Trasversales
José Luis Mateos

Abdicación, proceso constituyente, referéndum


Revista Trasversales número 31 junio 2014 (web)


José Luis Mateos es miembro de la PLATAFORMA CONTRA LA IMPUNIDAD DEL FRANQUISMO y de PODEMOS-Ciudad Lineal


A veces lo inevitable no deja de ser sorprendente. Sorprende por el momento en que se produce y sobre todo, cuando las consecuencias de la iniciativa terminan acentuando aquello que precisamente pretenden evitar. Es lo que ocurre con la abdicación del rey Juan Carlos I, cual intento de reconducir la crisis en sus vertientes política e institucional. La respuesta popular, en todo el país, ha sido contundente y ha incrementado el descrédito de unas élites que siguen hurtando a la población la decisión sobre todo aquello que afecta a nuestras vidas. Nos estamos acostumbrando a que todo les salga mal.

No obstante hay razones que explican el porqué de esa decisión en este momento: a) Evitar el creciente deterioro de la Corona y de su titular. b) Abordar la recomposición política del bloque dinástico. c) Pilotar o dirigir lo que ya se denomina II Transición. d) Solucionar, en términos centralistas, el llamado “problema catalán”, ahora también, “problema vasco”. e) Hurtar a la ciudadanía la posibilidad de decidir sobre la forma de Estado.

En torno a estos objetivos, han comenzado a reagruparse las élites y sus voceros. Pero la persistente hagiografía destila toneladas de “baba” sin, por ello, lograr convencer a una ciudadanía harta de desmanes de todo tipo. Felipe VI puede mejorar la imagen del titular pero no de la institución, de hecho, el bloque dinástico queda reducido a PP, PSOE y UPD, teniendo mucho de dinástico, poco de constitucional y absolutamente nada de democrático.

Las alabanzas que Rajoy dedica a Rubalcaba son puro “veneno” y expresan las contradicciones insolubles en que se desenvuelve la crisis de régimen. Ese bloque dinástico requiere de un PSOE fuerte y comprometido con esos objetivos, pero el PSOE solo puede ser fuerte si apuesta por un viraje a la izquierda con lo que dejaría de ser dinástico (te necesito sano, pero que no respires). También CIU se ve abocada al dilema irresoluble: de ser parte del bloque constitucional no puede serlo del dinástico, a riesgo de poner en peligro su hegemonía formal en la sociedad catalana. Pero los acontecimientos se precipitan sin que se puedan taponar las numerosas vías de agua que se suceden, el suelo tiembla bajo los pies de unas élites cada vez más estúpidas, ignorantes y prepotentes.

Hace tan solo dos meses la crisis de régimen ofrecía diferentes relatos: 1º) Inmovilismo constitucional promovido por el PP. 2º) Reforma constitucional patrocinada por el PSOE. 3º) Nuevo proceso constituyente demandado por la izquierda y los movimientos populares. 4º) República, opción vinculada a un naciente movimiento republicano. Este esquema ha quedado superado por los nuevos acontecimientos (elecciones europeas, abdicación…). Ahora, el PP acepta la reforma constitucional a fin de dirigir una nueva transición pilotada por las élites. El PSOE, de “profundas convicciones republicanas y federales” pero cegado por sus compromisos dinásticos, no ofrece, sustancialmente, nada diferente de esa II Transición en que la ciudadanía quedará reducida a la condición de espectadora.

Si en 1978 tuvimos que optar entre la continuidad de las “Leyes fundamentales del Reino” y una Constitución monárquica de libertades limitadas, la elección resultaba obvia: la Constitución. Ahora, 36 años después, la pregunta ha cambiado: ¿Constitución monárquica de democracia limitada o nuevo proceso constituyente democrático? Esta no es una pregunta arbitraria ni caprichosa, la Constitución de 1978 ha agotado todo su potencial, adaptándose como un “chicle” a las exigencias de los grupos sociales dominantes (art. 135 de la CE), mientras expulsa a la mayoría social de su protección. Es, en ese sentido, profundamente antidemocrática.

¡Tremenda paradoja! Mientras a Juan Carlos I le correspondió pilotar un régimen más avanzado que la dictadura franquista (aunque solo fuera para frenar la posibilidad de cambios radicales), el heredero, Felipe VI, tendrá que dirigir un régimen en abierta y creciente confrontación con la democracia. Esta es la razón, en esencia, del escaso futuro crédito popular del nuevo monarca.

Por más que rechacen los mecanismos y procedimientos democráticos, por más que renieguen de la posibilidad de Referéndum sobre la forma de Estado, su margen de maniobra es cada vez más reducido. Ni la empalagosa liturgia de la coronación podrá ocultar la naturaleza de un régimen que golpea a su ciudadanía mientras exige una fidelidad sin fisuras. No olvidemos que la Corona, lejos de tener un carácter simbólico, es la llave que da cohesión a la alianza de las élites económicas y políticas, el cemento que conforma el entramado normativo-institucional del régimen de la Transición.

Nota: La demanda de Referéndum sobre la forma de Estado, es, sin duda, constitucional (art. 92 CE) y simultáneamente, la vía que permitiría la apertura de un nuevo proceso constituyente (efectivamente republicano). Nada aporta, en cambio, el debate sobre cómo debe ser la República, cuestión secundaria cuando de lo que se trata es de definir si el Jefe del Estado está sujeto a la elección popular o procede de la herencia que transmite la sangre.

Madrid, 5 de junio de 2014