Trasversales
Lois Valsa

¿Cómo escaparse de una tela de araña?

Revista Trasversales número 23, junio-septiembre 2014

Otros textos del autor en Trasversales

En torno al libro: José Antonio Garriga Vela, El cuarto de las estrellas, Siruela, Madrid, 2014.


Durante aquellos años no me salvó la vida ninguna pistola, sino el cine.

José Antonio Garriga Vela (Barcelona, 1954) es un escritor poco conocido del gran público en España al tiempo que muy reconocido por la crítica especializada ya que suele ser un colaborador habitual de periódicos y revistas, y autor de diversos libros de cuentos, novelas y obras de teatro. Tanto esa crítica, como escritores ya famosos como Juan Marsé, Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza, Joan de Sagarra o Enrique Vila-Matas, han celebrado anteriores novelas suyas, a su vez distinguidas con diversos premios literarios. Por ejemplo, su anterior novela, Pacífico (2008), además de una extraordinaria acogida por la crítica (“uno de los libros del año”, decía Vila-Matas en El País), había merecido el Premio Dulce Chacón de Narrativa 2009.

Esta novela que comento ha obtenido el Premio de Novela Café Gijón 2013. El jurado, en el fallo del premio, destacaba su sorpresa ante “una novela inusual, que supera el realismo tradicional con imágenes y situaciones de gran calidad expresiva que van creando una atmósfera de misterio extraordinariamente sugerente”. A su vez, en su presentación en el Café Gijón de Madrid, uno de los miembros del jurado, Marcos Giralt Torrente, destacaba la trayectoria sólida, seria y pausada, llena de solidez y coherencia, del autor cuyas novelas eran todas obras de arte que nacían unas de las anteriores al menos desde El vendedor de rosas (2000). Incluso la anterior, Muntaner, 38 (1996), ya había sido alabada también por reconocidos escritores.

En El cuarto de las estrellas se atisba de nuevo la vida del autor que está en el fondo de todas sus novelas que se desarrollan en un barrio de Málaga, La Araña. En su anterior novela, el narrador ya quería perder la memoria y en ésta la pierde a partir de un accidente que provoca que desaparezcan sus recuerdos más recientes mientras que los más remotos broten con extraña fluidez. Aquí, el narrador, que es escritor, decide continuar con la novela “cuyo argumento había olvidado por completo” y se retira a ese escenario de su infancia para escribir una novela tejida con todas esas memorias. Para ello, se instala en ese barrio, un lugar polvoriento, asfixiante y gris ubicado en ninguna parte y arrinconado entre el mar y una omnipresente fábrica de cemento.

En La Araña el narrador se propone entonces capturar a “los muertos para concederles el privilegio de morir por segunda vez”. Y va desgranando poco a poco la historia de su familia, una historia llena de silencios y secretos y mansedumbre que dio un vuelco gracias, o por culpa, de un décimo de lotería agraciado con el primer premio en las Navidades de 1973. El padre invitará a la familia a un viaje a Nueva York, su paraíso soñado como el de todo buen mitómano (¡el autor pertenece a la orden de Caballeros del Finnegans!). Ese viaje va a hacer que, a su vuelta, el hombre se adentre, separado de su mujer, y de forma irreversible, en un estado de ensimismamiento muy parecido a la muerte en vida.

Los secretos familiares son, pues, la piedra angular de esta novela en la que el autor ha conseguido inyectar vida a unos fantasmas tan reales que acaban convenciéndonos de que, quizá, los fantasmas seamos nosotros, que hemos sido expulsados de una patria a la que acudimos siempre, el pasado, a pesar de que allí solo hay cenizas. Este pasado se concreta en la novela en la posguerra española, a partir de un día del mes de febrero de 1937, con una historia de vencidos y de humillados, de pobreza y de soledad, en medio de las enormes restricciones económicas, especialmente las de 1944, año en el que nace el hermano. Las masacres de Hiroshima y Nagasaki de 1945, del mismo modo que las explosiones locales de la cementera que detienen el tráfico en La Araña, son una cruel imagen, explosiva y de muerte, de la desolación de ese mundo. Ese mundo asfixiante de La Araña ya se nos describe en el capítulo primero de la novela (“la vida se detiene al llegar a La Araña”). “Los vecinos de La Araña sueñan con escapar algún día de este infierno mientras que yo elegí volver y reencontrarme con el pasado y con los muertos”, dice el protagonista al comienzo. Frente a la tela de araña del real y físico paisaje de la cementera como sombra amenazante se levanta el pequeño universo simbólico del “cuarto de las Estrellas”, una de las habitaciones de la casa, un mundo aparte para el padre. Su madre se negaba a entrar en aquella habitación cuyas paredes estaban cubiertas de artistas y dónde el padre escuchaba las bandas sonoras de las películas. Allí, el hijo, también tentado por el suicidio como su padre, realiza el viaje interior de su padre.

Para fugarse de La Araña otro de los caminos que elige el protagonista es el cine como fábrica de fantasías. No hay capítulo en el libro en el que no aparezca el nombre o una cita de una película, incluso en sesión doble, en el Cine Emporio. Igual que su padre el hijo vive en el mundo del celuloide. El celuloide era la síntesis de la vida de su padre y de la de todos y cada uno de los buenos camaradas que integraban el “club de los Dedos Amarillos”. La iniciación del protagonista en ese mundo se produce cuando le pregunta a su padre de qué material estaban hechas las películas, y cuando el amigo amado de su padre, Javier Cisneros, le lleva a ver entre otras películas, Tarántula. “La araña y el celuloide representan lo mismo. La red de seda de La Araña y el polvo de algodón de las películas influyeron decisivamente en sus respectivas maneras de ser”. Tanto en las de su padre y su amigo como en la de él.

También ayuda la imaginación y la magia del escapista Harry Houdini. Su imagen le vino a la memoria cuando estuvo en el hospital. ¿Por qué eligió la casa de Javier Cisneros, el amigo de su padre, para acabar la novela? “Tal vez porque aquí reside el pasado y la muerte. El mago Houdini también recurría al pasado para realizar sus espectáculos”. El protagonista nos habla desde la edad de su padre que él tiene ahora. “Creo que empiezo a entender la conducta de mi padre: llega una edad en que el pasado regresa y los recuerdos son más poderosos que el presente”. La metáfora del hombre menguante era la metáfora de la vida de su padre. Ninguno de los dos estaba dispuesto a dejarse devorar por los fantasmas de la araña monstruosa. Y, al final, ambos acabaron encerrados en sótanos similares. “Uno puede huir, simplemente, bajando al sótano”.



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