamado debate y una empleada a su servicio haciendo el papel de árbitro vendido al equipo local- pero es dramáticamente cierto. Aguirre es un espécimen de este país; una genuina representación de la derecha hispánica, que sólo juega cuando ha podido marcar las cartas.
En realidad, esos debates carecen de sentido, porque Aguirre no quiere debatir, sino lucir su cinismo, envuelto en descaro y campechanía. Para ella, las palabras carecen de valor y los hechos también, la realidad no cuenta y los llamados valores que dice defender, tampoco, pues su propia vida es una negación completa de lo que proclama. Así, pues, carece de sentido hablar con ella, es mejor tratar de entenderse con un chimpancé, con el cual es posible compartir gestos y algún sentimiento sincero, como la compasión, que Aguirre desconoce por cuna y deformación profesional. Nobleza obliga.

Desde hace años, Aguirre es una de las caras más tópicas de nuestro agónico régimen político -una democracia de parientes y clientes- y del capitalismo español, un capitalismo de amigotes, salvaje y parasitario, en el que se pueden hacer fáciles negocios al amparo del poder público. Por lo tanto, nada hay que discutir; el lenguaje que entiende es el de los hechos y el único argumento que le afecta es la derrota.



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