Trasversales
Juan Manuel Vera

Indignación y populismo

Revista Trasversales número 26, agosto 2012 (web)

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El asalto del gobierno Rajoy contra los derechos sociales y los servicios públicos ha generado un extenso sentimiento de rechazo e indignación. El nivel de movilización no tiene precedentes en las últimas décadas. Tampoco lo tiene el ataque de las élites contra el nivel de vida de la población. La masividad de la protesta es la mayor esperanza para poder frenar los a ataques contra los derechos de la ciudadanía.
Las crecientes protestas  presentan, además, un fuerte componente de espontaneidad,  tanto en sus expresiones autónomas como en la apropiación colectiva de  las convocatorias sindicales. Las fronteras de la movilización se han expandido, alcanzando a nuevas capas sociales y a sectores anteriormente ajenos a la lucha, incluidos muchos votantes del Partido Popular.
Estamos ante una situación política nueva. Comenzó a gestarse en la respuesta a la reforma laboral en la huelga general del 29 de marzo. Pero ha sido en los últimos meses cuando se ha acelerado. Esta efervescencia se ha expresado en el masivo seguimiento de las manifestaciones del 12M, en las luchas de las comarcas mineras y en el recibimiento en Madrid de la marcha negra, en las multitudinarias movilizaciones del 19 de julio de los funcionarios públicos, etc. Pero, también, en las incontables pequeñas movilizaciones que han recorrido los pueblos y ciudades del país defendiendo la sanidad pública, la escuela pública, etc.

Ahora, con la incorporación a la lucha de nuevos sectores, resulta oportuno preguntarse si hay posibilidades de una absorción del movimiento contra los ajustes por una expresión populista. El desarrollo de un populismo de derechas constituiría un obstáculo añadido a la posibilidad de generar desde la sociedad sus propios instrumentos de hegemonía frente a las élites dominantes. En estos momentos, el peligro no reside tanto en esa emergencia populista (aunque el crecimiento de UPD ya indica que esa posibilidad es real) sino en la incorporación al sentimiento de indignación social de contenidos reaccionarios potencialmente peligrosos.
Cuando hablo de populismo lo hago en el sentido de la construcción de sujetos de confrontación social distorsionados y que desvían las luchas y la indignación ciudadana de los auténticos responsables sistémicos.

Para abordar esta cuestión resulta interesante centrarse en aquellos elementos populistas que pueden apreciarse en determinados momentos de las últimas protestas y en las redes sociales.

El problema de España son “los políticos”

Es natural que la indignación popular se dirija contra las élites que lideran los recortes y el proyecto de devaluación social.
Por supuesto, el rechazo a la élite política por su apoyo y connivencia con el poder empresarial y financiero no constituye, en sí mismo, una manifestación populista. El problema surge cuando se aíslan las responsabilidades de los políticos respecto al resto del poder social. Así, la conversión de “los políticos”, que “son todos iguales”, en los principales culpables de la situación nacional, sí constituye un paso preocupante hacia el populismo. Dejan de ser los defensores de los intereses de las capas privilegiadas de la sociedad para convertirse en un problema autónomo, aislado del capitalismo, aislado de sus vínculos con los poderosos. Desde ahí, el camino hacia derivas populistas, anti-políticas, antidemocráticas y discursos salvadores y autoritarios puede considerarse peligrosamente expedito. La historia de la aparición de los fascismos y los populismos autoritarios ha ido, frecuentemente, acompañada de una fase previa de reacción popular anti-política.

En las últimas semanas, en las redes sociales han estado presentes mensajes inequívocamente populistas que aprovechan el rechazo a la élite política para extender falacias y argumentos irracionales. Uno de los más extendidos es el que transmite la idea de que en España hay alrededor de medio millón de políticos (una afirmación a todas  luces carente de sentido) pero que asienta la idea de que los políticos son el problema. Adicionalmente, una vez establecida esa premisa absurda se plantean cuestiones como la reducción del sueldo de “los políticos” como medio de reducir los efectos de la crisis. Este ejemplo nos sirve para comprender la facilidad con la que en la actual situación muchas personas de buena fe pueden acabar aceptando argumentos populistas tendentes a fijar la idea de que los políticos son el principal problema de la sociedad y los únicos culpables de la crisis.

Esos argumentos sobre “los políticos” deben ser combatidos con seriedad, explicando una y otra vez, que la principal responsabilidad de las auténticas élites políticas (y no los fantasmales “políticos” del discurso populista) es su connivencia con los intereses capitalistas en lugar de ponerse al servicio de la sociedad a la que supuestamente representan.
También, es imprescindible explicar que no hay salidas mágicas de la crisis, como desea la mentalidad populista, y que toda posible alternativa pasa por la elaboración colectiva de una hegemonía desvinculada de las élites sociales.

El problema de España son las autonomías

Entre la gente de perfil más derechista se extiende otra idea populista, que considera que la culpa de la crisis la tienen las Comunidades Autónomas y que bastaría una recentralización de la Administración para que la situación mejorara. Esta concepción está asociada a la fobia contra los nacionalismos históricos que ha alimentado la derecha más reaccionaria desde siempre. Este mensaje de tipo populista, utilizado por Esperanza Aguirre con cierta frecuencia, se encuentra en la base del incipiente despegue electoral de UPD, el partido de Rosa Díez.
Esta idea carece de la más mínima base analítica ya que no tiene en cuenta que la mayor parte del gasto social se realiza desde la Administración descentralizada y cree sin base real en la existencia de unas “duplicidades” que permitirían un ingente ahorro de gasto público.

El discurso populista no surge del vacío, encuentra su caldo de cultivo ante la mala gestión de algunas administraciones autonómicas (especialmente, no hay que olvidarlo, de las dirigidas por la derecha en Valencia, Murcia o Madrid, aunque también se alimenta de escándalos como el de los ERE de Andalucía).
El tránsito entre la indignación ante unos malos gestores públicos y el apoyo a un neocentralismo (inevitablemente de corte autoritario) es un peligro evidente. Además, en un momento en que existe la amenaza de intervenir por el Estado determinadas autonomías no se puede dejar de advertir la posibilidad de que la derecha acabe utilizando ese sentimiento populista para absorber la indignación social en un desvío con componentes autoritarios contra las autonomías, convertidas en un falso responsable de la crisis.

Defender lo nuestro

El discurso populista de derecha más típico es el discurso xenófobo. En líneas generales ese discurso se mantiene anclado en los minoritarios segmentos de extrema derecha, a pesar de sus esfuerzos de aprovechar la crisis para extender la idea de que “los españoles, primero”.
Conviene estar alerta ante todos los síntomas de xenofobia y combatir la presencia de cualquier mensaje ”nacional” destinado a fomentar el rechazo a los de fuera, sean inmigrantes o los productores de otros países.
En ocasiones este discurso de la extrema derecha intenta extenderse a través de las redes sociales bajo formas aparentemente más ligeras. Por ejemplo, en los últimos meses han aparecido paulatinamente mensajes dirigidos a “comprar productos españoles”. Debe destacarse el hecho de que la asociación “Democracia real ya” ha difundido mensajes de ese tipo ante el estupor de  quienes recibían tales lemas populistas de derecha.

También, se manifiesta en la extensión de una fobia anti-alemana, como si los capitalistas españoles fueran mejores que los alemanes y el conflicto fuera entre naciones y no entre la gente  y quienes tienen el poder económico y social.

Alertas

Mientras la movilización popular tenga como eje la defensa de los derechos sociales y el rechazo al gobierno Rajoy resultará difícil que se desvíe hacia una propuesta populista. También, el impacto del espíritu del 15M constituye hasta el presente un potente antídoto.
Los próximos meses marcaran el destino del país durante mucho tiempo. No sabemos si las luchas crecientes serán capaces de detener los ataques y de forjar una alternativa política. La legitimidad del actual gobierno está arruinada y existe la posibilidad real de una gran respuesta social. Sólo si las luchas fueran  derrotadas, la posibilidad de una absorción populista de derechas de la crisis aumentaría exponencialmente. Al día de hoy, las cartas están en la calle.

Resulta indispensable que los activistas estén alerta y reaccionen ante los intentos de manipulación populista de la movilización en direcciones “anti-políticas”, “anti-autonómicas” o xenófobas. Esos intentos pueden crecer en los próximos tiempos.

12 de agosto de 2012



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