Trasversales
Rolando Astarita

Devaluación: esta vez, tampoco es distinto

Revista Trasversales número 30 enero 2014

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Esta obra de Rolando Astarita está bajo una licencia Creative Commons (bienes comunes creativos) Atribución-No Comercial-Compartir Derivadas Igual 3.0 Unported License. Rolando Astarita es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires.



Las recientes devaluaciones de las monedas de Venezuela y Argentina han sido presentadas por estos gobiernos, y por la izquierda chavista o kirchnerista, como partes de políticas progresistas e inclusivas, y hasta (en el caso chavista) socialistas. En particular, han enfatizado que no se trata de un “ajuste” sobre los bolsillos de los trabajadores, que esta vez “es distinto”. Aunque, por otro lado, sostienen que la culpa de la depreciación de las monedas la tienen “los especuladores” y “los grandes grupos concentrados”. Es claro que si unimos ambas afirmaciones, habría que llegar a la bonita conclusión de que los capitales y los especuladores sólo apuran medidas beneficiosas para los obreros y el pueblo (y favorables al socialismo, en Venezuela).

Por supuesto, estos dislates discursivos son el resultado de la función que naturalmente cumplen estos personajes: ocultar, manipular y confundir a la opinión pública; aunque lo disimulen con solemne palabrerío “nacional progresista”. Por eso, a algunos de estos sujetos se les podría aplicar aquellas palabras de Marx: “Viejo roué ladino, concibe la vida histórica de los pueblos y los grandes actos de gobierno y de Estado como una comedia, en el sentido más vulgar de la palabra, como una mascarada, en que los grandes disfraces y las frases y gestos no son más que una careta para ocultar lo más mezquino y miserable”. Trasladado a la actualidad argentina, se trata del lumpen burgués, o pequeño burgués, puesto a funcionario “que se la cree”, y juega a la lotería de las finanzas y los tipos de cambio. Después de todo, ¿para qué sirven los bonos de los jubilados, y los dineros del erario público, si no es para “intervenir como revolucionarios” en los mercados que hasta ayer mismo se jactaban de “dominar con la política”?

Lo que enseña la historia

Sin embargo, para el pueblo no hay comedia, sino tragedia. La tragedia del empeoramiento de sus niveles de vida, de la caída de los salarios, de los famosos “ajustes”. Es que el verdadero contenido de la devaluación es provocar una redistribución regresiva del ingreso de los asalariados, y de los sectores populares. Ahí está la historia económica argentina para atestiguarlo; se trata de fenómenos sistemáticos. Pero desde los medios K se intenta instalar la idea de que los ajustes por vía devaluación e inflación solo habrían ocurrido a partir del dominio del neoliberalismo, desde 1976, y estrictamente hasta 2003 (2001-2 está “en discusión”).

La realidad es que los planes de ajuste también se repitieron cíclicamente durante el período de industrialización por sustitución de importaciones, la “era dorada” de la burguesía “nacional y progresista”. Guillermo Vitelli, en Las lógicas de la economía argentina, describe la mecánica del fenómeno, en el lapso 1950-73. La primera etapa consistía en la aceleración de la inflación, a partir de la respuesta de los gobiernos a presiones de los mercados. Esta presión se expresaba, típicamente, por la renuencia de los exportadores a liquidar divisas. En respuesta, los gobiernos promovían primero una devaluación, y simultáneamente el aumento de las tarifas públicas; de esta manera procuraban mejorar las ganancias de los exportadores, y los ingresos del fisco. Pero dado que los precios de los bienes transables (de exportación e importación) siempre están atados al dólar, los precios industriales, y en general el costo de vida, aumentaban muy por encima de los salarios.

El resultado entonces era que se producía una redistribución regresiva del ingreso. Y a partir de esa nueva situación, los gobiernos buscaban congelar la nueva relación precios / salarios, o dólar / salarios. Se planteaban así los llamados “planes de estabilización”. Ilustramos todo esto con los datos que proporciona Vitelli (en lo que sigue, tc: tipo de cambio; cv: costo de vida; sal: salario; ind: precios industriales; agr: precios agropecuarios, en %):

Período 1949-1952: tc: 227,8; cv: 212,1; sal: 155,4; ind: 212,5; agr: 205,7. Inicio del plan de estabilidad: febrero de 1952.
Período agosto 1958-mayo 1959: tc: 133,3; cv: 106,2; sal: 59,2; ind: 110,0; agr: 237,7. Inicio del plan de estabilidad: diciembre 1958.
Período febrero-junio 1967: tc: 24,1; cv: 17,0; sal: 14,5; ind: 14,4; agr: 34,6. Inicio del plan de estabilidad: marzo 1967.

Puede observarse que los precios siempre subían aproximadamente a la par del tipo de cambio, en tanto los salarios quedaban atrás con respecto al aumento de los precios (aunque atenuado en 1967).

Sin embargo, el congelamiento no duraba indefinidamente. Hubo salidas de la congelación a partir de marzo-mayo de 1954, de marzo-junio de 1962 y de marzo-junio de 1970. En todos los casos, los tramos iniciales de estas salidas coincidieron con la recuperación del salario real. Escribe Vitelli: “luego de las congelaciones iniciadas hacia 1952, 1959 y 1967, la flexibilización se correspondió con aumentos salariales a tasas superiores al costo de vida y a los precios mayoristas” (p. 20). A estas rupturas siguieron recomposiciones cambiarias a tasas generalmente superiores a los salarios, lo que contribuía a sostener la inflación (aunque sin derivar en hiperinflación). De todas maneras, los salarios siempre recuperaban terreno, dando como resultado que los tramos finales de las fases de estabilidad, hasta 1973, estuvieron caracterizados “por un encarecimiento del salario respecto de los precios de los principales bienes exportables en la Argentina” (p. 22). Por lo cual, en esas circunstancias, comenzaba a generarse “un nuevo punto de inflexión”: los gobiernos, con el argumento de mejorar la situación de la cuenta corriente, promovían una devaluación que superaba la tasa de inflación y de aumento salarial, mejorando de nuevo la situación de los exportadores. De esta manera se volvía a acelerar la inflación, los salarios quedaban atrás, y se iniciaba un nuevo plan de estabilización, que procuraba congelar la nueva relación precios y salarios.

Desde los 1970

A partir de 1973, el proceso se hace más caótico y convulso, debido a que se incorporan los grandes movimientos de capitales, así como el agravamiento, desde 1980, de la deuda externa. Las políticas de devaluación, o los períodos de apreciación de la moneda, pasan ahora también a estar determinados por la cuenta de capitales. Aunque las entradas y salidas de capitales, a su vez, también están condicionadas por la situación de la cuenta corriente, como lo pusieron en evidencia las crisis de México, en 1994-5, la asiática, de 1997, y Argentina en 2001. La relevancia que adquieren los movimientos de capitales indujo, a su vez, a políticas de altas tasas de interés para estabilizar el tipo de cambio; lo que da lugar a jugosos negocios de los capitales financieros y especulativos.

En cualquier caso, los períodos de mayor inflación en Argentina, a partir de los 1980, de nuevo fueron desencadenados por fuertes devaluaciones, y dieron como resultado la caída de los salarios, en términos reales. Como observa Vitelli, los planes de estabilización de 1976, 1985 y 1988 comenzaron todos con una fuerte devaluación cambiaria; la aceleración inflacionaria desde inicios de los 1980, también estuvo disparada por la fuerte depreciación de la moneda (cuando se cayó aquello de “el que apueste al dólar va a perder”). Pero estos intentos de estabilización terminaron en fracasos cada vez más tempranos: el programa de junio de 1985 duró sólo ocho meses, y el de agosto de 1988 apenas cinco meses. Esto generó las condiciones políticas y sociales que hicieron aceptable -no sólo para la clase dominante, sino para casi toda la sociedad- la Convertibilidad. Ésta buscó acabar con la inflación atando el peso al dólar. Por supuesto, lo hizo, pero al precio de una apreciación creciente de la moneda (en la medida en que hubo aumento de precios internos, y devaluación de monedas de países con los que comerciaba Argentina). Dado el atraso relativo de la economía argentina, el déficit en la cuenta corriente terminó siendo insostenible; lo que llevaría al estallido de la Convertibilidad.

Luego tenemos la experiencia de la salida de la crisis de 2001. Contra lo que dijo en su momento el relato K (Cristina Fernández aconsejando al mundo cómo salir de la crisis sin ajuste, ¿lo recuerdan?), la misma no tuvo nada de progresista. La suba del tipo de cambio de 2001-2002 provocó el inevitable aumento de los precios de los bienes transables. Debido a la depresión económica, el aumento general de los precios (42% en 2002) fue menor que el aumento del dólar . Al quedar estancados los salarios y los precios de servicios -en un marco de extendida desocupación- mejoraron rápidamente la rentabilidad de los sectores exportadores, de sectores sustitutivos de importaciones, y las cuentas fiscales. En definitiva, una salida de la crisis en base a mayor explotación. Solo con la economía ya en expansión, comenzaron a recuperar terreno los salarios.

La devaluación, expresión de la debilidad de la acumulación

A la luz de estas experiencias históricas, ¿de dónde sacan los K-partidarios que la fuerte devaluación de las últimas semanas no va a producir una redistribución regresiva del ingreso? Se trata, una vez más, de la tradicional vía de ganar competitividad en base a la baja de los salarios. El problema de fondo, como hemos explicado en otras notas, es que el crecimiento económico de la “década ganada” no estuvo sustentado en un desarrollo basado en inversión en tecnología, y expansión de sectores productivos con alto valor agregado. Las bases del "modelo industrialista con inclusión" siguieron siendo el complejo sojero, el maicero, la gran minería, la industria automotriz e industria liviana sustitutiva de importaciones. Para dar un dato significativo, el déficit de la balanza comercial industrial hoy ronda los 33.000 millones de dólares; sólo el alto precio de la soja impidió que Argentina enfrentara una crisis cambiaria de características explosivas. Bajos salarios y “ventajas naturales” fueron históricamente las bases de la inserción del capitalismo argentino en el mundo; poco ha cambiado, en la última década, en este sentido.

Con este marco, en los últimos años se debilitaron y estancaron la inversión y la generación de empleo privado; disminuyó el superávit comercial (entre otras razones, por la creciente cuenta energética); se incrementó el déficit fiscal (financiado con emisión monetaria, que no deja de alimentar la inflación); y se potenció la fuga de capitales, un sinónimo de la debilidad de la acumulación ampliada de capital. Por eso, querer explicar la depreciación del peso por “maniobras de especuladores” es estar en la superficie de la cuestión. En última instancia, la especulación no explica los movimientos tendenciales; simplemente se monta sobre ellos, y los profundiza.

A la vista de lo anterior, hay que decir que la devaluación del peso argentino es una expresión de la debilidad del desarrollo de las fuerzas productivas. Por eso, sesudas tesis de economistas K que intentaban demostrar que Argentina había iniciado, en 2003, una fase de desarrollo cualitativamente distinta a todo lo ocurrido en su historia anterior, quedan hoy desnudadas como simples “macanazos” (aunque académicamente disimulados). Como también suena cada vez menos creíble la cantinela del “modelo industrialista con inclusión social”. Más de la cuarta parte de la población permanece en la pobreza; un millón y medio de jóvenes no estudia ni trabaja; 43% de la población activa tiene trabajos precarios; más del 70% de los jubilados recibe la mínima, o sea, una miseria; el 15% de la población activa está en la desocupación, o en trabajos a tiempo parcial. Es en este cuadro de agobio en que vienen a descargarse la devaluación y el ajuste. Es en este panorama que se nos quiere hacer creer que no hay ajuste, porque “esta vez será distinto”. Pero no es distinto; es, con variaciones menores, “lo de toda la vida”.

Devaluación, inflación y lucha de clases

Dada la dependencia de la industria (y de la economía en general) de las importaciones, es imposible que la devaluación no genere aumentos de precios. De hecho, ya muchos capitalistas “se cubrieron”, y otros lo están haciendo por estos días. Y en las ramas o sectores en los que, por alguna razón, no se produzcan los aumentos de precios compensatorios, habrá caída de la tasa de rentabilidad, y en el mediano plazo, de las inversiones. En este sistema las decisiones de invertir se toman en base a la rentabilidad y al horizonte temporal dentro del cual la misma se pueda mantener. Aquí no tienen nada que hacer los “sentimientos patrióticos”, y cosas por el estilo. Por este motivo, es absurdo decir que la devaluación es una imposición de “los grupos económicos antinacionales”, como pretende cierta izquierda “nacional marxista”. La devaluación venía siendo solicitada por muchos sectores, incluidos muchos pertenecientes al “capitalismo nacional”.

El hecho es que ya se habla, para enero, de una inflación que superaría fácilmente el 4%. Producida la devaluación, los sectores vinculados a los bienes transables generalmente suben los precios más rápido que los no transables; estas diferencias dan lugar a cambios en la rentabilidad relativa, y por lo tanto en la inversión en sectores. De todas maneras, por encima de estas desigualdades, y de los diferentes ritmos del proceso inflacionario, la dirección general es clara: hay una aceleración de la suba de precios, lo que significa que ya está ocurriendo una caída del salario real. No se trata de un pronóstico, sino de un diagnóstico de lo que ha venido ocurriendo en las últimas semanas. Con la perspectiva de más aumentos de precios en el futuro próximo. Esto lo sabe cualquier trabajador común.

Toda la apuesta del Gobierno -y en esto lo acompañan las cámaras patronales- es a que los salarios suban en una proporción mucho menor de lo que lo hacen los precios. Si lo logra, habrá garantizado un aumento de la ganancia del capital; significaría también un aumento del tipo de cambio real, a costa del incremento de la tasa de explotación. Por eso, ministros y altos funcionarios están pidiendo “responsabilidad” a los dirigentes sindicales.

Estamos así ante una ofensiva abierta del Gobierno K y el capital (a pesar de las diferencias del capital “en general” con el Gobierno) contra los asalariados. Una vez más, lo que está en juego es redistribuir el valor generado por el trabajo, salarios y ganancias, en beneficio de las ganancias y a costa de los salarios. Por otra parte, es previsible que si los asalariados logran recuperar el terreno perdido, los capitalistas y el Gobierno respondan con nuevas rondas de alzas de precios y devaluaciones. En ese caso, la agudización de la espiral inflacionaria sería un reflejo de la agudización del conflicto de clase en torno a la distribución del ingreso. Este escenario -que ya ocurrió en Argentina- plantea, objetivamente, la necesidad de que la lucha de los asalariados cuestione la raíz del problema, que no es otra que la propiedad privada del capital. Nunca hay que olvidar que, en tanto los capitalistas controlen los medios de producción y de cambio -con ayuda del Estado, que jamás es neutral en estos conflictos decisivos-, los combates puramente económicos tendrán límites infranqueables. Pero cuando la lucha atañe a toda la clase trabajadora, el conflicto no es simplemente económico, sino político, y las respuestas, en definitiva, tienen que darse en ese plano. Para que alguna vez "la tortilla se dé vuelta", y las cosas sean realmente distintas para los trabajadores y los oprimidos.



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