Trasversales
Thomas Harrison

Egipto: la revolución en la encrucijada

Revista Trasversales número 29 agosto 2013 (web)

Thomas Harrison es miembro del consejo editorial de New Politics y codirector de Campaign for Peace and Democracy.





Mientras escribo, en Egipto se desarrolla una horrible tragedia. El viejo orden se ha reafirmado de manera estrepitosa. Sin embargo, es difícil imaginar que Egipto vuelva a ser lo que era antes de 2011.

Muchos aspectos de la situación siguen sumidos en la confusión. En primer lugar, se ignora cuantos seguidores de Morsi han sido sacrificados. The New York Times acepta la cifra de mil muertos y cuatro mil heridos en el primer ataque a los campamentos de protesta y durante los siguientes cuatro o cinco días, incluyendo a un número relativamente pequeño de policías y militares, así como a civiles contrarios a los Hermanos Musulmanes. Puede que nunca sepamos la verdadera cifra de víctimas, pero hay buenas razones para creer que son muchas más. Ciertamente, el número de muertos seguirá aumentando si Egipto cae en una guerra civil, lo que parece estar sucediendo.

Después están las incógnitas sobre el papel de Washington. Según la información dada por The Times, los diplomáticos estadounidenses y europeos trataron de negociar un acuerdo entre el SCAF (Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas) y los Hermanos Musulmanes, con el fin de evitar la masacre, pero los militares les "mandaron a tomar viento". Al mismo tiempo, los gobiernos de Israel, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos influyeron sobre EEUU para que no presionasen a los generales egipcios. Aunque se considera que la embajadora estadounidense en El Cairo tenía relaciones amistosas con Morsi, Obama no hizo declaraciones públicas sobre el golpe de Estado durante varios días, incluso después de que el ejército cometió sus primeras matanzas a gran escala.

El Secretario de Estado Kerry elogió a los militares por "restaurar la democracia". Obama condenó la matanza del 14 de agosto, pero su gobierno tiene parte de la responsabilidad por haber apoyado de facto el golpe de Estado, dando así a entender que el SCAF podría llevar a cabo impunemente una escalada de violencia. Por otra parte, inmediatamente después del 14 de agosto quedó claro que los 1.500 millones destinados a Egipto, principalmente en ayuda militar, no estarían en peligro hiciese lo que hiciese el ejército, aunque ahora, bajo presión (procedente principalmente de los republicanos), Obama está insinuando alguna reducción en las subvenciones a Egipto.

Es un escándalo que la lucha para recortar la ayuda de EEUU a este régimen asesino esté siendo liderada por elementos de la derecha, como Robert Kagan, aunque la mayoría de ellos, como John McCain y Lindsey Graham, pidan sólo su suspensión temporal. Antes, el 31 de julio, un intento de bloquear en el Senado la ayuda militar, dirigido por Rand Paul, fue derrotado por 86 votos contra 13, tras intensas presiones de AIPAC (American Israel Public Affairs Committee), con todos los votos demócratas en contra. Incluso ahora, entre los demócratas no parece haber casi ningún interés en recortar la ayuda. Algunos han usado la patética excusa de que Egipto siempre podrá obtener ayuda militar de Rusia, Israel o Arabia Saudí, lo que es cierto, y "nosotros" podríamos perder nuestra influencia sobre El Cairo. Otros simplemente están siguiendo la línea de AIPAC. Pero para la mayor parte de ellos, como de costumbre, todo se reduce a su renuencia a molestar a su amigo en la Casa Blanca.

El argumento de la "influencia" es en gran medida engañoso, ya que la ayuda de EEUU permite a Egipto tener acceso a algunos armamentos muy sofisticados y a contratos de mantenimiento de su arsenal. Estados Unidos y Egipto han estado siempre muy integrados en los ámbitos militares y diplomáticos, y si Obama actuará basándose en principios bien podría tener un efecto moderador sobre el SCAF. De hecho, parece posible que si Washington hubiese denunciado abiertamente el golpe del 3 de julio y amenazado con cortar la ayuda inmediatamente, se podrían haber evitado las masacres del 14 de agosto.

En cualquier caso, lo cierto es que nada de esto fue considerado por el gobierno de Obama ni lo considerará en el futuro a menos que haya una contundente campaña por la paz, los derechos humanos y los movimientos de justicia social. Los progresistas estadounidenses deben exigir el cese de la ayuda, no sólo porque es inmoral armar a asesinos en masa, sino también porque el recorte de la ayuda a los generales ofrecería consuelo y solidaridad a las víctimas de la represión del ejército y animaría a aquellos que en el mundo árabe y musulmán aspiran a una democracia real.

Cuando Mubarak cayó, en Occidente se dio por hecho que las masas de Egipto estaban tan profundamente unidas al conservadurismo islámico que los Hermanos Musulmanes obtendrían el poder con una mayoría arrolladora. Pronto se demostró lo infundado de esa visión condescendiente. Morsi y el candidato salafista sólo obtuvieron, entre ambos, un 42% en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, y Morsi sólo alcanzó el 51% en la segunda ronda, lo que fue una victoria pero no un triunfo aplastante ni, menos aún, un mandato popular para que acumulase todo el poder en sus manos y en las de los Hermanos Musulmanes, imponiendo el Estado de la sharia. Pero eso es lo que Morsi procedió a hacer gradualmente.

Juan Cole ha calificado la presidencia de Morsi como "golpe de Estado a cámara lenta". A la vista del actual régimen militar, mucho más represivo, es fácil olvidar el impulso sectario y antidemocrático de las políticas de Morsi. El presidente rápidamente comenzó a actuar como si estuviera por encima de la ley. Impulsó una nueva Constitución, basada en los principios de la sharia, que fue respaldada por un referéndum en el que participó sólo el 30% de los egipcios, lo que significaba efectivamente un boicot masivo. La nueva constitución hizo de "los principios de la ley islámica (sharia)" la principal fuente de legislación, como ya decía la antigua constitución, pero agregó un texto que definía la sharia más específicamente en términos de "las pruebas, las normas, la jurisprudencia y las fuentes" aceptadas por el Islam suní, sugiriendo que podrían imponerse los castigos mandados por la sharia en caso de robo, adulterio o blasfemia. De hecho, los profesores coptos, bajo excusa de la Constitución, fueron acusados ​​de blasfemia. Todo esto estaba lejos de ser un sistema al estilo talibán, por supuesto, y era mucho menos que los salafistas exigen. Pero era nefasto y millones de egipcios creían claramente que aún iría a si Morsi se mantenía en el cargo.

Ante todo y evidentemente, lo que Morsi estaba intentando crear era un Estado de partido único, otorgándose el derecho a gobernar por decreto, tratando de llenar los tribunales con jueces afines a los Hermanos Musulmanes y acusando de ser parte de una conspiración extranjera a quienes le criticaban. El estilo político de Morsi tomó un cariz muy alarmante, autoritario y paranoico. La retórica contra la población copta, que siempre había sido un elemento básico del discurso de los Hermanos Musulmanes, se hizo estridente. La policía hizo la vista gorda ante los ataques contra cristianos y chiítas prepetrados por las patrullas de los Hermanos Musulmanes. Las bandas islamistas atacaron a manifestaciones de izquierda e impusieron a las comunidades coptas el pago de la jizya, el antiguo impuesto que los pasados gobernantes islámicos, incluidos los otomanos, cobraban a la población no musulmana.

Morsi atacó duramente la libertad de expresión, cerró varios periódicos y persiguió blogueros.

El rechazo popular a estas tendencias, incluyendo el rechazo de millones de personas que habían votado por Morsi, contribuyó a la explosión que tuvo lugar a finales de junio. Pero lo que enfrento a la mayoría de los egipcios con el gobierno de Morsi fue la terrible penuria económica. Morsi aplicó sin vacilar las órdenes del FMI. El resultado fue el aumento masivo de un desempleo que ya era catastrófico, la escasez de alimentos y de combustible y el aumento del precios de los alimentos básicos. Por supuesto, lo que la clase dominante egipcia esperaba de Morsi era precisamente que impusiese esa continuidad de la austeridad y del proyecto neoliberal. A cambio de su apoyo o aceptación, sin embargo, también esperaba que pusiese fin a la revolución. Las élites de Egipto, incluyendo los altos mandos militares, esperaba que la eficiente máquina de los Hermanos Musulmanes podría cooptar y neutralizar a las masas descontentas, pero no fue así, y por esa razón las élites abandonaron a Morsi.

La rebelión, o Tamarod, del 30 de junio fue compleja. La organización Tamarod era una alianza extremadamente imprecisa de jóvenes vinculados al Partido Socialdemócrata, al Partido Alianza Popular Socialista, al Partido de la Constitución de Mohamed ElBaradei y a los Socialistas Revolucionarios (RS). Ninguno de estos grupos, a excepción de RS, son realmente socialistas o verdaderamente de izquierdas. Hazem Al-Beblawi, por ejemplo, uno de los fundadores de los socialdemócratas, es el actual primer ministro. Pero tras la rebelión estaban millones de egipcios que querían la destitución de Morsi y nuevas elecciones inmediatas. Se recogieron cerca de 22 millones de firmas apoyando la petición de Tamarod para la dimisión de Morsi. Se estima en 17 millones el número de participantes en la manifestación del 30 de junio en El Cairo, que podría haber sido la más masiva en toda la historia. Estas cifras representan alrededor de una cuarta parte de la población del país, aproximadamente la mitad de todos los adultos de Egipto, lo que en EEUU equivaldría a unos 78 millones de personas, más de las que votaron a favor de Romney u Obama. Es cierto que algunos cuestionan estas cifras, pero no conozco a nadie que cuestione que fue enorme y mucho mayor que la del 25 enero de 2011.

En una democracia, ningún presidente tiene derecho a permanecer en el cargo ante este tipo oposición. El pueblo egipcio, al igual que los ciudadanos de todo el mundo, tiene el derecho moral de recordar a los gobiernos que han perdido su confianza, un derecho que para los estadounidenses está consagrado en la Declaración de la Independencia. Morsi debería haber dimitido, pero entonces deberían haberse hecho nuevas elecciones lo antes posible. Esto es lo que esperaban muchos de los egipcios, probablemente la mayoría, pero no era ese el plan del ejército cuando intervino para "llevar a cabo la voluntad del pueblo". Tampoco, al parecer, era lo que la mayoría de los líderes de Tamarod tenían en mente.

Adam Shatz, en London Review of Books, citó a un amigo con "contactos en los servicios de seguridad egipcios", que afirmaba que el golpe de Estado del 3 de julio se coordinó con Tamarod, lo que le proporcionó una cobertura populista. A la vista de que los líderes de Tamarod han apoyado estruendosamente al general Al-Sisi y proponen que se formen patrullas contra los Hermanos Musulmanes, hay buenas razones para sospechar cierta cooperación entre ellos y el ejército egipcio. Por otra parte, no era un secreto que el movimiento en su conjunto también incluía partidarios del antiguo régimen y del ejército, que querían aplastar a los Hermanos Musulmanes a cualquier precio. El aspecto más desconcertante de todo esto, sin embargo, es la rapidez y facilidad con la que los elementos democráticos de Tamarod, especialmente los socialistas revolucionarios, fueron dejados de lado por los autoritarios.

Sin embargo, la indignación masiva del movimiento que culminó el 30 de junio era real y expresaba profundamente quejas legítimas. Esos millones de manifestantes no eran meros peones del SCAF y de los activistas de Tamarod. Entre ellos estaban trabajadores que habían visto como el régimen de Morsi rompía sus huelgas y estrangulaba a sus sindicatos, mujeres que sabían que sus derechos estaban amenazados, egipcios disconformes ante la incitación desde el gobierno del sectarismo y del odio hacia las minorías religiosas, pobres y subempleados que exigían lo que la revolución había prometido: pan, libertad y justicia social. Fue una tragedia de proporciones épicas que no hubiera un liderazgo que pudiera ofrecer una perspectiva consistentemente democrática al movimiento de masas y que distinguiera claramente la diferencia existente entre la exigencia de destitución de Morsi y un golpe militar.

¿Y ahora qué? El SCAF está imponiendo un régimen de terror, y sus presas serán tanto los activistas sindicales y por los derechos humanos como los islamistas. El autoritarismo de Morsi palidece si se le compara con el feroz ataque de los militares contra la libertad del pueblo egipcio.

Quienes estamos fuera de Egipto debemos hacer todo lo posible para aislar a este régimen. Es imprescindible que la izquierda egipcia defienda a las víctimas de la represión salvaje de las fuerzas armadas, en especial a los miembros de los Hermanos Musulmanes y a sus simpatizantes que protestan contra el golpe. Al mismo tiempo, deben hacerse esfuerzos concertados para proteger a las diez millones de personas que forman la fuerte comunidad copta de Egipto frente a los pogromos que están llevando a las bandas de los Hermanos Musulmanes y los salafistas.

El gobierno de Al-Sisi tiene la clara intención de prohibir a los Hermanos Musulmanes. En caso de que en algún momento se permitiesen nuevas elecciones, éstas quedarían fatalmente comprometidas si siguen encarcelados dirigentes de la oposición y continúan las restricciones a las libertades políticas. Morsi, los líderes de los Hermanos Musulmanes y todos los presos políticos deben ser liberados, el estado de emergencia debe ser cancelado y deben llevarse a cabo elecciones libres lo más rápidamente posible.

Egipto ha retrocedido. La revolución ha sufrido una terrible derrota y el antiguo régimen ha recuperado arrogantemente casi todo lo que había perdido en 2011. El insulto supremo es la posible liberación inminente de Mubarak. Lo que no pueden restaurar, sin embargo, es la pasividad paralizante de las masas antes de 2011. El pueblo egipcio ha experimentado el poder de las multitudes en las calles, su propio poder.

Saben que fue Egipto, tras Túnez, quien desencadenó la magnífica primavera árabe. Bajo los generales, Egipto está entrando en una época muy oscura. Sin líderes, desorientados, millones de egipcios están en este momento bajo la terrible ilusión de que el ejército les ha "salvado" y se hará cargo de ellos. Pero van a aprender muy rápidamente. Es imposible creer que las tinieblas se prolonguen mucho tiempo. La revolución egipcia no ha dicho aún su última palabra.