Trasversales
Bruno Cava

La multitud contra el Estado, pero también contra el vanguardismo


Revista Trasversales número 30 febrero 2014 (web)

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Texto original en portugués (Brasil), traducido por Trasversales. Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported (CC BY-SA 3.0)


El movimiento de junio de 2013 [en Brasil] abrió un terreno de contestación, formulación y producción de alternativa.s Cierta inclusión social y el logro de algunos derechos durante los gobiernos de Lula / Dilma no fueron acompañados por una apertura democrática de los modelos de gestión de la ciudad, del desarrollo y de la inserción laboral. En lugar de renovar los mecanismos del sistema representativo brasileño, hubo una cerrazón gradual, en nombre de un sistema conservador de alianzas y de grandes consorcios público-privados, con una creciente sordera ante los movimientos sociales y las luchas contra el racismo, los prejuicios y la desigualdad, así como ante las formas de comunicación y organización de nuevo tipo.

Esta cerrazón está llegando a una total impermeabilidad en este momento de realización de los mega-eventos en regímen de excepción económica y policial, que no sólo han sido gestionados por la izquierda en el poder, sino también ufanamente celebrados, reviviendo recuerdos de un pasado de plomo que, al parecer, está inconcluso.

A pesar de los altibajos , las manifestaciones que proliferaron en los últimos meses fueron capaces de unir diversas insatisfacciones e indignaciones, asentadas sobre una sociedad en franca mutación, que quiere más y mejor, y que quiere también participar directamente, hacer una democracia propia, una democracia real.

En este sentido, las manifestaciones expresan una respuesta constituyente, en un momento de consensos desde "arriba" amplios e impermeables, de acuerdo con una síntesis escandalosa entre proyectos de derecha y gerentes de izquierda.

Tal vez no sea correcto hablar del "movimiento de junio de 2013", pues se corre el riesgo de mostrar un personaje unitario, con un sólo rostro, al modo del formato tradicional de un movimiento social, cuando se trata de muchos movimientos, colectivos, agregados sociales y políticos, muchas franjas de transformación, que tanto se agrupan de acuerdo a las bases materiales de las reivindicaciones (movilidad urbana, vivienda, reforma de la policía, defensa de las minorías, etc.) como se dispersan en redes pre-existentes. Surgen y destacan nuevos grupos, otros pierden aliento y se disuelven. El proceso es dinámico y muy flexible, lo que no significa que sea desorganizado.

El concepto de la multitud, como red de singularidades que, en la lucha y por la lucha, afirman sus diferencias constitutivas en relación a los modelos mayoritarios y a los consensos homogeneizadores, parece una buena apuesta política. No sólo para explicar el movimiento, sino también para tomarlo como hipótesis de acción para compartir y reforzar el carácter democrático y constituyente, en la medida en que, en tanto que multitud, las diferencias no son niveladas ni reducidas a Uno, sino que por el contrario funcionan sin necesitar su unificación bajo un liderazgo personal, una bandera o una ideología. Es decir, la verdadera fuerza del movimiento (su capacidad de renovación, autocrítica, decisión democrática) se debe sobre todo a su multiplicidad de tácticas, de pautas, de composiciones sociales, de formas de organización y comunicación, una fuerza en la diferenciación, en la capacidad de unir a personas y grupos muy diferentes. Lo que significa una fuerza cualitativa, capaz de realizar el conflicto más allá del mero choque de energías, como un conflicto creativo, de regates, reapariciones y astucias.

Esto no significa, sin embargo, que defienda cierta diversidad en sí misma, cierto "multiculturalismo de las luchas", ya que el material de base del movimiento sigue siendo un disenso cualificado en relación con el proyecto de poder constituido para la ciudad, el desarrollo y el mantenimiento de un orden racista, desigual y policial. Las bases materiales sustentan el movimiento, incluso bajo el bombardeo político-mediático de las fuerzas de orden, porque atraviesa a las personas como su condición propia, más allá de cualquier necesidad de compromiso ideológico o de pertenencia a alguna organización. La multitud puede funcionar sin perderse en sí misma, recomponiéndose en este proceso de disidencia real, y en ello reside también su carácter de clase, como lucha contra un presente intolerable e institucionalizado.

Consciente del poder transformador de la multitud, de la amenaza que significa, el Estado capitalista está trabajando para disolverla, desarticulando los nodos de organización, prohibiendo el acceso a los ámbitos y a las nuevas coordenadas en que el conflicto social se hace más visible y las alternativas de democracia real comienzan a ser reconocidas y a conseguir adhesiones; en suma, allá donde la emergencia de una subjetividad antagónica se convierte en sujeto político.

Según la estrategia del Estado, dentro de ese propósito de recuperación del control, acontecerá mediante intentos de desvincular los cuerpos del gusto por la acción política (programa de vuelta a la "normalidad") y de desconectar los lugares de encuentro y generación de redes que permiten que la gente trabaje junta (programa de criminalización).

Esto ocurre con varios tipos de acciones en diferentes gradaciones: extendiendo el miedo, con una pedagogía a veces condescendiente (seríamos ingenuos, alienados, instigados), a veces brutal (vándalos, terroristas).

Las formas autónomas de multitud exigen a las formas tradicionales y pacificadas de disenso, en los partidos, las elecciones, el sindicato o la disputa por la "opinión pública, y siempre de acuerdo a coordenadas predefinidas e intocables dadas por los actuales grandes medios corporativos, una dictadura mediática que se presenta como "libertad de prensa" o "libertad de expresión". Es decir, quieren una disensión falsa, un desacuerdo fingido, que no afecte a la hipótesis de funcionamiento de la propia línea que divide situación y oposición, concordancia y discordancia.

Pero no se trata sólo de eso. Necesitamos profundizar en el análisis, más allá de cualquier dicotomía entre multitud y Estado, como si fueran entes perfectamente delineados. La disolución de la multitud también puede ocurrir cuando el Estado se aprovecha de las contradicciones del propio movimiento, entrando en relación con tendencias internas que pueden conducir a la reducción de la multiplicidad, para romper al capacidad de renovación, de recomposición y de apertura a la incorporación de otros sujetos sociales y políticos. Esta relación entre el Estado y las tendencias que transitan por la multitud aparece incluso a escala micro, en diálogos que tiene lugar en la "primera línea", en miradas y fetiches por el poder trascendente, en un odio cuya falsa radicalidad a veces esconde cierto extraño amor hacia el propio Estado y sus agentes armados. Esto explica, tal vez, una gran trampa que el movimiento de junio en Brasil, expresión de luchas globales, tiene que contornear para seguir en su camino democrático y constituyente.

Es un hecho que afloró una tendencia vanguardista, casi al mismo ritmo con el que las manifestaciones se convirtieron en objeto de la brutalidad policial y mediática. Esta tendencia, presente desde junio en mayor o menor grado, parece funcionar en relación dialéctica con la acción del Estado. No sólo es resultado de la acción del Estado, sino que la necesita, se alimenta de ella y la usa para forjar consensos y doblegar resistencias respecto a su pertinencia y validez. Cuanto mayor es la brutalidad infligida a la multitud, el error vanguardista más refuerza el discurso de la reacción en los mismos términos, en tanto que violencia en la dirección opuesta.

En este punto, como el debate está tan saturado, es necesario realizar varias consideraciones. Obviamente, lo que he dicho no significa que me adhiera al discurso de los que atribuyen a ciertos grupos ("grupúsculos raciales" o "minorías vandálicas") la responsabilidad de la violencia en las manifestaciones, lo que es una estúpida inversión entre causa y efecto. Sólo ignoran los numerosos ejemplos de la culpa del Estado aquellos que, por comodidad o pereza, se informan por el noticiario. El noticiario de los grandes medios de comunicación empresariales frente a los que las manifestaciones también expresan su disidencia y producen medios de comunicación alternativos. La violencia nunca fue simétrica. Un orden estatal que lleva en su ADN la masacre cotidiana de pobres y negros, que viven en las calles o con padecimientos mentales, en cifras industriales; un poder constituido que, al ser cuestionado por las movilizaciones populares, responde con la tortura, las detenciones y la ley antiterrorista.

De todos modos, al pretender formar un frente único para luchar contra la represión de manera directa, esta tendencia vanguardista promueve dentro del movimiento tácticas, formas de organización y de comunicación que son incompatibles con la multiplicidad.

Porque la multiplicidad no es la diversidad. La multiplicidad es un proceso expansivo y diversificador. Una tendencia vanguardista reduce el carácter de la multiplicidad, al intentar unificar el movimiento de forma reactiva y en el mismo terrero que el Estado, interrumpiendo así la franja diversificadora. El resultado de esto sólo puede ser la interrupción de los flujos, la demarcación de una línea dentro / fuera del movimiento y, por último, la parálisis cuantitativa y cualitativa.

Este es el momento perfecto para la represión. Por lo tanto, tenemos que hacer que la autodefensa no sobrepase los legítimos propósitos contingentes defensivos. Se debe tener cuidado en no trasladar la lucha desde el terreno de la invención democrática hasta el terreno de un conflicto contra el Estado en los términos que el propio Estado determina. Términos, dicho sea de paso, donde el Estado es más fuerte, está más preparado para reaccionar y disolver a la multitud y, con ella, a la fuerza innovadora que alimenta la vitalidad del propio movimiento mismo.

En este sentido, no se trata de alzar una postura intermedia, a titulo de moderación, opuesta a dos fuerzas igualmente reprobables por recurrir ambas a la violencia como medio. Esta es una posición idealista, cuando no totalmente cínica. El "extremismo de centro" brasileño siempre ha sido el deporte favorito de los conservadores y de los "progresistas" de sofá, para quienes la "radicalización" y lo "radical" siempre son figuras a las que recurrir para no hacer nada concreto y para que todo siga siendo igual, cada uno en su zona de confort (¡vaya cuento!). Siempre hay que desconfiar de los moderados, los que proponen lucidez y madurez "en tiempos de radicalismo". No están en medio entre varios lados.

Se trata de algo muy diferente, se trata de proponer algunas hipótesis como apuestas políticas.

1) La tendencia vanguardista es sólo una entre muchas en el seno de una multiplicidad de movimientos que, desde junio, se ha convertido en un movimiento de multiplicidad: un movimiento de autoproducción y autotransformación, de proliferación de diferencias, tácticas y alternativas, con muchas tendencias positivas, que no puede ser promovidas por el orden vigente y que, por eso mismo, nunca aparecen en en el noticiario ni son elogiadas.

2) El problema de la tendencia vanguardista no es la radicalización, sino precisamente el hecho de no ser lo suficientemente radical. La radicalidad del movimiento desde junio consiste en su gran apertura a las diferencias, componiéndolas en un disenso muy cualificado en relación a los proyectos de ciudad, de desarrollo y de representación (partidaria, electoral, sindical, periodística), esto es, su doble carácter de multiplicidad y lucha antagonista: multitud.

3) El problema de la tendencia vanguardista no puede abordarse con eficacia desde fuera del movimiento, criticándolo como un comentarista de fútbol, sin entender las circunstancias y el funcionamiento complejo de los sistemas-redes y de los nodos de comunicación que coexisten en la multiplicidad, lo que depende de coinvestigaciones, de instancias colectivas de discusión y de capacidad autocrítica.

4) La mejor manera de abordar el problema de la tendencia vanguardista tal vez sea tomarlo como un problema de organización. Es decir, los grupos y los individuos afectados por esta tendencia terminan reproduciendo métodos de cierre, sentimientos de pertenencia e identidad y círculos secretos y de captación que comprometen las lecturas de la coyuntura, la toma de decisiones y la relación con el movimiento como un todo. Lo que hoy se refleja en la idea de un frente unificado contra la represión, una lectura cada vez más distante de las bases materiales, es que puede terminar sucumbiendo a la dialéctica con el Estado. El sujeto antagonista no se debe dejar capturar por esa dialéctica.

5 ) Unificar el movimiento como una confrontación antiestatal directa y abierta, enfrentándose por lo general a sus fuerzas más visibles (no por casualidad más violentas y armadas) es, hay que decirlo de nuevo, una radicalización falsa e insuficiente. De hecho, implica una capitulación ante los términos en los que el Estado sitúa la lucha. La lucha necesita multiplicar las coordenadas y no dejarse acorralar. La alternativa a esto, por tanto, es apostar por el fortalecimiento de las organizaciones abiertas, diversificadas y, especialmente, apoyadas sobre las bases materiales de las protestas (el derecho a la ciudad, alternativas de desarrollo, propuestas para la reforma o desconstitución de los cuerpos policiales).

6) Importante: nada de lo que se ha escrito aquí debe conducir a la equiparación entre la "tendencia vanguardistica" y las tácticas de autodefensa en general. La defensa directa del movimiento siempre es legítima como una de las muchas tácticas y formas de organización y de acción directa, dentro de la multiplicidad del movimiento, en función de las circunstancias específicas. Estas tácticas no pueden ser condenadas en sí mismas, en abstracto, porque el plano abstracto es el plano en el que el Estado se autolegitima. La legitimidad de la defensa puede ser comprobada en cualquier manifestación que sea reprimida, y deriva de la propia ilegitimidad con la que el Estado ha manejado las protestas desde junio, por no hablar de su actuación habitual en las favelas, en los barrios periféricos, contra las personas sin hogar o en las prisiones. El derecho de resistencia a la tiranía está reconocido y teorizado al menos desde el siglo XVIII. Esto no quiere decir, hay que dejarlo claro, que el hecho de la legítima defensa, reconocido incluso por los liberales, se pueda utilizar como pretexto automático para la tendencia vanguardista, que va más allá al llevar a cabo, de manera deliberada y premeditada, una violencia contra agentes del Estado (lo que casi nunca afecta al Estado), en lugar de apelar a ella como último recurso y de mala gana, en momentos críticos de brutalidad en los que su uso pueda ayudar a que los manifestantes escapen de las nubes de gas, las bombas y los proyectiles.

En conclusión, dentro de la amalgama de sujetos sociales y políticos, grupos , asambleas, colectivos y redes de comunicación activista, se trata de fortalecer políticamente a aquellos grumos de organización que permitan agregar amplias conversaciones, horizontales, así como compartir experiencias, especialmente entre grupos heterogéneos, con diferentes lenguajes, y sin perder de vista las bases sociales y materiales de las protestas en el que todos están implicados.

Un ejemplo embrionario de esto, en Río de Janeiro, es la Asamblea del Largo. El objetivo es fortalecer la multitud en este vórtice de fuerzas y tendencias, fortalecerla en una tendencia positiva y democrática, una tendencia radicalmente democrática.