Trasversales
Juan Manuel Vera

Boyhood, el tiempo en el cine

Revista Trasversales número 33,  octubre 2014 - enero 2015

Textos del autor en Trasversales

Richard Linklater nos presenta en su película Boyhood una mirada reflexiva y poderosa sobre el tiempo. El tiempo en el cine como metáfora del tiempo en la vida.

No sorprende ese interés en Linklater. En su trilogía Before (Antes del amanecer, Antes del atardecer, Antes del anochecer) ya se había mostrado como uno de los directores más interesados en analizar los efectos del tiempo, ese gran escultor, que escribió Marguerite Yourcenar. El tiempo que nos hace y nos deshace.

El rodaje intermitente de Boyhood, a lo largo de 12 años, con los mismos actores y actrices, ha perseguido, en un primer nivel de interpretación, conseguir que el paso del tiempo sobre los cuerpos de los personajes sea real. Y así, evitar tener que efectuar la representación física del paso del tiempo sobre sus personajes y centrar su esfuerzo en los aspectos emocionales del devenir. p

Esta obsesión singular por la inclusión del tiempo real en la ficción resulta muy curiosa. En el cine es habitual representar un pasar del tiempo meramente cinematográfico, utilizando para ello mecanismos muy diferentes (desde la representación más objetivista, basada en los recursos técnicos, hasta la mera representación enunciada o elíptica). El sofisticado juego de Linklater introduce una dialéctica adicional entre tiempo mostrado y tiempo realizado.

Pero este experimento no puede mostrar el tiempo real sobre los cuerpos. Es cine. Es decir, su tiempo es una ficción, del mismo modo que los cuerpos mostrados no son los cuerpos reales, sino sus imágenes. El cine es un arte de fantasmas. Y los fantasmas flotan en un tiempo diferente.

¿Qué es entonces lo que Linklater ha querido verdaderamente hacer?

La maestría de Linklater, y la habilidad de su juego, consiste en utilizar los recursos narrativos de su ensayo visual para intentar atrapar lo más fugaz, los momentos de una vida, los momentos y la memoria de esos momentos. De una forma misteriosa, la peculiar construcción fílmica elegida contribuye a dotar de vitalidad, de presencia, al eje intelectual de la película, el paso del tiempo.

Esa es la esencia de la representación propuesta. Mason, el chico-actor, vive momentos importantes, no porque lo que ocurra en ellos sea determinante, sino porque son momentos, entre otros, a través de los cuales se construye como ser, en sí mismo y en sus relaciones. El dilatado proceso de realización de la película ha contribuido a una depuración extrema del relato como suma de momentos.

A diferencia de la trilogía Before y de otros ciclos narrativos que recuperan a los mismos personajes años después (como el Antoine Doinel de Truffaut…), lo radical de Boyhood es que para hacer la película ha querido encapsular el tiempo real, los 12 años, en una misma representación no en una sucesión de representaciones. Pero eso me parece accesorio, lo verdaderamente notable de la película es el intento de construir momentos, es decir expresiones humanizadas del tiempo.

El tiempo, los momentos, son la materia prima de la obra de Linklater. Pero esos ingredientes están cocinados para revelar con profundidad, humanidad e ironía la construcción sentimental de las relaciones, sobre todo las familiares. Es tanto una película sobre Mason como sobre sus padres. De alguna manera, la problemática de la película se desplaza paulatinamente hacia el análisis de la paternidad/maternidad y, sobre todo, al conflicto inevitable que supone dicho rol con la emergencia de los hijos como individuos autónomos, dotados de personalidad propia.

Los personajes adultos, no solo los padres, recorren la película dando consejos, intentando imponer normas de conducta y proponiendo formas de vida al chico. Lo más interesante de la estrategia narrativa de Linklater es su capacidad de mostrarlo desde la perspectiva de Mason, y de su lucha por entenderse a sí mismo como ser individualizado.

Del mismo modo, la presentación del tiempo social, político, cultural-musical y tecnológico cumple la función adicional de mostrar, sutilmente, el entramado de elementos imaginarios a través de las cuales cualquier ser humano se va construyendo a sí mismo, no como quiere él, o quieren los demás, sino como puede, en interacción con los distintos procesos de socialización en los que está inmerso.

Boyhood no es una película amarga (al contrario que la maravillosa Antes del anochecer) pero sí de tinte melancólico. Trata de los momentos, pero, sobre todo, de su fugacidad, de la imposibilidad de existir en el presente porque este se transforma constantemente en pasado y, lo que es más doloroso, nos transforma a nosotros mismos en pasado. Como otras grandes películas, Boyhood, acaba siendo una elegía sobre la imposibilidad de fijar el tiempo.

Linklater nos ha aportado una película brillante e inteligente. Imprescindible.



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