Trasversales
Rolando Astarita

Foxconn y lucha de clases en China

Revista Trasversales número 26 septiembre 2012 (web)

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En su edición de ayer (25/09/12) La Nación informa sobre el estallido de un fuerte conflicto en la planta de 80.000 empleados que Foxconn posee en Taiyuan, China. Ocurrió durante el fin de semana del 22 y 23 de septiembre, y dejó un saldo de 40 trabajadores heridos y varios detenidos. “Detrás del nuevo iPhone5, la furia de los obreros chinos”, titula la periodista, Natalia Tobón, y escribe: “El esperado lanzamiento del iPhone5 fue todo un éxito de ventas, pero un estallido de furia en una fábrica china desnudó el lado más oscuro de los productos Apple”. Según Tobón, varios trabajadores informaron a los medios chinos que un guardia de seguridad estaba golpeando a un trabajador, y más de 200 compañeros salieron a defenderlo. El enfrentamiento con el personal de seguridad habría durado unas cuatro horas. “La firma tiene un negro historial de suicidios, denuncias laborales, pésimas condiciones sanitarias y mal pago que motivan constantes protestas”, agrega. Lo sucedido en Foxconn se inscribe en un contexto de creciente resistencia de la clase trabajadora de China a la explotación. Vale la pena entonces ampliar un poco la información.

Explotación y suicidios

Con 1,2 millones de empleados en todo el mundo, Foxconn es el mayor fabricante de componentes electrónicos. De origen taiwanés, en 1988 abrió su primera planta en China, buscando bajar los costos, salariales en primer lugar. Desde entonces no dejó de expandirse; actualmente es la mayor empleadora privada en China, y también posee fábricas en Eslovaquia, Polonia, República Checa, India, México y Brasil, además de Taiwan. En 2011 la empresa informó que estaba considerando realizar una inversión en Brasil de 12.000 millones de dólares y también ampliar su inversión en México. Solo en su planta china de Shenzhen trabajan unas 270.000 personas; incluye dormitorios, negocios internos, restaurantes, hospital y lugares para hacer deportes.

Las denuncias sobre las condiciones de explotación en Foxconn tuvieron resonancia mundial a partir de la ola de suicidios ocurrida en la planta de Shenzen, en 2010. Ese año, 18 empleados intentaron suicidarse, y 14 lo lograron. Por entonces, los trabajadores recién ingresados recibían el salario mínimo de 130 dólares, más alojamiento y comida. Era más de lo que se pagaba en el resto de China, pero las condiciones de trabajo eran extenuantes y muchos no resistían. Según The Economist del 27/05/10, de manera regular los trabajadores de Foxconn están obligados a superar las 36 horas semanales de horas extras que son permitidas como máximo en China. De acuerdo a una investigación realizada por Apple, un tercio de los trabajadores de la planta de Longhua excedía las 60 horas semanales. Pero las historias individuales de algunos trabajadores son más reveladoras que las cifras globales. Tomemos el caso de Ma Xiangpian. Ma tenía 19 años, provenía de una aldea campesina empobrecida, y fue hallado muerto en frente de su edificio de dormitorios; compartía el dormitorio con otros nueve trabajadores. Su hermana también trabajaba en la empresa, pero renunció luego de la muerte de su hermano. La familia dice que Ma odiaba el trabajo, que había tomado unos pocos meses antes. Se trataba de un turno de noche, de 11 horas, siete noches a la semana, fundiendo plásticos y metal en partes electrónicas, entre humo y polvo. Luego de una discusión con su supervisor, Ma fue puesto a limpiar baños. En el mes anterior a su muerte Ma trabajó 286 horas, incluyendo 112 horas de sobretrabajo. Por todo eso, aún con la paga por trabajo extra, ganó un promedio de un dólar por hora. Ma se suicidó y fue encontrado muerto el 23 de enero. La familia pidió compensación a la empresa, pero ésta se negó (The New York Times, 6/6/2010).

Preocupada por la repercusión que habían tomado estas muertes, la empresa puso una línea de asesoramiento y consuelo, contrató sicólogos y monjes budistas, y abrió un centro para aliviar el stress, donde los trabajadores son invitados a golpear un saco con una foto con la cara de su supervisor. También elevó los salarios, que son empujados por una ola de protestas obreras en todo China. Pero las condiciones laborales siguieron siendo de intensa explotación. En 2011 The Mail of Sunday, de Inglaterra, envió periodistas a que entrevistaron trabajadores de la planta de Shenzen. Aquí un testimonio: “Tenemos que trabajar demasiado duro y siempre estoy cansado. Es como estar en el ejército. Nos hacen estar parados por horas. Si nos movemos, nos castigan haciéndonos estar parados todavía más tiempo... Tenemos que trabajar sobre tiempo si se nos dice y solo podemos volver a nuestros dormitorios cuando nuestro encargado nos da permiso... Si nos piden que hagamos sobre tiempo, debemos hacerlo. Después de trabajar 15 horas, hasta las 11,30 de la noche, nos sentimos tan cansados”. Otros trabajadores dicen que entre los castigos figura hacer leer a los trabajadores “autocríticas” en voz alta. Hay casos en que son presionados a trabajar hasta 13 días seguidos. La rotación es muy alta, se considera entre el 30% y 40%, porque la gente no aguanta, y sale de la empresa desmoralizada. Algunos trabajadores dicen que se sienten como robots. Un trabajador decía que sentía que su vida está vacía y que trabaja como una máquina. Una investigación realizada por Students & Scholars Against Corporate Misbehaviour (Sacom) sostiene que en la empresa hay condiciones de tipo militar donde los empleados están obligados a sentarse en líneas exactas, trabajando intensamente, y no son autorizados a hablar. Los trabajadores, sigue el informe, sienten el hostigamiento de los guardias y deben vivir en los dormitorios de la empresa. En su nota, Tobón transcribe el testimonio de un periodista chino que se infiltró en la planta de Taiyuan durante 10 días. Relata que trabajaban en turnos de 12 horas, sin descanso. “Nos pedían que siguiéramos trabajando, pues la línea de producción se basa en una cinta transportadora, y ninguno puede parar”.

Robots, arma del capital

En El Capital Marx sostiene que la máquina es un arma contra la clase obrera. “El capital proclama y maneja, abierta y tendencialmente, a la maquinaria como potencia hostil al obrero. La misma se convierte en el arma más poderosa para reprimir las periódicas revueltas obreras, las strikes (huelgas), etc., dirigidas contra la autocracia del capital” (t. 1, p. 530, Siglo XXI). En palabras de Ure, citado por Marx, con la máquina se trata de “restablecer los legítimos derechos” de los capitalistas, imponiendo la docilidad a la mano de obra rebelde.

La idea se aplica al siglo XXI. En agosto de 2011 diversos medios informaron del plan de Foxconn de incrementar el número de robots que utiliza en sus líneas de producción en China, de los actuales 10.000 a un millón para 2013. La “anticuada” tesis de Marx reaparecía en los comentarios que acompañaban la noticia. Según Reuters: “La movida de Foxconn evidencia una creciente tendencia hacia la automación entre las empresas chinas en la medida en que cuestiones laborales, tales como huelgas de alto perfil y suicidios de trabajadores afectan a las empresas en sectores que van desde autos a tecnología”.

"Huelgas de alto perfil" y "suicidios de los trabajadores". La alternativa parece clara: enfrentamos al capital, o la vida no es digna de ser vivida. Esta es la maravilla del capitalismo chino (el carácter capitalista de China lo analizo aquí). Lo ocurrido en Foxconn la semana pasada no es un hecho aislado. Hace poco más de un año, The Economist del 31 de julio 2011 titulaba en tapa “The rising power of China`s workers”, y decía: “La inquietud laboral en China es más común de lo que usted puede pensar. Las cortes laborales trataron más de 280.000 disputas en 2008, de acuerdo a Outlook Weekly, una revista oficial. Es difícil saber si la inquietud está creciendo, pero al menos el gobierno parece pensar que sí. La misma fuente informa que las disputas en la primera mitad de 2009 eran 30% más altas que un año antes. Guangdong, una provincia preferida por las compañías extranjeras, sufrió al menos 36 huelgas entre el 25 de mayo y el 12 de julio, de acuerdo a China Daily, un periódico gubernamental”. La nota apelaba a Marx para explicar el fenómeno. “Al concentrar a la gente en un lugar, sostuvo Marx, las fábricas convierten a una multitud de extranjeros en una ‘clase’: conscientes de sus intereses, unidos unos con otros, y contra el patrón”. Los trabajadores de la costa “migraban desde todo el país, saltaban de una planta a otra, y se retiraban a sus pueblos cuando los tiempos eran malos”. Pero los huelguistas de empresas como Honda han cambiado, ya que tienen más educación que el trabajador inmigrante rural promedio, y “también se entrenaron juntos, lo que puede haberles dado el cemento social para organizar su protesta”.

Historia de un ascenso de luchas

Debería tenerse en cuenta que el ascenso de las luchas obreras se produce desde hace años. En 2004, y según el Ministerio de Seguridad Pública, los incidentes y demostraciones laborales habían sido 74.000, contra solo 10.000 una década antes, y 58.000 en 2003 (The New York Times, 24/8/05). En los siguientes años continuó incrementándose la conflictividad. Un hito fue la aprobación, en 2007, de la Ley de Contrato Laboral. Es que en China hay unos 130 millones de trabajadores que son emigrantes, y la mayoría no tenía contrato, y debía aceptar todas las condiciones que les imponían las patronales. La ley reconoció el derecho de los trabajadores a negociar su contrato por escrito, y estableció que fuera más difícil el despido. También se votaron leyes para el arbitraje de disputas, la promoción del empleo y contra la discriminación laboral. Esta legislación hizo a los trabajadores más conscientes de sus derechos. Pero una vez aprobada, las empresas empezaron a eludir algunas de sus disposiciones. El gobierno, por su parte, no puso empeño en hacerla cumplir, ni dio poder a los trabajadores para que defiendan sus derechos sobre una base colectiva. Los gobiernos locales raramente se ocupan en hacer cumplir la ley, en especial cuando entra en conflicto con sus intereses locales. La central sindical de toda China, ACFTU (su sigla en inglés), tampoco puso empeño. En 2008 seguía habiendo muchas violaciones a los derechos de los trabajadores. Por ejemplo, un estudio en Shenzhen demostró que 26,6% de los trabajadores no tenían contratos, y que 28% de los contratos ofrecían menores salarios que el mínimo legal. Casi dos tercios de los trabajadores entrevistados dijeron que debían trabajar más de las horas estipuladas en los contratos. De acuerdo al Ministro de Recursos Humanos de China, en 2008 unos 15,6 millones de trabajadores no tenían contratos.

Esta situación alimentó la conflictividad. Luego de la aprobación de la Ley de Contrato Laboral, las disputas se incrementaron, llegando a fin de 2007 a 693.000, e involucrando 1,2 millones de obreros. Los comités de arbitraje de disputas laborales aceptaron 350.000 casos, un aumento del 10,3% con respecto a 2006; comprendían en total 650.000 obreros. En muchos conflictos los trabajadores organizaron huelgas y protestas, pidiendo la intervención del gobierno; la mayoría de las veces tuvieron éxito. Los conductores de taxis hicieron huelga, y en decenas de ciudades obligaron a los gobiernos locales a recortar las tasas excesivas que imponían las empresas de taxis. En Dongguan, en el centro de la China manufacturera, miles de obreros despedidos de las fábricas aseguraron los pagos de sus salarios atrasados, luego de grandes manifestaciones frente al edificio municipal. Es importante destacar también que en casi todas estas manifestaciones estuvo ausente la Federación de Sindicatos de Toda China (All-China Federation of Trade Unions ACFTU), el único sindicato legal, es visto por la mayoría de los trabajadores como irrelevante para sus necesidades, y por lo tanto crecientemente toman las cosas en sus manos.

Durante la recesión, y después

La conflictividad continuó en 2008. De enero a septiembre las protestas por atrasos en los salarios comprendieron aproximadamente la mitad de los conflictos tratados oficialmente en Guangdong. En Dongguan, los incidentes de esta tipo en los cuales los trabajadores bloquearon caminos principales, representaron el 40,5% del total. En la última parte de 2008, y en 2009, la crisis se hizo sentir con fuerza. En las ciudades costeras, cerraron unas 670.000 empresas, que empleaban trabajo intensivo. Como consecuencia, 25 millones de trabajadores emigrantes perdieron sus empleos; a esto se agregaban los seis o siete millones de recién graduados que buscaban empleo por primera vez. Muchos trabajadores eran despedidos sin indemnizaciones, y los contratos laborales se convirtieron en letra muerta. Las empresas argumentaban que por la crisis no podían respetarlos. Muchas empresas redujeron bonificaciones, congelaron los salarios o los “flexibilizaron”, no pagaban las vacaciones, y algunas dejaron de pagar a la seguridad social. Según un estudio (Su Hainan), entre la segunda mitad de 2008 y la primera de 2009, los salarios en las empresas con orientación exportadora, de tamaño mediano o pequeño, fueron reducidos entre el 20 y 30%. El Gobierno, a su vez, congeló los salarios mínimos en noviembre de 2008. Algunos Gobiernos provinciales contribuyeron con el capital introduciendo el sistema “de tres flexibilidades”: utilización flexible de los trabajadores; flexibilidad en las horas de trabajo; y salarios flexibles.

A pesar del aumento de la desocupación, la conflictividad se mantuvo, e incluso pudo haber aumentado. En la primera mitad de 2009 se habían aceptado 170.000 casos de conflictos laborales en tribunales, un incremento del 30% con respecto al mismo período del año anterior. Muchos obreros industriales participaron en protestas de masas. En abril, más de 1000 obreros de una fábrica textil, en Baoding, Hebei, organizaron una marcha hacia la capital; en julio, trabajadores de la fábrica Wuhan realizaron tres bloqueos de caminos; en agosto, en una empresa siderúrgica, un directivo fue tenido cautivo por 90 horas; en noviembre, trabajadores de una empresa de maquinarias en Chongging fueron la huelga.

Con la recuperación económica, que se produjo a partir del segundo trimestre de 2009, los conflictos tomaron un carácter más ofensivo. La clase obrera buscó recuperar el terreno perdido con la crisis. China Daily, un diario del gobierno, informaba que solo entre el 25 de mayo y el 12 de julio de 2010, había habido al menos 36 huelgas en a provincia de Guangdong, donde están radicadas muchas empresas multinacionales (The Economist, 31/07/10). Los trabajadores exigían salarios mejores salarios y condiciones laborales; y en algunos casos, el derecho a formar un sindicato propio. En una importante huelga en la planta de Foshan de Honda, en 2011, los trabajadores formaron una organización separada del sindicato oficial, que eligió delegados de forma independiente para negociar con la dirección de la empresa. El éxito de los trabajadores de esta planta incitó a otros obreros de las plantas de Honda a encarar acciones, demandando las mismas condiciones que en Foshan. Se consiguieron importantes aumentos, del 30%, y en alguna de las plantas proveedoras, de hasta el 47%.

Por otra parte, en varias ciudades los salarios mínimos fueron aumentados un 20%. Las autoridades se ven obligadas a tener una actitud más conciliadora hacia las protestas obreras. De todas maneras los líderes obreros todavía son hostigados y detenidos; y no existe el derecho de huelga, o la libertad de asociación. Las conquistas laborales generan ánimo, y crean plataformas para nuevas luchas, como sucedió con la ley de del contrato laboral.

Naturalmente, los economistas dicen que las subas de salarios están erosionando la competividad de las empresas chinas. Según Dong Tao, economista en jefe del Credit Suisse de la región, los salarios de los trabajadores migrantes de Foxconn aumentaron entre un 30 y 40% en 2010, y esperaba que crecieran entre el 20 y 30% anualmente al menos hasta 2013 (Financial Times, 1/08/11). De ahí el programa de incrementar la robotización.

En conclusión, en China estamos asistiendo a un proceso que en sus líneas tendenciales ya era descripto por Marx y Engels a mediados del siglo pasado: “El progreso de la industria, cuyo agente involuntario y pasivo es la burguesía, sustituye, con la unificación revolucionaria de los obreros por la asociación, su aislamiento provocado por la competencia. Al desarrollarse la gran industria, pues, la burguesía, por consiguiente, produce sus propios enterradores” (El Manifiesto Comunista). No es casual que The Economist, con su habitual instinto de clase, cite a Marx. Retengamos la importancia del hecho: doscientos trabajadores de Foxconn salieron a defender a un compañero, abusado por la patronal. Esto se llama lucha de clases. Es el conflicto entre el capital y el trabajo, en su manera más pura y directa. Es el producto genuino del modo de producción capitalista. En medio de tanto cinismo burgués, de tanta adaptación al “establishment”, de tanto cortesano y de tanta obsecuencia, no puede haber mejor noticia para los socialistas. En una próxima nota me propongo examinar otro aspecto de este combate: el cuestionamiento y la crítica al trabajo alienado, e inhumano, bajo el modo de producción capitalista.

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Rolando Astarita
Buenos Aires, 2012
http://rolandoastarita.wordpress.com/


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