Trasversales
José M. Roca

Irrecuperables. Cosas que no volverán

Revista Trasversales número 30, enero 2014

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Con aviesa intención, el Gobierno presentó los restrictivos Presupuestos de 2013 como “los más sociales de la democracia”, lo que ya es exagerar, y ha presentado los de este año como “los Presupuestos de la recuperación”. Pero los datos disponibles no avalan ese optimismo ante el balance de 2013 ni el triunfal discurso del Ejecutivo sobre la recuperación, que es el eje de la nueva campaña de propaganda, que reemplaza a la de la capacidad exportadora de España.

El propio Draghi ha indicado que había señales alentadoras, pero que aún no se había superado la crisis en Europa. En España, esas señales se traducen en que la economía ha crecido un 0,3% en el último trimestre de 2013, después del 0,1% del anterior, tras nueve trimestres de descenso en la segunda recesión sufrida desde 2008. Exiguo aumento, que no indica que se mantenga ni que a corto plazo sobrepase el 2% del PIB, que es el umbral a partir del cual se podría crear empleo digno de tal nombre, ni que llegue al 3% del PIB, que se estima necesario para devolver una deuda pública que supera los 20.000 euros por persona.

La Unión Europea prevé que el paro se mantenga en el 25% de la población activa hasta 2016 y estima un crecimiento del 0,5% en 2014. El FMI lo coloca en el 0,6% y otras agencias internacionales vaticinan una etapa de varios años con un crecimiento escaso, por debajo del 1% del PIB o poco más, pero insuficiente para crear empleo estable y absorber la bolsa de 5,9 millones de parados, pero unos y otros insisten en aplicar la receta de la austeridad.

Hace pocos días, Olli Rehn, el comisario de Asuntos Económicos, indicaba que España tardará diez años en salir de la crisis y que debemos continuar con las reformas, es decir, con los recortes. Y la OCDE pedía dar más caña al mismo mono, indicando que se debe terminar la reforma laboral ampliando el período de prueba, abaratando más el despido y simplificando la normativa para evitar que los despidos se paralicen en los juzgados.

Este no es el resultado que merecen los ciudadanos en pago a los sacrificios exigidos por el Gobierno, pero tampoco es el resultado que esperaba el propio Ejecutivo cuando señalaba como objetivos prioritarios rebajar las cifras de la fatal trilogía D-P-D (déficit, prima de riesgo, deuda pública) y crear empleo.


Lo que el viento (de derecha) se llevó

Sin embargo, en todo esto hay una pequeña parte de verdad, que es a la que se refiere el Gobierno cuando habla de que hemos tocado fondo y de que hemos empezado a salir de la crisis. Y así es: para una pequeña parte de la población española, la crisis se ha terminado sencillamente porque nunca ha empezado, pero ahora mejoran sus expectativas. Están saliendo de la crisis los no se han visto afectados por ella o no han sido golpeados con la ferocidad con que ha golpeado a la clase trabajadora y a la clase media; a los asalariados, a los dependientes, a los jubilados y a los económicamente débiles, porque la recuperación es cosa de pocos, o mejor, cosa de ricos.

Con ayuda pública, muchas empresas -automoción, construcción, autopistas, telefonía, energía, minería y otras muchas (más de 30.000)- han aguantado la crisis, y los bancos han rehecho sus cuentas, han saneado sus balances; las grandes empresas no han dejado de tener beneficios y ahora tendrán más, y las que no los tenían pronto los tendrán; para estas sí habrá recuperación, pero quienes han perdido su casa no la recuperarán, porque se habrá subastado o estará en poder de los llamados fondos buitre, que han venido para quedarse con los despojos económicos de las clases humildes.

Los que son deudores de una hipoteca sin casa no dejarán de serlo hasta que devuelvan el último céntimo; quienes han perdido empleos estables y bien pagados no regresarán a ellos, hallarán, con suerte, otros empleos, eventuales y mal pagados, pero los empleos fijos, los sueldos decentes y las jornadas laborales de 8 horas no volverán. Millones de presupuestos familiares tendrán que reajustarse, porque el poder adquisitivo perdido no volverá en mucho tiempo. Para muchos jóvenes el futuro se diluye por la falta de empleo y para muchos adultos la vida laboral ha concluido con cincuenta años o menos; los que esperaban una fecha para jubilarse tendrán que esperar y los que esperaban hacerlo con una suma determinada tendrán que conformarse con menos. Miles de personas, que han perdido cualquier ayuda pública, quedarán al amparo de familiares, de amigos o de asociaciones de beneficencia; sin futuro pero con hambre, con hambre de comida y sed de justicia.

El tejido industrial y comercial destruido no volverá, habrá otro en su día, pero tardará en recomponerse; los que han cerrado su pequeño negocio no lo volverán a abrir, ni se van a restablecer los niveles de los servicios públicos anteriores a la crisis, ni a recuperar los empleos públicos suprimidos ni las propiedades y servicios públicos privatizados, que también forman parte de “la herencia recibida”, y que el Gobierno dilapida. Los que esperaban una beca, un subsidio o una ayuda del Estado, no la tendrán o la percibirán reducida en duración y cantidad.

Es inútil esperar que los bancos devuelvan el dinero que entre todos les hemos entregado para sanear sus cuentas y el de quienes les entregaron sus ahorros para invertir en algún subproducto financiero, y también es ocioso aguardar a que los directivos y consejeros de las cajas de ahorros quebradas devuelvan el dineral de sus millonarios planes de jubilación, sus sueldos, sus dietas y sus gastos extras.

¿Van a devolver los malos gestores el dinero público dilapidado en obras inútiles o suntuarias, sacándolo de su propio bolsillo? ¿Van a devolver los políticos y los empresarios corruptos el dinero público que han desviado a cuentas privadas o a paraísos fiscales? ¿Van a rendir cuentas los responsables políticos y económicos de este colosal desastre? ¿O sólo lo vamos a pagar los de siempre? Pregunta tonta; está claro, los de siempre llevamos tres años haciéndolo.

Lo perdido es muy difícil de recuperar; a corto y medio plazo todo será distinto y será peor, pues el Gobierno, en una situación de emergencia nacional, está del lado de los suyos, de los ricos y poderosos, y ha decidido que una gran parte de la población no merece recuperar las condiciones de vida y trabajo previas al estallido de la crisis. Ese bajonazo, que es hundir la vida de millones de compatriotas bajo el eufemismo de aumentar la productividad, es lo que vende Rajoy por esos mundos como la gran hazaña de su mandato.

En esta “España indivisa”, según Rajoy, los que queden por el camino para salvar el sistema capitalista son daños colaterales, personas desechables o ni siquiera personas, son números, datos estadísticos, con los que se puede operar fríamente sobre un papel, sin cargo de conciencia, y negociar con sus vidas en Bruselas.

Así, tampoco será fácil restablecer la confianza perdida en las instituciones, en el régimen político, en el sistema económico y, por tanto, en el futuro de este vapuleado país.

Salvo para una minoría, todas las medidas adoptadas desde hace tres años -por Zapatero con algún escrúpulo y por Rajoy con sumo gusto- han ido por el camino de hacernos más pobres, más sumisos y más dependientes. No sólo hemos perdido riqueza particular y colectiva, sino capacidad para decidir sobre nuestras propias vidas; hemos perdido autonomía o, dicho con una palabra más solemne o más dramática: con las autoritarias decisiones de un gobierno que alardea de liberal, hemos perdido libertad.

Ese es el futuro que nos ha trazado; de nosotros depende cambiarlo.

26 de enero de 2014

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