Trasversales
Luis M. Sáenz

Jornada de trabajo y capitalismo

Revista Trasversales número 27,  noviembre 2012 (web)

Textos del autor en Trasversales


"Allende el mismo [el reino de la necesidad] empieza el desarrollo de las fuerzas humanas, considerado como un fin en sí mismo, el verdadero reino de la libertad, que sin embarego sólo puede florecer sobre aquel reino de la necesidad como su base. La reducción de la jornada laboral es la condición básica" (Karl Marx, El Capital, volumen 8, siglo XXI, p.1044, traducción León Mames).

El 21/11/2012 El País publicaba una nota de Ramón Muñoz, Conquistar la “buena vida” en plena depresión económica, en la que, hablando de un libro de Robert y Edward Skidelsky, señala que "El libro arranca intentando resolver por qué Keynes se equivocó cuando predijo en un escrito poco conocido (Posibilidades económicas para nuestros nietos), en plena Gran Depresión, que en 2030 el nivel tecnológico permitiría que la gente trabajara 15 horas a la semana para cubrir sus necesidades. Aunque aún quedan casi 20 años, no parece que se vaya a cumplir la profecía".

En realidad, habría que matizar el supuesto error de Keynes: en realidad, el nivel tecnológico actual, sin esperar a 2030, ya permitiría cubrir las principales necesidades humanas de toda la población mundial. El error de Keynes no fue por tanto prever que la jornada de 15 hora semanales fuese posible tecnológicamente en 2030, sino el creer que sería posible social y políticamente. En definitiva, su error fue ignorar la ferocidad de las clases dominantes.

Si actualmente no están cubiertas esas necesidades humanas pese a que la jornada media de trabajo es muy superior a 15 horas semanales, e incluso suelen estar menos cubiertas allá donde más largas son las jornadas, eso se debe, en un primer nivel explicativo, aunque algo superficial, a que la riqueza está distribuida muy desigualmente y a que una gran parte del esfuerzo laboral humano y de la inversión no se orienta a la satisfacción de verdaderas necesidades humanas. ¿Necesitamos realmente la industria armamentista? ¿Necesitamos realmente tantos coches? ¿Por qué están desempleadas tantas personas que podrían hacer cosas útiles para la sociedad?

Desde comienzos del siglo XIX se alzó la reivindicación obrera de la jornada diaria de 8 horas. En muchos países se logró ir avanzando poco a poco, desde jornadas de 14, 15 o 16 horas, a otras más reducidas. Se obtuvieron logros importantes, pero las reducciones de jornada han sido muy inferiores al aumento de la productividad. En cierta forma, aquella histórica reivindicación de la jornada de 8 horas parece una especie de límite casi irrebasable salvo en ciertos países y sectores, pero en ningún caso yendo mucho más abajo.

Esta dificultad para superar de forma cualitativa el horizonte marcado por las 8 horas de trabajo, por encima del cual se encuentran hoy en España muchas personas que trabajan bastantes más horas pese a que la ley establezca el límite en 40 horas semanales, tiene que ver con los rasgos esenciales del capitalismo, que se opone a las reducciones de jornada sin disminución de salario con aún mayor intransigencia que se oponen a las subidas salariales. Para aproximarnos a una comprensión de ese hecho debemos partir de dos rasgos esenciales del capitalismo:

- El objetivo del capitalismo es la ganancia, la acumulación de capital, no la satisfación de necesidades humanas.

- El capitalismo se fundamenta sobre el trabajo asalariado, que requiere una "desapropiación" originaria y constantemente reproducida de la inmensa mayoría de la población.

En el capitalismo el concepto de necesidades no es ético ni humanista, sino mercantil. Lo que se produce, bienes o servicios, no mira a lo que las personas necesitan para vivir en condiciones razonables sino a aquello que se puede vender con ganancia. Si una niña necesita escuela o un niño necesita comida pero nadie está dispuesto a pagar por ello, para el capitalismo no es una "necesidad". Por descontado, el esfuerzo social puede matizar eso, logrando en determinadas épocas y lugares que la enseñanza sea universal y gratuita o que las criaturas puedan comer gratis en el colegio (todas o algunas). Pero ningún constructor va a edificar una escuela porque sea necesaria, sino que lo hará porque alguien le pagará por ello dando lugar a una ganancia, ni ninguna empresa de la alimentación va a producir ciertos alimentos porque las criaturas tienen que comer, sino que sólo lo hará si cree que alguien los comprará dando lugar a una ganancia. Visto desde otra faceta, un misil o una mina antipersonas es, en el capitalismo, una "necesidad" a atender si hay alguien, Estado, narcomafia, "ejércitos informales", terroristas, dispuestos a comprar esos "bienes". Por eso hay gentes sin casa y casas sin gente. Por eso hay personas famélicas y subvenciones por destruir alimentos. Es el capitalismo.

Lo que mueve al capitalismo es la obtención de ganancia, la acumulación de capital para obtener más capital. Esa es una ley "objetiva" del capitalismo. No quiero decir con eso que proceda de una "fuerza sobrehumana", de un determinismo económico o de un sistema de dominación sin sujeto dominador. El capitalismo es una opción, reconstruida día a día a través de las decisiones o indecisiones de los seres humanos; las élites políticas y económicas se esfuerzan día a a día en reforzarle y sostenerle. Lo que quiero decir es que, si hay capitalismo, el capitalismo es así y no puede ser, en lo esencial, de otra manera. Podemos suprimir el capitalismo u obtener en su seno mejores o peores condiciones, pero no podemos crear un capitalismo que no se mueva por la obtención de ganancia. Eso lo saben bien aquellas (no muchas) personas que, con valores de justicia, han tratado o tratan de sacar adelante pequeñas o medianas empresas en las que se esfuerzan en mantener condiciones laborales más dignas que las habituales: es extraordinariamente difícil, pues la dinámica de la competencia intercapitalista empuja a la reducción de costes o a la quiebra, aunque a veces y en determinados periodos de auge económico el plus de productividad que deriva de la fuerza de la cooperación y de inteligencia colectiva pueda compensar el que los costes salariales sean algo mayores. La lógica de la relación bilateral capital / trabajo en el exclusivo ámbito de cada empresa es un suicidio para la clase trabajadora y sus organizaciones, que, por el contrario, deben centrar sus mayores esfuerzos reivindicativos en el establecimiento de mejores estándares sociales sectoriales, estatales y, cada vez más con más urgencia, transnacionales.

Lo característico del capitalismo no es la "propiedad privada de los medios de producción", como dice cierta "vulgata" estatalista de izquierdas y también ciertos discursos apolegéticos del capitalismo como motor de la iniciativa privada. El capitalismo, por el contrario, se basa en la polarización entre una "desapropiación" masiva, una separación radical entre los medios de producción y quienes producen, y una apropiación privativa del control sobre esos medios por una pequeña minoría, quedando en medio una franja de "obreros patrón" que, al decir de Marx, son tanto más trabajadores cuanto menos capitalistas son. El capitalismo, a diferencia de las sociedades formalmente estratificadas, permite cierta movilidad social individual, de manera que una persona asalariada puede llegar a convertirse en gran capitalista, pero pensar en esa dinámica como colectiva es incoherente, si todo el mundo fuese "empresario" no habría empresarios ni capitalistas ni capitalismo ni asalariados. El capitalismo necesita y produce que la inmensa mayoría de las personas no tengan otra manera de subsistir que alquilar su capacidad de trabajar a otros, sean éstos empresas, instituciones o Estados.

El concepto situacionista de "apropiación privativa" es, en realidad, mucho más Marx-ista que la vulgata marxoide, pues, en verdad, lo decisivo no es lo formalmente privado de la apropiación, que bien puede hacerse a través de estructuras no privadas (por ejemplo, Estado o Iglesia), sino su "privatividad", la exclusión de la inmensa mayoría de cualquier posesión o poder directo sobre los medios de trabajo y subsistencia, dando lugar a lo que mi entender es el rasgo esencial del capitalismo: la generalización del trabajo asalariado como forma dominante de la actividad productiva y como origen de la ganancia del capital. En los Grundrisse, Marx declara sin ambigüedad alguna que pretender a la vez la subsistencia del sistema salarial y la abolición del capitalismo es contradictorio y que es una pretensión que se disuelve a sí misma. Por descontado, el que lo diga Marx no demuestra que sea cierto, sólo demuestra que se equivocan quienes afirman que para Marx era concebible abolir el capitalismo y mantener el sistema salarial, por ejemplo bajo la fórmula del patrón-Estado.

El capitalismo es el sistema productivo fundado sobre el trabajo asalariado. Y no habremos salido del capitalismo mientras que el trabajo asalariado sea la forma principal tomada por la actividad productiva como consecuencia de que la mayoría de la población está excluida del acceso a los medios de vida si no es a través de salario (o formas derivadas de él cuando la relación social de fuerzas las impone, como las pensiones, los subsidios o los derechos sociales). Por descontado, eso no quiere decir que nos dé igual el aspecto concreto del capitalismo existente, al contrario, nos importa mucho pues en ello va nuestra vida presente, pero incluso para buscar mejoras de la sociedad dentro del capitalismo (que no es lo mismo que mejorar el capitalismo) es muy conveniente saber cómo funciona éste y cuáles son los límites que tenemos en su seno.

La ganancia y la acumulación de capital pueden tener lugar porque el trabajo asalariado aporta más de lo que recibe. Aporta un "plusvalor". En definitiva, si las cosas se pueden vender por más de lo que cuesta hacerlas, dando lugar a una ganancia, es porque hay un trabajo social global que genera más riqueza (en el sentido capitalista, puede ser un cañón o un gas asfixiante) que la que había. Y ese trabajo es esencialmente trabajo asalariado; por descontado, un empresario puede hacer actividades generadoras de riqueza social que formarían parte de la actividad productiva en cualquier régimen socioeconómico, pero no es eso lo que le caracterizaría como capitalista ni, menos aún, lo que caracteriza la dinámica del capitalismo.

Cuando una empresa contrata (formal o informalmente) a alguien a cambio de un salario le está alquilando su capacidad de trabajar por determinadas horas (estipuladas o "estirables", legal o ilegalmente). Lo que le paga no tiene que ver directamente con lo que produce. Simplificando mucho, dado que el trabajo es esencialmente social y no se puede identificar a cada persona con una fracción del producto, si una persona produce 8 unidades de un producto P (que puede ser inmaterial) y algún cambio organizativo o tecnológico permite que produzca 12, no por eso la empresa va a decir que le sube el sueldo; de hecho, según las condiciones políticas y económicas del momento, eso puede incidir en un aumento de salario, si hay fuerza para pedir un poco más de la tarta creciente, o en una disminución, si la posibilidad de producir lo mismo o más con menos trabajo mina la fuerza negociadora del movimiento sindical; también puede dar lugar a despidos. Los capitalistas lo tienen claro: compran capacidad de trabajar, lo que se hace con esa capacidad ya es cosa suya, producir más no implica más salario. Y precisamente porque es cosa suya, tratan de que "se haga" lo más posible, ya sea para obtener más producto, ya para emplear menos personas.

El razonamiento que dice "dado que hemos aumentado la productividad social, podemos satisfacer las mismas o más necesidades con menos trabajo, y por tanto podemos rebajar la jornada de trabajo" no responde a la lógica del capitalismo, basada en la ganancia, sino a la de un sistema basado en las reales necesidades humanas, en el que no estamos ni estaremos mientras haya capitalismo, lo que no quita que de nuestra lucha dependa en gran parte el que dentro del sistema capitalista y en un momento dado se atiendan más o menos necesidades humanas.

El salario, que en definitiva viene a equivaler, con flexibilidad, a una cesta de la compra (o cestas alternativas con igual coste) de bienes y servicios, depende de muchos factores; en la tradición marxista es habitual decir que es el precio de la mercancía "capacidad de trabajar", pero, como mínimo, hay que decir que sería una mercancía, más bien seudomercancía, muy peculiar, pues su "precio" (el salario) depende de muchos factores, ya que por un lado depende "objetivamente" de los precios de los bienes integrados en la(s) cestas(s) equivalentes, pero por otro depende también de los estánderes sociales sobre el nivel de vida de cada franja de trabajadores (es decir, ¿qué cestas?), estándares que dependen a su vez de relaciones de fuerza, de la lucha y organización de las y los trabajadores, de tradiciones, de la necesidad o ausencia de intereses del capital en mantener ciertos niveles educativos o sanitarios, del nivel de desempleo, de la cristalización o no de ciertos logros sociales en un imaginario social que los interioriza (o no), de las propias condiciones económicas del capitalismo en una etapa dada, etc.

El capitalista, al que en este momento considero en estado puro, no como el "obrero-patrón" del que habla Marx, tanto menos capitalista cuanto más trabajador es, ha alquilado la capacidad de trabajar de alguien por un salario dado y desea que esa capacidad le rinda lo más posible; incluso aunque no lo desee y se conforme con menos, por tener un raro sentido de la justicia, lo más probable es que tenga que elegir entre adaptar éste al mercado o renunciar a ser capitalista, porque si el trabajo que contrata le rinde menos que a sus competidores las cosas le irán posiblemente mal. Está en juego la ganancia, que no es sólo el rédito individual que retira sino también fuente de la reinversión para continuar el proceso de acumulación de capital (no confundir con "atesoramiento" de dinero). Dirá a quien asalaria que si trabaja menos horas por el mismo salario rinde menos, y que al subir los costes salariales por unidad producida la competencia le quitaría mercado y que tendría que cerrar., lo que muchas veces es mentira pero en otras es verdad. Consignas como "obrero despedido, patrón colgado", además de brutales, son pura demagogia y no dicen nada sobre la naturaleza opresiva y explotadora del capitalismo, que no se fundamenta en el "exceso" patronal -que existe y contra el que hay que luchar radicalmente- sino en su naturaleza propia.

Es verdad que según aumenta la jornada, más allá de un límite, la productividad decrece, e incluso puede darse que una jornada demasiado prolongada cree condiciones de agotamiento persistente y de sabotaje que haga que decrezca desde el mismo inicio de la jornada, pero eso pone ciertos límites variables al incremento de jornada pero no induce su disminución. En general, al capital le interesa prolongar las jornadas de trabajo. Por otra parte, además del evidente interés lucrativo que para el capitalismo tiene la prolongación del trabajo, existe un factor de política de clase que desaconseja a las élites cualquier medida que otorgue más tiempo libre a la clase trabajadora ocupada, pues el tiempo libre tiene un gran potencia subversiva, cooperativa y autoeducativa; se equivocan quienes estiman que el capitalismo ha impulsado reducciones de la jornada de trabajo para incitar un "ocio alienado y consumista", en realidad lo que ocurre es que cuando el movimiento social consigue reducciones de jornada, cosa que el capital trata de evitar incluso cuando hay millones de personas sin empleo (momento que, por el contrario, le es favorable para imponer la prolongación no pagada o subpagada de la jornada), el capital se adapta tratando de apropiarse de ese tiempo libre por otras vías y de desactivar la potencia liberadora del ocio y del no-trabajo (que puede incluir actividades muy útiles y creativas, pero que no son "trabajo" en la medida de ser voluntarias y no sometidas a disciplina ajena). Más aún, trata de apropiarse de ese ocio no sólo en tanto que genere consumo, sino también en tanto que tiempo de producción de riqueza social real, material o inmaterial, de la que el capitalismo puede apropiarse por vías indirectas.

Así que el capital se resiste como gato panza arriba a rebajar la jornada. Y eso pese a que hay una tendencia inherente al capitalismo al aumento de la proporción entre la jornada realizada y la parte de esa jornada en la que se genera un valor añadido equivalente al salario recibido, pues éste, aún si crece, tiende a hacerlo por debajo de la productividad. Es decir, bajo el mando del capital hay una tendencia a que cada vez trabajemos menos tiempo para nosotras y nosotros, y cada vez más tiempo para el capital. A pesar de ese crecimiento de la "tasa de plustrabajo", el capital se resiste a reducir la jornada de trabajo.

Si alguien piensa que el crecimiento tecnológico conduce a la jornada de 15 horas semanales, se equivoca, podría llevarnos a la de 50 o 60, porque eso no depende sólo de la tecnología, sino del conflicto social: una economía de la igualdad y la abundancia, afortunada expresión que tomo de Carmen Castro, no derivará del crecimiento de la productividad en seno del capitalismo, sino de un esfuerzo (y un conflicto) social para vivir de otra manera.

Reducir la jornada de trabajo es uno de los más importantes objetivos tácticos y estratégicos que debemos mantener en pie las y los trabajadores, el objetivo que mejor une la reivindicación inmediata aquí y ahora con la aspiración a una sociedad totalmente diferente que sea asociación libre de personas libres e iguales. Pero para reducir la jornada de trabajo forzado debemos cooperar, organizarnos y actuar, porque reducir la jornada es una de las cosas más difíciles de conseguir en el capitalismo. De hecho, muchas de las guerras más frontales y violentas libradas por el capital contra las y los trabajadores, así como de las rebeliones contra la opresión capitalista, han girado en torno a la jornada, junto a las luchas por el derecho a organizarse autonómamente y las luchas por el salario.

En definitiva, la lucha de clases es una lucha que enfrenta a quienes quieren apropiarse de "tiempo de trabajo" ajeno, para ellos tiempo abstracto y social, es decir, dinero o capital, pero para nosotras y nosotros tiempo de vida, con quienes precisamente queremos recuperar y enriquecer nuestro corto, maravilloso y efímero tiempo de vida.

Por descontado, nada de esto debe entenderse en el sentido disparatado de burdas interpretaciones de la conceptualización hecha por Marx del capitalismo, según las cuales el precio de las mercancias oscila en torno a unos valores que serían proporcionales al tiempo-reloj de trabajo inserto en ellas, incluso aunque se califique como "tiempo medio". En realidad, o al menos en mi interpretación, lo que dice Marx es que esos precios oscilan, de forma extremadamente caótica e irregular, separándose y acercándose de forma incesante, en torno a unos valores ("precios de producción" les llama el propio Marx y casi todos sus seguidores) proporcionales al capital invertido y a la productividad alcanzada respecto a la productividad con la que realmente se puede producir en el capitalismo la mercancía de que se trate (en la medida que sea vendible), ya que las mercancías, que son productos del trabajo humano, son lanzadas al mercado en tanto que productos del capital, y éste no exige igual precio a igual trabajo sino igual ganancia a igual inversión. Esa es la "ley del valor" del capitalismo, una ley que se impone, a la vez que constantemente se descompone, de forma irregular y caótica, a través de la competencia intercapitalista, pues los capitales tienden a moverse hacia donde mayor ganancia pueda obtenerse, lo que a su vez provoca un exceso de capitales en ciertos nodos productivos que hace bajar la ganancia en ellos. Por descontado, cuando he hablado de productividad me he referido a productividad capitalista, relación entre producto e inversión, no a la productividad social que relaciona el producto con el trabajo humano realizado.

No es verdad que cada capitalista arranque plusvalor directamente a sus trabajadores. Ni siquiera puede decirse que haya un plusvalor social que sale de la suma de la parte generada por cada trabajador pero que se distribuye globalmente entre el capital existente. El trabajo realizado en tal o cual empresa, combinado con medios de producción diversos y con la propia naturaleza, crea bienes y servicios determinados, una silla o un masaje, pero el plusvalor que da lugar a la ganancia de los diversos capitales es un producto directamente social, fruto del trabajo social global, apropiado por una clase, la clase capitalista, bajo diferentes formas. Por ello, el "tiempo" del que se apropia el capital no se mide con relojes, aunque éstos si midan cuantitativamente día a día algo de lo que para la clase trabajadora representa el capitalismo (por eso miramos el reloj para ver cuanto falta para la salida). Y si, efectivamente, creo que la ganancia capitalista se fundamenta sobre la apropiación por una minoría de la capacidad productiva social de la mayoría (incluso fuera de las empresas) no es porque vea consistente el "argumento" seudofilosófico y muy discutible de que lo único en común que permite comparar mercancías diferentes es ser fruto del trabajo humano, sino porque la materialidad del capitalismo se fundamenta, de manera nada filosófica, sobre el trabajo asalariado como forma predominante y expansiva de la actividad productiva. El trabajo asalariado es la columna vertebral del capitalismo. Allá donde reina el trabajo asalariado, reina el capitalismo, por muy amplia que sea la "propiedad estatal", pues la apropiación por el Estado también es una forma de apropiación "desposeyente". Allá donde reina el capitalismo y el Estado, el tiempo de trabajo es un terreno de radical antagonismo. Reducir la jornada de trabajo es una tarea titánica, una tarea que merece todo el esfuerzo que se dedique a ella, pero que también debemos aspirar a facilitar suprimiendo las condiciones en las que los esfuerzos de la mayoría están sometidos al control de la minoría.

Hay que luchar por la reducción de la jornada de trabajo bajo el capitalismo. En tanto que objetivo inmediato, hay que plantearlo en términos realistas, comprensibles y capaces de unir muchas fuerzas en torno a un objetivo que, a corto o medio plazo, pudiera ser conseguible. Por ejemplo, creo que la reivindicación de las 35 horas semanales mantiene toda su vigencia y urgencia. Por descontado, ese número, 35, no tiene nada de mágico, podrían ser 35 h 12 m o 34 h 58 m, como quienes luchaban por las 8 horas podrían haber luchado por las 7 h. 55 m. o las 8 h 4 m, se trata de reducir la jornada y de intentarlo de verdad, y ciertas fórmulas pueden prender más que otras por su sencillez, por su claridad, por el simple hecho de haber sido ya utilizadas.

A la vez, de ninguna "consigna" hay que hacer fetiche o mitología. En las actuales condiciones, en muchas empresas habrá que llevar a cabo luchas radicales simplemente para intentar defender la jornada de trabajo existente. En otras, habrá que llegar a acuerdos de reducción de jornada con reducción de sueldo si no tenemos fuerza para más. En la empresa Urbaser, de Jérez, en cuyo comité de empresa es mayoritaria la CGT, tras una larga y durísima huelga se ha firmado un acuerdo por el que se evita el despido de 125 personas a costa de una reducción del 10% de sueldo en los próximos 3 años, así como la congelación de los complementos en el mismo periodo. Algunos se apresuraron a presentar ese acuerdo como una nueva "traición" de la "burocracia sindical", empeñándose en ignorar la realidad y el peso de las relaciones de fuerza materiales, yo por el contrario creo que, en las condiciones en que han tenido lugar, ha sido una pequeña victoria de clase en unos tiempos en que recortar recortes exige ya un lucha muy dura. Hay que evitar debates absurdos, fuera de la realidad, que tratan de marcar la diferencia entre lo "reformista" y lo "revolucionario" en si las huelgas son de 24 horas o de 48 horas, o si hay que pedir un salario mínimo de 800 o 1000 euros cuando las condiciones reales tiran hacia abajo de todos los salarios. Puede ser una cosa o la otra, pero el diálogo en torno a ello debe ser concreto, pegado a tierra, evaluando fuerzas. Preferimos sin duda un salario mínimo REAL de 1000 euros, en vez de uno de 800, y si se puede vayamos a por él, pero pedir uno u otro no es ni más ni menos revolucionario o transformador, sólo será más o menos correcto según que facilite más o menos impulsar un movimiento real que permita conseguir una mejora real. Queremos obtener el mayor salario mínimo posible, pero aquello a lo que aspiramos, lo que nos puede orientar en muchas cosas, no es el salario de 1000 euros, sino la abolición del trabajo asalariado y la creación de otro tipo de sociedad, aunque sepamos que es un objetivo aún lejano, que quizá nunca se alcance y que en realidad no tenemos una idea clara de cómo sería esa otra sociedad y tenemos por delante mucho que experimentar. Querríamos, claro, que en Urbaser se conservasen todos los empleos manteniéndose los salarios, pero en las condiciones reales en que se desarrolla el conflicto debemos felicitar a las trabajadores y trabajadores de Urbaser-Jérez por su lucha, por la manera solidaria que han elegido de terminar el conflicto, por lo que han logrado, sin por ello dejar de denunciar que es un salida injusta que hace cargar los costes, una vez más, sobre las trabajadoras y trabajadores.

Por el contrario, no soy muy proclive a reivindicar en estos momentos jornadas de 15 horas semanales, no por razones "técnicas" ni por la relación cuantitativa entre las necesidades a atender y las horas de trabajo, sino porque la fuerza social necesaria para alcanzar ahora esa reducción de las horas de trabajo sería tal que quizá también permitiría liberarse del régimen salarial y del capitalismo, y no disponemos ahora de esa fuerza, tenemos que acumularla y eso puede costar mucho tiempo o no llegar nunca. Las ilusiones y los espejismos nunca han sido liberadores. Sí soy proclive, sin embargo, a explicar y razonar, si así lo creemos, que ahora luchamos por las 35 horas semanales de jornada máxima legal, por ejemplo, y que ahora ya todas las personas podrían dedicar mucho menos tiempo, quizá 15 horas semanales, a actividades no deseadas pero necesarias... si no fuese por la organización social capitalista y patriarcal. Pero capitalismo con 15 horas semanales de trabajo... me parece una mala utopía, no porque no sea técnicamente posible sino porque para conseguirlo habría que abatir el capitalismo. Y, por extraño que a algunos les parezca, es más fácil que haya una movilización social contra el sistema en cuanto tal que una movilización social por una reivindicación parcial que parezca utópica e imposible de alcanzar a la gran mayoría.

Por razones similares, no creo adecuadas fórmulas genéricas y confusas del tipo de "reparto del trabajo" o "escala móvil de horas de trabajo". Por descontado, no tengo nada en contra de que en una empresa dada se defienda el empleo proponiendo repartir el trabajo existente entre toda la plantilla mediante reducciones de jornada, cuya duración se debería concretar en cada caso; más aún, aunque pienso que la postura inicial debe ser el mantenimiento de los salarios, creo que en determinadas condiciones es legítimo, e incluso puede ser una pequeña victoria parcial en condiciones muy desfavorables, como en Urbaser, alcanzar acuerdos de disminución de salario para mantener empleo. Lo que no veo es la utilidad de esas fórmulas a nivel general, como objetivos unificadores de las luchas de las y los trabajadores. Son demasiados genéricas y, además, si su contenido no deja claro que estamos hablando de reducir la jornada de trabajo sin perder salario, lo que implica cuantificar la jornada, podría dar pie a interpretaciones "monstruosas" en la que la demanda avanzada y necesaria, más en tiempos de crisis, "o salario suficiente o prestación suficiente" sea sustituida en los hechos por "subempleo y subingresos", o en las que se justifiquen formas de militarización del trabajo, de trabajo forzoso, de desplazamientos obligatorios de población, etc.

Las reivindicaciones, con los pies sobre la tierra. Pero no hay ningún motivo para que las aspiraciones que nos impulsan hacía un mundo mejor las bajemos desde nuestras cabezas hasta nuestros ombligos. Eso nos llevaría a despreciar las reivindicaciones reformadoras reales que pueden impulsar la acción social (35 horas semanales, empleo con sueldo o prestación por desempleo, permisos iguales para mujeres y hombres, alquiler social acorde a los ingresos) y a presentar como "revolucionarias" propuestas reformistas ("reparto del trabajo", 15 h. semanales, salario para el trabajo doméstico en el hogar propio, control de trabajadores y usuarios sobre el sistema financiero) que en realidad dentro del capitalismo no son más que utopías inalcanzables, y no siempre deseables, que ocultan que no habrá plena emancipación sin quitar de en medio al sistema patriarcal, primero, y sin quitar de en medio al sistema capitalista, más tarde. Entiendo que algunas de las cosas que digo en este párrafo abren otros debates, pero este artículo no es el lugar para ello.



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