Trasversales
Rolando Astarita

Capital, mercancia y valor: relaciones sociales

Revista Trasversales número 29 octubre 2013 (web)

Otros textos del autor

blog del autor

Esta obra de Rolando Astarita está bajo una licencia Creative Commons (bienes comunes creativos) Atribución-No Comercial-Compartir Derivadas Igual 3.0 Unported License. Rolando Astarita es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires.

En este texto se presentan (como apartados I y II) dos artículos de Rolando Astarita





 I. El capital como relación de explotación

El objetivo de esta nota es presentar, de una manera accesible, la concepción de Marx sobre el capital y algunas conclusiones políticas que se desprenden para los marxistas del asunto. Tengamos en cuenta que, según la representación habitual, la máquina, el dinero, las materias primas, etcétera, son “en sí” capital. Eso es, se los considera capital, al margen de las relaciones sociales en que se hallan inmersos. Por ejemplo, Böhm Bawerk define al capital como el conjunto de productos que sirven para adquirir bienes (ver aquí). En este enfoque, ni siquiera es necesario que haya sociedad para hablar de capital; después de todo, Robinson Crusoe pasa a tener su primer "capital" cuando posterga la recolección de frutos salvajes para construir el arco y la flecha. De esta manera, el capital queda desprovisto de todo contenido social e histórico. Se transforma en un presupuesto ineludible de la vida productiva del ser humano; pareciera “natural” entonces que haya capital para producir. Su raíz social se hace invisible. La concepción de Marx es la opuesta. Dice: “... el capital no es una cosa, sino determinada relación social de producción perteneciente a determinada formación histórico-social y que se representa en una cosa y le confiere a ésta un carácter específicamente social” (1999, pp. 1037-8, t. 3). En lo que sigue, desarrollamos esta idea.

La primera aproximación

Marx introduce la noción de capital a través de una conocida fórmula: Dinero – Mercancía – Dinero, esto es, comprar para vender. De ahí, la primera aproximación a la noción de capital: “El dinero que en su movimiento se ajusta a este último tipo de circulación, se transforma en capital, deviene capital y es ya, conforme a su determinación, capital” (1999, p. 180, t. 1).


Naturalmente, el circuito D – M – D tiene sentido si la cantidad de dinero obtenida en la venta supera al dinero adelantado en la compra. De manera que la fórmula es D – M – D', significando D' el monto inicial más un plusvalor, o plusvalía. Esto nos indica, además, que la finalidad del proceso no es la producción de valores de uso, como sostiene la economía burguesa, sino valorizar el dinero adelantado. El capitalista lanza dinero a la circulación con el fin de incrementar su valor. Y si las condiciones para la valorización no son propicias, por la razón que sea, el capitalista intentará mantenerse líquido; se desatará entonces la crisis, seguida de la recesión o depresión económica.


Debido a que el dinero es la encarnación del valor (como explicó Marx en el capítulo primero de El Capital), el valor aparece como el sujeto del proceso: “... el valor se convierte aquí en el sujeto de un proceso en el cual, cambiando continuamente las formas de dinero y mercancía, modifica su propia magnitud, en cuanto valor se desprende de sí mismo como valor originario, se autovaloriza. Ha obtenido la cualidad oculta de agregar valor porque es valor. Pare crías vivientes, o, cuando menos, pone huevos de oro” (ídem), p. 188). Y un poco más adelante: “El valor, pues, se vuelve valor en proceso, dinero en proceso, y en ese carácter, capital” (p. 189). En esta primera aproximación, el capital ya se concibe como relación. Una herramienta, un cierto monto de dinero, no son capital por fuera de la relación D – M – D'. Pero con esto tenemos solo la primera noción ("representación", diría Hegel) de la naturaleza de la relación social implicada en el capital; su contenido sólo se descubre cuando se indaga en la fuente del aumento del valor. ¿Cómo es posible que el valor dé valor, y en forma creciente?

El misterio de la valorización

Presentemos el problema: si el capital es una cosa, ¿por qué rinde una renta o plusvalía permanente? Böhm Bawerk lo planteó con claridad en Capital e interés: “El fenómeno del interés nos brinda, pues, en conjunto, la curiosa imagen de una producción continua e inagotable de bienes a base de un capital inanimado”. También: “... el interés fluye sin llegar agotar nunca el capital que lo produce, sin que, por lo tanto, se ponga limite alguno a su duración: su duración puede ser eterna, en la medida en que cabe aplicar esta expresión a las cosas terrenales” (p. 27). Por eso se pregunta: “¿De dónde y por qué obtiene el capitalista ese aflujo interminable de bienes, sin esfuerzo alguno de su parte?” (ídem). Böhm Bawerk es consciente de que aquí está el punto crítico de la economía política.

Schumpeter también ve las dificultades de responder a la pregunta formulada. En el capítulo 5 de Teoría del desenvolvimiento capitalista, luego de coincidir con Böhm Bawerk en que la máquina no produce plusvalía, admite que la tesis de la “imputación” (según la cual los medios de producción tendrían un valor derivado de la utilidad de los bienes que ayudan a producir) no puede explicar la renta del capital. “No puede haber un elemento de plusvalía que esté adherido permanentemente a estos medios intermedios de producción, pues no puede existir una discrepancia permanente entre el valor de los productos que han de imputárseles y su propio valor” (1957, p. 167).

Por otra parte, en los textos que se utilizan habitualmente para la enseñanza de la “economía”, el origen de la ganancia apenas se menciona. De hecho, en la mayoría de las presentaciones se la identifica con la tasa de interés, que a su vez aparece como un “costo del capital”, que se iguala a la productividad marginal. Pero las criticas de Cambridge han desnudado la falta de fundamentos de las explicaciones basadas en la productividad del capital. En otros casos -en especial, en los textos de macroeconomía- se postula que el empresario recarga un “plus” (el mark-up) sobre los costos, cuya naturaleza y razón económica jamás se examina, ni explica. A la vista de las dificultades, una “solución” es la adoptada por algunos poskeynesianos, como Kaldor: el beneficio del capital simplemente existe, sin dar cuenta de su origen ni naturaleza.

La crítica de Marx a las explicaciones habituales

También en época de Marx las explicaciones sobre el origen y la naturaleza de la plusvalía representaron todo un desafío para los economistas. Entre las más conocidas, está la que explicó la plusvalía por la venta, y la que intentó justificarla por los sacrificios del capitalista.

La imposibilidad de explicar la plusvalía a partir del “recargo” en la venta es analizada por Marx en seguida de haber introducido la noción de capital. Su argumento es sencillo: si todos los que actúan en el mercado procuran valorizar sus mercancías comprando barato y vendiendo caro, ninguno puede valorizarlas. Es lógica elemental. Además, Marx demuestra que la ganancia en utilidad tampoco puede explicar el origen del plusvalor. Si Juan intercambia la mercancía X por la mercancía Y, que posee José, y ambas están valuadas en $100, Juan y José habrán ganado en valor de uso, pero ninguno habrá incrementado el valor de $100 contenido en cada una de las mercancías, previo a la transacción. De manera que la plusvalía no puede surgir de la venta. La razón última es que en el mercado, en los actos de compra y venta, solo se operan cambios de la forma social -de mercancía a dinero, de dinero a mercancía- que, como tales, no agregan una pizca de valor de uso (el valor de uso siempre es el fundamento del valor).

Por otra parte, Marx critica la explicación de la plusvalía por la abstinencia del capitalista (Marshall hablará de la espera, Keynes de la espera unida a la escasez; son variaciones del mismo tema). La tesis de la abstinencia supone que para el capitalista es un sacrificio no consumir. ¿Pero por qué no es un sacrificio consumir, en lugar de disfrutar del placer acrecentar el valor sin cesar? El dinero es encarnación del valor. Dado que como representante de la riqueza social, se lo puede convertir en cualquier mercancía, cualitativamente carece de límites. Pero a la vez, toda suma de dinero está limitada cuantitativamente (ver Marx, 1999, cap. 3, t. 1). De ahí que cada suma alcanzada es solo un estímulo para superarla. Por eso, en la psicología socialmente condicionada del capitalista, el goce reside en el incremento del valor del capital. La abstinencia de consumir jamás podría leerse como un sacrificio, y no puede ser el fundamento de la plusvalía.

El origen de la plusvalía en Marx

La discusión sobre las contradicciones de la fórmula del capital lleva a la conclusión de que el plusvalor no puede formarse en la circulación, pero al mismo tiempo no puede surgir en otro lado que no sea la circulación. Por un lado, la generación de valor debe ocurrir en el acto de producción; por otro lado, para que el valor se autovalorice, se debe comprar para “vender más caro”. El capital es valor en movimiento y solo puede realizarse en la circulación, en el cambio incesante de la forma del valor, de dinero a mercancía, de mercancía a dinero más plusvalía. “Tales son las condiciones del problema”, dice Marx. Hay que explicar cómo, a través de este movimiento, y cumpliéndose la ley del valor trabajo (el valor de las mercancías está determinado por los tiempos de trabajo), se genera la plusvalía.

La respuesta de Marx es muy conocida. El capitalista encuentra en el mercado una mercancía especial, la fuerza de trabajo. Por fuerza de trabajo entiende el conjunto de las facultades físicas y mentales que existen en el ser humano, y que pone en movimiento cuando produce valores de uso.

Como toda mercancía, la fuerza de trabajo tiene un valor y un valor de uso. Este último es peculiar, ya que consiste en el trabajo vivo, que es la fuente del valor. Esto significa que al utilizar la mercancía fuerza de trabajo, se crea valor. El valor de la fuerza de trabajo, a su vez, está determinado por el tiempo de trabajo necesario para su reproducción, dadas las condiciones históricas y sociales reinantes (Marx, como Ricardo, no ubica el valor de la fuerza de trabajo al nivel de subsistencia fisiológica).

El valor de la fuerza de trabajo entonces está determinado por el valor de los medios de subsistencia necesarios para su conservación y reproducción. Pero dada una determinada productividad del trabajo, la fuerza de trabajo tiene la peculiaridad de que puede generar más valor que el encerrado en los medios de subsistencia necesarios para su manutención. “El hecho de que sea necesaria media jornada laboral para mantenerlo vivo durante 24 horas, de modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa. El valor de la fuerza de trabajo y su valorización en el proceso laboral son, pues, dos magnitudes diferentes” (Marx, 1999, p. 234, t. 1). Al trabajar, el obrero produce una mercancía, en la cual se conserva el valor de los medios de producción consumidos, y aparece un nuevo valor, un agregado. Una parte de este último repone el valor de la fuerza de trabajo, y otra parte conforma la plusvalía. Por ejemplo, si el trabajador necesita para mantenerse (junto a su familia) bienes de subsistencia cuyo valor es, en promedio diario, $100, y durante la jornada laboral con su trabajo crea valor por $150, habrá generado $50 de plusvalía. Esto significa que el origen de la plusvalía es el trabajo realizado por encima del necesario para reproducir el valor de los medios de subsistencia. En otras palabras, la plusvalía encarna trabajo no pagado; trabajo del que se apropia el capitalista. Cumpliéndose así la ley del mercado -el cambio de equivalentes- el dinero se ha transformado en capital, en valor que se autovaloriza. No es una cosa -máquina, dinero, materia prima, instalaciones- la que genera la “renta” por la que se interroga Schumpeter, sino seres humanos que están empleando energía, músculos, nervios, para generar valor y plusvalor.

No es una cuestión de “honestidad”

De lo anterior se desprende que el capitalista se apropia de trabajo ajeno porque se cumplen las leyes del mercado. No se trata de engaño, manipulación por “los grupos concentrados”, ni de corruptos o usureros. Dada la relación capitalista, no cabe aquí hablar de trato “injusto”. “La equidad de las transacciones que se efectúan entre los agentes de la producción se basa en que estas transacciones surgen de las relaciones de producción como una consecuencia natural” (Marx, 1999, p. 435, t. 3). En última instancia, las formas jurídicas sólo expresan el contenido económico. “Ese contenido es justo en cuanto corresponde al modo de producción, si es adecuado a él. Es injusto en cuanto lo contradiga” (ídem). La esclavitud sobre la base del modo de producción capitalista, o el fraude en cuanto a la calidad de la mercancía, son injustos, ejemplifica Marx. Por supuesto, es un tema debatible en qué medida hay una concepción ética encerrada en la explicación de Marx de la plusvalía (ver aquí). Pero es indudable que la crítica marxiana pone el peso en la relación social subyacente, que no se altera por el “color” del capital (puede ser nacional o extranjero, por caso); por la magnitud del capital (aunque el pequeño burgués suspira por el capital pequeño); o por su esfera de aplicación (puede dedicarse a la industria manufacturera o a los servicios, por ejemplo). Lo esencial, lo que debiera retener toda persona interesada por la llamada “justicia social” es que la civilización actual se levanta sobre la relación capital-trabajo, que es una relación de explotación, y no puede no serlo.

El capital como relación social

Profundicemos ahora en por qué decimos que el capital es una relación social. La respuesta básica es: porque los poseedores de las condiciones de producción (de los medios de producción y de subsistencia) se enfrentan a los trabajadores que no son propietarios de esas condiciones. Es desde esta situación de propietarios-poseedores en un polo, y no propietarios-no poseedores en el otro, que se establece una relación de explotación. El que no tiene propiedad de los medios de producción, está obligado a intentar vender su fuerza de trabajo, si quiere evitar la inanición. En el mercado todos son formalmente iguales, propietarios de dinero y mercancías, pero de contenido, existe una desigualdad esencial, condicionada por la distribución desigual de los medios de producción. Por este motivo, el capitalismo sólo pudo surgir una vez que se hubo formado una masa de hombres “libres”, en el sentido de ser libres para ir al mercado, y estar “liberados” de los medios de producción (sobre el trabajador “libre”, ver aquí). Como no podía ser de otra manera, la economía burguesa hace abstracción de estas condiciones. Por caso, la apropiación privada de la tierra (¿por qué algunos se apropian de un bien natural?), condición sine qua non del modo de producción capitalista, jamás se cuestiona, ni justifica. Además, obsérvese que al decir que el capital es una relación -objetivada en dinero, medios de producción, etcétera- estamos afirmando que no es eterno, sino relativo. Es históricamente relativo, es un producto social.

Por lo dicho hasta aquí, se comprende también que el capital implica una relación de dominación; al dominar las condiciones de trabajo, el obrero está obligado a entregar más trabajo por menos trabajo. Lo cual explica que esas condiciones tomen la forma social de capital. “El enfrentamiento de las condiciones de trabajo producidas y en general de los productos del trabajo, como capital, con el productor directo, implica desde el primer momento un carácter social determinado de las condiciones materiales de trabajo con respecto a los obreros, y por lo tanto, determinada relación que éstos, en la producción misma, establecen con los poseedores de las condiciones de trabajo y entre sí (Marx, 1999, p. 1115, t. 3). Así, el carácter capitalista de los medios de producción y subsistencia consiste en su cualidad económica de emplear obreros y hacerles producir plusvalía; tienen una propiedad social, que los convierte en capital (véase Marx, 1983, pp. 40-1). Por eso se establece “una nueva relación de hegemonía y subordinación, que a su vez produce sus expresiones políticas” (ídem, p. 62). Es nueva con respecto a las formas de subordinación personal y política de los modos de producción precapitalistas. Es que en el capitalismo el trabajador está en una relación de dependencia económica;no existe ninguna relación política, fijada socialmente, de hegemonía y subordinación” (ídem). La extracción del excedente ocurre por vía económica: a partir de la desposesión del productor de sus condiciones de producción, está obligado a vender su fuerza de trabajo al capitalista.

El fetichismo del capital y el interés

Dado que los medios de producción sirven como medios para absorber y extraer plustrabajo (que se presenta bajo la forma de plusvalía), esa facultad aparece como una cualidad que les es inherente, como algo inseparable, como si les correspondiera en cuanto medios de producción (véase, por ejemplo, Marx, 1983, p. 18). Por eso, el capital, “que expresa una relación social determinada, aparece como cosa”. De ahí el carácter fetichista de la relación capitalista: ésta se manifiesta bajo la forma de una cosa que produce valor acrecentado. La idea de que la máquina, en cuanto cosa, genera la plusvalía, es una expresión de este fetichismo. Pero el fetichismo alcanza su punto más alto en el interés, o sea, en la forma del dinero que genera dinero. “En la forma del capital que devenga interés. … el capital aparece como la fuente misteriosa y autogeneradora del interés, de su propia multiplicación. La cosa (dinero, mercancía, valor) ya es capital como mera cosa; y el capital se manifiesta como mera cosa... El capital que devenga interés, por consiguiente, este fetiche automático -el valor que se valoriza a sí mismo, el dinero que incuba dinero- se halla cristalizado en forma pura, en una forma en la que ya no presenta los estigmas de su origen. La relación social se halla consumada como relación de una cosa, del dinero, consigo misma. (…). De esta manera se convierte por completo en atributo del dinero el de crear valor, de arrojar interés, tal como el atributo de un peral es el de producir peras” (Marx, 1999, pp. 500-1).

La reproducción de la relación capitalista

Así como el capital segrega plusvalía, la plusvalía genera capital, y en escala creciente. Esto es, después de haber explicado el origen de la plusvalía, Marx demuestra cómo la plusvalía genera capital. El tema se desarrolla en los capítulos de El Capital dedicados a la reproducción.

Como siempre, es importante distinguir entre el contenido material del proceso de reproducción, y su forma social. Por eso, Marx comienza el capítulo 21 del tomo 1 diciendo que ninguna sociedad puede producir continuamente sin reconvertir, al mismo tiempo, una parte de sus productos en medios de producción de una nueva producción. Es la idea de la actividad económica como un proceso circular (presente en los fisiócratas y otros exponentes de la economía clásica), que reproduce los bienes materiales consumidos durante el proceso productivo, para así poder continuar la producción en el período siguiente. El excedente, o producto neto, es el exceso de bienes producidos por encima de los que es necesario reintroducir en el proceso productivo, para poder continuarlo. Éste es entonces el contenido material de la reproducción.


Sin embargo, en la sociedad capitalista, esa reproducción material se realiza bajo la forma social capitalista. Ya hemos dicho que el obrero asalariado, al trabajar, genera la plusvalía, al tiempo que se reproduce a sí mismo como fuerza de trabajo. La plusvalía apropiada por el capitalista, a su vez, sirve para sostener y ampliar el círculo de influencia y dominación del capital. De manera que el resultado del proceso es incremento del capital en un polo, reproducción del trabajador (desposeído de los medios de producción) por el otro. En consecuencia, dice Marx, el proceso de producción capitalista “reproduce por su propio desenvolvimiento la escisión entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo” (1999, p. 711, t. 1). Esa “escisión” es el fundamento, el contenido mismo, de la relación de dominio y explotación del capital. Por eso, la producción capitalista no sólo produce mercancías, “sino que produce y reproduce la relación capitalista misma: por un lado el capitalista, por la otra el asalariado” (p. 712, ídem). En otras palabras, el obrero “produce capital”, como anota Marx al pie de la cita anterior.

Conclusiones políticas

Resumimos: El capital es sinónimo de la separación de los medios de producción con respecto al trabajador. Por eso se establece como poder frente al obrero, y por eso es fuente de plusvalía (ver Marx, 1975, p. 351, t. 3). El obrero, al producir mercancías, produce y reproduce necesariamente capital, esto es, produce y reproduce el poder que le obliga a entregar plustrabajo gratuitamente. No hay manera de eliminar esta mecánica explotadora por medio de reformas, de ningún tipo, en tanto subsista la escisión entre los medios de producción y subsistencia y los productores. El secreto de la renta del capital es esta relación de explotación, que no es alterada, en lo sustancial, por alguna dosis mayor o menor de estatismo burgués, de nacionalismo o de honestidad en los negocios. Estamos ante leyes sociales objetivas, que se imponen por medio de la coerción que se ejerce sobre los que carecen de la propiedad de las condiciones para producir.

Lo anterior explica entonces por qué la obra de Marx se presenta como una crítica de la Economía Política. Es una crítica porque cuestiona lo que la Economía Política (incluso en sus representantes más destacados) da por supuesto y aceptado: la propiedad privada del capital. “La economía política parte del hecho de la propiedad privada. Pero no la explica. (…) … no nos ofrece una explicación del fundamento sobre el que descansa la división del trabajo y el capital, y la del capital y la tierra”, dice Marx en los Manuscritos de 1844 (1987, p. 595). Se trata entonces de subvertir lo incuestionado, lo que se acepta como “natural”.

Por eso, el centro de la crítica no es a tal o cual gobierno, a tal o cual figurón de la política del día. La tarea tampoco pasa por remendar el orden capitalista (¿por qué algunos marxistas “razonan como estadistas” en los grandes medios?). La actitud hostil del marxismo hacia la política de la clase dominante, sus gobiernos y altos funcionarios del Estado, no se debe a tales o cuales medidas circunstanciales, sino a que concentran los poderes que dominan al trabajo. Por supuesto, el marxismo lucha por toda reivindicación elemental -mejoras de los salarios, vigencia de las ocho horas de trabajo, mayores derechos sindicales y democráticos, etcétera- pero también marca los límites de estas luchas, en tanto subsista la relación de explotación. Podríamos decir que toda la táctica política gira en torno a esta dualidad, la necesidad de la lucha elemental; y el señalamiento, la explicación paciente, de la causa de fondo de los males de las masas empobrecidas y desposeídas, que es la relación capitalista. Después de todo, y como alguna vez lo señaló Lenin, la conciencia de clase obrera, en su grado más alto, comprende que entre el obrero y el dueño del capital no sólo hay diferencias (como dicen en general los reformistas), sino que existe un antagonismo irreconciliable.

Textos citados:

Böhm Bawerk, E. von (1986): Capital e interés. Historia y crítica de las teorías del interés, México, FCE.

Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.

Marx, K. (1983): El Capital. Libro I Capítulo VI Inédito, México, Siglo XXI.

Marx, K. (1987): Escritos de juventud de Carlos Marx, México, FCE.

Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.

Schumpeter, J. A. (1957): Teoría del desenvolvimiento económico, México, FCE.


 II Mercancía, valor y relación social


En el texto anterior presenté una explicación de por qué, en la teoría de Marx, el capital es una relación social, consistente en la escisión entre propietarios y no propietarios de los medios de producción. En esta nota analizo por qué la mercancía y el valor son relaciones sociales. Más precisamente, por qué son el resultado necesario de una sociedad específica, caracterizada por la propiedad privada de los medios de producción. Este análisis permite también entender la diferencia sustancial entre la teoría del valor de Marx, y la teoría de Ricardo. Antes de entrar en el tema, aclaro que no pretendo sustituir la lectura de los textos de Marx. Simplemente trato de ayudar a la comprensión de algunos apartados del capítulo 1 de El Capital, como los referidos a la forma del valor.

Una primera aproximación

Empecemos con una primera aproximación a la noción de Marx de “forma social”. En los pasajes iniciales de El Capital Marx dice que en la sociedad capitalista la mercancía es “la forma elemental de la riqueza”, y poco después habla de la “forma social” de la riqueza material. Con esto quiere significar que, en la sociedad capitalista, los productos del trabajo humano, además de ser bienes físicos, tienen una propiedad o forma social, que consiste en ser mercancías. El trigo, por ejemplo, es mercancía, no por alguna cualidad física que le sea inherente, sino porque, bajo determinadas relaciones entre los seres humanos, es llevado al mercado para su comercialización; esto es, se convierte en mercancía. Su contenido material -y por ende, su utilidad-, es una condición para que sea mercancía, pero no determina al cereal como mercancía. Así, el trigo que producía una antigua familia campesina para su subsistencia, no era mercancía, aunque constituía una riqueza material que satisfacía sus necesidades. El ser mercancía, entonces, constituye una propiedad social, que remite a una forma de relacionarse entre los seres humanos para producir e intercambiar.

De la misma manera, también el valor constituye una cualidad social. Si digo, por ejemplo, que el trigo tiene tales y cuales propiedades nutritivas, y además vale x dólares, me estoy refiriendo a dos propiedades distintas. La primera atañe una cualidad física, que el trigo manifiesta con su cuerpo de trigo (la cantidad de nutrientes que posee la puedo examinar en el mismo trigo). La segunda, el hecho de que “vale”, es de otro tipo, es social, y por eso sólo la expresa el trigo a través de una relación, con el dinero, o con otra mercancía. Se trata de una propiedad objetiva (es el trigo el que tiene el valor), pero social, y por esta razón no puede manifestarse a través de alguna características física (véase Marx, 1999, p. 63, t. 1). Por eso también, el tener valor es una propiedad históricamente determinada; existieron sociedades en las cuales los productos del trabajo no eran mercancías, ni poseían valor, aunque sí valor de uso.

El segundo paso

En la sociedad capitalista los productos del trabajo se presentan como mercancías, y por lo tanto, como valores. En consecuencia, se intercambian en determinadas proporciones cuantitativas (x mercancía A por z mercancía B, etcétera). Esas proporciones son los valores de cambio (o los precios, si suponemos que hay dinero). Pero para que bienes cualitativamente diversos puedan compararse, argumenta Marx, debe existir alguna propiedad que les sea común. Además, cuando estudiamos los intercambios sistemáticos y repetidos de mercancías que son reproducibles por medio del trabajo, nos damos cuenta de que las proporciones en que se intercambian no son aleatorias. Tienen regularidades, esto es, existen ciertas proporciones entre los valores de cambio que se mantienen. Hegel dice en la Lógica que en estos casos hablamos de una “razón” que rige esas proporciones, que remite a alguna ley interna que rige. Esto nos lleva a pasar de la “superficie” (los valores de cambio, o los precios), a un nivel más esencial, que nos da la propiedad común que permite la comparación entre bienes cualitativamente distintos en sus valores de uso y propiedades físicas, y la ley que gobierna esos intercambios.

El análisis entonces demuestra que la única propiedad social que es común a las mercancías es que todas son productos del trabajo humano, considerado en su carácter de gasto humano de energía. Una vez hecha abstracción de los valores de uso -en tanto valores de uso todas las mercancías son diferentes- y del tipo específico de sus trabajos, queda solo un “residuo”, a saber, “una misma objetividad espectral, una mera gelatina de trabajo humano indiferenciado, esto es, gasto de fuerza de trabajo humana, sin consideración a la forma en que se gastó la misma” (Marx, 1999, p. 47, t. 1).

Llegamos así al concepto de valor, que podemos definir como el tiempo de trabajo objetivado, socialmente necesario, para producir la mercancía. Socialmente necesario porque para generar valor, los productores deben trabajar con una tecnología social y con una intensidad promedio, y también deben satisfacer necesidades sociales, que están determinadas cuantitativa y cualitativamente. De nuevo, vemos que el valor es una propiedad social: su contenido es tiempo de trabajo social. Aunque ese trabajo social -ese contenido o sustancia del valor-, aparece como una propiedad objetiva de las mercancías. Esto es, aparece como “valor” de la mercancía.

La pregunta que no se hace la economía burguesa

A partir de lo anterior, viene el punto que tal vez sea el paso crucial del argumento de Marx. El mismo empieza -al tratar la forma del valor, en el capítulo 1 de El Capital- por preguntarse por las características de la “objetividad” del valor. “La objetividad de las mercancías en cuanto valores se diferencia de mistress Quickly en que no se sabe por dónde agarrarla” (p. 58). Es que por más que se dé vuelta a una mercancía, no hay forma de aprehender algo que sea físicamente “valor”. Si volvemos un momento al pasaje en que Marx se refiere al “residuo” que queda una vez hecha abstracción de los valores de uso, vemos que habla de una  “objetividad espectral”. Se refiere a que es una propiedad objetiva, pero que no se manifiesta en alguna característica física, que pueda ser medible; no hay “coágulos” o “bolitas” de trabajo socialmente necesario dentro de la mercancía, mediante los cuales ella pueda expresar que tiene valor. Esto se debe a que estamos ante una objetividad social, y como tal, “sólo puede ponerse de manifiesto en la relación social con otras mercancías” (p. 58). Solo a través de su comparación con otra mercancía, una mercancía determinada puede expresar que contiene valor.

Pero aquí se plantea una pregunta clave, que se hace Marx, y que nunca se había hecho la economía burguesa: ¿por qué esta forma del valor? ¿Por qué el tiempo de trabajo social tiene que manifestarse a través de esa propiedad objetiva de las cosas? Esto es, ¿por qué “el trabajo se representa en el valor”? ¿A qué se debe “que la medida del trabajo conforme a su duración se represente en la magnitud del valor alcanzada por el producto del trabajo”? (1999, p. 98, t. 1). En toda sociedad los seres humanos compararon directamente los tiempos de trabajo empleados en la producción de los diversos bienes, pero en la sociedad capitalista no comparan directamente trabajos, sino a través de “cosas que valen” en el mercado. ¿Por qué?

La respuesta es que se debe al tipo particular de trabajo que produce las mercancías. Es un tipo de trabajo específico, porque corresponde a una sociedad basada en propietarios privados de los medios de producción. Esto significa que cada uno trabaja de forma privada e independiente, pero a su vez forma parte de una división social del trabajo. De aquí que cada trabajo, que se realiza de manera independiente, tiene siempre que acreditarse como parte del trabajo social. En otros términos, son “productores privados de mercancías” (p. 131), que se enfrentan “como propietarios privados de cosas enajenables”, pero a la vez, integran el organismo productivo social. Son independientes, y por eso sus trabajos no son sociales de manera directa. Pero necesitan hacerlos valer en tanto trabajos sociales. Y esto último ocurre a través del mercado, donde los trabajos son comparados a través del valor de las mercancías. “Como personas independientes entre sí”, que están en una “relación de ajenidad recíproca” (p. 107), sus trabajos privados no son directamente sociales. En consecuencia, sólo se validan como sociales mediante la venta de sus productos.

Trabajo objetivado y forma de valor

Con lo anterior tenemos los elementos para comprender el que posiblemente sea el pasaje clave del análisis de la forma del valor, en que Marx demuestra por qué, para que haya valor, esto es, para que la mercancía tenga una propiedad que es a la vez social y objetiva, es necesario que encuentre la forma de expresarla, en su “lenguaje” de mercancía. Escribe: “Sin embargo, no basta con enunciar el carácter específico del trabajo del cual se compone el valor del lienzo” (p. 63). Esto es, no basta con decir que se ha empleado fuerza de trabajo humana, como gasto de energía. “La fuerza de trabajo humana, en estado líquido, o el trabajo humano, crea valor, pero no es valor”. Con esto Marx está diciendo que el trabajo constituye un principio explicativo del valor independiente, o sea, no remite a otro valor (véase Dobb sobre este aspecto, aquí). Sigue el pasaje: “Se convierte en valor al solidificarse, al pasar a la forma objetiva”. Podemos ver entonces que la mercancía tiene que adquirir esa “objetividad espectral” para que tenga la propiedad de “valer”, y para esto, es necesario que pueda expresarla como propiedad suya. Es lo que dice a continuación: “Para expresar el valor de la tela como gelatina de trabajo humano, es menester expresarlo en cuanto 'objetividad' que, como cosa, sea distinta del lienzo mismo, y a la vez común a él ya otra mercancía. El problema ya está resuelto” (ídem).

La forma del valor es entonces consustancial a la propiedad social, que deriva del trabajo realizado en condiciones de propiedad privada de los medios de producción. Para que el contenido del valor -tiempo de trabajo socialmente necesario- se plasme como propiedad objetiva de la mercancía, es imprescindible que ésta encuentre la manera de expresar esa propiedad. Y lo hace en el lenguaje de las mercancías, a través de los precios. Por eso, se trata de un mundo generado por los seres humanos, pero que éstos no dominan. Un mundo que, hasta cierto punto, se independiza de la sociedad: “el lienzo revela sus pensamientos en el único lenguaje que domina, el lenguaje de las mercancías” (p. 64). Esto es, la mercancía “dice” que su valor ha sido creado por trabajo humano abstracto, “diciendo” que otra mercancía, en cuanto es valor, está constituida por el mismo trabajo. De la misma manera “dice” que se trata de una objetividad que no es física, sino social, “diciendo” que el valor tiene el aspecto de otra mercancía (por ejemplo, el aspecto de oro, cuando éste se convierte en dinero). Por eso, para que haya valor, el trabajo privado debe ser validado como trabajo social en el intercambio: “es sólo en su intercambio donde los productos del trabajo adquieren una objetividad de valor, socialmente uniforme, separada de su objetividad de uso, sensorialmente diversa” (p. 89). Esa objetividad de valor es, por supuesto, el dinero. En esta concepción, la forma del valor es esencial para que exista el contenido, trabajo social objetivado; una cuestión que remite a la relación dialéctica entre forma y contenido, que presenta Hegel en la Lógica.

El apartado sobre el fetichismo

El apartado dedicado al fetichismo de la mercancía, que sigue al de la forma del valor, profundiza lo anterior (de hecho, la explicación del fetichismo ya está contenida en el análisis de la forma del valor).

Al inicio del mismo, Marx se pregunta de dónde devienen las complejidades que ha mostrado el análisis de la mercancía, y responde que no pueden derivar del valor de uso, ni del trabajo concreto (destinado a generar valores de uso). Pero tampoco “del contenido de las determinaciones del valor” (p. 87), esto es, de las características que conforman la sustancia del valor. Es que siempre los seres humanos emplearon energía en el trabajo; también tuvieron que interesarse por los tiempos de trabajo invertidos, y además, es un hecho que “tan pronto como los hombres trabajan unos para otros, su trabajo adquiere también una forma social” (p. 88).

Por eso, Marx vuelve a preguntarse de dónde sale ese carácter enigmático que distingue al producto del trabajo “no bien asume la forma de mercancía”. La respuesta es “de esa forma misma. Es que la igualdad de los trabajos humanos, en la sociedad productora de mercancías, adquiere la igualdad de valores de los productos del trabajo; la medida del gasto de trabajo humano toma la forma de cantidad de valor; y “las relaciones entre los productores... revisten la forma de una relación social entre los productos de sus trabajos” (ídem). Esto significa que una relación social entre los seres humanos, adopta “la forma fantasmagórica de una relación entre cosas” (p. 89). Pero ello ocurre porque se trata de un trabajo social particular: son productores privados, propietarios privados de los medios de producción. En palabras de Marx: “Si los objetos para el uso se convierten en mercancías, ello se debe únicamente a que son productos de trabajos privados ejercidos independientemente los unos de los otros” (1999, p. 89, t. 1). También: “La división social del trabajo convierte en mercancía el producto del trabajo, y con ello torna en necesaria la transformación del mismo en dinero” (p. 132). No es un capricho, sino una necesidad que deriva de la misma estructura social. Dado que los trabajos son privados, dado “el comportamiento puramente atomístico de los hombres en su proceso social de producción” (p. 113), sólo en el acto de cambio esos trabajos adquieren su realidad como partes del trabajo social. Por eso también, la venta del producto es el “salto mortal” de la mercancía, el momento en que el trabajo privado se sanciona como social. Si por alguna circunstancia, el productor no puede vender su producto, metamorfosear la mercancía en dinero, significa que su trabajo privado no ha generado valor, no ha sido validado socialmente.

Asimismo, refiriéndose a la objetivación del trabajo en tanto valor de la mercancía, Marx escribe: “de hecho, los trabajos privados no alcanzan realidad como partes del trabajo social en conjunto, sino por medio de las relaciones que el intercambio establece entre los productos del trabajo y, a través de los mismos, entre los productores. A éstos, por ende, las relaciones sociales entre sus trabajos privados se les ponen de manifiesto como lo que son, vale decir, no como relaciones directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en sus trabajos, sino por el contrario, como relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas” (p. 89). Los trabajos privados solo alcanzan realidad como partes del trabajo social conjunto a través del intercambio. Éste es el punto que Ricardo pasa por alto (también Sraffa e incluso algunos marxistas influenciados por el enfoque ricardiano). Parecen olvidar que en la sociedad mercantil los trabajos “no son directamente sociales”.

En otras sociedades

El carácter específicamente social del trabajo en la sociedad productora de mercancías es subrayado por Marx al compararlo con el trabajo en otras sociedades, donde los hombres no relacionan entre sí los productos de sus trabajos en tanto valores. Así, en la Edad Media europea, dado que las relaciones personales constituyen la base social, los trabajos y productos no asumen la forma de valores y mercancías, y los trabajos son directamente sociales (véase p. 94). Algo similar ocurre si el trabajo es colectivo, esto es, si está “directamente socializado”. En las familias patriarcales rurales, por ejemplo, “los diversos trabajos... en su forma natural son funciones sociales, ya que son funciones de la familia y ésta practica su propia división natural del trabajo, al igual que se hace en la producción de mercancías” (p. 95). Pero en este caso, y a diferencia de lo que ocurre en la producción mercantil, el gasto de fuerzas individuales de trabajo “se pone de manifiesto desde un primer momento como determinación social de los trabajos mismos” (ídem). También bajo “una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y empleen, conscientemente, sus fuerzas de trabajo individuales, como una fuerza social” (p. 96), los trabajos serán directamente sociales. No necesitarán validarse como sociales a partir del intercambio de productos con valor.

Trabajo abstracto y concreto

Lo desarrollado hasta aquí permite comprender la importancia que tiene el examen crítico, realizado por Marx, de la distinción entre el trabajo concreto y abstracto. Recordemos que luego de haber reducido, mediante el análisis, el valor a trabajo socialmente necesario objetivado, Marx explica que así como la mercancía tiene valor de uso y valor, el trabajo tiene dos determinaciones: en tanto generador de valores de uso, todos los trabajos son concretos (reúnen múltiples particularidades, habilidades, etcétera), pero como generadores de valor, todos se igualan en cuanto gastos humanos de energía. En este último respecto, hablamos de trabajo abstracto. Pero, ¿cuál es la relevancia de esta distinción?

Reside en que pone de manifiesto el carácter específico del trabajo en la sociedad productora de mercancías. Es que en toda sociedad los seres humanos debieron gastar fuerza de trabajo (energía, músculos, nervios) para procurarse los bienes de uso. En este sentido, puede decirse que el trabajo, “considerado como universalidad abstracta”, es una categoría que expresa “la relación más simple y antigua en que entran los hombres cualquiera sea la forma de sociedad” (Marx, 1980, p. 305). Sin embargo, sólo en la sociedad capitalista el trabajo abstracto pasa a tener generalidad, y adquiere “realidad práctica”. Pasa a ser general porque solo en la sociedad capitalista se llega a una totalidad muy desarrollada de géneros de trabajos, ninguno de los cuales predomina sobre los demás. Para millones de seres humanos, hoy el trabajo cuenta como “simple gasto de energía”, es “trabajo simple” (y alienante), que sólo les produce un ingreso.

Pero en segundo lugar, y vinculado a lo que acabamos de explicar, el trabajo abstracto adquiere “realidad práctica” porque el gasto humano de energía ya no está presupuesto en la particularidad del trabajo, como sucedía en las sociedades no productoras de mercancías. En aquellas sociedades, el gasto humano de energía era un rasgo, una determinación, del mismo trabajo, que “se pone de manifiesto desde un primer momento como determinación social de los trabajos mismos, puesto que las fuerzas individuales de trabajo sólo actúan, desde su origen, como órganos de fuerza colectiva de la familia” (Marx, 1999, p. 95, t. 1). En esas sociedades no se trabajaba para producir valor, sino valor de uso. Lo que subyace a esta situación es una relación social: existe una fuerza colectiva -en el ejemplo citado, una familia- que distribuye el trabajo del conjunto, y cada una de las partes está asumida, ab initio, como parte de ese todo. El gasto humano de energía está presupuesto como gasto de la la colectividad productiva.

Distinta es la situación en la sociedad mercantil capitalista. Ahora, los trabajos privados, para validarse, deben ser productores de valores de uso y de valor, ya que el trabajo concreto (el trabajo en su forma natural) no es directamente social. Sólo se hace social a través de la generación de valores, que se sancionan en el mercado, mediante el lenguaje de los precios. Por eso, el trabajo debe aparecer bajo la forma indiferenciada de trabajo humano. Es una sociedad en la que se trabaja para producir valores, aunque para esto haya que crear valores de uso. Esta escisión, este doble carácter del trabajo, está en la base de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas -creación de riqueza material- y los problemas derivados de la valorización del capital (caída de la tasa de ganancia). Es que el capital debe producir valor y valor de uso, y esta contradicción estalla cuando la valorización del capital entra en conflicto con la producción material, se interrumpe la acumulación y se paralizan las fuerzas productivas (véase Marx, 1999, cap. 15, t. 3).

Mercado, propiedad privada y teoría socialista


Naturalmente, la teoría del valor de Marx encierra una crítica al mercado. Dado que los trabajos se comparan a través de los precios, la regulación de los tiempos de trabajo ocurre a posteriori, “como necesidad natural intrínseca, muda, que sólo es perceptible en el cambio barométrico de los precios del mercado y que se impone violentamente a la desordenada arbitrariedad de los productores de mercancías” (1999, p. 433, t. 1)̣. En este ámbito, “la casualidad y el arbitrio llevan a cabo su enmarañado juego en la distribución de los productores de mercancías y de sus medios de producción entre los diversos ramos sociales del trabajo” (ídem). Por eso, en tanto subsista la propiedad privada burguesa, existirán los movimientos anárquicos de los precios, las subas y bajas abruptas de la producción, con sus consecuencias de despilfarro de trabajo humano social. Esa “anarquía de la división social del trabajo” no se puede suprimir con medidas administrativas; ni con intervenciones del Estado burgués (al estilo de controles de precios, y similares). Su origen y razón de ser es social, lo que significa que es consustancial al modo de producción capitalista.

Más en general, podemos decir que este modo de producción se distingue, en primer lugar, por el hecho de que la producción para el mercado pasa a ser la forma dominante y generalizada de la producción; y en segundo lugar, porque tiene como objetivo “directo y determinante de la producción”, la generación de plusvalía. De ahí que el eje de la crítica marxista es a la propiedad privada de los medios de producción. Ya en el El Manifiesto Comunista Marx y Engels plantearon que el rasgo distintivo de la teoría del comunismo (y de su programa) es la abolición de la propiedad burguesa: “la teoría de los comunistas puede ser resumida en una sola frase: abolición de la propiedad privada”. La noción de la mercancía, el valor y el capital como relaciones sociales, históricamente determinadas, está en la base de esta crítica a la relación social sobre la que se levanta la civilización burguesa.

Textos citados:

Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.

Marx, K. (1980): Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI.


Trasversales