Trasversales
Luis M. Sáenz

La nueva república

Revista Trasversales número 29  julio 2013

Textos del autor en Trasversales


Hay una crisis de legitimidad del régimen político vigente. Las élites económicas y políticas preconizan la "austeridad" pero aumentan sus privilegios, abusos, corruptelas y riquezas. El desprestigio cayó sobre políticos y banqueros, sobre ciertos magistrados ("caso Dívar"), sobre la jerarquía católica que ha registrado a su nombre cientos de propiedades comunales, sobre las cúpulas de la CEOE, sobre los grandes grupos capitalistas. Y también sobre la "familia real", pese a la sobreprotección mediática y jurídica de que goza. Al hablar de régimen me refiero al régimen jurídico, instituciones y normas constitucionales y legislativas esenciales al sistema político, pero también al régimen material, las relaciones de fuerza, las alianzas y las localizaciones de poderes fácticos que, en último término, caracterizan al régimen que surgió de la Transición.

Este régimen se fundamenta sobre un pacto de intereses entre los grandes grupos capitalistas y los grupos dirigentes de los principales partidos políticos. El papel hegemónico corresponde a las élites económicas capitalistas y el subalterno a las élites políticas, pero sus intereses están estrechamente vinculados y existen, de hecho, "puertas giratorias" entre ambos estratos de la "alta sociedad" y sus respectivos entornos clientelares. No recuerdo que nadie lo haya dicho con más crudeza que el alto dirigente del PSOE que, justificando la propuesta de pacto de Estado entre PP y PSOE, habría declarado "PP y PSOE nos estamos desangrando. De alguna manera, lo que fortalezca a uno o al otro es bueno para los dos. Si cae uno, pueden caer los dos" (El País 3/6/2013). ¿PPSOE, pero dicho desde el propio PSOE sin el ánimo crítico de los movimientos indignados?

En el momento de escribir este artículo las propuestas públicas del aparato del PSOE giran en torno al "pacto de Estado" con el PP, acompañadas de movimientos subterráneos como la reunión secreta entre Rajoy y Felipe González. Esta orientación es un balón de oxígeno para el PP y podría parecer suicida para el PSOE, como lo ha sido para el PASOK su complicidad criminal con la "crucifixión" del pueblo griego. Sin embargo, para quienes toman esas decisiones la propuesta no es "irracional", ya que su prioridad no es parar los recortes, que ellos mismos iniciaron en mayo de 2010, ni generar una alternativa política al gobierno del PP, ni recuperar confianza social para su partido. Su objetivo es salvar al régimen, con la esperanza de que si el movimiento social es derrotado y si la indignación y las luchas contra los recortes no logran generar algún tipo de alternativa, finalmente se restablecerá un resignado escenario bipartidista, controlado desde las cúpulas, aunque en estos momentos la desconfianza ante los líderes de ambos partidos ronde el 80%. También desean salvar al PSOE, que al fin y al cabo es el pasaporte que les permite ocupar un lugar entre las élites, pero sólo a condición de que sea bajo un determinado modo de "ser PSOE", como parte orgánica del régimen y de la alianza con las élites capitalistas, aunque ese modo no sea compartido por los muchos miembros y votantes de ese partido que aún mantienen una implicación en la lucha social y unos valores transformadores.

La situación del PSOE es particularmente delicada en la remodelación de las alianzas constituyentes del régimen. No es seguro que las élites capitalistas y la derecha política le vayan a reservar un lugar relevante en la alianza ni en el nuevo régimen de dominación en ciernes: para tener un hueco en ella, tiene que aportar algo. Si mantiene su línea de "oposición ausente", por mucho que una parte de sus miembros de base tengan un fuerte compromiso en las luchas, seguirá perdiendo apoyo social y poco tendrá que ofrecer a cambio de una buena butaca en la sala VIP del régimen. Si decide unirse, con modestia, a la resistencia social, no tendrá cabida en una estrategia a la que ni los grandes grupos capitalistas ni la derecha van a renunciar voluntariamente. La exacerbación del conflicto social reduce el papel de la distinción ideológica nominal "izquierda/derecha" y pone en primer plano la respuesta práctica a la pregunta "¿de qué lado estás?".

La excusa presentada para una estrategia que apunta hacia la colaboración con el PP -si éste acepta- es que este régimen es la democracia, que es un horizonte irrebasable, que no hay otra manera, más avanzada, de ser y ejercer democracia. No me cuento entre quienes declaran que esta monarquía parlamentaria ha sido un franquismo maquillado. Tampoco pienso que "no tenemos nada que perder más que nuestras cadenas". Al revés, creo que podemos perder mucho, que ya estamos perdiendo mucho, que hay bastante por defender, que defenderlo es nuestra primera tarea y lo que nos puede unir, y que, en principio, las luchas sociales que se están librando son defensivas, radicalmente defensivas, "conservadoras" si se quiere, lo que no me parece peyorativo pues no es posible avanzar sin conservar lo mejor que tenemos, aunque a veces tampoco es posible conservar sin avanzar. Ahora bien, no tenemos que cargar toda la vida con un régimen político dado ni dejar las decisiones esenciales en manos de la alianza entre grandes grupos capitalistas y las cúpulas de algunos partidos sólo porque eso no sea el franquismo. Precisamente porque me parece anacrónico criticar la situación en que vivimos como "prolongación del franquismo", también me parece manipulador y reaccionario sostener al régimen actual por ser diferente al régimen franquista, sin afrontar sus enormes déficits democráticos y sin oponerse al pacto elitista en que se fundamenta.

La cuestión del "régimen" cobra especial actualidad en el marco de la crisis económica y de la decisión de las élites capitalistas -"decisión" subjetiva pero también emanada de la propia lógica objetiva del sistema capitalista- de trastocar radicalmente y de forma duradera las relaciones sociales y las condiciones de vida de la población. Esa política reaccionaria lleva, de hecho, a la modificación del propio régimen político, al menos en su aspecto "material" y social, pues ese plan no puede llevarse a cabo sin recortes en el ejercicio, e incluso en la formulación jurídica, de los derechos políticos y las libertades civiles. Ni siquiera podemos descartar, si la resistencia social es derrotada, el surgimiento, en España y otros países, de regímenes abiertamente autoritarios con otra arquitectura institucional

Uno de los pilares que daba estabilidad a este específico régimen de dominación era cierto tipo de "pacto social", mediocre, injusto e insuficiente, pero cierto y fruto de la presión ciudadana, un pacto que, con oscilaciones, venía a garantizar a la mayoría de la población, aunque nunca a toda, ciertos niveles de protección social, a través, por ejemplo, de la sanidad y la educación pública y el sistema de pensiones. En la medida que eso está siendo dinamitado, también se está produciendo una mutación hacia otro régimen político y de alianzas, aunque hoy por hoy sea sobre la misma base institucional. Nada volverá a ser igual. Sin "pacto social", la constitución material y social del régimen se desestabiliza. Amplios sectores de lo que los maquilladores del capitalismo han venido llamando "clase media", que incluía pequeños empresarios, profesionales, personas asalariadas en condiciones de vida más o menos "acomodadas", etc., ven como se derrumba su estabilidad y sienten en sus carnes la precariedad, lo que las distancia de un régimen con el que, más o menos, se identificaban, quedando abierta la cuestión práctica, no ajena a lo que hagamos desde el activismo social, de en qué medida se desplazarán hacia posiciones ultrareaccionarias y en qué medida lo harán hacia la alianza y la solidaridad. Ahora bien, la actualidad de la cuestión del régimen no deriva sólo de que éste esté mutando hacia formas de dominación de las élites más descaradamente clasistas y brutales, sino también de que en ese proceso el régimen, que siempre ha sido insuficientemente democrático, es una máquina de guerra contra los derechos políticos y sociales. El régimen actúa para mutarse en otro régimen más reaccionario. Ese es el motivo por el que el movimiento defensivo de nuestros derechos laborales, sociales y civiles tiene que enfrentarse, y de hecho se enfrenta, al régimen político vigente. El enfrentamiento es ineludible y habrá que hacerlo explícito. La forma más inmediata de ese enfrentamiento, el hilo del que tirar, es el enfrentamiento con el Gobierno. Aunque sepamos que a un gobierno seguirá otro del que tampoco podremos fiarnos, la idea de que no hay que luchar contra los gobiernos sino contra los regímenes (la monarquía, por ejemplo) o los sistemas (el capitalismo) es una abstracción bastante estéril.

El punto de partida son las luchas sociales reivindicativas, las mareas, la defensa de lo más necesario. En ellas y partir de ellas se produce nuestra politización, nuestras alianzas, nuestras solidaridades. En ellas debe estar en primer plano la unidad, sean cuales sean nuestros diferentes puntos de vista en todo lo demás.

En segundo lugar, está la lucha contra el Gobierno actual, no sólo en tanto que responsable directo de tal o cual recorte o agresión social, sino como ejecutor de una estrategia global de precarización de nuestras vidas y disciplinamiento de nuestros actos. En definitiva, necesitamos echar a este Gobierno, romper su capacidad de imponer los recortes a través de una mayoría absoluta que hoy ya no volvería a conseguir. Hay que echarlos. Para conseguirlo, la palanca esencial es la acción social, que incluye las movilizaciones pero también otras actividades cotidianas de cooperación, diálogo y aprendizaje social. Pero tampoco podemos renunciar a la palanca electoral, necesitamos, al menos, romper la mayoría absoluta de los partidarios de los recortes, necesitamos, al menos, meter en las diversas instituciones electas "fracciones" significativas que tengan capacidad de bloquear la aprobación de medidas contra el bienestar social y el bien común. Digo "al menos" porque todo es posible. Esa palanca hay que construirla democráticamente, aliando al activismo social y ciudadano con organizaciones ya existentes, y dándose por objetivo prioritario generar un canal a través del que puedan expresarse, junto a "las izquierdas" críticas de toda la vida, los cientos de miles, millones en realidad, de personas que han sido ganadas por la indignación, que comparten unas aspiraciones básicas, que en muchos casos están movilizándose, pero que no se reconocen, ni tienen que reconocerse, en una etiqueta ideológica dada.

En tercer lugar, el ciclo de luchas iniciado en mayo de 2011 es reivindicativo, defensivo de los derechos sociales, pero también contiene una enorme aspiración a mayor democracia, mayor transparencia, abolición de privilegios, participación social. Una aspiración que no cabe dentro del actual régimen político. Se han creado condiciones para que muchas personas aspiremos a ir más allá de una alternancia bipartidista dentro del mismo régimen, para que aspiremos a un cambio de régimen, lo que implica abordar otra transición y un proceso constituyente. Sin embargo, es preciso no confundir la transición constituyente a la que podemos aspirar ahora con la transición constituyente que, lamentablemente, no se hizo para salir del franquismo. La transición radicalmente democrática y rupturista que no se hizo para salir del franquismo, aunque sí salimos del franquismo, no puede hacerse ahora, décadas después, lo que no quiere decir que la transición que necesitamos ahora no sea rupturista y democrática, pero deberá ser "otra" transición, en un momento histórico diferente, aunque ambos periodos tengan aspectos comunes por ser periodos convulsos y de fuente lucha social.

Una diferencia importante entre ambos periodos es que en aquella transición nos jugábamos cuánto íbamos a mejorar en democracia y en condiciones sociales, pues la salida del franquismo hacia un régimen más democratizado era ineludible, podría haber sido dos años antes o cuatro después, pero era ineludible, pues la población ya no era gobernable por métodos dictatoriales; mientras que ahora pugnan dos potenciales transiciones, de que nos está llevando a un retroceso espantoso, un grave deterioro de nuestras vidas y un recorte de nuestros derechos y libertades, y la que lo impediría y ampliaría la democracia.

Aspiramos a mejorar, pero la primera razón para poner fin al actual régimen y avanzar es evitar empeorar. Otra diferencia importante es que, en la anterior transición, el franquismo era una anomalía en Europa, un residuo de otros tiempos. Por el contrario, ahora los planes de "austeridad", que son planes de contrarrevolución social duradera, son planes compartidos, en lo esencial, por todas las élites económicas y por todos los gobiernos europeos. Es extremadamente urgente que los movimientos indignados, las izquierdas, los sindicatos, todo lo que puede oponerse a esa estrategia, se inserten en una perspectiva transnacional y se dejen de lado mensajes confusos, que en realidad dan un respiro a nuestros gobiernos, como los de que no tenemos "soberanía nacional", que Rajoy hace lo que le mandan desde fuera, que la culpa es sólo de la Troika, que el problema no es el capitalismo sino el "capitalismo financirizado"… No podremos construir nuestra alianza si ignoramos la que mantienen entre todos ellos, "los de arriba".

Una tercera diferencia, también de extremada importancia, es que lo que alentaba entonces la salida del franquismo era, en primer lugar, una aspiración democrática básica, aunque sin duda se había forjado también en muchas luchas obreras, sindicales, estudiantiles, por diversos derechos. Hoy el motor de la rebelión es lo social, un odio explícito hacia los privilegios de los de arriba, aunque ha dado lugar a una profunda crítica de este régimen e incluso estamos cuestionando el propio concepto de "representación", sometiendo a crítica el funcionamiento de los partidos, experimentado otras formar de ejercicio de la democracia, etc.

Esa radical presencia de lo social impone que el proceso constituyente hacia "otro régimen" no puede partir de lo procedimental, sino que tiene que partir del proceso constituyente social que está en marcha, vinculado desde ya al derecho a la vivienda, a la sanidad y la educación pública, al derecho de las mujeres a decidir, a la igualdad, al cuestionamiento de una "representación" que ignora nuestra opinión durante cuatro años, a los derechos laborales, a la desconfianza y vigilancia que debemos sentir y ejercer ante todo gobierno y Estado, al igual que las izquierdas más inteligentes del primer tercio del siglo XX en España vinculaban República y Asamblea Constituyente a la reforma agraria o a la separación tajante entre Iglesia y Estado.

Acabo de nombrar "República". ¿Cuál es su actualidad actual? ¿Cuál es el lugar de la monarquía en todo esto? La monarquía no es la expresión concentradadel actual régimen ni su núcleo de decisión principal. Lo que caracteriza al régimen es una determinada alianza entre élites económicas y élites políticas, perteneciendo la "familia real" a ambas. Sin embargo, la monarquía ha jugado y juega un papel importante en cuando símbolo del régimen. A diferencia de otras épocas históricas, en las que cierto juego bipartidista protegía el poder de la monarquía, en esta España la monarquía ha protegido a la alianza entre "el dinero" y "la política", no como parachoques, pues la "familia real" ha estado y está sobreprotegida, sino como biombo que oculta algo mostrándose él como objeto. Un biombo que no ha sido colocado en lugar discrito tapando el tesoro, sino que, aunque haga esa función, ha sido colocado donde atraiga todas las miradas, como si él mismo fuese el tesoro. La estabilidad del sistema requería que la vida política pública del país girase, en apariencia, en torno a la "alternancia "izquierda/derecha", que efectivamente daba lugar a matices que en ciertos momentos han sido importantes (¡echar a Aznar!), pero que excluía que la población pudiera dar a esa dicotomía entre izquierda y derecha un sentido más profundo y radical, un horizonte de transformación en contradicción abierta con los intereses de las élites económicas.

La monarquía ha sido el símbolo de la "eternidad" del régimen y de la imposibilidad de sobrepasarlo. La monarquía emite un mensaje: el régimen surgido de la transición es eterno, se transmitirá de generación en generación, y hereditario, quienes lo crearon deben gestionarlo siempre, aunque, por debajo del rey, se alternen. Por otra parte, la monarquía, sin ser el motor de la máquina, es una pieza cuya ausencia obligaría a reorganizar todo el engranaje.

En cierta forma, cuestionar la monarquía equivale a reconocer que todo puede ser puesto en cuestión y transformado, desde la Constitución escrita hasta la constitución material de la sociedad, es decir, de los consensos, disensos, imaginarios sociales y relaciones de fuerzas. Hay que quitar la monarquía, pero no porque sea lo que hay detrás del régimen, sino para que pueda verse el régimen que hay detrás de la monarquía. Y hay que cuestionar al régimen para que se vean los sistemas de dominación social, capitalista y patriarcal, que hay detrás de él.

Decir República es una breve y sencilla manera de decir “cambiar de régimen”. En ese sentido, cuando una gran parte de la población está indignada con la familia real, es una buena manera de señalar que la solución no pasa por adelantar la sucesión, ni por seguir con este eterno bipartidismo reproducido por una ley electoral injusta, ni por mantener a la ciudanía excluida de todo poder de control y decisión durante el periodo que media entre dos elecciones. No necesitamos reyes. Así que República, vinculándola, eso sí, a nuestros derechos sociales, políticos y civiles.

Ahora bien, creo que hay riesgos en algunas de las maneras de decir República. Uno de ellos es su mitificación. Las formas republicanas no garantizan "políticas justas". La idea de "autoridad política hereditaria" es aún mucho más reaccionaria que la de "autoridad política", pero no debemos olvidar que donde hay "autoridad política" separada del resto de la población hay dominación. Hay repúblicas mucho más antidemocráticas que algunos Estados en los que hay monarquía, aunque eso no es mérito de la "monarquía" sino de trayectorias históricas y de lucha social diferentes.

Las repúblicas democráticas son, en líneas generales, superiores a la monarquía, no porque aseguren "buenos gobiernos" ni "buenas políticas", sino porque suelen ser espacios más favorables para lograr y defender libertades y derechos, para desarrollar el conflicto social en un sentido más beneficioso para las gentes corrientes. Y a veces, como en el caso de la España actual, su reivindicación resume, en una forma breve y sencilla, que es preciso cambiar de régimen, aunque hay que evitar expandir ilusiones en que una nueva forma de Estado supere los antagonismos sociales.

Otro de los riesgos al decir "República" es hacerlo desde la nostalgia, como "restitución" o continuación de la II República. Una cosa es la necesidad de que, cada cual desde su propia memoria política, exijamos justicia histórica, derogación de todas las condenas políticas del franquismo y demás reivindicaciones de los colectivos por la memoria, o de que nos esforcemos en aprender lo que podamos de las mejores experiencias de lucha social del pasado, y otra muy distinta son las imitaciones e intentos de “repetición”. Sobre esas experiencias podemos dialogar, intercambiar opiniones, pero no pueden ser la base de la acción común, porque hay visiones muy diferentes. Por ejemplo, no comparto la visión que embellece al Estado republicano y obvia la memoria política vinculada a las enormes experiencias sociales surgidas desde el movimiento de la clase trabajadora, las experiencias cooperativistas y colectivistas, el movimiento de mujeres libres, la respuesta armada al golpe surgida desde abajo, todo aquello que ocurrió en las entrañas de la sociedad y no en sus cumbres. El terrible "bienio negro" y la masacre de la revolución asturiana en 1934 fueron obra del Estado de la II República, bajo gobierno ultraderechista. Pese a algunas reformas importantes, no podemos ignorar que los gobiernos de coalición socialistarepublicana también reprimieron luchas obreras y emitieron leyes contra ellas. El periodo de la guerra antifranquista está lleno de ejemplos del conservadurismo del Estado republicano, de su temor a la actividad independiente del pueblo, de su incapacidad para prevenir y hacer frente a un golpe militar que habría triunfado en pocos días sin la extraordinaria respuesta del movimiento obrero organizado, de alianzas criminales con el estalinismo para reprimir violentamente al movimiento obrero revolucionario, etc.

Pero no es sobre estos temas sobre los que hay que basar las alianzas sociales y políticas a construir. Quizá el mayor peligro de la mitificación del Estado de la segunda república es que pudiera dificultar el entronque entre los activismos sociales más o menos organizados y de "vieja politización", por un lado, y la multitud de personas en un rápido proceso de politización, que no "ideologización", que se han sumado a la lucha sin tener identificación política precisa. El resultado del enfrentamiento social que está teniendo lugar dependerá en gran parte de que se produzca esa conexión, en plan de igualdad y aprendizaje mutuo (no como relación "vanguardia-masas") y no creo que se ayude a eso con proliferaciones de tricolores o de banderas de partidos, aunque lo digo desde el respeto a la libertad de expresión y la defensa del derecho a llevarlas, aunque en ocasiones me parece nada oportuno si lo que queremos es sumar.

La verdad es que me parecen más corrosivos los elefantes "antiborbónicos" que la tricolor. En todo caso, cada cual que haga lo que crea conveniente, lo que importa es que la alianza social a construir no puede basarse en un programa pactado por arriba entre organizaciones, sino en los expresados a través de la propia lucha social. La cuestión republicana está puesta sobre el tapete, pero en tanto que nueva República. Hay que llenarla de futuro, de bullir social, como nuevo comienzo y no como meta. Hay que alzar una idea de República que lleve en su seno la crítica de toda república, que no prometa una nueva forma de representantes que, esta vez, "sí nos representen", sino que lleve el "no nos representan" a su sentido pleno, a la imposibilidad de que ningún Estado o institución "represente" a la colectividad social, aunque necesitemos instituciones. República con una perspectiva europea y transnacional, sin dejarnos aplastar bajo la mitología del Estado-nación y de las fronteras con las que nos dividen, aunque también sin la visión centralizadora que excluye el surgimiento de nuevos Estados si su población lo quiere.

República, como forma sencilla de decir ¡abajo el régimen!

¡Abajo el régimen!, como forma sencilla de decir que necesitamos más democracia para poder desmontar un sistema injusto y construir en común otro más igualitario y más libertario. Y ¡abajo el Gobierno!, ante todo, porque es un paso imprescindible para defender nuestros derechos, para cambiar el régimen, para empezar a cambiar el sistema.



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