Trasversales
Ángel Barón

¿Y que tiene de malo el autogobierno?


Revista Trasversales número 30 octubre 2013 -enero 2014



Ángel Barón es miembro del consejo editorial de Trasversales

Estamos muy en crisis

Como tantas veces en la historia de la Península, Cataluña va un paso por delante en la expresión política y la búsqueda de alternativas. Volviendo a otras épocas, ante el avance de la política de la derecha, buscan una salida para ellos, como el Estat Català en 1934 ante el bienio negro y la deriva pro fascista de la CEDA.

Para empezar hay que situar que en España no sólo estamos en la crisis, sino que estamos en crisis, y mucho. Muy en crisis, vaya. El bálsamo de la mayoría absoluta del PP no tapa el estallido de las costuras.

No vale con considerar que es una crisis global, porque las especificidades de España son suficientemente significativas: la tasa de paro indica no sólo el fracaso del modelo de desarrollo de ladrillo, sol y playa, pelotazo y especulación, sino que al ser el país con más desequilibrio de la OCDE, según lo que nos cuentan que es neutral macroeconomía, la troika va a decir el mes que viene que hace falta "valientemente" seguir con las reformas, es decir, entrar a saco en las pensiones, los salarios y el gasto social para que el déficit no esté desbocado.

Y no se oye que hay que repartir el trabajo, que hay que trabajar menos. Tampoco se habla del despilfarro en el gasto público, es otra idea de bares y charlas y no de opinión publicada.

El último botón de muestra, el cierre parcial del aeropuerto de Torrejón en Madrid para dar algo de sentido al aeropuerto de Eurovegas, para el que ya se han consignado 200 millones de euros, a ver si ya se decide a invertir el señor Adelson, que la operación especulativa con los cuarteles de Campamento, con decenas de miles de metros cuadrados entre Madrid y Alcorcón, está en el alero. Hay mucho dinero a ganar, y claro, con ello, además de cobrar las comisiones pertinentes, se podrá crear empleo.

Crisis del modelo de Estado

Pero la realidad es que las costuras constitucionales y el armazón institucional de nuestra democracia crujen; desde el funcionamiento de la judicatura hasta el reparto competencial no funcionan nada bien. Y la corrupción no es un fenómeno "preocupante", sino que forma parte esencial del funcionamiento económico y sobre todo del funcionamiento de la política. Es un mal generalizado, que complementa el clientelismo, degrada la convivencia, potencia la insolidaridad y encarece la vida de todos los que la pagamos. Los "listos" abusan de los decentes, ante la falta de una moral cívica asumida socialmente.

Está claro que mandan los multimillonarios de euros, los ricos de ahora, que son más los gestores que los propietarios de los fondos que manejan, que cobran según los mercados internacionales y que forman una "manga de ladrones", con sus contratos blindados de entrada y su defensa de la "lógica" económica, que no cuestiona lo que se llevan pero sí pone en solfa pensiones, sanidad, derechos de emigrantes y cuidado del medio ambiente. La información de las pantallas en tiempo real y la libertad de movimientos de capitales, cada día funcionando más como golondrinas sin nido, van indicando, en forma de rumores, propuestas, presentaciones y un largo entramado de reuniones, fundaciones, encuentros, lo que conviene que los poderes políticos hagan.

Los partidos de la derecha del sur de Europa no tienen más programa real que el mantener la clientela, cobrando la comisión de turno para engrasar su maquinaria electoral y de propaganda, mientras desmontan el estado del bienestar para encontrar "nuevos nichos de negocio" para sus amigos o para ellos mismos cuando dejan el cargo.

La promoción de la moral pública no es como en EEUU o en el norte de Europa; aquí se les deja a los jueces y se enfanga el proceso todo lo que se puede y no se dimite ni se explica; se sofistica su incumplimiento mientras se proponen nuevas leyes. Las instituciones del Estado se pervierten y se capturan, los controles se relajan o desmontan, la opacidad se incrementa, el Parlamento se ningunea, las preguntas de la prensa no se responden y se miente todo lo necesario. Grecia, Italia o España se parecen mucho.

Aquí lo específicamente hispano es que mientras el PP pide "lealtad constitucional" se pasa por el arco del triunfo estatutos de autonomía, competencias delegadas y cortapisa todo lo que puede las autonomías, sobre todo las que no son suyas, porque el consenso sólo hace falta cuando el PP es minoría.

De los polvos del Estatut a los lodos de hoy día

El torpedeo del PP a la renovación del Constitucional tiene mucho que ver con que en Cataluña no hay ninguna confianza en la posibilidad de que se les respete en España. Hay que recordar que el Estatut fue votado por el Parlament, refrendado por el pueblo catalán, aprobado por las Cortes del Reino Constitucional y desmochado por el Tribunal Constitucional, tras años de deliberación en medio del sabotaje del PP a su renovación y en un proceso que dejó su autoridad por los suelos.

Y ante semejante bofetada, no se levantó ninguna pluma mesetaria escribiendo lo obvio: como bien indicaba la presidenta del Tribunal Constitucional, para que cupieran a gusto los catalanes había que cambiar la Constitución. Y cuanto antes; todo el mundo lo sabía, pero la crisis, Europa y el PP que no quiere... y bueno, pues ya llegará el momento.

De ahí venimos. Independentistas en Cataluña los hay desde hace casi un siglo, lo que ocurre es que en Cataluña no creen que se pueda decidir de conjunto el cambio que hay que hacer. Han perdido la confianza en la capacidad de cambio del resto del Estado. Y ellos se han despertado, mientras que el miedo y la desidia tienen paradas a las cabezas pensantes del resto del Reino Constitucional.

Lo que resuelve la independencia No basta con hablar de un modelo federal, es que hay que cambiar más cosas. En Cataluña, su independencia les resuelve de golpe muchas cosas. De entrada es republicana, les permite reformular las provincias, acabar con las diputaciones; igual hasta hacen un Senado que sea operativo.

Y la monarquía está en cuestión, no sólo para los que somos republicanos. La oculta fortuna del rey, los robos de Urdangarín ante el incompresible desconocimiento de la infanta y los escándalos de la familia la dejan al pie de los caballos. Es que también hay que discutir de la monarquía, pues ¿para qué vale ahora esa extravagancia?

También se quitan de en medio el vigente Concordato de Franco y la Iglesia Católica, que persiste más allá de los cambios de régimen, de gobiernos, y de leyes. Pero sobre todo se quitan de en medio al PP y al peso de la oligarquía en las instituciones del Estado, empezando por la judicatura.

¿Y si los catalanes quieren decidir solos?

La falacia de que si se quieren ir lo tenemos que decidir entre todos, además de empujarles fuera, es otra engañifa antidemocrática.

Una cosa es que haya que negociar las condiciones de secesión, si se da el caso, y otra que se impida que decidan si se quieren ir o no. Los hechos muestran que cada día son más los que quieren la consulta y que cada día son más los que quieren independizarse.

Pues habría que preguntarse por qué y dejar de bramar con la legalidad o ilegalidad de su encaje. El problema jurídico formal, por muy escrita que esté la indivisibilidad de España en la Constitución, no puede sobreponerse al problema político de fondo. Con ello ni se impide, ni se evita, ni se soluciona. Estamos ante un fracaso constitucional. Ya Manuel Azaña dijo "Yo concibo, pues, a España con una Cataluña gobernada por las instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia voluntad. Unión libre de iguales con el mismo rango, para así vivir en paz, dentro del mundo hispánico que no es menospreciable. Y he de deciros también que si algún día dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera ella remar sola en su navío, sería justo el permitirlo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz, con el menor perjuicio posible para unos y otros, y desearos buena suerte, hasta que cicatrizada la herida pudiésemos establecer al menos relaciones de buenos vecinos". [Discurso pronunciado por Manuel Azaña el 27 de marzo de 1930 en el restaurante Patria de Barcelona].

Hay que modificar cosas. Y dejar de aterrarse por ello. Necesitamos cambios que generen esperanza. El cambio más importante es recuperar la democracia, avanzar en el autogobierno, aumentar la transparencia. Eso nos hace falta a todos. Hay que aumentar los controles, no relajarlos.

Pero sobre todo hay que hablar de Europa, de las cosas que hay que romper para que la Unión Europea deje de estar secuestrada y deje de ser una camisa de fuerza que no ayuda a que se mejore la situación de los ciudadanos de los estados miembros sino sólo a que mejoren sus finanzas para la especulación internacional.

La mayoría de los ciudadanos y la mayoría de los países están, según los tratados y acuerdos, en renuncio, y hay programas de recorte. ¿Para cuándo la mejora? Como indicaba Cohn Bendit en un artículo reciente, se trata de copiar lo que funciona mejor en un Estado en el resto de los Estados miembros. Un ejemplo bien conocido es la educación en Finlandia, con una política ejemplar, con tres notas a fin de curso: el alumno, la clase y el profesor son calificados. Y esta clasificación forma parte del expediente de cada uno de los tres elementos; los alumnos aprenden a trabajar en equipo y empujan a los más atrasados y son ejemplo.

Europa está llena de soluciones locales a la crisis, desde el uso de la bici hasta las mil formas de intercambio. También indicaba Cohn Bendit en el artículo, hecho para la juventud europea, que para ello era necesario que apareciera un proyecto, partido, movimiento europeo, que no estuviera condicionado por las políticas nacionales y locales de los aparatos de los partidos existentes.

La falacia del nacionalismo

No creo que la independencia de Cataluña sea una buena solución, ni siquiera para ellos. Se están laminando las bases del diálogo político y la convivencia cívica, que en Cataluña estaban por delante del resto del país. Como corresponde a toda exaltación nacional, aparte de hacernos enemigos a los de fuera, se dividen a los catalanes entre buenos y malos catalanes. Y me acuerdo de los buenos y malos españoles de la época de Franco.

Pero ayudaría en el debate el que las lenguas minoritarias del Estado tuvieran abogados en Madrid, el que se usaran en nuestra vida pública, y el que se enseñaran, y sobre todo se enseñara a respetarlas en la escuela, por delante de la libertad de educación de la Iglesia.

A favor de la consulta

Por ello estoy a favor de la consulta y creo que se debe apoyar que puedan hacerla. Es preferible que sea una consulta clara. Y también estoy a favor de que se haga un referéndum en el resto del Estado, que no es el de la independencia de Cataluña, no sólo porque es necesario y hay que cambiar la Constitución, sino porque con ello nos situamos donde estamos: hay que repensar nuestra democracia y nuestra convivencia, hay que reformar el Estado.

Y para la mayoría, para los que no formamos parte de ninguna élite, se trata de que no se nos escape esta oportunidad. Toda crisis tiene muchas salidas.